Tras las huellas de la utopía

sus vínculos con la historia humana. Se sabe que los poetas ... huella en la historia, y sobre todo, en la construcción de una ... mi alfabeto.// No tengo saga que ...
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CRÍTICA DE LIBROS

TENER LO QUE SE TIENE

LA CHICA QUE SOÑABA CON UNA CERILLA Y UN BIDÓN DE GASOLINA

POR DIANA BELLESSI ADRIANA HIDALGO 1202 PÁGINAS $ 139

POESÍA

El simple arte de narrar

Tras las huellas de la utopía La publicación de la poesía completa de la argentina Diana Bellessi permite adentrarse en una frondosa obra en que voz y paisaje, al hablar una lengua común, conforman una visión compleja y abarcadora de la realidad

POR VICENTE BATTISTA Para La Nacion

POR SANDRO BARRELLA Para La Nacion

E

n su libro El Jardín (1992), Diana Bellessi (1946) echa mano de una frase de Ernst Jünger a modo de epígrafe: “Un jardín proporciona más certidumbre que cualquier sistema filosófico”. La cita pertenece a Radiaciones, el diario que el veterano de la Primera Guerra Mundial escribió durante la Segunda, donde fue oficial del ejército alemán. Muchas son las páginas que Jünger dedica a la reflexión sobre la naturaleza de la naturaleza y sus vínculos con la historia humana. Se sabe que los poetas –y las poetas– eligen con cuidado las palabras de otros que preceden a las propias. No es ocioso preguntarse por la elección de la cita y extenderla hasta el comienzo de La edad dorada (2003), donde es Simone Weil la que asiste a Bellessi con estas líneas: “Sólo se tienen deberes. Nuestro derecho es el deber del otro”. Estas dos figuras, de difícil asimilación en el panorama del pensamiento filosófico del siglo XX, pueden acercarnos al núcleo de una poética en la que la naturaleza es presencia real, experiencia estética de la contemplación, unida a una ética que suprime la dualidad que divide aquello que es mirado, del ojo que ve. La relación que Bellessi entabla entre el discurso poético y la realidad del mundo –realidad de existencia de “los otros”, el prójimo, lo mismo que el paisaje– encarna una dimensión que trasciende la mirada piadosa para volverse eucarística: se funde en el otro, lo incorpora y luego, le restituye su integridad. Tener lo que se tiene es el título elegido por Bellessi para su Poesía reunida. También, para el nombre de su último libro, inédito hasta aquí e incluido en el volumen. Las más de mil doscientas páginas (una rareza en el ámbito editorial de nuestro país, más tratándose de un libro de poesía, y que Adriana Hidalgo ha emprendido sin intimidarse) ofrecen un recorrido 14 | adn | Sábado 9 de mayo de 2009

POR STIEG LARSSON

NARRATIVA EXTRANJERA

Diana Bellesi JUANA GHERSA

La apuesta lírica de la poeta descree de la división entre lo culto y lo popular, de allí el amplio recorrido de recursos estilísticos que propone su obra a través de esta obra que encuentra su potencia en la obstinada búsqueda de la utopía, de esa “tierra sin mal”(Ivimarae’i) que Bellessi toma de la mitología guaraní, y que en el peso específico de su inadecuación, sostiene su trabajo de poeta. La utopía participa de su poética con una triple marca: en el pliegue de la experiencia íntima, en el ámbito de lo político, con su huella en la historia, y sobre todo, en la construcción de una lengua que celebra lo impuro, el mestizaje de las palabras y las formas: “Palabras italianas, guaraníes/ quechuas/ se mezclaron desde niña/ en mi alfabeto.// No tengo saga que contar/ ni epopeya/ sostenida con la espada/ en el anca briosa de una yegua”. En Buena travesía, buena ventura pequeña Uli, (publicado en 1991 pero fecha-

do en 1974, y que abre el volumen) el poema se desliza de margen a margen de la página, y cumple a pesar de la apariencia con un verso de El jardín: “No ser la narradora/ sino la diosa fuera del lenguaje”. Uli, máscara o símbolo, es la mujer que se revela en lo universal, se transfigura y actúa en el corazón de las metamorfosis; expresa la totalidad de las sensaciones en un mundo que es uno, distinto y el mismo cada vez, anula el estrago de las distancias y el tiempo mientras señala la persistencia de la iniquidad. Con Crucero ecuatorial (1981), Bellessi inauguró una travesía americana que continuó en Danzante de doble máscara (1982) y se extendió a Sur (1998), sin que la experiencia quedara confinada a esos textos. La poeta va más allá de tematizar una convicción –su empatía con la comunidad de pueblos que habitaban estas tierras antes del despojo que significó la conquista europea– y alcanza una visión compleja y abarcadora de la alteridad. En el prólogo de Jorge Monteleone, un exhaustivo ensayo en realidad que aborda cada aspecto de la obra, se lee que Eroica

