PÉNDULO. El hipnotizador de Sáenz Valiente tiene mucho éxito con todos, menos consigo mismo
venes argentinos hacen películas bastante parecidas... –Por eso: cuando se renuncia a las convenciones y se cae en la ilusión de que las convenciones no existen, se va a una forma de relato único, ¿no?, y tremendamente repetitivo. –Eso suena contradictorio. Lo primero que uno tiende a pensar es que la convención iguala... –Claro, pero uno se mueve con la conciencia de la convención y puede manejarla. Siempre debe haber artificio, porque para eso es arte. Aun en una conversación común, cuando contamos algo, lo hacemos con artificio. Le cuento algo a mi mujer y busco el modo de interesarla. Si sé que algo la va a sorprender, se lo voy a decir al final. Hay una puesta en escena. Los artificios están dentro del lenguaje. No es sólo la gramática, sino otro tipo de convenciones. –O sea: eliminar los artificios es sólo una ilusión. –Sí, y además el gran arte tuvo siempre no sólo convenciones, sino convenciones muy marcadas. Si uno ve la tragedia griega, el teatro isabelino, observa que hay cierta cantidad de pautas. Lo mismo pasa en poesía, en el soneto. –Muchos artistas jóvenes hablan del gran arte o del “cine de calidad” de modo casi peyorativo. ¿Es por causa de que quieren escapar de las convenciones, de los finales felices, de los finales tristes, simplemente de los finales? –Sí, y también quieren escapar del mundo paterno. Identifican las convenciones artísticas con el mundo paterno de las imposiciones, en oposición a la vida verdadera. Pero después uno va viendo que no funcionan así las cosas. Ese mundo de las convenciones exige una gran habilidad para moverse en ellas. –¿Hiciste televisión alguna vez?
El hipnotizador hipnotizado
A
renas tiene un don y una maldición simétrica: con su relojito, hace dormir a los demás en un segundo, pero él no puede dormir. Lo embrujó un rival: es el hipnotizador hipnotizado, y mientras ayuda a sus semejantes a superar los traumas del pasado, busca el remedio que le permita salir del hechizo, tenderse al fin a todo lo largo en su cama del hotel para familias Las Violetas, donde se aloja, y no despertarse hasta la semana siguiente. Éste es el nudo central de la historieta El hipnotizador, con guión de Pablo De Santis y dibujos de Juan Sáenz Valiente. Originalmente, fue publicada en la nueva etapa de la revista Fierro, y ahora acaba de aparecer como libro, en la colección de Reservoir Books. “El buen Arenas es como un
prestidigitador que hace aparecer la historia de los otros a través del sueño. Pero su propio pasado no le llega a través de los sueños, sino del insomnio”, explica De Santis en el prólogo. También derrama elogios sobre el magnífico trazo de Sáenz Valiente: “En sus páginas, todo nos dice algo. Las caras, los cuerpos, las manos, las inquietantes escenografías, las sombras. Él ha entrado de lleno en la gran tradición de la historieta argentina”, escribe el novelista. Como se sabe, la tradición a la que alude De Santis es riquísima. Sáenz Valiente tiene apenas 29 años, y eso quiere decir que el futuro del cómic argentino será tan luminoso como lo fue el pasado, a menos que algún extraño mesmerismo en el orden masivo interrumpa el curso fluido y natural de la novela gráfica.
–Muy poco: trabajé en un programa, Del otro lado, con Fabián Polosecki. Empezamos prácticamente juntos en periodismo. Trabajamos en la revista Radiolandia y después en el diario Sur. A veces él me llevaba y a veces yo lo llevaba a él. Éramos muy amigos. –¿Aportabas ideas para Del otro lado? –Yo escribía lo que él decía. Tenía una voz en off. Entrevistaba a alguien, pero antes había momentos en los que iba caminando por la calle, pensando, y ahí él hablaba en primera persona. Eso lo escribía yo. Él lo cambiaba después un poco: era una colaboración de los dos. –Él entró después en una especie de secta, tuvo un final extraño y murió demasiado pronto. ¿Qué pensás que le pasó? – Mirá: tuvo un caso de psicosis muy rápido. Se desencadenó en un año. Debe de haber muerto a los 32. Él enloqueció. Pero antes de eso era perfectamente normal. Fue mi testigo de casamiento y poco después se puso mal. Un año después se mató. Yo creo que tuvo mucho que ver que se fuera a vivir al Tigre, porque en la ciudad un caso así provoca conflictos y la sociedad interviene de alguna manera. Creo que estar en un lugar aislado lo perjudicó. –¿Cómo es la experiencia de trabajar con un dibujante para la creación de una historieta? –A mí me gusta mucho. Uno ve lo que imagina transformado por un dibujante. Y yo tuve la suerte de trabajar con dibujantes extraordinarios, como Max Cachimba y Sáenz Valiente. –¿Sos sensible a los colores y a las líneas? –Sí, absolutamente. Si no me gusta el dibujante, yo no puedo hacer nada, no se me ocurre nada. © LA NACION
Sábado 21 de agosto de 2010 | adn | 13