2 EL PREGONERO
OCTUBRE 13, 2016
LAS ENSEÑANZAS DE CRISTO
Cardenal Donald Wuerl Arzobispo de Washington
Hágase tu voluntad –Oración 5, Parte III–
A
medida que rezamos la oración del Señor nosotros pedimos "hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo". ¿Cuál es la voluntad de Dios? Al crearnos Dios estableció un plan para la vida humana. Al revelarse a nosotros en Jesús, Dios nos enseñó cómo hemos de vivir para que podamos estar más estrechamente identificados con él. En la efusión del Espíritu Santo recibimos la sabiduría para conocer el misterio de Dios actuando en nuestras vidas, y el poder para cooperar en este plan providencial. No nos deja a nuestros propios dispositivos como transeúntes mientras la vida se mueve a nuestro alrededor. Más bien Dios nos llama a ser partícipes en el viaje de la vida hacia el cielo. Él nos dota de la gracia para hacerlo. Cuando oramos "hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" pedimos que se cumpla el plan de Dios aquí en los corazones de los seres humanos con nuestro regalo de libre voluntad y libre elección, como en el cielo donde todos de buena gana y con amor se arrodillan ante la voluntad de Dios. Nuestro Señor nos pide dar forma a nuestra vida por nuestra fe. También requiere que estemos preparados para profesar y reconocer nuestra fe cuando se le pone seriamente en tela de juicio o cuando el silencio de nuestra parte podría ser un mal ejemplo para los demás. "Al que se ponga de mi parte ante los hombres, yo me pondré de su parte ante mi Padre de los cielos. Y al que me niegue ante los hombres, yo también le negaré ante mi Padre que
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está en los cielos" (Mt 10,32-33). Cuando oramos "hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" pedimos la gracia de vivir nuestro propio compromiso cristiano de manifestar esa voluntad en nuestra propia respuesta diaria a Cristo. Esta petición no es sólo para conocer la voluntad de Dios, sino para ayudarnos a vivirla ahora. Al pedir "danos hoy nuestro pan de cada día" oramos por nosotros y por todos, y de una manera especial por los pobres, para que nuestro necesario pan diario pueda ser concedido. Pero
conscientes de que seremos perdonados sólo cuando estemos dispuestos a perdonar de todo corazón a nuestros hermanos y hermanas. Esta es una de las peticiones más difíciles de toda la oración. Aquí tú y yo condicionamos la forma en que esperamos ser perdonados por la forma en que estamos preparados para perdonar. Al hacer esta petición necesitamos examinar seriamente nuestra conciencia. Las dos últimas peticiones son "no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal". En la primera le pedimos a
“Dios no nos deja a nuestros propios dispositivos como transeúntes mientras la vida se mueve a nuestro alrededor. Más bien Dios nos llama a ser partícipes en el viaje de la vida hacia el cielo. Él nos dota de la gracia para hacerlo.” oramos también por ese pan profundamente necesario que es la Palabra de Dios y, más aún, que seamos alimentados por Cristo, nuestro pan eucarístico. Con cuanta frecuencia hemos visto en las palabras de Jesús significados y niveles múltiples a las referencias que él hace. En esta petición se nos insta a orar por nuestro sustento diario, pero al mismo tiempo a reconocer que este alimento no es sólo material. No sólo de pan vive el hombre (cf. Lc. 4,4). "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". En esta petición rogamos el perdón de Dios, pero lo hacemos
Dios que no nos permita experimentar cualquier tentación que podría llevarnos al pecado y la muerte final. Esto lo hacemos conscientes de que no vamos a ser probados más allá de nuestras fuerzas (cf. 1. Cor 10,13). El sabio discípulo del Señor es el que no se pone imprudentemente a sí mismo en una ocasión de pecado. El cristiano prudente también se da cuenta de que en la cultura altamente secular y materialista, por no decir hedonista, en que vivimos, esas ocasiones son muchas y muchas veces aparentemente inevitables. Es por esta razón por la que pedimos a Dios que nos dé la gra-
cia suficiente para ayudarnos a recorrer nuestro camino por la vida conscientes de sus muchas tentaciones para pecar y nos haga lo suficientemente fuertes para evitarlos. La última petición nos insta a mantenernos libres del mal, Satanás, quien busca nuestra ruina. Aquí encontramos eco del discurso de despedida de Jesús a los apóstoles. "No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del Maligno" (Jn. 17,15). Vivimos en el mundo. Este es el mundo que tenemos que cambiar a través de nuestras obras de amor. No hay manera de evitar ser involucrados en este mundo. Al mismo tiempo, reconocemos que la parte no redimida de este mundo es de hecho el reino del maligno. Es por esa razón que Jesús nos exhorta a orar para ser continuamente librados del mal –de forma individual, personal y colectivamente como su santa Iglesia. El Catecismo nos recuerda en este punto que no estamos tratando con el mal como una abstracción. Por el contrario, esa petición "designa a una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El diablo (dia-bolos) es aquel que 'se atraviesa' en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo" (2851). Así como Cristo salió victorioso sobre el príncipe de este mundo (cf. Jn. 14,30) así también nosotros debemos esperar, con la gracia de Dios y nuestras oraciones persistentes, salir victoriosos en nuestra peregrinación por la vida, en nuestro camino hacia el Padre en la gloria.
