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SÁBADO

Es el cocinero argentino que más factura en Europa, pero aquí es prácticamente un desconocido; tiene miles de seguidores en TV

Chakall. “Vivimos con mitos falsos, en la Argentina se come más o menos” Texto Franco Varise | Foto Ignacio Coló

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hakall puede ser un nombre extraño para cualquier persona, aunque en este caso se trata de alguien que siempre lleva un turbante de colores en la cabeza y arrastra una historia que se remonta a la gris cablera de noticias de un diario económico porteño. Nada puede ser tan raro para él. Así comienza la introducción al mundo del chef-entretainer argentino que más factura en el mundo y que en su país es un completo desconocido. Es que Eduardo López (así se llama), con 41 años, es una celebridad de la televisión portuguesa, alemana y china, donde lo miran unos 380 millones de personas; lleva publicados siete libros de cocina en Portugal, cuatro en China, uno en Alemania y otro en Brasil. Las marcas más importantes se pelean para esponsorearlo (Peugeot, Küppersbusch, Nespresso, Gant, President, Sony) y mientras tanto se entretiene con sus restaurantes, Sudaka, en Berlín; Volver, Blend y Grand Gourmet, en Lisboa, y Waver y Praya, en Algarve, una ciudad costera portuguesa. Pero su trayectoria, o lo que podría delinearse de esa manera, incluye también un fusil Kalashnikov en su cuello durante un viaje en un Land Rover de casi dos años por todo África; un pequeño restó visionario en Lisboa (Bicaense), una bailarina de la compañía teatral La Fura del Baus (con la que tuvo tres hijos), el modelaje masculino, la figura de un perro llamado Pulga (que lo acompañaba en la TV hasta que se murió), y su karma de chico: “Siempre tenía olor a comida y lo odiaba; salía con una chica y me daba vergüenza que lo sintiera. También me gustaba escribir y todos los escritores que me fascinaban habían sido periodistas, entonces, decidí estudiar periodismo”. –¿Quién sos? –Nací en Tigre. Soy cuarta generación de cocineros y mi familia siempre tuvo restaurantes. Crecí en una cocina, prácticamente. Después me transformé en el chef de las bacanales que hacíamos con mis amigos periodistas y compañeros de la facultad. –Digamos que de ahí a tu presente en Europa hay un largo trecho, ¿no? –Todo fue un solo contacto. Como allá no podía escribir, un amigo de un amigo fotógrafo me sugirió ir a trabajar a la cocina de un pequeño restaurante. A los dos meses, era el chef del Bicaense. Decidí cambiar mucho el menú, y el restaurante se puso de moda. Como le fue tan bien, los dueños decidieron refaccionar-

Señas particulares Eduardo López Edad: 41 Pasado Estudió periodismo en la Universidad del Salvador y trabajó como crítico de discos de rock Presente Se transformó en una celebridad de la cocina con un show televisivo que hoy es furor en Portugal, Alemania y China lo con la cocina a la vista. Ahí me veían cocinando muchas personas importantes, servía 120 platos por noche, y me contactaron de la agencia Lead Models para hacer algunas campañas publicitarias como modelo. De caradura. –¿Entonces así empezó todo? –No, a los siete meses dejé el restaurante. Es que yo no me había ido a Europa por trabajo. Era mediados de los noventa, tenía 25 años, y en la

Argentina ganaba bien. Pero tenía dos ideas: hacer un viaje largo y no volver nunca más a la Argentina. Estaba cansado de la estupidez de acá, pero entiendo que la culpa no es del país, sino mía, que nací en el lugar equivocado. –¿Qué tipo de viaje? –Recorrer todo África en un Land Rover. De chico era muy fanático de las novelas de Wilbur Smith y siempre había soñado con conocer bien ese continente. Junté plata y con un amigo inglés compramos un Defender 110 al Ejército británico. Empezamos cuatro [uno era un amigo argentino que abandonó a los tres meses] en Lisboa, bajamos por toda la costa oeste de África y subimos por el Este. Cruzamos tres países en guerra y hasta casi me matan con un Kalashnikov en la frontera del Congo. Fueron en total 70.000 kilómetros durante casi dos años. Una inconsciencia que fue lo más importante que hice en mi vida, después de mis hijos... A estas alturas del relato habría que abrir un paréntesis. Chakall o Eduardo (como prefieran) no es sólo un chef. Hizo de sí mismo una marca, un negocio al que se entregó a pleno. En YouTube pueden verse los capítulos de su show de entrete-

