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espectáculos
| Martes 15 de octubre de 2013
Vox Dei y su eterno regreso
clásicos. La banda más longeva del rock argentino vuelve con una formación
similar a la de sus inicios para ofrecer una nueva relectura de su repertorio Viene de tapa
–Hace unos días tocó Black Sabbath y “vigencia” fue la palabra más utilizada en las crónicas. ¿Por qué sorprende tanto que puedan seguir tocando bien después de los 60 y pico? Soulé: –Es por una cuestión cultural, nada más. Stephane Grappelli tocó el violín hasta los 93 años y (Nathan) Milstein tocó hasta los 84 años las Partitas de Bach. Quiroga: –Mirá, yo no voy a poner una verdulería en este momento de mi vida... Soulé: –No es una cuestión de edad, hay gente muy joven que no sabe tocar ni tocará bien nunca, es una cuestión de espíritu, un espíritu que genera una energía que va más allá de lo intelectual y de las especulaciones que uno puede hacer sobre la vida. Vox Dei no escapa a ese espíritu, tiene una vigencia en lo musical y en lo social también, porque es representativo de una parte de nuestra Argentina como muchos de los grupos de nuestra época que fueron íconos para determinados sectores de la sociedad. Nosotros representamos una parte que está vinculada a lo espiritual, al amor y a la búsqueda de un mundo mejor. –¿Cómo se produjo el reencuentro? ¿Quién fue el primero en levantar el teléfono? Soulé: –Fue un proceso que llevó bastante tiempo. Hubo un primer acercamiento antes de que Rubén (Basoalto) falleciera y, repentinamente, se desencadenó ese episodio y tuvimos que abandonar la idea. Transcurrieron dos años de duelo y luego se volvió a generar la inquietud, sobre todo desde el público y desde la parte empresarial. Cuando hubo una propuesta concreta, agarramos viaje enseguida. Godoy: –O por lo menos que uno lo sintiera creíble. En lo particular, ninguna de las veces que tocaron la puerta de mi casa me pareció fiable y no lo digo por ellos sino por el elemento que podía aglutinarnos. Soulé: –Más allá de nuestra decisión hay una circunstancia histórica a la cual este evento corresponde.
Quiroga, Godoy y Soulé: “El rock no es una cuestión de edad” Han pasado muchas cosas, hemos tenido pérdidas muy importantes en el rock nacional y hay una necesidad de reconocer un gran caudal de música, un tesoro intelectual que tiene nuestro rock y llegó el momento de hacerlo público. No es que sólo se reúne Vox Dei para tocar en el Luna Park sino que hay un público ávido y necesitado de este tipo de circunstancias. Es una manera de reafirmar una actitud ante un mundo muy desvirtuado, vapuleado por el consumismo y lo banal. Nosotros no pertenecemos a ese mundo y hay un público que se identifica con esta actitud y necesita comprobarlo en el campo. –Toda historia bien contada de Vox Dei empieza con la
anécdota del consejo del Flaco Spinetta... Soulé:– La influencia de Luis, de su música, de su poesía y de su grupo, Almendra, fue muy esclarecedora para nosotros. Y creo que fue recíproco ese sentimiento. Ellos, al ver el número que habíamos armado, alejados geográficamente (en Quilmes), aunque totalmente conectados con la idea de cómo debían ser las cosas. Esto lo hablamos mucho con ellos y con los Manal también, incluso con Litto Nebbia, porque teníamos una conexión sin tener proximidad física. –En esa época venir a Capital desde Quilmes era como ... Soulé:– ¡Venir de Varsovia! –Volviendo a Spinetta, ustedes
oliver kornblihtt/afv
cantaban en inglés al principio y él, al escucharlos, les sugirió que lo hicieran en castellano. Hoy hay muchas bandas de veinteañeros que cantan en inglés y dicen que ése es el idioma del rock. Godoy: –Ojo que Vox Dei en inglés era increíble. ¡Una masa! Soulé: –Pero nosotros no correspondíamos al idioma del rock, correspondíamos al idioma del pueblo argentino y latinoamericano, que era distinto. No teníamos negros bluseros sino tangueros italianos, sevillanos cantaores, santiagueños que tocaban la chacarera. Ésa era la fuente de la que bebimos, por eso sonamos distinto. Godoy: –Yo recuerdo el Vox Dei de
