OPINION
Lunes 2 de julio de 2012
Si está en español, ¿por qué no A usarlo?
LA NACION
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ALOS porque bogas, palos porque no bogas. El viejo dicho le cae de maravillas a la Real Academia Española. En los últimos tiempos, cada vez que la RAE se pronuncia sobre algún tema o toma una decisión, todo el mundo queda disconforme. Pruebas al canto: en el artículo “La RAE limpia, fija… y suprime palabras”, aparecido en blogs.molinodeideas.com el 24/2/11, Elena Alvarez escribía sobre la RAE y señalaba: “A veces las nuevas entradas producen polémica (el destildado, retildado y redestildado guión/guion), desconcierto (¿de verdad quieren que escribamos güisqui?), carcajada (muslamen) o sorpresa (¿cómo que hasta ahora no aparecía bulímico?). Pero no sólo de incorporaciones vive la RAE. También hay supresiones. Muchas de las palabras que se eliminan están obsoletas, pero a veces también se suprimen palabras vigentes, corrientes, que están vivitas y coleando, y con previsión de seguir estándolo durante mucho tiempo. Aquí tenéis un par de palabras que la ilustre casa propone extirpar del diccionario”. Se refería Alvarez a las palabras show y tour. Quien busque en el Diccionario esas palabras encontrará que se advierte en ambos casos lo siguiente: “Artículo propuesto para ser suprimido. Avance de la vigésima tercera edición”, en color bien rojo. A continuación de lo cual sigue, como siempre, la definición. Show es palabra de origen inglés, y tour, francés, y se las puede encontrar, en el Diccionario Panhispánico de dudas, escritas con “resalte tipográfico” como corresponde a las palabras extranjeras, y con sus equivalentes en español: espectáculo (tanto en el sentido recto de ‘función pública destinada a entretener’ como en el figurado de ‘acción que causa escándalo’) y, según los contextos, función, gala, número o exhibición, para show, y para tour, vuelta (en el ámbito deportivo y escrito con mayúscula inicial) por la Vuelta Ciclista a Francia, y gira, cuando significa ‘viaje por distintos lugares que se realiza con fines turísticos’ o ‘serie de actuaciones sucesivas de un artista o una compañía por diferentes localidades’. La RAE es coherente con la línea seguida desde siempre de reemplazar las palabras extranjeras cuando hay distintos equivalentes (¡y los hay!) en nuestro idioma. En cuanto a la segunda postura, la de criticar cuando incorpora nuevas palabras o acepciones, esa se entiende menos aún. La semana pasada, muchos hablantes de español se enteraron de ello por los medios, de maneras bastante opinables. Por ejemplo, el diario El País, de España, el 23/6, titulaba así en su tapa: “La Academia bendice el matrimonio gay”. Claro que en el texto se aclaraba que esta acepción había sido la que más había “impactado en las redes sociales” (la nueva acepción reza así: “Unión de dos personas del mismo sexo, concertada mediante ciertos ritos y formalidades legales”). Hubo otras acepciones incorporadas: en memoria (“USB. F. Inform. Dispositivo externo, generalmente electrónico, en el que se almacenan datos e instrucciones para recuperarlos y utilizarlos posteriormente, conectándolo a una computadora”) o en tableta (“4. Dispositivo electrónico portátil con pantalla táctil y múltiples prestaciones”), pero no levantaron ningún revuelo en las redes sociales. El poeta y periodista Fernando Sánchez Zinny escribió a esta columna un extenso correo electrónico del que se toma este párrafo: “Escribo víctima de una sarta de dudas crueles. Nunca terminé de comprender el criterio que guía a los académicos, a despecho de la devota adhesión que les profeso. Me parece que esa ampliación del sentido de matrimonio no pasa de ser una convención complaciente, acaso útil y hasta necesaria para salir del paso en los medios de comunicación y en textos administrativos, dos ámbitos bastante pobres en general y de muy limitada influencia en el habla culta. En cuanto al resto, la verdad que su enumeración me desorienta no poco: okupa, friki, bloguero, sociata, pepero, papamóvil, chatear, son palabras de hoy, o de ayer, y la cuestión es esperar a ver qué pasa con ellas, punto que en todo caso no es de interés actual sino futuro”.© LA NACION
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A 25 AÑOS DEL ROBO DE LAS MANOS DEL LIDER JUSTICIALISTA
LINEA DIRECTA