(1988) “representa el momento crítico de la poesía de Bellessi, el momento en que las creencias se suspenden para pensar en ellas. El poema se torna autorreflexivo y con ello se agota cierta ingenuidad de la palabra arrojada en la primacía de su fe: en este libro arrecian las preguntas”. Caracterización cierta, a la que puede agregarse que, de la introspección y sus interrogantes emerge con claridad una retórica erótica, plena de sentidos. En “Intempesta Nocte”, la invocación al Magnificat conjuga el origen sacro de la oración con el orden humano. Sin abolir el carácter religioso del canto, lo eleva a través del discurso amoroso, lo introduce en la esfera del tiempo finito, terrenal: “El Magnificat/ cae/ sobre tus nalgas// Cabalgo// cubriendo de jugo/ la grupa entera”. En la sacralidad de los cuerpos, en la escena íntima, irrumpe la Historia, el ejercicio de la violencia sobre esos cuerpos como una negación de la divinidad: “Pinza y bisturí/ Picana/ El cuerpo abajo/ confesando/ la trampa// Una mancha de sangre/ sobre el mármol”. La apuesta lírica de Bellessi desconoce la división entre lo culto y lo popular, de allí que en el amplio recorrido de su obra sea posible encontrar ecos del romancero viejo, el uso del verso libre o, como en el poema final, que anuncia su producción futura, el soneto; en este caso, una serie de catorce poemas donde el último verso de uno se encadena en sentido y sonido con el siguiente. Esta amplitud de recursos no es ajena a lo que Monteleone llama “la utopía del habla”. En la poesía de Bellessi no puede hablarse de alguien que asume ser la voz de los que no tienen voz. Antes, la poeta incorpora en una trama única las voces de los enmudecidos a fuerza de pobreza o por la fuerza a secas. Ya sea en Tributo del mudo (1982), acaso uno de sus libros más bellos, o en los poemas del libro Tener lo que se tiene, la voz y el paisaje son hablados y hablan en una lengua común.

A

lguna vez Borges señaló que el cuento era el género adecuado para narrar historias policiales. Entendía que se trataban de juegos intelectuales propuestos para resolver un enigma, por lo que no había razón para dilatar esos juegos bajo la forma de una novela. Este juicio, sin embargo, no le impidió escribir un prólogo laudatorio a La Piedra Lunar, maravillosa narración de Wilkie Collins que se extiende por más de 500 páginas. Esa desmedida extensión, inusual en los clásicos autores del género, la encontramos ahora en dos escritores suecos consagrados con idéntico entusiasmo por la crítica y por los lectores. Las historias del inspector Kurt Wallander, creado por Henning Mankell, suelen demandar más de 600 páginas. Stieg Larsson supera ese guarismo. Ha escrito una trilogía, Millennium, de la cual ya se han publicado dos volúmenes –Los hombres que no amaban a las mujeres y La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina–, el primero

DESTINO TRAD.: MARTIN LEXELL Y J. J. ORTEGA ROMÁN 731 PÁGINAS $ 79

de ellos tiene varios centenares de páginas; el segundo, 731. Larsson murió en el 2004, cuando aún no había cumplido los 50 años. Desde entonces se ha convertido en un autor de culto. Como no podía ser de otro modo, en La chica que soñaba... nos volvemos a topar con las criaturas que protagonizaron Los hombres que no amaban... La historia se abre con un prólogo escalofriante y de inmediato encontramos a la singular Lisbeth Salander de vacaciones en el Caribe. Ahora es millonaria (una picardía informática la hizo dueña de varios millones de coronas) y descansa en Granada. Allí, fiel a su estilo, castiga a un marido golpeador y se acuesta con un joven estudiante a quien le ha revelado ciertas fórmulas matemáticas. Luego deambula por otros países de Europa y Oriente hasta que decide poner fin a su año sabático y regresa a Estocolmo, donde se ocupará de controlar al abogado Nils Erik Bjurman, quien había operado como su tutor legal y quien, además, se había ocupado de violarla cuando ella era una niña de 13 años. Lisbeth supo cobrarse esa infamia: redujo a Bjurman

Larsson FOTO: DAVID LAGERLÖF

y tatuó en su pelvis una frase definitiva: “Soy un sádico cerdo, un hijo de puta y un violador”. Tiene, también, un video que muestra detalladamente esas violaciones. Bjurman contrata a un asesino profesional para que mate a Lisbeth y recupere el video. Pero éste es sólo un hilo del tejido que conforma la novela. En tanto, Mikael Blomkvist, el editor de la revista Millennium que en el volumen anterior tuvo una historia de amor y muerte con Lisbeth, descubre que ella ha regresado. Le cuesta entender por qué no quiere comunicarse con él. Esa comunicación es esencial para que el relato tenga sentido. El periodista Dag Svensson y la criminóloga Mia Bergman le darán impulso. Ambos se conectan con Blomkvist; están interesados en publicar un libro en el que denuncian el negocio de la prostitución en Suecia: chicas traídas de países del este de Europa, explotadas por mafiosos en complicidad con funcionarios del gobierno. Aunque no lo desee, Lisbeth se verá complicada en ese juego diabólico. Abrirá puertas que superarán sus más negros pensamientos.

En el policial tradicional, el cadáver, se sabe, oficia de disparador: solemos encontrarlo en los capítulos iníciales; la identidad del asesino la conoceremos en el último. En La chica que soñaba..., los primeros cadáveres aparecen en la página 253. Para descubrir a sus asesinos habrá que transitar otras 500. ¿Es un buen paseo? Sin duda. Larsson conoce la magia del relato, se detiene en los mínimos detalles y a la manera de Dickens, con la habilidad del escritor inglés, atrapa y conduce a sus lectores hasta el final de la historia. Tiene los gestos de un clásico narrador omnisciente: sabe qué piensa cada uno de sus muchos personajes, qué es lo que los conmueve, qué es lo que los alegra ¿Un escritor del siglo XXI proponiendo una escritura del XIX? No, sólo alguien que recupera el simple arte de narrar. En la solapa leemos que La chica que soñaba... “ha sido saludada como una obra maestra, la novela negra de la década”. Los textos de las solapas suelen exagerar, pero éste no lo hace. © LA NACION

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