nimiento que mezcla turismo, humor y cocina. En Alemania, donde su programa emitido por la televisión abierta del canal ZDF fue nominado a lo que serían los premios Martín Fierro de ese país, comparte pantalla con otros dos chefs muy conocidos. En su show propio en Portugal, que produce y diseña, es como una especie de Anthony Bourdain en clave más humorística. Actúa y cocina. Donde Chakall pone el cuchillo brota el dinero... –¿Y cómo siguió la historia después de África? –Cuando vuelvo a Portugal tuve la idea de poner un restaurante afrodisíaco. Y con unos amigos abrimos Afreudite, que terminó siendo un suceso. Pero al año vendí mi parte y me puse una empresa de catering. –¿Catering? –Sí. Me compré una casa en Lisboa y empecé a hacer la cocina para eventos de empresas. Nunca aprendí de nadie ese negocio y empecé hacer lo que me gustaba: servía la comida en tubos de ensayo, que en 2000 era muy raro, en bandejas de acrílico de colores, cosas así. Vos pensá que cuando tenía 15 años me fui a Punta del Este en Kayak y ya me había conseguido sponsors para financiar ese viaje... –¿Y cómo llegaste a los libros? –En 2007 saqué el primer libro. Me lo habían propuesto antes, pero no me interesaba. El hecho de haber sido periodista era una ventaja. Y en un momento pensé que era un buen momento. El libro Cocina Divine son más que recetas porque hago crónicas de mis vivencias y de mi infancia. El libro fue un éxito con siete reediciones y gané el Best Innovative Cookbook en Londres. –¿Y la televisión? –Yo ya hacía mi programa en Portugal, Sabores divinos. Cuando recibí el premio, hice una exposición que causó gracia. Y un tipo me ofreció participar de un programa de chefs en China, Silk Road Food, y a los chinos les gustó tanto que el programa terminó en televisión abierta con 380 millones de espectadores. –¿Cómo te definirías? –Soy un entretainer al que le gusta comer rico y que la gente coma rico también. –¿Qué te parece la cocina en Buenos Aires? –Los restaurantes étnicos son un chiste. Incluso, hay lugares indios que sirven platos con carne de vaca. Acá en Freud & Fahler [el restaurante donde se realizó la entrevista] comí rico. Creo que hay un problema de recursos. Vivimos con mitos falsos: hay buena carne, pero también hay mucha mala carne... y muy cocida. La verdad es que en la Argentina se come más o menos. El mejor producto argentino es el helado, siempre lo digo. –¿Qué opinás de los chefs como referentes sociales? –Todo el mundo come y todo el mundo juega al fútbol. Entonces nos gusta opinar de esas dos cosas: te da una idea de que sabés del tema. Fernando Trocca me parece el mejor chef de la Argentina. –¿Te interesan las estrellas Micheling o distinciones por el estilo? –Me gusta tener clientes que coman bien, no idiotas que vengan a criticar y a creer que su gusto es mejor que el de los otros. Yo fui crítico de discos... y no puedo tocar dos notas seguidas.ß

El flamante star system de la gastronomía moderna el escenario Sebastián A. Ríos LA NACION

“U

n buen chef no es un artista, es un cocinero”, dice mirando a cámara el chef Christophe Krywonis, que junto con sus colegas Donato de Santis y Germán Martitegui conforman el jurado de la edición local de MasterChef, el primer reality show de cocina de la Argentina. Cuesta creerle. El modelo de chef que propone MasterChef tiene también algo de artista o, mejor aún, de celebridad. Basta ver la presentación del jurado durante el inicio del programa para que Donato nos recuerde que fue el chef personal de Versace, sin hacer mención alguna a su actual (y delicioso) Cucina Paradiso. De Martitegui, por ejemplo, nada se dice que comanda Tegui, el restaurante argentino que más alto rankeó en Los 50 Mejores Restaurantes de América latina 2013, distinción que otorga la revista Restaurant. Sin mucha más referencia, el “prestigio” del jurado que destaca el conductor de MasterChef al presentar a sus integrantes puede parecerle al espectador no muy diferente del que ostentan muchos de los cocineros-estrellas de la televisión, que dan