GRACIELA MELGAREJO
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Cuando se olvida a Perón CLAUDIO R. NEGRETE PARA LA NACION
YER, domingo 1º de julio, se cumplieron 25 años del robo de las manos de Perón. Y sumarán 26 desde que el Congreso sancionó la ley 23.452/86 para la construcción de un monumento que lo recuerde. Extraña coincidencia, que bien puede explicar cómo se interpreta hoy la lealtad del peronismo hacia su máximo líder. A pesar de todos los gobiernos peronistas que se sucedieron en este largo período democrático, ninguna de las dos cuestiones fue resuelta. No se encontraron las extremidades seccionadas del cuerpo ni a los responsables de su violación, y tampoco se levantó el tan mentado monumento. Desde ya, no son hechos equiparables, pero tienen algo en común: el olvido y la displicencia del peronismo en su conjunto hacia el fundador del movimiento que les abrió las puertas de la política, el poder y los privilegios que eso implica. Si se erigiera la escultura, antes habría que resolver si la figura de Perón debe tener sus manos bien puestas, ya que, en los hechos, sus seguidores han aceptado mansamente la mutilación como algo normal e inmodificable. Ortodoxos, renovadores, progresistas, menemistas, cafieristas, duhaldistas, kirchneristas, sciolistas, duhaldistas devenidos kirchneristas, peronistas del Frepaso, disidentes y federales, del ARI y macristas, los históricos y los jóvenes maravillosos, moyanistas y gordistas, los custodios doctrinarios de las 62 Organizaciones, intelectuales y periodistas militantes, mantienen una constante que es negar –ocultar– la profanación del cuerpo de Perón, ocurrida en 1987. Aquí también el peronismo parece reiterarse en esa costumbre de aplicar selectividad a la memoria de acuerdo con las conveniencias. En el contexto de las elecciones del año pasado, pareció salir de la amnesia doctrinaria y muchos de sus dirigentes se acordaron de Perón, movilizados por necesidades políticas de coyuntura. Y hoy, que las aguas del movimiento están revueltas por pujas internas de poder, vuelven a resucitarlo. Cualquiera que sea la partitura, está claro que cada uno utiliza de Perón lo que le sirve y cuando lo necesita. A pesar de la contundente hegemonía que las distintas versiones del peronismo ejercieron en el máximo poder del país, hay una realidad que tiene la fuerza de una verdad incontrastable: su dirigencia y militancia no tuvo la más mínima intención ni decisión política de averiguar quiénes fueron los autores intelectuales y materiales de la violación del cuerpo de Perón, por qué lo hicieron y dónde escondieron sus manos. Presidentes, ministros, secretarios de Estado, gobernadores, intendentes, legisladores, dirigentes sindicales y tres generaciones de militantes que conviven hoy en el universo partidario se caracterizan por una extraña y hasta sospechosa inacción, a pesar de disponer todos los instrumentos para impulsar la investigación. El principal de ellos, la estructura de inteligencia del Estado. Una vez más, la verdad perdió frente al pragmatismo y oportunismo de la política. Así, la absoluta impunidad de los profanadores es la evidencia más contundente de que el peronismo le ha dado la espalda a la tan declamada y simbólica lealtad a Perón. También a la Justicia, para que pueda descubrir los móviles del oscuro atentado. Durante un cuarto de siglo, todos y todas esquivaron la responsabilidad histórica de encontrar a los culpables de haber mutilado el cuerpo del ex presidente. Y, probablemente, los instigadores políticos de tamaña vejación discurran con tranquilidad y hasta sean escuchados con
atención por quienes ocupan los espacios de poder del país. De lo contrario, no es fácil explicar por qué ningún gobierno se ocupó por saber la verdad. Durante el mandato de Raúl Alfonsín, hubo declaraciones de buena voluntad, pero segundas y terceras líneas de su gobierno se encargaron deliberadamente de entorpecer, trabar y distraer la investigación judicial. Los presidentes de origen peronista prefirieron hacerse los distraídos. Durante el extenso mandato de Carlos Menem, existieron algunos débiles y engañosos intentos, que terminaron en presiones ejercidas sobre la viuda de Perón a cambio de su respaldo público para la reelección del riojano, todo bajo promesas de investigación que nunca se cumplieron.