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OCTUBRE 13, 2016
EL PREGONERO 3
REFLEXIONES
COLUMNA DEL EDITOR
Gestos de misericordia*
N
o es suficiente haber experimentado la misericordia de Dios en nuestras vidas, es necesario que cuantos la reciben sean también signo e instrumento suyo para los demás. No se trata de hacer grandes esfuerzos o gestos sobrehumanos. El Señor nos indica un camino mucho más fácil, hecho de pequeños gestos pero que a sus ojos tienen un gran valor, hasta el punto de decir que por ellos seremos juzgados. Jesús dice que cada vez que damos de nosotros la exigencia y la capacidad de hacer comer a quien tiene hambre y de beber a quien viva y activa la fe mediante la caridad. Estoy contiene sed, cuando vestimos a una persona vencido de que a través de estos gestos diarios desnuda o acogemos a un forastero, cuando visi- tan sencillos podemos hacer una verdadera retamos a un enfermo o a un prisionero, se lo hace- volución cultural. Si cada uno de nosotros, cada mos a Él. La Iglesia ha llamado a estos gestos día hace una de estas obras, en el mundo habrá “obras de misericordia corporales” porque souna revolución. Pero tenemos que hacerlas todos corren las necesidades materiales. y cada uno. ¡De cuántos santos nos acordamos no Pero hay también otras siete obras de miseripor las grandes obras que hicieron, sino por la cordia espirituales, que responden a otras exicaridad que transmitieron! Por ejemplo, de la gencias, igualmente importantes sobre todo hoy Madre Teresa no nos acordamos por las muchas porque afectan a lo más profundo de las percasas que abrió en el mundo, sino porque se insonas y a menudo hacen sufrir más. Todos nos clinaba sobre cada persona que encontraba en acordamos de una que ha entrado a formar parte medio de la calle para devolverle la dignidad. del lenguaje corriente: “Sufrir con paciencia los ¡Cuántos niños abandonados ha estrechado en defectos del sus brazos! ¡A cuánprójimo”. Podría tos moribundos ha parecer algo de poca acompañado hasta el “En un mundo aquejado del virus importancia, algo umbral de la de la indiferencia, las obras de que nos hace sonreír eternidad teniéndoy sin embargo lleva misericordia son el mejor antídoto. los de la mano! aparejado un senEstas obras de miNos educan a la atención hacia las sericordia timiento de caridad son los rasexigencias básicas de nuestros profunda; y lo mismo gos del rostro de pasa con las otras hermanos más pequeños en los Jesucristo que cuida seis: dar buen conde sus hermanos más que está presente Jesús.” sejo al que lo necepequeños para llevarsita, enseñar al que les la ternura y la cerno sabe, corregir al canía de Dios. ¡Qué que se equivoca, consolar al triste, perdonar al nos ayude el Espíritu Santo y encienda en que nos ofende, rezar a Dios por los vivos y por nosotros el deseo de vivir con esta forma de vida: los difuntos. Por lo menos una obra al día! Aprendamos otra Es mejor iniciar por las más fáciles que el vez de memoria las obras de misericordia corpoSeñor nos indica como las más urgentes. En un rales y espirituales y pidamos al Señor que nos mundo aquejado del virus de la indiferencia, las ayude a ponerlas en práctica cada día y en el moobras de misericordia son el mejor antídoto. Nos mento en que vemos a Jesús en una persona educan a la atención hacia las exigencias básicas necesitada. de nuestros hermanos más pequeños en los que * Después de haber reflexionado sobre el misestá presente Jesús. Nos hacen estar alerta eviterio de la misericordia de Dios, desde la acción tando que Cristo nos pase al lado sin que lo redel Padre en el Antiguo Testamento, hasta la de conozcamos. Viene en mente la frase de san Jesús que en los evangelios muestra con sus paAgustín: “Tengo miedo de que el Señor pase y no labras y gestos que es la encarnación misma de la lo reconozca, de que el Señor pase a mi lado en misericordia, el Papa anunció en la audiencia una de estas personas pequeñas, necesitadas y general de esta semana, que dedicará un nuevo no me dé cuenta de que es Jesús”. ciclo de catequesis a las obras de misericordia Las obras de misericordia despiertan en corporales y espirituales.
Papa Francisco
¿Qué clase de sociedad queremos?
