OPINIÓN | 21
| Domingo 1º De febrero De 2015
Una fiesta de insensibilidad macabra
Jorge Fernández Díaz —LA NACION—
Viene de tapa Allí varios judíos ortodoxos con indumentaria atemporal cumplirían con los ritos finales. A Santiago ese día paradójico de sol y bandadas de pájaros le parecía sombrío y eterno. Sentía por dentro un extraño déjà vu. Una vez más estaban sepultando a una víctima de la violencia política y de la impunidad. Ser argentino se transformó en esto: la repetición trágica del silencio invicto, el delito triunfando sobre la verdad, el triste desamparo, la imposibilidad de que el dolor pueda ser unánime. Kovadloff habló en esa ceremonia y luego lloró amargamente en la intimidad de su departamento. Su antiguo discípulo y amigo, el filósofo Ricardo Forster, se acababa de referir al trabajo de Nisman: “Se construyó esa denuncia para generar todo este clima de desasosiego, de bronca, en un verano que parecía muy tranquilo”. El secretario del Pensamiento Nacional se lamentó de que la realidad haya interrumpido eso: “la alegría del verano”. El contraste, esa distancia que se ha abierto entre todos nosotros, hizo que Santiago recordara de inmediato un lejano viaje que hicieron juntos a España. Con otros profesores de filosofía pasaron de Badajoz a Portugal, y en una pequeña taberna cercana a la frontera pidieron vino verde y charlaron un rato con el tabernero: era también judío y su familia había tenido que ocultar esa condición de las persecuciones inquisitoriales y antisemitas. Bajaron a un sótano y el tabernero les mostró una puerta disimulada que tenía por fuera una cruz y por dentro una estrella de David. En esa clandestinidad protegida, en ese asfixiante reducto, sus antepasados rezaban dramáticamente a su Dios desde el siglo XVI. Fue tal la impresión de Forster que salió corriendo y llorando con enorme angustia. Kovadloff lo siguió y lo alcanzó para abrazarlo y compartir su emoción. Aquel abrazo sería hoy absolutamente imposible. Esos dos hombres de las ideas y de la palabra, esos dos ex amigos de la vida, quedaron atrapados por la empalizada de la división. Impunidad y división son los clavos del ataúd que guarda para siempre el cuerpo del fiscal que iba a denunciar a la presidenta de la Nación y que en las vísperas apareció misteriosamente baleado dentro de su propio baño. Veinticuatro horas después de las exequias y el desgarro de La Tablada, como si fuera una respuesta enajenada a ese duelo lacerante, el kirchnerismo vivió su gran fiesta de jactancias y bromas en los salones de la Casa Rosada. Los miembros del Movimiento para la Supervivencia Personal respondieron a los rezos fúnebres con los cánticos bullangueros. Se los notaba felices. La sociedad no politizada, esa misma que hace dos semanas comenzó a mirar de frente al Gobierno y fue como si lo viera por primera vez, tuvo una muestra más de insensibilidad macabra. El caso criminal saltó el cerco político y atravesó todos los programas de televisión y todas las clases sociales. Esta vez no estaban en el banquillo de los acusados el padrastro o el portero, sino la propia jefa del Estado y sus muchachos, que quedaron bajo la lupa impiadosa del público general. No sabemos si Lagomarsino es sincero o miente; lo único seguro es que para el televidente común se contradijo menos que Berni. La cantidad de datos precipitados y a la postre apócrifos que el oficialismo lanzó a la vista de todos, las increíbles declaraciones desaprensivas e irresponsables, las marchas y contramarchas, la voracidad por intentar establecer un relato que lo exculpe, los delirios conspirativos que denunció y la profunda negligencia operativa que la administración demostró día tras día tuvieron un impacto fulminante en segmentos de la población que habitualmente no se interesan por los entresijos de la política vernácula. E incluso en algunos otros: el miércoles una simpatizante kirchnerista que vacacionaba en Miami encontró por la calle a un ex miembro del Gabinete Nacional, hoy devenido en empecinado opositor, y le recriminó sus críticas:
