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BUENOS AIRES
| Lunes 20 de octubre de 2014
Buenos aires
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crisis haBitacional | radiografía de los asentamientos
El 45 % de los habitantes de las villas porteñas nacieron en la Capital Según un estudio oficial, la edad promedio de la población es de apenas 24 años, mientras que en toda la ciudad es de 40 años; además, el 37% de los hogares sufren hacinamiento y sólo cuatro de cada diez mujeres trabajan Ángeles Castro LA NACION
El 45 % de los habitantes de las villas porteñas nació en la Capital; casi el 80% de ese grupo tiene menos de 20 años, por lo que probablemente varias generaciones hayan nacido y crecido en los asentamientos. Otro 33,7% es oriundo de países limítrofes y un 4,6%, de Perú. Suman 16,7% los que provienen de otros distritos de la Argentina. Los datos surgen de un informe técnico realizado por la demógrafa Victoria Mazzeo para la Dirección General de Estadística y Censos de la ciudad, y muestra cómo otros indicadores sociales también se resienten en villas y asentamientos respecto del resto de la Capital. La población en villas es joven: la edad promedio se sitúa en 24 años; para toda la ciudad, la media alcanza los 40 años. En tanto, las mujeres que viven en asentamientos tienen un promedio de 4,3 hijos, mientras que nacen dos hijos por mujer en promedio en toda la Capital. Por otra parte, el tamaño de las familias resulta mucho mayor que
la media: 6 miembros, contra 2,5. El rasgo lleva como correlato altos porcentajes de hacinamiento (más de dos personas cohabitan por cuarto), que se registra en el 37% de los hogares. “La mitad es una población autóctona que ya lleva tres generaciones, y que perfila hasta un «modo villero» de vivir la ciudad. En el grupo, arraigan moralidades sustentadas en identidades colectivas por medio de religiosidades, estéticas musicales, fidelidades deportivas dotadas de códigos, lenguajes, normas y valores propios”, reflexionó el historiador Jorge Ossona, investigador de la Universidad de Buenos. Coincidió con él Mazzeo, que es profesora de la cátedra de Demografía Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA: “Hay varias generaciones que probablemente hayan nacido y crecido en las villas: el 36% de los habitantes es menor de 20 años y porteño”. Según Ossona, “un elemento distintivo de la pobreza es la juvenilidad procedente de sus hogares numerosos en hijos. Las razones no necesariamente residan en la ignorancia
de métodos anticonceptivos. Si una familia es fuerte, debe ser numerosa para honrar su prestigio. Constituye una suerte de “riqueza” no material, sino más bien humana y afectiva. “Además –explicó– las mujeres primerizas suelen aceptar los embarazos de buena gana porque son una fuente de respetabilidad en ámbitos muy patriarcales y, por lo tanto, proclives a despreciar a la mujer como sujeto débil al que, no obstante, los jefes deben proteger porque allí estriba su honor.” El informe de Mazzeo destaca la deserción temprana de los adolescentes del sistema educativo. Mientras la asistencia escolar de los chicos de entre 5 y 14 años varía entre el 94 y el 97%, en el segmento de entre 15 y 17 años ya cae al 79 por ciento. “Esto redundará en la mayor vulnerabilidad de estos jóvenes en su posicionamiento en el mercado de trabajo”, señaló la especialista. En efecto, la precariedad laboral es más acentuada entre los habitantes de asentamientos, y el sexo femenino es particularmente afectado por este fenómeno. Sólo el 37,1% de las mujeres está ocupado; el 55,8% per-
Un fuerte sentido de pertenencia ^b^b^ Un estudio realizado por las ONG Techo y Unicef entre chicos de 12 a 16 años de asentamientos de la Capital y el conurbano demostró que el 90% de ellos considera que la situación de su familia es buena o muy buena. Cerca del 78% dijo que le gusta “mucho” o “bastante” vivir donde vive, aunque el 82,7% desea mudarse a otro barrio en el futuro. ^b^b^ “Es el sentido de pertenencia. Uno de cada dos chicos nació en la villa donde reside; el amor por el barrio se profundiza habitualmente en los sectores populares”, opinó Ignacio Gregorini, director del Centro de Investigación Social de Techo.