C
reo que a nadie le es ajeno la inestabilidad sociopolítica de nuestro entorno y que, por lo general, la primera premisa que enfrentamos en medio del caos que amenaza con destrozar todo a su paso es reconocer que, en tiempos de ‘cambios radicales’, es necesario evaluar sus consecuencias no solo en términos positivos, sino también con el terrible e ineludible ‘peso’ de tener que decidir. Siempre que hay una crisis y cunde el caos, hay una normal y espontánea tendencia a buscar el equilibrio, una especie de equilibrio perdido. Mas, la cruda realidad, más allá de buscar una armonía ideal, nos interpela, más bien, a tener que decidir. Vale decir, a decidir lo que queremos, amén de luchar y pelear por lo que se quiere. Queda claro, pues, que tenemos que decidir todo, hasta el tipo de estabilidad que queremos. Al final de cuentas, todo es una cuestión de toma de decisiones. El tipo de sociedad en que queremos vivir es nuestra decisión. Creo, por ejemplo, que a ninguno de nosotros le gustaría vivir en una sociedad donde la ‘objetivación’ o ‘cosificación’ de las mujeres necesite ser debatido. Porque, qué clase de sociedad es esa donde esos valores necesiten ser debatidos. A todos nos gustaría vivir en una sociedad donde no haya un ápice de duda de que la sola idea de la violación de las mujeres es completamente aborrecible y demencial. Lo mismo se aplica a la esclavitud, al racismo, los estereotipos y prejuicios. Los tiempos difíciles nos aproximan a decisiones difíciles de las que nadie puede sustraerse. Más temprano que tarde, tendremos que decidir. En medio de la tormenta, algunas veces se pierden los parámetros y no sabemos dónde estamos, ni lo que está pasando más allá de nuestras narices. Por eso es que los principios y valores son tan vitales como la brújula y el compás que en medio de la borrasca nos ayudan a llegar sanos y salvos a buen puerto. Vivimos tiempos muy interesantes y con grandes peligros,
Rafael Roncal mas también con grandes esperanzas. Decir que las cosas negativas que pasan a nuestro alrededor –y no las ‘castigamos’– no es ‘culpa’ nuestra, no es nuestra responsabilidad, es una falacia, toda vez que nuestra inercia o inacción es un tácito apoyo, consciente o inconscientemente, al establishment. A todo lo dicho, nuestros hijos tienen el sempiterno y difícil reto de cómo combinar una profesión con un propósito de vida. No podemos tener, por un lado, individuos conscientes de los peligros y retos de nuestro tiempo y, por el otro, personas que solo se ocupan de sus profesiones y son indiferentes a los problemas que nos aquejan. Hablemos por eso de esperanzas, que nacen de la incertidumbre y el peligro, porque hoy es más importante que nunca –especialmente para los jóvenes– estar conscientes de lo que está en juego en nuestra sociedad, sobre todo, el tipo de sociedad y país que queremos. El próximo martes 8 de noviembre tendremos la oportunidad de expresar nuestra voz y presencia a través del voto, una obligación moral que empieza con informarse a consciencia para emitir un voto responsable. No olvidemos que todos somos corresponsables de los gobernantes que elegimos y, en cierta medida, de sus gestiones, razón de más para acudir a las urnas el día de los comicios generales. No hacerlo sería no hacer nada por el Bien Común que es y será siempre una lucha común por la libertad, sin perder de perspectiva que el primer paso hacia la libertad es ser consciente de la situación de injusticia y desigualdad de nuestro entorno.
2 EL PREGONERO
OCTUBRE 27, 2016
LAS ENSEÑANZAS DE CRISTO
Cardenal Donald Wuerl Arzobispo de Washington
Ciudadanos fieles
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sta nación fue fundada sobre la idea del consentimiento democrático de las personas, que están dotadas de ciertos derechos inalienables dados por Dios. El presidente Abraham Lincoln caracterizaría más tarde nuestro gobierno como "del pueblo, por el pueblo [y] para el pueblo". Sin embargo hoy, por miles de razones, vemos desafección ciudadana generalizada y separación entre las personas en todo el país. Tenemos que darnos cuenta, sin embargo, que cada uno de nosotros tiene una responsabilidad en la dirección de la sociedad en que vivimos, y de su cultura y gobierno. Con decisiones que se toman a cada paso, que nos afectan a todos, el día de las elecciones podemos tener algo que decir sobre estos asuntos. Cada uno de nosotros tiene una obligación moral solemne de informarse y participar en la vida cívica, incluyendo la emisión del voto por los candidatos y sobre cuestiones electorales en todos los niveles –nacional, estatal y local–, así como otras cosas tales como discutir los problemas con los demás y ponerse en contacto con los funcionarios públicos para comunicarles sus preocupaciones. "Ninguno de nosotros puede decir: 'No tengo nada que ver con esto'", ha dicho el papa Francisco. Con respecto a los funcionarios públicos, agregó, cada uno de nosotros tenemos que decirnos a nosotros mismos: "Yo soy responsable de su gestión, y tengo que hacer lo mejor para que gobiernen bien, y tengo que hacer todo lo posible por participar en la política, de acuerdo a