“Vos querés que le vaya mal a Cristina”. El dirigente le explicó que eso no era cierto, y también qué cosas ocurrían de verdad puertas adentro del poder. Al oírlo, la mujer de repente rompió en llanto: “No me hagas esto, por favor –le dijo para su sorpresa-. Necesito pensar que no fui engañada. ¡Necesito creer!” Sondeos secretos que se hacen de manera febril anticipan una caída notable en la imagen presidencial a raíz de todos estos zafarranchos. “Estoy un poco averiada, como en la batalla naval, pero jamás hundida”, dijo metafóricamente el viernes. Tiene razón. Su raid mediático plagado de errores, exabruptos, cartas y cadenas no hizo más que hundirla un poco más: el Gobierno no ha dejado de cavar su propia fosa desde el minuto cero de la muerte. Podría haber encajado sobriamente la tremenda herida política que ya significaban un suicidio enigmático o inducido, o directamente un homicidio simulado y perpetrado con su responsabilidad o bajo sus propias narices. Pero intentó desde el primer momento manipular e imponer, sin compasión alguna, y entonces fue agrandando las sospechas sobre su culpabilidad. A esto se agrega la sangre fría para apuñalar todos los días al cadáver. Llenándolo de suciedades, injurias, inventos, sugerencias íntimas y otras bajezas aportadas por los servicios de inteligencia lo único que el Gobierno logró fue lastimarse a sí mismo con esos puntazos al aire que le lanzaba día y noche al fantasma etéreo de Nisman. Hubo una carrera enloquecida para desplazar al finado del lugar de víctima y alojar allí a la patrona de Balcarce 50, que pase lo que pase siempre debe ejercer su histriónico rol de mártir oficial. Debería saberlo ya: nadie le gana esa partida a un muerto. Las frases preferidas de Cristina Kirchner fueron, a su vez, granadas de mano activadas por ella misma bajo su propia mesa. Cuando la jefa del Estado repite “todo tiene que ver con todo” no hace más que confirmar el carácter caprichoso y paranoico de su estilo de gestión. No todo tiene que ver con todo, y quien llama a no separar la paja del trigo, a ver complots organizados en cualquier hecho o secuencia, y a borrar por innecesarios el azar, la impericia, la casualidad y los matices del destino, está sembrando ira y confusión, y gene-
Finalmente, la frase “no permitamos que nos dividan” parece un chiste: nadie hizo tanto como el cristinismo para desunir al pueblo argentino rando fanatismos bobos. La frase “no tengo pruebas, pero tampoco tengo dudas” en boca de la máxima autoridad del Poder Ejecutivo provoca alarma y pavor, porque demuestra un sesgo arbitrario e impredecible. Su posición de “opinator” verborrágico banaliza su propia voz. Y finalmente, la frase “no permitamos que nos dividan” parece un chiste: nadie hizo tanto como el cristinismo para desunir al pueblo argentino. Y si se refiere, como lo hizo, a los conflictos de Medio Oriente, no cabe la menor duda de que desde la voladura de la embajada israelí y la tragedia de la AMIA estamos lamentablemente involucrados en esas coordenadas. El giro geopolítico a favor de Irán y la firma del Memorándum de Entendimiento no hizo más que incrustarnos de cabeza en los lodazales donde ella ahora nos conmina a no meternos. El epílogo de la semana mostró a la Presidenta ante su obediente militancia de probeta practicando una vez más la contabilidad creativa, sumando reservas sin contar que las alquimias del Banco Central aumentan la recesión, que debió pedirle prestadas carísimas muletas a China y que cacareamos una suma sin restas a costa de permanecer en default. También “históricos” aumentos jubilatorios que ni siquiera compensan los callados incrementos inflacionarios. Carnecita para que los propios digieran el sapo y los ajenos muerdan el anzuelo y olviden por un rato el doliente déjà vu de la impunidad. ß Firmas la nacion. Todos los textos del autor, en la nueva aplicación disponible para Android e iOS
Búsqueda por Nik
Ya nada será igual para la Presidenta
Joaquín Morales Solá —LA NACION—
Viene de tapa
las palabras
La mancha de Cristina Graciela Guadalupe “Ponen al lobo a proteger a las ovejas.” (Del titular de la Asociación de Magistrados, Ricardo Recondo, sobre el traspaso de escuchas de inteligencia al área de Gils Carbó.)