manece inactivo (no tiene empleo ni lo busca) y el 7,1%, desocupado (busca trabajo, pero no consigue). Entre los hombres, el 48,8% trabaja, mientras que otro 5,9% busca empleo pero no lo encuentra; 45,3% está inactivo. El informe, preparado para la Dirección General de Estadística y Censos porteña, señala que 92% de los varones que trabajan lo hacen como mano de obra operativa y no calificada, con gran presencia en los rubros de la industria y la construcción. Entre las mujeres, la proporción se eleva al 94 por ciento. De las trabajadoras, el 28% integra el servicio doméstico y un 15% realiza tareas de limpieza no doméstica. El tipo de inserción laboral, sumado al tamaño de los hogares, se refleja en el ingreso per cápita familiar, uno de los indicadores de bienestar. El 78% de las familias en villas integran el quintil más pobre; disponían de menos de 235 dólares mensuales por miembro al cambio oficial en el momento del relevamiento. “La exclusión vincula la situación laboral y de ingreso con determinadas condiciones de vida y del hábitat”,
sintetizó María Carla Rodríguez, investigadora en Estudios Urbanos del Instituto Gino Germani de la UBA. Otro dato que llama la atención es el peso relativo de la población en villas sobre el total de la Capital, que pasó del 3,9% en 2001 al 6,4% en la actualidad. “Entre 2001 y 2010 se dieron algunas mejoras en el mercado laboral, en los salarios reales y en la ayuda social, por lo que el aumento del porcentaje de hogares en villas no respondería a una situación de empobrecimiento social generalizado”, consideró Leonardo Gasparini, director del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales de la Universidad de La Plata. Y agregó: “Dos posibles razones podrían ser: la dificultad para traducir las mejoras de empleo e ingresos en progreso habitacional, y las dificultades en el manejo del espacio urbano, en el que coexisten un espacio de viviendas formales regulado que casi no crece y un espacio informal no regulado que crece a tasas altas”.ß Con la colaboración de Agustina Mac Mullen
Villa 21-24. El cartonero que vive al lado del Riachuelo, pero se niega a ser reubicado
Barrio Papa Francisco. Una familia que fue desalojada y todavía busca una vivienda
“El Riachuelo se está comiendo mi casa, pero no me voy a ir”, dice el cartonero Néstor Núñez, de 44 años, parado sobre la tierra húmeda y fermentada de la manzana 25 de la villa 21-21, en Barracas, donde vive con su tercera esposa y dos hijos. Desde allí señala la parte trasera de su vivienda, que está suspendida en el aire porque el suelo se hundió tras las tormentas y las crecidas del nivel de
La silla de ruedas, aplastada por las topadoras... Ésa es la imagen recurrente en la memoria de Albertina Medina, una de las mujeres desalojadas del predio Papa Francisco, en Villa Lugano. La silla era de su hija discapacitada, Carla, y quedó dentro del terreno que el 23 de agosto pasado fue liberado por las fuerzas de seguridad para sanearlo. Tampoco pudo recuperar la
agua de la cuenca. Sin embargo, se niega a seguir el camino de las 60 familias que hace un año eran vecinas suyas y, tras el fallo de la Corte Suprema por el saneamiento de la cuenca Matanza-Riachuelo, fueron reubicadas en un complejo habitacional en Mataderos. Pese a que se contagió de tuberculosis, Núñez insiste en que no le preocupa vivir a un costado del río contaminado.ß
cocina, la heladera y la garrafa de su casilla. “Sólo rescaté mis animales: tres perros, cuatro pollos y dos patos”, dice la mujer, entre lágrimas, desde la habitación de un hotel en Hipólito Yrigoyen al 1900, en Congreso. Allí fue trasladada luego de pernoctar durante varios días en el refugio Parque Pereyra, en Barracas. Allí se aloja con su esposo, Manfred, y seis hijos.ß
fotos Hernán Zenteno
Villa 1-11-14. La mujer que no tiene agua potable y las cloacas desbordan en su casa
Villa 31. Es madre de una niña y destina casi todo su sueldo a alquilar una habitación
Los alquileres de la villa 1-11-14, en el Bajo Flores, son cada vez más caros. Pero no hay agua potable, las cloacas, construidas por los vecinos, rebasan en el interior de las casas y hay cables eléctricos colgando entre los pasillos. Con estos problemas, y más también, debe lidiar Carolina Giménez, una formoseña de 33 años que sobrevive allí junto con sus cinco hijos. Con el dinero que
María Muñoz Acosta, de 27 años, vive con su madre, Zulma, y su hija, Martina, en la villa 31, en Retiro. Alquilaba dos diminutas habitaciones, con baño compartido, por 2500 pesos mensuales. Pero ahora está en proceso de mudarse. Es que el dueño le pidió que se busque otra vivienda porque quiere empezar a construir un segundo piso, y así tener más habitaciones para poder alquilarlas.
gana limpiando casas de familia, alquila una pequeña habitación por $ 1500. Tiene un baño compartido, en una construcción precaria de la manzana 18. Dice que cuando llegó a la villa, en 2009, el edificio tenía sólo una planta baja, y ahora cuenta con tres pisos. “Por lo menos yo veo el sol. Otras personas viven en piezas donde siempre parece de noche”, se consuela.ß
“Es muy difícil que te acepten si tenés hijos, pero conseguí un lugar nuevo por $ 3000 al mes”, cuenta esta vecina que trabaja en una panadería de la villa 31. Lo que más le preocupa a María es poder encontrar una “changuita” que la ayude a solventar los gastos. “Gano $ 3200 por mes y se me va casi todo el sueldo en el alquiler de mi casa”, dice la mujer, resignada.ß