bien en cámara y son divertidos, pero que a la hora de cocinar demuestran que sólo son grandes conductores. Es que en el mundo gastronómico de hoy en día, en el que todo restaurante tiene su agente de prensa y en el que los pases de los chefs de una cocina a otra se informan como los de jugadores de fútbol, el prestigio se construye en gran medida en los medios, donde los chefs se confunden con otras celebridades. Así, para muchos, Anthony Bourdain no es más que un gran conductor de televisión interesado en viajar y probar comidas exóticas. Como Marley... “La gastronomía es tomada como un espectáculo”, se lamentaba Carlo Petrini, creador del slow food, en una entrevista publicada días atrás en Sábado, al comentar la superpoblación de programas de cocina en la televisión. Esa idea de espectáculo se confirma hoy en muchos restaurantes en los que el interior de la cocina queda expuesto –ventana de por medio– a la mirada de los comensales, que asisten a una performance culinaria en la que esperan ver brillar a los miembros del flamante star system de los cocineros. Quizá no estamos tan lejos de que en las habitaciones de los adolescentes comiencen a convivir los pósteres de One Direction con los de MasterChef.ß

Estudios culturales

Los makers: del “hágalo usted mismo” al “háganlo todos juntos” Por medio de la experiencia colaborativa y la tecnología, este movimiento mundial prioriza materializar las ideas Viene de tapa

El movimiento maker, integrado por estudiantes de carreras técnicas, inventores, emprendedores y profesionales de distintas áreas, supo entrecruzar la cultura digital con la de garage, el desarrollo de software con la manipulación de un torno y las redes sociales con el intercambio de ideas cara a cara para democratizar los medios de producción. ¿El objetivo? Materializar proyectos sin perder de vista que el motor es el hacer y que los fracasos son parte del aprendizaje. Un ejemplo local de esta dinámica fue la Netiaton, una maratón de construcción colaborativa organizada por Neti2 el año pasado en el

Detrás de las tentadoras fotos de revistas de gastronomía, de los avisos de alimentos y los cada vez más populares libros de recetas están los foodstylers o estilistas de alimentos. Profesionales que se esmeran para que el plato de comida llegue irresistible al instante en que un fotógrafo dispare para inmortalizarlo. “Antes nos llamaban ecónomos para filmación o fotos –cuenta Marcela Sorondo, que desde hace 35 años trabaja con diferentes publicaciones y marcas–. Fui la primera en usar la palabra en 1984, en la Expo Gourmet del Hotel Plaza, porque había descubierto en un libro extranjero una foto con el crédito de la foodstyler y me di cuenta de que eso hacía yo.” Navegando entre el mundo editorial, el publicitario y el de la gastronomía, el foodstyling nace con la premisa de que la comida entra por los ojos. “Mientras la mayoría la prepara para comer, el foodstylist lo hace para alimentar la vista y la imaginación”, escribió Delores Custer, autora de Food Styling, the Art or Preparing Food for the Camera, referencia entre los expertos de la disciplina. Como una de las tendencias actuales más difundidas, el foodstyling participa del auge editorial gourmet que tiene

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in bajarse de la cresta de la ola del software, el mundo está yendo casi sin pausa hacia la revolución de lo real. Se está hablando mucho de la nueva era: la de la materialización de ideas. Sucede que la cultura colaborativa comenzó a abarcar al diseño de la mano de la democratización de la tecnología. Y cuestiones como el avance de las máquinas de control numérico, hasta la aparición del hardware de código abierto dieron pie al llamado movimiento maker. Los makers son un negocio que hace unos años no existía como tal.

La foodstyler Pía Fendrik logra que los platos se vean fabulosos para la foto rellena con puré para que se viera más voluminosa, pintaba la carne con café y el bicarbonato para crear espuma”, recuerda Pía. Pero la práctica del foodstyling en los Estados Unidos cambió radicalmente a raíz de un escándalo cuando, en 1970, las autoridades intimaron a Campbell’s por haber agregado canicas a la sopa de la foto de la lata

para que simulara tener más vegetales de los que tenía. Desde entonces, se instaló una nueva biblia de restricciones que reza que todo debe ser representativo del producto. Y comestible. La nueva elite rechaza casi todos los métodos de la vieja escuela y su búsqueda se centra en traducir en la imagen congelada los aromas, las texturas y sensaciones.