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mi capacidad". Es cuando la gente buena permanece en silencio y no hace nada, que la injusticia y el mal son capaces de echar raíces. Una sociedad justa con igualdad y libertad para todos no se produce automáticamente, debemos trabajar para ello. Esto significa trascender la ganancia individual y la ambición personal, e ir más allá de los partidismos, de modo que podamos trabajar juntos por el bien común y el orden justo en la sociedad, en una forma que reconozca la dignidad intrínseca de todos. Las elecciones que hagamos contribuirán a la bondad –o maldad– de la sociedad. Para esta temporada de elecciones, como en el pasado, los obispos de Estados Unidos han publicado un documento titulado ‘Formando la Conciencia para ser Ciudadanos Fieles’, en el que desafían a los votantes a que analicen críticamente las promesas de campaña y elijan líderes de acuerdo a "un tipo diferente de compromiso político: uno modelado por las convicciones morales de conciencias bien formadas y enfocadas en la dignidad de cada ser humano, la búsqueda del bien común, y la protección de los débiles y los vulnerables", como es expuesto más ampliamente en la doctrina social de la Iglesia (14, 17-18 ). En el ejercicio de la función cívica, nuestra fe no se puede dejar en casa. Más bien, necesitamos conocer, y luego llevar al proceso, nuestra visión y valores morales (Id., 10-11). Por el contrario, donde las políticas públicas son separadas de la verdad objetiva y la justicia social, pronto no tendrían coherencia racional o autoridad moral. Cada cristiano es encargado de bus-
car primero el reino de Dios. Pero nosotros emprendemos nuestras tareas en diferentes formas (Id., 15-16). Como ya lo discutí en detalle en un artículo anterior en El Pregonero, la función del clero es proporcionar la formación espiritual y moral, enseñando claramente y en su totalidad el mensaje del Evangelio con sus imperativos. Son las laicas y los laicos quienes tienen la responsabilidad igualmente demandante de aplicar estos imperativos en el orden político y social (‘Los problemas de los sacerdotes políticos: La urgencia de liderazgo laico’/septiembre 15, 2016). Es precisamente la voz y la participación de los laicos las que en última instancia determinan la dirección de la sociedad. Cada elección coloca frente a nosotros serias opciones morales. Lo que nos define como pueblo, en una escala no muy pequeña, es cómo respondemos. Esas cuestiones fundamentales, que afectan a la vida humana, la dignidad y la verdadera naturaleza de la persona humana deben estar siempre en la parte superior de la lista (Ciudadanos Fieles, 21-30, 40-45, 64-67). También es importante la libertad religiosa, que toca el núcleo trascendente de la persona y el espíritu (Id., 72). Sin embargo, estos no son exclusivamente cuestiones "católicas". Son problemas humanos. La vida humana y la libertad no son doctrinas católicas. Son realidades humanas básicas. La Iglesia reconoce y aplaude la libertad personal en la toma de decisiones morales, incluida la política. Sin embargo, como dice el papa Francisco, uno no debe "confundir la libertad genuina con la idea de que cada individuo puede actuar arbitrariamente, como si
no hubiera verdades, valores y principios para proporcionar orientación, y todo fuera posible y permisible" (Amoris Laetitia, 34 ). Al ofrecer esa orientación, la Iglesia no está imponiendo creencias religiosas subjetivas sobre nadie ni dictando los resultados, sino que está trayendo al proceso el reconocimiento de los principios objetivos y universales con respecto a la dignidad humana trascendente, el bien común y lo fundamentalmente bueno y malo (Ciudadanos Fieles, 12). De hecho, todos podemos estar agradecidos de que por más de 100 años, el cuerpo articulado de la doctrina social de la Iglesia ha ayudado a moldear y formular legislación y políticas públicas en las áreas de atención de la salud, el trabajo y las relaciones humanas, la asistencia social y el equilibrio apropiado de los derechos humanos dentro del bien común. Ésta bien informada doctrina se aplica igualmente hoy en la cabina de votación (Id., 40-56). La participación cívica no es una tarea sencilla para los ciudadanos fieles (Id. 31-39). Se requiere una disposición para escuchar la enseñanza social católica, y luego aplicarla concienzudamente a la esfera política. Debemos orar por orientación en nuestras decisiones cívicas a fin de mantener la dignidad de toda vida y el bien común. Debemos aprender acerca de los problemas y donde se ubican los candidatos. Debemos votar en reconocimiento de la importante contribución que cada voz hace el día de elección, y debemos permanecer comprometidos a construir una civilización de justicia, paz y cuidado de unos a otros.
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OCTUBRE 27, 2016
EL PREGONERO 3
REFLEXIONES
COLUMNA DEL EDITOR
Era forastero y me acogisteis* – estaba desnudo, y me vestisteis–
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n nuestros días es más actual que nunca la obra que se refiere a los extranjeros. La crisis económica, los conflictos armados y el cambio climático llevan a muchas personas a emigrar. Sin embargo, la migración no es un fenómeno nuevo, pertenece a la historia de la humanidad. Es falta de memoria histórica pensar que es propia solamente de nuestra época. En la Biblia hay muchos ejemplos concretos de migración. Abraham a quien la llamada de Dios lleva a abandonar su país para ir a otro: "Sal de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré" (Gn 12.1). El pueblo de Israel que desde Egipto, donde era esclavo, atravesó el desierto durante cuarenta años, hasta llegar a la tierra prometida. Y también la Sagrada Familia, María, José y el niño Jesús, se vio obligada a emigrar para escapar de la amenaza de Herodes, y huyó a Egipto donde permaneció hasta la muerte del monarca. “La historia de la humanidad es la historia de las migraciones: en todas las latitudes, no hay pueblo que no haya conocido el fenómeno de la migración. A través de los siglos hemos sido testigos de grandes manifestaciones de solidaridad, en este sentido, aunque no hayan faltado tensiones sociales. Hoy en día, el contexto de crisis