los comienzos, que aún no se llamaba así sino Mach 4. Era increíble cómo cantaban Ricardo y Willy en inglés y yo me acoplaba por fonética. Lo de Spinetta fue muy importante porque fue inmediato, nos bajó como una revelación: tienen todo un idioma en castellano para expresarse, nos dijo, y tenía razón; de hecho, había canciones hechas en inglés que se pasaron al castellano inmediatamente, como “Azúcar amargo”. –Hay muchas historias y mitos dando vueltas alrededor de Vox Dei. Una dice que tuvieron un contacto con el mánager de Hendrix. Soulé: –Eso fue real, tuvimos la propuesta formal arriba de la mesa de grabar La Biblia en Electric Ladyland, pero no lo pudimos hacer. Quiroga: –No nos animamos. Imaginate lo que hubiera sido La Biblia saliendo al mundo desde el estudio de Hendrix, con Eddie Kramer como productor. Soulé: –Un año después de la muerte de Hendrix, así que mirá dónde estábamos nosotros en el 71. Cuando llegamos a Nueva York fuimos a CBS y nos estaban esperando unos ejecutivos. Tenían sobre la mesa una revista Billboard y lo primero que nos dijeron fue: “Así que ustedes están primeros en venta en la Argentina”. ¡Y nosotros no lo sabíamos! –Luego intentaron con Inglaterra, ¿no? Soulé: –Con Pappo, en Londres. Un día fuimos a probar los Marshall, cerca de Piccadilly Circus, y, al escucharnos, la gente se paraba para vernos. Era tremendo lo que tocábamos en esa época con Pappo, pero los ingleses tienen unas leyes tan fuertes contra la invasión de músicos extranjeros que no hubo manera de que nos quedáramos. Ellos vienen acá y se llevan la guita sin problemas, hacen varios River, y nosotros no podíamos tocar en un pub para 50 personas. –¿Cuál va a ser el repertorio? Quiroga: –Clá-si-cos, que es lo que la gente quiere escuchar. El problema no fue qué temas incluir sino cuáles dejar afuera.ß
Vox Dei Un recorrido por sus clásicos. Luna Park, Corrientes y Bouchard. Hoy, a las 21. Entradas, desde 140 pesos.
Yodi Godoy, cuarenta y tantos años después Campera de cuero, gorrita, anteojos negros, la estampa de Juan Carlos Yodi Godoy pertenece a un rockero de ley, a uno que vivió a la par de la historia del movimiento cultural y musical. Su paso al costado, a temprana edad suya y de la banda, antes de que Vox Dei quedara para siempre en el firmamento rockero con La Biblia, rápidamente tomó forma de mito. Que había dejado de tocar, que estaba recluido en su hogar... “Fue una decisión del momento, después pude o no arrepentirme, pero la decisión de dejar la banda ya estaba tomada”, cuenta Godoy. “No me fui porque Vox Dei no diera económicamente –agrega–, al contrario, era un momento tremendo de éxito, estábamos en todos los medios, tocábamos en estadios, la gente acudía de a 1800, 3500 u 11.000, que era lo que metíamos en Comunicaciones. Pero había que tomar una decisión en ese momento y no era por temor al éxito, porque en el arte no le temo a nada. Cada uno de nosotros era un compartimento y entre los cuatro constituíamos una gran habitación. Llegó un momento en el que ya no había espacio y alguien tenía que irse para que el resto pudiera seguir respirando. Yo creía que Vox Dei tenía que seguir sin mí porque si no se iba a ir Basoalto. Esto no se supo jamás, y Rubén no lo puede recusar pero él tenía la decisión de irse. Recuerdo un día en la calle Patricios, donde guardábamos los equipos, cuando, en medio de una reunión muy crítica que tuvimos, lo agarré a Rubén y le dije: «Mirá, el que se tiene que ir de acá soy yo. Si me voy yo no va a ser tan gravitante como si te vas vos, que sos el corazón de Vox Dei». Al grupo se le iba a producir un daño porque todo estaba armado para cuatro personas y yo sabía que no le iba a caer bien a la gente. Ahora te puedo decir que no se pueden inventar en argentino más puteadas porque yo ya las recibí todas, pero sabía que eso iba a suceder. –¿Seguiste haciendo música todos estos años? Godoy: –La única vez que dejé el arte fue en un período breve, en 1996 y por problemas familiares. Todos estos años me dediqué a las artes plásticas y a la música. No estaba en los medios, pero seguía tocando aunque nadie se enteró de todos los proyectos musicales que tuve y con los grandes músicos que toqué porque no tuve la luz que iluminaba a Vox Dei.ß
Un festival con tu banda del siglo pasado, y la de éste también PERsoNAl. Aerosmith y Muse fueron los
principales protagonistas del encuentro
Matt Bellamy, de Muse
Sebastián Espósito LA NACION