en vez de tierra y que al constar de módulos verticales permite que el usuario la configure a su medida. “Cada vez somos más los que disfrutamos de estos espacios. Nos gusta compartir lo que pensamos y las posibles soluciones. Si trabajamos juntos, siempre es mejor”, asegura Boccassini. No por casualidad la primera Netiaton –el próximo 7 de junio se hará la segunda, en Correa 2442– se realizó en el Club Cultural Matienzo. Aunque no es un espacio maker, comparte muchos de sus principios: economía colaborativa, énfasis en el hacer, compartir conocimientos, aprovechar recursos tecnológicos y el uso de software libre. “Es como un club, una construcción que hace la gente al adueñarse del espacio, generar vínculos haciendo –dice Juan Aranovich, uno de sus fundadores –. Creo que hablar de la cultura maker es ponerle un nombre a algo que ya estaba pasando.” Y en distintos barrios, de hecho. Un caso paradigmático es 3D Lab Fab&Café, un lugar de Palermo en

PARA LA NACION

Entre el mundo editorial, el publicitario y el gourmet, esta disciplina en auge reafirma la premisa: la comida entra por los ojos

PARA LA NACION

Gino Tubaro desarrolló una prótesis de mano en el 3D Lab Fab&Café, un espacio en Palermo copado por makers

opinión Alejandro Repetto

Foodstyling, platos ideales para alimentar... la vista Marcela Mazzei

Club Cultural Matienzo. A Victoria Boccassini, diseñadora industrial, le llegó la invitación vía Facebook. Ese sábado llegó sola y se integró enseguida a uno de los grupos. No conocía a nadie y las profesiones eran muy variadas. Tanto, que quien la sacó de una engorrosa cuenta para hacer un hexágono fue un maestro de grado que con un lápiz y un piolín atado lo resolvió en segundos. Así, a medida que surgían opciones para crear una huerta modular, se construían las maquetas y los prototipos con ayuda de herramientas e impresoras 2 y 3D. Al final de la jornada había nacido Green Bee, una “huerta hidropónica modular hogareña” que utiliza agua

donde Gino Tubaro y Rodrigo Pérez Weiss desarrollaron una prótesis de mano impresa en 3D que cuesta 2000 pesos contra los 40.000 dólares a los que se ofrece en el mercado. Se basaron en el prototipo inicial que creó un inglés y que, gracias a la licencia abierta, pudieron bajar, cambiar y mejorar a su criterio. Otro ejemplo es Garage Lab, en Villa Ortúzar, que funciona como un espacio de trabajo colaborativo y multidisciplinario, con un Club de Hacedores donde se paga una membresía para tener la llave. Aunque más que una llave pronto será una aplicación desarrollada por ellos que permite abrir la cerradura electrónica desde su smartphone... Darío Wainer habla de Garage Lab como el “pasaje de los bits a los átomos”, un ecosistema de innovación. Los resultados son tan concretos como la construcción de un satélite. El origen de todo El germen del movimiento se halla en Estados Unidos, y muchos señalan a Chris Anderson, editor de la re-

vista Wired y autor del libro Makers, la nueva revolución industrial, como uno de los fundadores. Más que por una elaboración teórica, por un proyecto fallido que derivó en 3D Robotics, una empresa que vende drones. El plan inicial era construir en familia un helicóptero a control remoto y un robot de Lego para despertar el interés por las ciencias en sus hijos, lo que no sucedió. Su respuesta fue un blog donde publicó sus dudas. El intercambio derivó en una comunidad: Hágalo usted mismo Drones. Anderson le vio potencial comercial, se asoció con un miembro de esa comunidad y juntos fundaron la empresa. La comunidad DIN Para la Comunidad DIN (diseño independiente nacional) lo que comenzó como un problema también derivó en una empresa. Al salir de la facultad de diseño, a Matías Ottonello y Gastón Vegas se les hizo complicado vender sus productos: dejar en consignación, venta casi al costo y locales que les quitaban su etiqueta