económica, favorece lamentablemente el resurgir de actitudes de cierre y de negativas a la acogida. En algunas partes del mundo se levantan muros y barreras. A veces parece que el trabajo silencioso de muchos hombres y mujeres que, de diversas maneras, hacen todo lo posible para ayudar y asistir a los refugiados y los emigrantes es cubierto por el clamor de otros que prestan voz a un egoísmo instintivo. Sin embargo, el cierre no es una solución, de hecho, en última instancia, beneficia el tráfico criminal. La única vía es la solidaridad. Solidaridad con el emigrante, solidaridad con el forastero. El compromiso de los cristianos en este campo es urgente hoy como en el pasado: en el siglo pasado la santa Francesca Cabrini dedicó su vida junto a la de sus compañeras a los emigrantes en Estados Unidos. También hoy necesitamos testimonios como ése para que la misericordia llegue a tantas personas necesitadas. Es un compromiso que implica a todos, sin excepción. Las diócesis, las parroquias, los institutos de vida consagrada, las asociaciones y movimientos, cada cristiano: todos estamos llamados a acoger a los hermanos y hermanas que huyen de la guerra, del hambre, de la violencia y de las condiciones de vida inhumanas. Todos juntos somos una gran fuerza de apoyo para aquéllos que han perdido su patria, su familia, su trabajo y su dignidad. Hace unos días, un refugiado buscaba una dirección; se le acercó una señora y le dijo: "¿Dónde quiere ir?" El refugiado, que no llevaba zapatos, le
Papa Francisco contestó: “Quiero ir a San Pedro para pasar por la Puerta Santa”. Y la señora pensó: “Pero sin zapatos ¿cómo puede andar? Y llamó a un taxi. Pero aquel emigrante, aquel refugiado olía mal y el conductor no quería que subiera, pero al final accedió. Y la señora, al lado del emigrante, le pidió que le contase algo de él, de su historia de refugiado, de emigrante. Tardaron diez minutos en llegar a San Pedro. Y aquel hombre contó su historia de dolor, de guerra, de hambre y el por qué había huído de su patria para venir aquí. Cuando llegaron y la señora abrió el monedero para pagar, el taxista, que al principio no quería que el hombre subiera al taxi porque olía mal, le dijo: “No, señora, soy yo el que tiene que pagarle porque ha hecho que escuchase una historia que me ha cambiado el corazón”. Esa señora sabía lo que era el dolor de un emigrante, porque tenía sangre armenia y conocía el sufrimiento de su pueblo. Cuando pasa algo parecido, al principio lo rechazamos porque nos sentimos incómodos, “pero… huele mal”. Pero al final la historia nos perfuma el alma y, nos cambia. Pensad en esta historia y pensad en qué podéis hacer por los refugiados. Y ¿qué significa vestir al desnudo si no devolver la dignidad a los que la han perdido? Ciertamente es dar ropa a los que no la tienen; pero pensemos también en las mujeres víctimas de la trata echadas a las calles, o en las otras, demasiadas maneras de utilizar el cuerpo humano como una mercancía, incluso el de los menores de edad. Y también, no tener un trabajo, una casa, un salario justo, o ser objeto de discriminación por motivos raciales o de fe, son formas de "desnudez", frente a las cuales, como cristianos, estamos llamados a estar atentos y dispuestos a actuar. No debemos caer en la trampa de encerrarnos en nosotros mismos, indiferente a las necesidades de los hermanos y preocupados únicamente por nuestros intereses. Es cuando nos abrimos a los demás que la vida se hace fecunda, las sociedades recuperan la paz y a las personas se les restituye su plena dignidad. * A estas obras de misericordia de las que habla Jesús en el evangelio de san Mateo, el papa Francisco dedicó la catequesis de la audiencia general de los miércoles, reiterando que los cristianos que las hacen reconocen en las personas que piden ayuda el rostro de Cristo.
Una obligación moral
L
os comicios generales del martes 8 de noviembre son un gran reto para los ciudadanos fieles, quienes en el actual contexto político quizá se sientan desalentados por candidatos con bajos índices de credibilidad y con pocos que comparten nuestro compromiso integral con la vida y dignidad humana. Lo que hace más urgente nuestra obligación de actuar, de hacer oír nuestras voces en las urnas, de participar y no quedarnos al margen en la lucha por la justicia. Razón demás para enfrentar con optimismo los retos que nos plantea el momento actual, reconociendo los temas en debate para poder optar con certeza la mejor de nuestras elecciones. En esta coyuntura es de vital importancia estar debidamente informados para participar en un diálogo responsable y fructífero. En esa línea, como una contribución al diálogo público cívico, los obispos católicos de Estados Unidos emitieron la declaración ‘Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles’ (ver págs. centrales) para orientar a los católicos y a las personas de buena voluntad en el ejercicio de sus derechos y deberes, que ayude a formar sus conciencias sobre las opciones políticas en las próximas elecciones a la luz de la doctrina católica. La declaración destaca “el vínculo indisoluble que existe entre nuestro testimonio de la verdad y nuestro servicio a los necesitados, nuestro papel como discípulos misioneros convocados a salir del santuario para llevar a Cristo a las periferias con alegría y el cuidado de nuestra casa común y de todos los que en ella habitan, especialmente los más pobres”. El documento aboga también por el inalienable respeto por la vida desde la concepción hasta la muerte natural y llama nuestra atención a las amenazas que se ciernen sobre nuestra sociedad: la redefinición del matrimonio, el consumo excesivo de bienes materiales y la destrucción de los recursos naturales que afecta a los pobres, los ataques a cristianos y minorías religiosas, la restricción de la libertad religiosa, las políticas económicas que omiten dar prioridad a los pobres, un sistema de inmigración defectuoso y una crisis de refugiados mundial, las guerras,