Cargaron el festival sobre sus espaldas desde el primer anuncio, no bien se supo que sus nombres cerrarían las dos jornadas del Personal Fest, y cumplieron ampliamente con las expectativas. Dos propuestas bien diferentes para dos públicos muy distintos; el rock inoxidable de Aerosmith, de la mano de un buen número de clásicos y con una intención de celebrar las raíces del género, y el rock progresivo y subversivo de Muse, que nació en los 90, pero que desde sus primeros días apuntó a la nueva centuria. Es decir, una banda del siglo pasado y otra de éste que recién empieza, pero que ya tiene a su primer supergrupo. La primera señal para ver dónde está parado el cuarteto inglés de Matt Bellamy (voz y guitarras), Chris Wolstenholme (bajos), Dominic Howard (batería) y Morgan Nicholls (teclados, guitarras) es echarle un vistazo a la lista de temas: de los veinte que tocaron en la noche del domingo ocho son de su último disco, The 2nd Law, con el que apuntan directamente a ocupar el cetro de U2, a ser la gran banda de rock de estadios de estos tiempos. Para ello se valen de un arsenal lumínico, escenográfico
agustín dusserre/rolling stone
y, sobre todo, musical que no ahorra, sintetiza ni suprime nada, más bien tiende a la grandilocuencia. Pero Muse no se florea como esos boxeadores que se saben ganadores por puntos, más bien busca el golpe del nocaut del primero al último round, o, mejor dicho, tema. Drama, caos, esperanza… Desde el escenario, el director Bellamy maneja los hilos, imparte las órdenes de cómo debemos sentirnos, cómo responder y, sobre todo, cuándo prestar atención a las señales de alerta roja que el mismísimo universo nos envía. Sus shows, enérgicos y barrocos como pocos, son terapias de electroshock que aprovechan los códigos del concierto de rock para cruzarlos con el cine de ciencia ficción y la estética del musical. La voz de Bellamy siempre luce al borde del ataque de nervios, en una permanente tensión entre el llanto del que abandona la lucha y el grito del que le da pelea con ese grado de locura necesario para plantarse ante los molinos de viento. Hubo una muy buena previa antes de Muse. Los ingleses de Mistery Jets cumplieron con un set parejo, que pasó revista del rock británico, con paradas en Kinks y Beatles. Tras ellos, el Strokes Albert Hammond Jr. sorprendió con uno de los mejores shows del festival. Ese sonido tan neoyorquino que los Strokes actuali-
zaron no bien comenzado este siglo sigue siendo el norte del guitarrista en su camino por fuera del grupo, pero aquí con un dejo melancólico que lo acerca más a los crooners que a los frontmen rockeros. La antesala se completó con Jane’s Addiction y los trucos del indie rock de los 90: canciones clásicas, un líder, Perry Farrell, que sabe cuándo y cómo caminar el escenario y dos hermosas bailarinas para acompañar con coreografías insinuantes.
Los chicos están bien Un día antes, el sábado, sobre el escenario hay unos tipos que pasaron los 60 y que están entreteniendo a un público de mayoría de veinteañeros. Lo hacen con los mismos trucos de siempre, pero a la hora de hacer un repaso de su historia más reciente hay que decir que lucen mejor que en los 90. Basta con comparar la reacción que despierta David Coverdale con lo que ellos producen para darse cuenta de cuál es el veredicto del soberano. Al frente de una nueva reencarnación de Whitesnake, Coverdale también apunta a los clásicos, pero ni su voz, ni su banda, ni su entrega despiertan pasiones, más bien aplausos respetuosos y pocos pasajes de coros espontáneos, como en la balada “Is This Love”. Los Aerosmith, en cambio, tienen que sobreponerse a una eventualidad: un problema de salud de su bajista, Tom Hamilton, los llevó a buscar un reemplazo que no sólo cumplió correctamente, sino que logró calmar los nervios iniciales del baterista Joey Kramer. El juego de transitar y transpirar la pasarela fue pan comido para los gemelos tóxicos: Steven Tyler en su rol de entretenedor todoterreno y Joe Perry como guitar hero parco, de gestos adustos y un cigarrillo siempre en la boca. Sí, son los Jagger-Richards norteamericanos, capaces de disimular y hasta enterrar sus diferencias una vez que salen al ruedo. “Love in an Elevator”, “Dude…”, “Cryin’”, “Combination”, “Crazy”, “Living on the Edge”, una versión explosiva de “Come Together”, de los Beatles y “Dream on” poblaron la lista de temas. Tanto ellos el sábado como Muse el domingo cerraron la jornada con un show completo de dos horas. Cada día 25.000 personas lo vivieron y lo celebraron a su manera, porque tanto el viejo e inoxidable rock ’n’ roll como el que apunta al futuro tienen sobradas herramientas para que entendamos que esa comunión entre el público y el músico es indestructible y la experiencia sigue valiendo la pena. ß