IGNACIo CoLó

para poner la suya. No se quedaron callados y abrieron “La revolución del diseño independiente nacional”, una página en Facebook donde denunciaron todo lo que les molestaba. El primer día ya contaban con mil personas de distintos países. Pensaron entonces en una comunidad abierta de diseñadores donde plantearon catorce proyectos, cada uno para solucionar un problema. Cinco de esos proyectos se materializarán a fin de año: una tienda de dos pisos en Nueva Córdoba para que 250 diseñadores de todo el país vendan sus productos bajo el principio del comercio justo, con división de gastos y ganancia del 100% ; un café para que se generen vínculos; un centro de capacitaciones; un espacio de coworking y un estudio fotográfico. “Creemos que nuestra generación es la que puede empezar a cambiar los paradigmas de la economía, una camada de jóvenes adultos que no tiene miedo a equivocarse porque sabe que así se aprende –dice Ottonello–. Es hacer, hacer y hacer todo el tiempo.”ß

La era de la materialización de las ideas

Gastronomía

un espacio en la Feria del Libro de Buenos Aires. En “Milhojas. Páginas para comer y beber”, el ciclo de charlas a cargo de chefs, sommeliers y periodistas, la foodstyler Pía Fendrik demostrará mañana “Cómo hacer libros deliciosos”. Así, repasará junto a la fotógrafa Ángela Copello los detalles de Hadas en la cocina (V&R Editores), su flamante libro con recetas para chicos. “Es como magia”, explica Fendrik, que llevará su kit (una valijita con jeringas, pinzas, hisopos, goteros, esponjitas, plastilina para adherir cubiertos o darles inclinación a los platos, sorbetes para quitar partículas sobrantes), para mostrar en vivo y en directo. Históricamente, el estilo de las fotografías de alimentos que los foodstylers diseñaron describe una curva que va desde la sociedad de consumo estadounidense en auge de los años 50, con su estereotipo del pavo entero dorado al horno, hasta el perfil rústico de las publicaciones de lifestyle más contemporáneas, que huelen a pan casero y hierbas orgánicas sobre vajilla vintage, inspirados por Martha Stewart y su epígono australiano, Donna Hay. “Cuando empecé, hace 10 años, la tendencia era que todo luciera perfecto”, cuenta Fendrik. Y en aquella búsqueda, elementos ajenos a la comida habían ingresado al proceso. “Una ensalada estaba

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| Sábado 3 de mayo de 2014

| Sábado 3 de mayo de 2014

Soledad aznarez

“Hoy, el 90 por ciento de lo que se fotografía es comida”, asegura Marcela Sorondo, miembro de la Asociación Internacional de Profesionales Culinarios con sede en Nueva York. Fotos más reales, con platos a medio comer que muestren escenas que puedan suceder en casa, tienen la intención de mostrar que la cocina ya no es sólo para los profesiona-

les, sino que tiende al disfrute. “En los últimos años cambió la relación entre cocinar y la comida”, sostiene Carolina Colmenero, arquitecta y directora de Küche, una productora audiovisual que encara proyectos de foodstyling junto a Ximena Sáenz, la chef de Cocineros Argentinos. “Antes, para las mujeres jóvenes era casi un insulto, pero ahora cocinar se volvió algo canchero”, agrega. Küche se diferencia por trabajar exclusivamente con luz natural y porque, aunque registra el proceso completo, nunca prefiere la foto del plato terminado. “Los food blogs bajan a tierra esa cosa tech pulcra que daba lejanía –reflexiona Fendrik–. De ahí salió el concepto de porn food: que se vea supertentador, se trata de acercar la comida a la gente.” “Toda una generación de gente joven no sólo se está educando en el comer bien, sino que disfruta de aprender a cocinar –analiza por su parte Carolina Colmenero–. Y eso tiene consecuencias en la imagen, cada vez más trabajada y difundida a través de redes como Instagram.” Porque aunque los chefs hagan que el plato se vea fabuloso al llegar a la mesa, en vivo y en directo, las limitaciones de la imagen en dos dimensiones obligan a desplegar ciertas habilidades. Entre ellas saber cocinar, tener y aplicar una mirada estética personal y guardar un puñado de trucos bajo la manga, herramientas que hacen de los foodstylers verdaderos magos del porn food, es decir, creadores de imágenes que logran hacernos agua la boca.ß