Rafael Roncal el terror y la violencia que amenazan todos los aspectos de la vida y la dignidad humana. Esas amenazas hablan de una ruptura de lo que el papa Francisco ha llamado una “ecología integral” que es la adecuada ordenación de las relaciones de las personas entre sí, con la creación y en última instancia con Dios mismo. La declaración doctrinal de los obispos es, pues, un documento seminal para ser leído en su totalidad y no por partes seleccionadas que lleven agua al molino de uno u otro. En nuestra Iglesia, como católicos estamos llamados a cuidar de los más necesitados, incluyendo a los recién llegados a nuestro país, Estados Unidos, donde la Iglesia ha sido siempre una Iglesia inmigrante. La historia católica norteamericana es una historia de inmigrantes. Una gran familia enriquecida por el don de nuestra diversidad, donde cada uno “tiene un nombre, un rostro y una historia”. Por eso y mucho más, esta es la hora de ejercer nuestro voto –el mayor privilegio ciudadano– que nos da sentido de pertenencia a la sociedad en la que vivimos, un derecho inalienable del que ninguno puede sustraerse. Poco o nada significan los números si no participamos. No hacerlo sería condenarnos al ostracismo, a ser una mera sombra de las estadísticas, una mayoría sin voz, ni voto. Es el tiempo de hacer la diferencia en nuestros vecindarios y parroquias, de celebrar nuestras contribuciones y de asumir con entereza nuestra responsabilidad cívica en las urnas votando a conciencia, considerando que los dilemas humanos son asuntos morales mucho antes de que se conviertan en puntos de vista políticos. Votar a conciencia va más allá de la mera participación cívica, es un testimonio público de amor y compromiso con el bienestar de nuestra comunidad.
2 EL PREGONERO
NOVIEMBRE 10, 2016
LAS ENSEÑANZAS DE CRISTO
Cardenal Donald Wuerl Arzobispo de Washington
Conociendo y compartiendo la fe –Conclusión de la serie sobre Catecismos–
H
ace varios años, cuando la Iglesia comenzó a enfocarse con gran energía sobre la Nueva Evangelización, el papa Benedicto XVI nos recordó que hay dos aspectos distintos pero relacionados entre sí en esta gran iniciativa pastoral de volver a proponer el Evangelio de Cristo al mundo, comenzando con aquellos más cercanos a nosotros. En primer lugar, vamos a profundizar en nuestro propio sentido de la fe de modo que seamos capaces de dar una respuesta a la esperanza dentro de nosotros. Esta profundización del conocimiento trae consigo una apropiación más profunda del misterio de Dios con nosotros, de la revelación de la palabra de Dios y la presencia continua de Cristo en su Iglesia. Pero no es suficiente que nosotros simplemente conozcamos nuestra fe. La Nueva Evangelización nos llama a tener la confianza de compartirla. Debemos invitar a otros a entrar al maravilloso regalo de la vida nueva en Cristo. En los últimos años he tenido el privilegio de compartir con ustedes reflexiones sobre algún aspecto del Catecismo de la Iglesia Católica y del Catecismo Católico para los Adultos de Estados Unidos. He tratado de proporcionar una apreciación y comprensión más profundas de la riqueza de la fe que se encuentra tan maravillosamente resumida en los catecismos. Parte del desafío fue presentar en una forma popular la enseñanza contenida en lo que san Juan Pablo II
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describió como "un compendio de toda la doctrina católica, con respecto tanto a la fe como a la moral". Nos recordó que este catecismo no está destinado a reemplazar todos los otros catecismos y más bien, "tiene el propósito de estimular y facilitar la redacción de nuevos catecismos locales que tengan en cuenta las diversas situaciones y culturas, mientras preservan cuidadosamente la unidad de la fe y la fidelidad a
quilidad de nuestro propio corazón: "¿quién digo yo que es Jesús -para mí?". La respuesta de Pedro y nuestra propia respuesta debe ser la misma: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Sólo en la fe podemos hacer esta declaración. Sólo a través del don gratuito de Dios podemos proclamar que Jesús es el Señor. Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino en el Espíritu Santo (cf. 1 Co 12, 3).
“He quedado profundamente impresionado por el grado de compromiso de muchos de los fieles católicos tanto para aprender más sobre la fe, como para vivirla de una manera que haga realidad completamente el reino de Dios en nuestras vidas”. la doctrina católica" (Fidei Depositum). Al llevar a cabo este proyecto estaba muy consciente de que el catecismo nos dice que el propósito de la catequesis es hacer discípulos. Hemos de transmitir la fe de una manera que anime a la gente a aceptarla y vivirla. La tarea del catequista es la conversión, así como la educación. Al igual que Pedro fue preguntado por nuestro Señor "¿y tú quién dices que soy yo?", así cada uno de nosotros debe responder ante Dios y en la tran-
Mi esperanza al escribir estos artículos es que, tanto para mí como para aquellos que los leen, la fe en Jesús pueda ser renovada y fortalecida; como discípulos avivaríamos una vez más la llama de la conversión que nos vuelve hacia Cristo y nos mantiene enfocados en él como el centro de nuestras vidas. La conversión es una tarea de toda la vida. Es permanente, y todos estamos atrapados en ella en cada etapa de nuestra vida. También es totalmente dependiente de los dones del Espíritu Santo.
