Viernes 17 de mayo de 2013 | adn cultura | 3
CróniCas de la selva
Una familia muy musical El más inclasificable de los grupos ya tiene su álbum fotográfico. En la Feria del Libro un narrador recordó la visita de Gardel a una sesión espiritista Hugo Beccacece | Para la nacion
“C
uando yo tenía seis años, mi madre me llevó a una sesión de espiritismo en la que iba a bajar Carlos Gardel”, contaba Luis Gusmán, entrevistado por Pablo Gianera en la Feria del Libro. “Los espiritistas son muy megalómanos. Siempre hacen bajar a gente conocida. La aparición de Gardel me decepcionó un poco. No era lo que esperaba. El espiritismo tiene que ver con lo que yo he escrito. Es un tipo de relato.” Se cumplen cuarenta años de la publicación de El frasquito, el corto relato de Gusmán (acaba de ser reeditado por Edhasa), pieza clave para entender lo que ocurrió en la literatura argentina desde los comienzos de la década de 1970. La aparición de esas páginas crueles, descarnadas, en las que la sexualidad más cruda y la violencia tienen un papel importante produjo una conmoción en el mundo literario nacional. En pocas semanas, se vendió la primera edición y con un ritmo más veloz varias sucesivas. El libro llegó hasta las cárceles y los presos le mandaban cartas al autor, que él aún conserva. Gusmán bromeó: “A mi hija le prohibí que leyera El frasquito; no antes de los 18 años, por lo menos.” “La prehistoria de ese libro es un mito. Yo tenía un hermano gemelo. Ese hermano murió. Nunca supe si yo era el primer hijo o el segundo. Empecé a escribir a los 17 años. Me formé en una biblioteca de Avellaneda. El bibliotecario, cuando leyó mis primeras cosas, quiso mostrarme que había otro tipo de literatura. Me daba libros de Mallea, de Mujica Lainez, de Bioy Casares.” Como para serenarlo. Cuando Gianera le preguntó a Gusmán si no había un aire de familia entre Sebregondi retrocede, de Osvaldo Lamborghini, Nanina de Germán García y El frasquito, Gusmán fue muy preciso: “Mi libro está más cerca de Las tumbas de Enrique Medina. El aire de familia entre Lamborghini, García y yo lo daba la revista Literal que nosotros hacíamos. Después de El frasquito quise escribir otro tipo de cosa. Me había quedado vacío. Había que cargar con la vergüenza de haber escrito El frasquito, con la violencia de ese lenguaje y de esa sintaxis. En Brillos me ocupé de cosas como el frufrú de las ropas. Brillos es un pastiche
de Leon Bloy, de El libro de los muertos y de Gombrowicz. Me di cuenta de que podía escribir una historia, algo distinto, así como después, con Villa y El peletero, me di cuenta de que podía crear personajes, incluso femeninos. Ahora tengo un nudo con la trama y con los diálogos. Me devoran. Los diálogos impiden que desarrolle más mi escritura”. Sobre la novela policial, que Gusmán escribe de un modo singular, dijo: “El género siempre te ampara. Claro que en una policial respeto mucho la verosimilitud y la trama. Y eso me crea un problema. En la Argentina no es muy verosímil que un policía sea el bueno. Hoy, el auge de la novela policial quizá se deba a que las emociones, los valores se desplazaron hacia ese género y sean poco creíbles en otros, salvo en la poesía. Lo que pasó con El frasquito fue una sorpresa para mí. Hoy, lo leen en la Facultad de Letras. Era un relato marginal, ahora es central. Quizás el destino de los escritores argentinos sea Puán, allí donde está la facultad”. “Éste es un álbum de familia”, dijo Jorge Maronna en la presentación del libro de fotografías Les Luthiers, de Gerardo Horovitz. En el café del El Ateneo-Grand Splendid estaban todos los que, de distinto modo, tuvieron que ver con esas páginas: Marcos Mundstock, Carlos López Puccio, Carlos Núñez Cortés, Ernesto Acher, Hernán Lombardi e Inés, la esposa de Horovitz, acompañada por sus hijos, además de Lino Patalano, que fue quien tuvo la idea de reunir una antología de las imágenes del famoso grupo musical, tomadas por Horovitz. “A Gerardo, que fue fotógrafo de Atlántida y de La NacioN, todos lo llamaban Zoilo”, recordó Maronna. “Era muy simpático. Se había especializado en deportes, fútbol sobre todo. Fue un autodidacta que terminó enseñando a los profesionales. Una vez vino a retratarnos, nos cayó muy bien y ése fue el comienzo de una amistad que duró treinta años, hasta 2009, en que murió. Nos acompañó en fiestas, recitales, viajes. En 2009, Zoilo pensó en hacer una muestra con todo ese material que
recordó con simpatía la figura de Gerardo Horovitz, autor de las imágenes que cubren treinta años de carrera de les luthiers Jorge Maronna Músico
El autor de El frasquito confesó que le tuvo prohibido a su hija leer aquel descarnado libro suyo antes de los dieciocho años
había juntado. Me dijo que lo ayudara a seleccionar lo mejor. Murió mientras yo lo hacía. A Lino Patalano se le ocurrió editar este libro y Ronald Shakespear realizó el diseño.” Inés, la viuda de Horovitz, comentó: “Estas fotos son la fusión de dos pasiones de Zoilo: la música y la fotografía. Comenzó como un fotógrafo de plaza. Fotografiaba parejas y chicos en las plazas, después llevaba las fotos enmarcadas a las casas de los que habían posado. Por último se volcó al periodismo, a las fotos de fútbol. Volvía cansado de las batallas domingueras en las canchas. Le encantaba hacer las fotos de los ‘Lelu’, como él llamaba al grupo.” En la contratapa del libro, hay una imagen en la que se ve a un hombre sentado al piano. Si uno no observa con atención, piensa que es un integrante de Les Luthiers: es Zoilo. Y, en verdad, era otro Luthier: el que nunca apareció, el que nunca tocó, pero el que registró, para los demás, la historia de treinta años de música y humor. Por último, Daniela Horovitz cantó las Bachianas brasileiras n° 5, de Villalobos, una de las obras preferidas de Gerardo, su padre. Las fotos van a ser exhibidas en el Centro Recoleta y después en Madrid y Sevilla.
Luis gusMán Escritor
Un caso poco frecuente. El cónsul general de España, Pablo Barrios Almazor y su esposa, Isabel Martínez, organizaron un cóctel para los escritores y periodistas latinoamericanos y españoles que vinieron a la Feria del Libro. Los invitados comentaban con asombro cómo Barrios Almazor podía recitar el currículum de sus huéspedes con una precisión asombrosa. Es más: había leído sus obras y, de tanto en tanto, iba a su escritorio y volvía con algún ejemplar que hacía firmar al autor con el que acababa de conversar. En la recepción estaban el cubano, nacionalizado español, Leonardo Padura; Gabriela Cabezón Cámara, la novelista de La Virgen Cabeza, Irma Emiliozzi, Ricardo Ramón Jarne, Diego Rojas (¿Quién mató a Mariano Ferreyra?), Mar Marín, el editor Mariano Roca, Josefina Delgado y Natu Poblet. C