ideas y personas Julieta Sopeña

Instrucciones para sortear un finde largo

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tención, fanáticos de Julio Cortázar. Quien haya leído sus Instrucciones para subir una escalera o Instrucciones para dar cuerda al reloj sabrá entender cuán romántica puede resultar la mera descripción de un hecho cotidiano. Resulta que los fines de semana extra largos también se están volviendo cotidianos (o por lo menos ésa es la sensación que nos produce la última sucesión de feriados puente). Por lo que se me ocurrió (con permiso) simular algunas instrucciones para atravesar, en Buenos Aires, el que hoy nos compete, en conmemoración al trabajador. Dejando de lado que otro prolífico escritor como Jean Jacques Rousseau sentenció que “cualquier ciudadano ocioso es un ladrón”, el ocio es en realidad (y en general) propio de la concepción misma de fin de semana. Más aun de un fin de semana largo. Éste suele arrancar un viernes o, en este caso, un miércoles por la tarde con todas las arterias de egreso de la ciudad más tapadas

que de costumbre. Escuchar música puede ayudar a menguar el estado de impaciencia. Tocar bocina, seguro que no (así que no insistamos en eso). Si logra llegar a su casa para las ocho de la noche (además de ser un dichoso), usted se cansará de encontrar en todos los noticieros las mismas dos imágenes que le recordarán el calvario que probablemente haya recién experimentado: una toma aérea del tránsito en los principales peajes ruteros y notas a cientos de pasajeros frenéticos en terminales de ómnibus y de trenes. Pero eso sí: una vez que finalmente atraviesa el umbral de la amargura y se sienta cómodamente a responder mensajes de WhatsApp, entonces el cielo es el límite: comienza oficialmente el descanso. Hay quienes prefieren la hiperquinesia social a la quietud absoluta. Quienes improvisan su agenda y quienes planifican con anticipación. Quizás el mejor fin de semana largo sea aquel que combine algo de cada una de las

opciones. Aquí, algunas ideas. Para el que tiene un millón de amigos, si aún no frecuentó Victoria Brown Coffee & Bar, está en falta. Es el nuevo bar de moda en Palermo. La magia: combina una decoración estilo industrial y reminiscencias barrocas con creativos tragos de autor. El introvertido invertirá su tiempo, en cambio, en navegar ad eternum por Internet (cuidado que tanto tiempo libre puede encontrarlo a uno anotándose en un curso de foodstyling), o en practicar binge watching de todos los programas chimenteros de la tarde que se pierde de lunes a viernes. El fin de semana largo del ordenado puede incluir actividades premeditadas como visitar la 40a Feria del Libro (actualmente, en La Rural) o la recientemente inaugurada muestra de Rómulo Macció en el Centro Cultural Recoleta (¡es imperdible!). La improvisación durante el período ocioso, en cambio, reta al hombre común a gozar de lo impensado. Si por casualidad usted andaba por Sarmiento y Avenida del Libertador ayer por la tarde, y se topó con un desbordado recital de Violetta, espero que lo haya disfrutado, por opción o por resignación. Cualesquiera que sean las actividades realizadas se intenta salir del fin de semana largo estoico. Pero no hay caso: aunque sea una vez durante el transcurso del domingo o por lo menos antes de dormir para arrancar la nueva semana, se incurre en un inefable sentimiento: nunca es suficiente.ß

Entre otras cosas, abrieron el juego a iniciativas privadas y públicas que proponen brindar a esta comunidad experiencias de realización de productos en espacios dotados de una maquinaria de diseño industrial. Potencialmente, cualquier persona puede entrar a estos espacios bajo un esquema de membresía, al mejor estilo gimnasio. Sin embargo, no es todo color de rosas... Aunque conceptualmente el laboratorio abierto y accesible para todos suena perfecto, lo cierto es que estas iniciativas bajan la barrera de acceso y no democratizan la fabricación: están lejos de estar al alcance de todos. No cualquiera está preparado para trabajar en un taller y, mucho menos, para operar equipos de corte como sierras o tornos.