Es por esta razón que la oración así como el estudio juegan un papel tan importante en la conversión personal que trae en su estela un cambio de estilo de vida y un compromiso con Cristo que se desborda en todas nuestras acciones diarias. Por un lado la llamada a renovar nuestra fe y vivirla más plenamente es tan antigua como la proclamación inicial de Jesús del Evangelio. Por otro lado, es tan fresca y nueva como lo es el anhelo en nuestro corazón de acercarnos un poco más a Dios cada día. Al presentar estas reflexiones he encontrado personalmente que la revisión de la enseñanza de la Iglesia, la enseñanza de Cristo, me ha desafiado continuamente para penetrar más profundamente en el misterio de lo que significa ser un seguidor de Jesús –una persona "convertida en" Cristo¬–en todo lo que decimos y hacemos. Al hacer estas reflexiones sobre ambos catecismos he quedado profundamente impresionado por el grado de compromiso de muchos de los fieles católicos tanto para aprender más sobre la fe, como para vivirla de una manera que haga realidad completamente el reino de Dios en nuestras vidas. Cada uno de nosotros está llamado a ser un evangelista. Debemos difundir la fe y explicarla. Durante estos últimos siete años he encontrado inspiración en nuestra revisión de la fe de la Iglesia, como figura en el catecismo. Si alguien más se ha beneficiado en absoluto de este ejercicio, entonces estoy más que recompensado.
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NOVIEMBRE 10, 2016
EL PREGONERO 3
REFLEXIONES
COLUMNA DEL EDITOR
Obras de misericordia –visitar a los enfermos y a los reclusos–
L
a vida de Jesús, sobre todo en los tres años de su ministerio público fue un encuentro incesante con las personas y entre ellas tuvieron un lugar especial los enfermos, como narran tantas páginas del Evangelio: los cojos, los ciegos, los leprosos, los endemoniados, los epilépticos e innumerables enfermos de todo tipo. Jesús se acercó a cada uno de ellos y los sanó con su presencia y la potencia de su fuerza regeneradora. Por lo tanto, no puede faltar entre las obras de misericordia la de visitar y ayudar a las personas enfermas. A esa obra se añade la de estar cerca de aquellos que se encuentran en la cárcel, que comparten con los enfermos una condición que limita el don inapreciable de la libertad, todavía más valorado cuando se pierde. Jesús nos brindó la posibilidad de ser libres, a pesar de las limitaciones de la enfermedad y de las restricciones. Nos ofrece la libertad que nace del encuentro con él y del nuevo sentido que este encuentro aporta a nuestra situación personal. Con estas obras de misericordia el Señor nos invita a un gesto de gran humanidad: compartir. Los que están enfermos a menudo se sienten solos. No podemos ocultar que, sobre todo en nuestros días, en la enfermedad se hace más profunda la experiencia de la soledad que atraviesa gran parte de nuestra vida. Una visita puede hacer que la persona enferma se sienta menos sola y un poco de compañía es una buena medicina. Una sonrisa, una caricia, un apretón de manos son gestos sencillos, pero muy importantes para los que se sienten abandonados a sí mismos. ¡Cuántas personas se dedican a visitar a los enfermos en los hospitales o en sus hogares! Es una obra inapreciable de voluntariado. Cuando se realiza en nombre del Señor, también se convierte en la expresión elocuente y eficaz de la misericordia. ¡No dejemos solos a los enfermos, no les impidamos que encuentren alivio, ni a nosotros enriquecernos con la cercanía a los que sufren! Los hospitales son verdaderas "catedrales" de dolor donde, sin embargo, se hace evidente también la fuerza de la caridad que sostiene y siente compasión. Pienso lo mismo de los que están encerrados en la cárcel. Jesús tampoco se ha olvidado de ellos. Haciendo de la visita a los prisioneros una obra de misericordia quería invitarnos ante todo a no convertirnos en jueces de nadie. Por supuesto, si uno está en la cárcel es porque se ha equivocado, no ha respetado la ley y la convivencia civil. Por eso está cumpliendo su pena en la cárcel. Pero, no obstante lo que haya hecho un prisionero Dios sigue amándolo. ¿Quién puede entrar en lo más profundo de su conciencia para entender qué siente? ¿Quién puede comprender el dolor y el remordimiento? Es demasiado fácil lavarse las manos diciendo que se ha equivocado. En lugar de eso, un cristiano está llamado a ayudarle para que el que se ha equivocado, se dé cuenta del mal que ha hecho y recapacite. La falta de libertad es, sin duda, una de las privaciones más grandes para el ser humano. Si a esto se añade la degradación a causa de las