La impunidad de los profanadores es la evidencia de que el peronismo le ha dado la espalda a la declamada lealtad a Perón El efímero gobierno de la Alianza, encabezado por el radical Fernando de la Rúa y el peronista disidente Carlos “Chacho” Alvarez, ni se molestó por saber qué se podía hacer. Luego, Eduardo Duhalde siguió un camino tangencial. Dio la espalda a la profanación y a cambio propuso la construcción del mausoleo en San Vicente, que inauguró con un revival de los funerales de 1974. El homenaje al cuerpo mutilado terminó con palos, trompadas y tiros. Poco tiempo después, peronistas históricos le llevaron el problema, con ingenua esperanza, al presidente Néstor Kirchner, quien, como todo buen político, prometió ocuparse manteniendo viva una esperanza que después defraudó. En 2007, el juez de la causa tomó la iniciativa y le envió al entonces presidente un escrito en el que solicitaba los antecedentes de
más de cincuenta personas, entre civiles y militares, sospechadas de estar vinculadas al caso; todas ellas habían tenido tenebrosos vínculos con la dictadura. Dos años después, el juez recibió de la Jefatura de Gabinete una lastimosa carilla con una escueta información, obvia e inservible, de sólo uno de los nombrados. El deliberado olvido peronista hacia la violación del cuerpo de su amado jefe es una constante, a pesar de que la causa judicial sigue abierta en el juzgado N° 27, a cargo del doctor Alberto Baños. Y parece que los profanadores son más consecuentes con sus lealtades y compromisos. En 2000, el juez recibió una carta con un pequeño ataúd de madera donde había una bala y una foto de él con un punto rojo en la frente. Hace algo más de dos años, un comando entró en su domicilio para robarle tres cuerpos del expediente y su computadora portátil. Por lo visto, mientras el Estado y los gobiernos miran para otro lado, hay grupos que se mantienen atentos, activos y dispuestos a que no se hable del tema y, menos aún, se investigue. ¿Será por esto que desde el Estado nada se hizo? Recordarle al peronismo de este siglo la impunidad que todavía tienen los profanadores puede parecer un tema del pasado, necrómano, clausurado a raíz de que la investigación quedó en el vacío, una causa que, por otra parte, registra cuatro asesinatos impunes, entre ellos el del primer juez que tomó el asunto. La profanación de Perón fue un hecho de características mafiosas, la antesala de otras tantas operaciones similares que contribuirían a minar la credibilidad social en las instituciones de la democracia: zonas liberadas, apoyo de algún sector político ligado a la estructura estatal y garantía de impunidad judicial. Son los denominadores comunes que también permiten entender, en la Argentina de estos tiempos, los atentados contra la embajada de Israel y la sede de la AMIA, la incomprensible explosión del arsenal de Río Tercero, el libre accionar del narcotráfico y de la trata de personas. Es la misma
matriz delictiva que encubre el brutal e impune asesinato de la niña Candela, y la todavía inexplicable desaparición de Jorge Julio López. El Estado y los gobiernos que lo administran tienen una responsabilidad indelegable, que es investigar hasta las últimas consecuencias cada caso y explicarle a la sociedad los motivos y juzgar a sus responsables. Estos son ejemplos concretos de que nuestro país es permeable a las mafias, que muestran tener un poder superior al del propio Estado Nacional, a la República y sus instituciones, razón por la cual los gobiernos de turno no se animan a enfrentarlo. Es la herencia. La exitosa operación de la profanación del cuerpo de Perón y la impunidad de la que siguen gozando sus autores es una contundente derrota del poder estatal y, en particular, del peronismo. El silencio mantenido todos estos años por su dirigencia no hace más que ratificar el claro triunfo de los profanadores y su comando intelectual. Y una vergonzosa derrota política de los herederos de Perón. Mientras esta impunidad continúe burlando el Estado de Derecho, será más fácil y funcional a ella que el peronismo evada su obligación y a cambio manipule políticamente su recuerdo, rinda homenajes, inaugure restaurantes, produzca merchandising con su imagen, impulse un monumento que no construye, haga la señal de la “v”, y grite “¡La vida por Perón!”, antes que comprometerse a buscar a los culpables de uno de los atentados más repugnantes de nuestra historia. El robo de las manos de Perón no debería ser encasillado como una cuestión policial o ideológica. Porque, en definitiva, la profanación del cuerpo de un ex presidente es una cuestión de Estado, por lo que esa persona representó en vida y significó en la historia del país. Y, fundamentalmente, por la institucionalidad del cargo que ocupó. © LA NACION El autor, periodista, es coautor del libro La profanación. El robo de las manos de Perón
El desafío de la oposición ALEJANDRO POLI GONZALVO