Desde el punto de vista del desarrollo social, dentro de las iniciativas que se observan a nivel mundial, pocas trascienden las máquinas. Dar accesibilidad a equipamiento y conocimiento es sólo la punta del iceberg si queremos que este movimiento tenga éxito. Las plataformas facilitan el prototipado, pero, para que los productos sean reales, hay que pensar más allá de la idea en torno al objeto físico. El público objetivo, el mercado disponible, las posibilidades de producción y distribución masiva son algunas de las cuestiones que aún faltan resolver. A nivel local, Buenos Aires intenta montarse sobre esta tendencia. Existen iniciativas en distintos estados de desarrollo, todas con alta probabilidad de éxito, según viene

en algún lugar del mundo Juana Libedinsky

Macho Pálido en la jungla de cemento

T

NuEvA York

odo el mundo aquí sabe que la mejor dirección es la 5a. Avenida, con vistas a Central Park. Y el todo el mundo no está restringido a los habitantes humanos de la Gran Manzana: hay un ejemplar de halcón salvaje que claramente comparte las mismas predilecciones aspiracionales del mercado inmobiliario. La historia no es nueva: desde hace dos décadas que un halcón en particular construye su nido en 927 Fifth Avenue. Es muy raro ver un halcón en la ciudad, pero más raro aun es que, teniendo al gigantesco parque enfrente, elija instalarse en los recovecos de una glamorosa fachada neoclásica. El halcón, un ejemplar de los llamados red tails o “cola coloradas” fue bautizado Macho Pálido por su sexo y plumaje, aunque la descripción también se aplica a muchos otros solteros de oro de la ciudad, y no solamente a los que tienen plumas. Y como suele ocurrir con las celebridades de la zona (Woody Allen era su vecino de al lado,

Mary Tyler Moore la de abajo) la gente no puede parar de mirarlo. Quienes me llevan a su avistaje esta primavera son Lydia y Juanita, dos encantadoras señoras que aunque viven en Nueva York desde hace décadas, siguen con la fascinación intacta de quienes recién llegan a la ciudad. Juanita me muestra los puestos de alimentación que colocan “civiles” en el parque para la supervivencia de varias especies de aves en los inviernos feroces (aunque Macho Pálido siempre tuvo preferencia por las ratas de los basurales que, además, lleva como exquisitez a sus novias cuando éstas están empollando). Lydia me cuenta que la primera vez que hubo cría, los bird watchers habituales del parque se turnaban con colchonetas en la calle por si los halconcitos se caían al asfalto al intentar volar desde el edificio. También me regalaron Red Tails in Love, libro que narra las aventuras del Macho Pálido y su pandilla. Marie Winn, la autora, cuenta que si bien el nido lo instaló en lo alto de la fachada del 927 de la Quin-

demostrando el mercado. Sin embargo, todavía hay algunas deficiencias desde el punto de vista normativo que tornan incomprensibles problemas como las habilitaciones y los seguros. En conclusión, es indiscutible que el movimiento maker viene creciendo y consolidándose de manera exponencial. Tiene un gran potencial económico y, eventualmente, puede generar un impacto real a nivel mundial si se consolidan los ecosistemas que no sólo permitan pasar de una idea etérea a una física, sino también de una idea física a un producto que pueda ser vendido en el mercado.ß El autor es especialista en gestión de empresas de innovación y en tecnologías exponenciales

ta Avenida, para toda actividad sexual (cada uno de los intensos seis segundos de ella, un récord para el tipo de ave), siempre cruzó a su compañera de turno a la terraza de lo de Allen. En el libro hay historias que parten el corazón. Aves que empollaron dentro de un árbol enfermo, y cuando los empleados del parque fueron a cortarlo se llevaron a la trituradora a un nido con varias criaturas recién nacidas que no habían visto. La desesperación de los bird watchers llevó a que se hagan controles rigurosos antes de eliminar cualquier tipo de flora. También lograron que, en época de cría de Macho Pálido, se elimine el veneno de ratas para que el alimento les llegue fresco y orgánico a los pichones. Luego está la historia de la primera novia de Macho Pálido, a quien los cuervos del Central Park persiguieron hasta que se estrelló contra una ventana de vidrio y debió ser llevada a un santuario en Nueva Jersey para recuperarse. Y nadie olvida los primeros y enternecedores esfuerzos de Macho Pálido por procrear. Sobre todo, porque en sus comienzos en la terraza de Woody Allen, no lograba entender en qué punta de su compañera debía centrar la acción. Parte de la comedia/melodrama del halcón neoyorquino puede seguirse a través de fotos en www. palemale.com. Pero el libro es, además, una prueba emocionante de cómo la naturaleza persiste aun cuando la jungla es de cemento. Y de cómo la ciudad más dura puede ser increíblemente protectora de sus habitantes más inusuales.ß