Papa Francisco condiciones, a menudo desprovistas de humanidad, en las que viven estas personas, efectivamente es el caso de que un cristiano se sienta llamado a hacer todo lo posible para devolverles la dignidad. Visitar a las personas en prisión es una obra de misericordia que, sobre todo hoy en día, asume un valor particular debido a las diversas formas de justicialismo a la que estamos sometidos. Por lo tanto, que nadie señale con el dedo a nadie; al contrario seamos instrumentos de misericordia, compartamos y respetemos. A menudo pienso en los que están en la cárcel, los llevo en mi corazón y me pregunto que los ha llevado a delinquir y cómo han podido sucumbir al mal en sus diferentes formas. Sin embargo, junto con estos pensamientos siento que todos necesitan cercanía y ternura porque la misericordia de Dios hace maravillas. ¡Cuántas lágrimas he visto rodar por las mejillas de prisioneros que tal vez nunca en su vida habían llorado! y sólo porque se han sentido acogidos y amados. Y no olvidemos que Jesús y los apóstoles pasaron por la experiencia de la prisión. En los relatos de la Pasión sabemos los sufrimientos al que el Señor fue sometido: capturado, arrastrado como un malhechor, escarnecido, flagelado, coronado de espinas. ¡Él, el único inocente! Y también san Pedro y san Pablo estuvieron en la cárcel”. Durante el Jubileo de los Reclusos, el domingo pasado, vinieron a verme un grupo de detenidos del norte de Italia y que cuando les pregunté qué harían antes de regresar a su destino, me contestaron que iban a la cárcel Mamertina para compartir la experiencia de san Pablo. Fue muy hermoso escuchar esas palabras, me hicieron mucho bien. Esos presos querían encontrarse con el san Pablo prisionero. Es conmovedora la página de los Hechos de los Apóstoles que narra la prisión de Pablo: se sentía solo y quería que alguno de sus amigos fuera a verlo. Se sentía solo porque la mayor parte le había dejado solo, al gran Pablo. Como podemos ver estas obras de misericordia son antiguas y, sin embargo, son siempre actuales. Jesús dejó lo que estaba haciendo para ir a visitar a la suegra de Pedro; una obra antigua de caridad, realizada por Jesús. No caigamos en la indiferencia seamos instrumentos de la misericordia de Dios. Todos podemos serlo y nos sentará mejor a nosotros que a los demás porque la misericordia pasa a través de un gesto, de una palabra, de una visita, y esta misericordia es un acto para devolver la alegría y la dignidad a aquellos que las han perdido.
La ley de la amistad
U
n gran amigo, el más leal y jovial, partió inesperadamente el pasado domingo a las 4:30 de la tarde, dejando una gran tristeza y un inmenso vacío en el corazón de todos los que lo conocimos. Era un ‘niño’ con un espíritu juguetón y mirada intensa e inquisitiva cuando se comunicaba y forzaba el ‘diálogo’ con su tozuda y persistente mirada. Hacía gala de una paciencia proverbial que llamaba y ganaba la atención de los que estaban a su alrededor, para muchos un ‘actor’ sin igual, digno de un Óscar. Era el compañero ideal e incondicional en los momentos de soledad, compañía sin par, que llenaba los vacíos de la melancolía y la ausencia de seres queridos. Era pequeño, pero con un corazón gigante que abrazaba a todos los que lo conocieron y a quienes encandilaba con su carácter vivaz y exhuberante. Solíamos ‘leer’ juntos por horas, los fines de semana, sin que el tiempo ni lo mundano nos importunara, salvo cuando fijaba intensamente la vista para interrumpir a ‘viva voz’ nuestra ‘silenciosa lectura’ para recordarme, iterativamente, lo vital de sus paseos por el vecindario del que se sentía dueño y señor. Era impositivo cuando se lo proponía, una imposición afectuosa porque tenía la plena certeza de que su hogar era su reino y se sentía con derechos, por su cariñosa presencia y entrega enteriza, a marcar su propio espacio, tiempo y necesidades. Es difícil encontrar las palabras justas para describir su súbita partida porque su presencia sigue siendo omnipresente en todos los rincones de su hogar y vecindario. La imagen expectante de su ‘rostro’, esperando siempre y observando fijamente a través de la ventana la llegada de su familia, era un signo inequívoco de que su mayor alegría era ‘abrazar’ a sus más caros amigos, un sentimiento mutuo. Era alegre, divertido y lleno de vida, le encantaba jugar al fútbol y no había pelota que le resistiera más allá de dos o tres días por
Rafael Roncal su ímpetu y pasión por su deporte favorito. Cuando llegaban sus ‘amigos’ y ‘amigotes’, que eran muchos, se autodesignaba un tácito liderazgo como ‘jefe de la banda’. Como buen trasnochador, era el último en abandonar las reuniones a pesar del cansancio que vencía a sus ojos bri-llantes. Era infaltable en las celebraciones en torno a una mesa. Su única debilidad: las comidas. Su personalidad, de carácter indomable y espíritu amiguero, lo hacían único por la alegría que exultaba y compartía sin cortapisas con todos los que lo conocieron. Callar su nombre sería ausentarse y negarse a compartir la tristeza. Solo hablando de su desaparición y en su nombre podemos conservarlo en vida en nuestra memoria y corazones. El duelo comienza antes que la desaparición, en la amistad, y, como este caso, antes que la amistad propiamente dicha. De dos entrañables amigos, inevitablemente, uno tiene que irse antes que el otro. Esa es la ley de la amistad que los amigos debemos aceptar. Tener un amigo, mirarle, seguirle y admirarle como amigo, consiste en saber de una manera intensa, y afligida por adelantado, siempre insistente, y cada vez más presente, que uno de los dos fatalmente verá morir al otro. No hay esa amistad sin ese conocimiento de la finitud. Su nombre le sobrevive ya. Su desaparición es única y nos conmueve como la primera. Solo espero, de corazón, que hagas compañía y le regales tu inmensa alegría por la vida, como lo hiciste con nosotros, a un amado y siempre recordado amigo que hace un cuarto de siglo nos dejó. ¡Requiéscat in pace Sherlock!