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A historia argentina puede ser interpretada a partir de los ideales de Mayo, Progreso y Democracia, tal como los definió la Generación del 37, con Echeverría, Alberdi y Sarmiento como sus abanderados destacados. Por imperio del ideal de Progreso, la Argentina vivió su gran etapa ascendente desde Caseros hasta la asunción presidencial de Yrigoyen en 1916. Pero en esas mismas décadas el incumplimiento del ideal democrático engendró el drama argentino que se desencadenaría con el golpe de Uriburu, en 1930, y que caracterizamos como la barbarie institucional, la denominación conceptual precisa de la etapa descendente de nuestra historia que llega hasta nuestros días y que se desarrolla en paralelo con la lucha agónica del ideal democrático por imponerse en la sociedad argentina. Alcanzada la democracia en 1916, en términos precisos de los ideales de Mayo la equidad era la fase superadora del progreso y la democracia, que necesitaba imperiosamente de la vigencia de ambos para que fuera una trayectoria posible: la equidad era el nuevo nombre de Mayo en que debían fundirse progreso y democracia. Sin embargo, la nueva gran trayectoria que debimos recorrer a partir de ese hito fue frustrada por la confrontación de radicales y conservadores: el peronismo agregaría su cuota de graves errores a esta pérdida del rumbo histórico argentino y bajo una falsa fraseología nacional popu-
PARA LA NACION
lista, en aras de proclamar la equidad sacrificaría la democracia y el progreso. Este proceso comenzó hace sesenta años, todavía está inconcluso y se ha encarnado en la antinomia peronismo-antiperonismo que ha esterilizado la política argentina y todavía rige la confrontación entre el kirchnerismo –la forma presente que ha asumido el proteico peronismo– y el arco opositor. La vigencia de esta antinomia ha impedido la maduración de las instituciones de la democracia argentina y la conformación de un moderno sistema político, con la capacidad de generar consensos y políticas de Estado de largo plazo. La antinomia ha sido funcional a la perdurabilidad del peronismo en tanto y en cuanto los gobiernos civiles y militares que fueron su alternativa fracasaron en obtener la adhesión de las mayorías nacionales. Lo que no se suele resaltar con suficiente énfasis es que la raíz del fracaso en hacer olvidar al peronismo fue la estrategia opositora que siguieron aquellos gobiernos: una estrategia que no intentó conquistar ni las banderas ni el electorado de base que le otorga su predominio político. A pesar de invocar el ideal de la equidad como su eje político, la historia demuestra que el peronismo ha terminado sacrificando el progreso y la democracia y con ellos a la equidad. Sin embargo, ha logrado convencer a propios y extraños de que sólo él está destinado a luchar por la justicia social, la redistribución
del ingreso, la conservación del empleo o la defensa de los derechos laborales. El peronismo siempre ha sido consecuente con este discurso histórico mientras que la oposición no ha tenido nada similar que oponerle. Y es que bajo la impresión de no caer en la acusación de clientelismo, la oposición no ha peleado con todo su empeño por esas banderas, entregando mansamente su exclusivo usufructo al movimientismo peronista. Frente al anacrónico discurso nacionalpopulista, es cierto que la oposición ha reivindicado elevados valores cívicos que forman toda una cara de la antinomia peronismo-antiperonismo –como la defensa de las instituciones republicanas, la independencia del Congreso y de la justicia, la libertad de expresión, el apoyo a la educación pública, el estímulo a las inversiones y la estabilidad de las reglas de juego económicas, la libertad sindical, la inserción internacional–, pero a la par ha relegado la atención prioritaria que merecen vastos sectores de la población que subsisten en condiciones de indigencia. Para las fuerzas opositoras, trabajar sobre la antinomia para ir un paso más allá supone mantener la defensa de los valores republicanos y de una economía política acorde con el siglo XXI, puntos menospreciados por el peronismo, a la par que reivindicar la ayuda a los más necesitados, luchar a capa y espada por conseguir la igualdad de oportunidades,
aceptar que la inseguridad no será derrotada sin un ataque frontal a la pobreza y a las condiciones miserables en que viven millones de argentinos y que las regiones más retrasadas requieren de la ayuda de sus hermanas más favorecidas. La verdadera injusticia social es la riqueza que no se produce por culpa de la fraseología demagógica. La verdadera injusticia social es mantener a millones de argentinos por debajo de la línea de pobreza cuando perfectamente se pudo haber evitado. El bienestar de los argentinos ha sido sacrificado en el altar de una economía política irracional, que nos impidió crecer de acuerdo con nuestros recursos y enorme potencial. La antinomia peronismoantiperonismo, en la que ambas partes han sido corresponsables, originó un proceso de decadencia, único en Occidente, y es un pecado que la clase dirigente argentina no termina de expiar. Ante este diagnóstico, la obligación de la oposición, el eje de su estrategia de acción política, deberá ser lograr que no se siga engañando al pueblo argentino: a largo plazo la verdadera justicia social no vendrá de la mano del peronismo, pero para ello la oposición deberá integrar en sus planes de acción política no sólo los valores republicanos sino también la defensa de la equidad como prioridad absoluta. © LA NACION El autor acaba de publicar La democracia limitada (1916-1943)