C
ristina empezaba a descifrar siluetas en la mancha de humedad que se extendía por casi toda la pared de su cuarto en Olivos. Usaba su cómoda silla de ruedas para desplazarse de un lado al otro de la incipiente obra de arte, a pesar de que los médicos ya la habían autorizado a caminar. Fue así como la silla se impuso a la férula. Quizá porque, desde abajo, las sombras se ven más largas haciendo crecer las fantasías. Apoltronada entonces en su pequeño vehículo rodante, Cristina auscultaba la pared humedecida adivinando figuras, imaginando situaciones, como la niñita del cuento “La mancha de humedad”, de Juana de Ibarbourou, cuya imaginación la llevaba a distinguir islas de corales, enanos y gigantes, duendes, rosas, ríos, cielos, y hasta el perfil de Barba Azul en los descascaramientos y filtraciones de su pieza. Porque le apasiona la ficción, por el estrés de la partida o por la ansiedad anticipatoria frente a lo cronológicamente impostergable, las percepciones de Cristina en la
mancha de humedad fueron por otro lado. Primero, dudó de haber visto el suicidio de Alberto; después, tuvo la certeza de que lo mataron; más tarde, descubrió un complot contra ella: creyó divisar a un hombre volviendo de apuro y a otro intentando huir, y hasta sospechó de un crimen pasional. De pronto, identificó una casa de espías tomada por las llamas y ordenó apagar el incendio con nafta. Creyó que los miles de turistas de la playa la ayudarían a sofocarlo, pero la abandonaron. Hasta que un día, como en el cuento de doña Juana, en que un desalmado pintor de brocha gorda llamado Yango, contratado por los padres de la pequeña de la historia, hizo desaparecer la mancha bajo firmes pincelazos de cal, la fantasía de Cristina cayó desmoronada ante las certezas de Viviana, una puntillosa “Yanga” con trabajo de fiscal. Ya sin pantalla donde recrear sus sueños, Cristina se abocó al relato, reescribiendo el cuento infantil de la bestia hambrienta dispuesta a cuidar a los corderos. Y volvió a desbarrancarse. Un tal Ricardo, que olfateó el plagio, se dio cuenta de que estaban por dejar a las ovejas al cuidado del lobo, al espionaje en manos de la jefa de los Yangos. El Minotauro, al que creía cercado, se escapó de la trampa, y el hilo de Ariadna, cada vez más débil, ya no conduce a nada.ß
Nisman sólo mostró sin maquillajes, y por otras razones, la increíble promiscuidad entre servicios de inteligencia y el lumpenaje político que rodea al oficialismo, entre empinados funcionarios y operadores de ideología nazi-fascista. La extraña muerte del fiscal y la pésima reacción de la Presidenta contribuyeron, sí, a profundizar las consecuencias políticas de aquella denuncia. ¿Qué provocó esa muerte? ¿Un suicidio? ¿Un suicidio inducido? ¿Un homicidio? Las teorías y sus interpretaciones abundan. Sólo existen tres hipótesis. Una es la de la Justicia argentina, que hasta ahora no encuentra más pruebas que la de un suicidio, aunque sigue investigando el caso bajo la carátula de “muerte dudosa”. Otra es la de su familia, que coincide con la de gran parte de la sociedad argentina, que no cree en el suicidio de Nisman. La tercera viene del exterior. Varios países occidentales (Estados Unidos, entre ellos) desconfían del suicidio y promueven una investigación profunda de lo que sucedió en el departamento de Nisman el día de su muerte. El gobierno de Israel (o un sector de él) está convencido de que lo mataron sicarios del gobierno iraní con cómplices locales. Es la teoría que, a grandes trazos, publicó el influyente diario británico The Telegraph, aunque éste incluyó a una célula de espías locales cercanos al Gobierno que habría operado sin autorización de Cristina Kirchner. Una Argentina desconfiada no creerá jamás en el suicidio de Nisman. Digan lo que digan, muestren lo que muestren. Es imposible establecer ahora si la espectacular denuncia de Nisman sobre el presunto encubrimiento de terroristas por parte de la Presidenta y su canciller merecerá una condena judicial. Pero ya existe una condena política en la sociedad, sobre todo después de las escuchas telefónicas que mostraron lo peor del kirchnerismo. Las grabaciones que se conocen son sólo una parte insignificante del material acumulado por el fiscal muerto. En diciembre pasado, Nisman le contó a un amigo que tenía grabadas conversaciones desde teléfonos de la Casa de Gobierno que probaban el encubrimiento. No había intervenido teléfonos oficiales, pero éstos se habían comunicado con personas que sí tenían sus teléfonos intervenidos. “Tengo todas las pruebas en mis manos”, le aseguró Nisman a este periodista un día antes de hacer la denuncia y cinco días antes de morir. Hasta es probable que Cristina Kirchner haya tenido información previa sobre el trabajo del fiscal. ¿Por qué decapitó a la ex SIDE en diciembre? ¿Por qué nombró en su dirección a Oscar Parrilli, el funcionario que hacía de nexo permanente (lo hizo durante años) con el piquetero Luis D’Elía, a quien el antisemitismo le brota por los poros? ¿Cómo despegar a Parrilli de Cristina, si Parrilli es, y fue siempre, un simple y sumiso cumplidor de órdenes presidenciales? ¿Por qué nombró como segundo del espionaje a Juan Martín Mena, el abogado que escribió el argumento jurídico del acuerdo con Irán? ¿Lo hizo, acaso, para que los autores de esos acuerdos secretos y oscuros se encargaran de desarmar el trabajo de Nisman? El trabajo de Nisman ya estaba hecho. Y desnudó, buscando otra pista, las covachas vergonzantes del oficialismo, como su vinculación con las barras bravas del fútbol. En estas grabaciones, otra vez apareció D’Elía como un nexo importante entre el trabajo sucio y la plata negra del oficialismo. Es, al fin y al cabo, un gobierno sin suerte. O la desgracia es demasiado grande como para tener suerte. Intentó en vano tapar una muerte imponente con decisiones que sólo empeoraron las cosas. La disolución de la ex SIDE no carece de cinismo. El espionaje oficial fue el ejecutor de las políticas kirchneristas frente a opositores, empresarios, sindicalistas y periodistas. Muchos medios oficialistas recogen, y recogían, su información diaria en oficinas de la ex SIDE, no en despachos políticos del Gobierno. La vi-
da privada de muchos argentinos, sus conversaciones telefónicas, sus historias manipuladas y falseadas fue obra de los agentes de la ex SIDE, debidamente publicada por los medios financiados por el Gobierno. ¿Cómo quejarse ahora, entonces, porque la democracia no supo hacer servicios de inteligencia profesionales, como dijo la Presidenta? ¿Cómo, si fueron ellos los que profundizaron la vieja práctica de la ex SIDE de meterse en cuestiones políticas y personales, en lugar de resguardar la seguridad nacional? Enesaatmósferadereformasque no cambian nada aparece la figura de Alejandra Gils Carbó. La jefa de los fiscales provocó una bronca infinita entre los fiscales. “La denuncia de Nisman amerita una profunda investigación. Las escuchas están y comprometen al Gobierno”, dijo uno de los más serios y prestigiosos fiscales. Sin embargo, Gils Carbó no advirtió nunca que su cargo le imponía la responsabilidad de hablar pública y sinceramente del caso Nisman. Era su deber, pero el cargo la sobrepasa permanentemente. En lugar de ser la jefa de un virtual cuarto poder, según la Constitución de 1994, prefirió la adhesión política que terminó con el mal momento que debió pasar en el velatorio de Nisman. Hay, es cierto, una fisura entre los fiscales. Una minoría está vinculada a Justicia Legítima, la creación de Gils Carbó, que se manifestó escandalizada por el procesamiento de un fiscal alejandrino por su mala praxis, Carlos Gonella. Esa fracción no dijo nada sobre la muerte irremediable de otro fiscal, Nisman. Ni la muerte sensibiliza la dureza ideológica. El contexto es el menos propicio para poner en manos de Gils Carbó las escuchas telefónicas, según el proyecto de la Presidenta. La intervención de los teléfonos por parte del Estado sólo puede ser autorizada por un juez. En teoría. El trabajo lo hace la ex SIDE, que termina escuchando las conversaciones de medio mundo. Cristina decidió ahora sacarles ese poder a los espías en los que casi no confía para depositarlo en manos de Gils Carbó, en la que sí confía. Ahora bien, si es un trabajo que sólo pueden ordenar los jueces, ¿por qué la oficina de intervenciones telefónicas no está en la órbita de la Corte Suprema de Justicia? Porque la Corte es considerada enemiga por la Presidenta.
El final de una era personalista y autoritaria no significa nunca una transición ordenada hacia un régimen distinto La otra decisión de Cristina Kirchner para distraer fue la designación del abogado penalista Roberto Carlés como miembro de la Corte Suprema. No será juez de ese tribunal, porque la oposición se comprometió en un documento firmado a no darle al Gobierno los dos tercios necesarios de los votos en el Senado para nombrar a un juez supremo. Carlés mintió en su currículum y, encima, era un empleado sin funciones específicas en el Senado. Hizo cosas peores. En noviembre pasado lo llamó por teléfono desde el Vaticano al senador Ernesto Sanz, presidente del radicalismo, partido que tiene en el Senado el mayor número de votos opositores, para insinuarle que era el candidato del papa Francisco para el cargo en la Corte. Le aseguró a Sanz, a quien no conoce, que recibiría llamadas de importantes personas. Nadie llamó a Sanz. Tuvo la misma conversación con el ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, a quien le pidió que intercediera ante Sergio Massa. Un dirigente opositor decidió chequear la información con el Vaticano. La respuesta de un colaborador del Papa, corta y definitiva, fue así: “Pasó por aquí como pasan tantos argentinos, pero el Papa no tiene candidatos para ningún cargo”. Carlés es el típico argentino pícaro. El final de una era personalista y autoritaria no significa nunca una transición ordenada hacia un régimendistinto.Estámarcadosiempre por un escandaloso derrumbe, que amenaza los valores esenciales del sistema político. Y está impregnado por la degradación de la palabra, de la razón y de los sentimientos.ß Firmas la nacion. Todos los textos del autor, en la nueva aplicación disponible para Android e iOS