Un álbum de tristes y bellas canciones de amor

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espectáculos

| Jueves 18 de septiembre de 2014

Jake Bugg y una apuesta por el desarrollo retorno. El cantante inglés y Capital Cities, antes de fin de año Aún no llegó a la Argentina el 4G, pero su ultravelocidad parece estimular a los productores de conciertos. En el mismo año en que debutaron, en el marco del primer Lollapalooza bonaerense, Capital Cities y Jake Bugg vuelven a pisar un escenario local. El inglesito que sueña con tener la voz de Bob Dylan se presentará el 22 de noviembre en La Rural, y el dúo angelino, el 5 de diciembre en el Luna Park. La apuesta al desarrollo en la región de nuevos artistas del rock global salta a la vista. Bugg retorna a ocho meses de su debut y Capital Cities, a nueve. Ambos tocaron en el corredor Santiago de Chile, Buenos Aires y San Pablo ideado por Lollapalooza y ambos regresan rapidísimo para afirmar la buena imagen que dejaron en nuestro último verano. Sus giras por América del Sur vendrán a completar el viaje que están iniciando por América del Norte. Si algo probaron las rápidas visitas de Lana del Rey, el año último, y Lorde, esta temporada (otra de las caras que poblaron el Lolla), es que las nuevas figuras planetarias son capaces de concentrar un público tan fiel como el de aquellos que ya tienen una trayectoria. Si ellos, quienes los manejan y los productores de la región están dispuestos a desarrollarlos, se encontrarán con progresos tan estimulantes como concretos. Por caso, que los autores del hit “Safe and Sound”, Ryan Merchant y Sebu Simonian, cierren el año en nuestro Luna Park es una prueba de ello. Tienen sólo un disco y uno más posee Jake Bugg. Los que manejan las acciones del joven de 20 años plantean su carrera a nivel global. No hay que esperar a que estalle en Gran Bretaña primero y en Estados Unidos después para atacar el resto del mundo. Se puede hacer todo a la vez, a la velocidad del mercado y del 4G. ß Sebastián Espósito

Haydée Schvartz y Víctor Torres

Un álbum de tristes y bellas canciones de amor raras partituras. La pianista Haydée Schvartz y

el barítono Víctor Torres actúan en la Biblioteca Nacional

Pablo Gianera LA NACIoN

Una especie de poema lírico de extrema brevedad. Así definía JeanJacques Rousseau a la canción en su Diccionario de música. Esa descripción escasa condensa una historia y anticipa un desarrollo: el de la relación entre música y texto y el de la forma misma de la canción. A partir de ahí puede tenderse un arco temporal amplísimo que conecta el siglo XVI del inglés John Dowland con el mundo del argentino Mariano Etkin y estaciones intermedias en Franz

Schubert, Charles Ives, Erik Satie o Gerardo Gandini. Esa perspectiva es la que desplegarán el barítono Víctor Torres y la pianista Haydée Schvartz, hoy y mañana en la Biblioteca Nacional, en un concierto con el título Álbum de canciones. Sin orden cronológico, el programa habilita los contrastes. ¿Existen recurrencias o cada canción tiene sus propias reglas? “Creo que pasan las dos cosas –explica Torres–. Las coincidencias las encontramos al prepararlas. Este programa nos fue entregado, como una especie de armazón, y nosotros lo

modificamos. Se me ocurre que lo que las une es que no hay ningún allegro con fuoco, no hay ningún brioso, no hay nada de eso. Es todo lunar, melancólico, liviano. A mí me gusta cantar eso. Lo bello, si triste, dos veces bello.” Patrimonio musical El programa, que luego del concierto tendrá una publicación discográfica, forma parte de Raras Partituras, formidable proyecto de difusión y edición del patrimonio musical que la Biblioteca Nacional inició en 2004 y que incluye repertorios que van del Cuchi

Leguizamón a Gerardo Gandini y Juan Carlos Paz. “Si bien el programa nos fue dado por José Manuel Serrano –cuenta Schvartz–, el enamoramiento fue inmediato. Son las obras que uno elegiría para un programa ideal. Es casi como un premio, un regalo. Cada obra es una gema, una piedra preciosa, y contiene un mundo”. “¿Sabés lo que hay en estas canciones?”, pregunta Torres. “Hay vacío y compases vacíos. Hay muchos silencios”. La relación entre piano y voz no es indiferente a esta cuestión. “Yo nunca siento que lo que hago sea acompañamiento –dice Haydée–. En la canción de Henry Purcell, que estaba escrita para laúd, el bajo tiene algo procesional. Es perfecto. No necesita nada más pianísticamente. Y el piano posee la capacidad de hacer un bajo de esas características, casi ascético.” Las canciones de Franz Schubert (“Ihr Bild”) y de Robert Schumann (“Ich hab’ im Traum geweinet”) son particulares porque al excluirlas del ciclo original al que pertenecen se vuelve necesario restituirles una atmósfera ausente. Según Schvartz, “la clave consiste en saber qué lugar ocupan estas piezas en el ciclo: a veces son el clímax, y otras veces el anticlímax. En el arco de este programa, «Le spèctre de la rose», de Berlioz es, por ejemplo, un clímax. Y en «Vocales II», de Etkin, encontramos una restricción permanente que oculta una enorme pasión”. Situar juntos a Dowland y a Gandini, a François Couperin y a Scriabin o Etkin propicia también iluminaciones mutuas entre lenguajes distintos y distantes. “Sí, absolutamente, eso se puede ver en muchos aspectos: en la tonalidad, en las texturas, en los textos mismos”, señala Schvartz, y completa Torres: “Son canciones de amor, para variar. Ahí está el abandono amoroso, con ese dolor de que la otra no corresponde el sentimiento. Y «Music for a While», de Purcell, habla de una persona que está dolida también, pero a la que la música puede calmar, aunque sea por un rato”.ß

Álbum de canciones Por Haydée Schvartz y Víctor Torres Biblioteca Nacional, Agüero 2502 (Auditorio Jorge L. Borges). Hoy y mañana, a las 19.

allegro

La pluma afilada de Claude Debussy sobre wagner. En los años 80, desde su avidez juvenil, Debussy no pudo escapar al impacto de Tristán e Isolda. “Es la cosa más bella que he conocido”, dijo. En numerosas cartas, sin ahorrar adjetivos ni elogios, dejó en claro su fascinación por Wagner. Con paciencia francesa, estudió en profundidad el lenguaje del gran compositor alemán. Pero cuando la celebridad golpeó a su propia puerta, después del estreno de Preludio a la siesta de un fauno, en 1894 –cambia, todo cambia, diría el poeta–, Debussy comenzó a ver el mundo desde otra posición. Cercano a las brumas y las metáforas del simbolismo y desde cierta superioridad francesa, volvió a escribir sobre Wagner en clave de misterio: “Una hermosa puesta de sol que ha sido confundida con un amanecer”. Incluso, la única referencia puntual a la música de Wagner en su propia creación, vino envuelta en aires de sátira. En Golliwogg’s Cakewalk, muy sofisticadamente, se burló del celebérrimo acorde de Tristán distorsionándolo de modo punzante en la mismísima introducción de esta deliciosa pieza, la última de la suite El rincón de los niños. En sintonía con esas conductas, el fundador del impresionismo musical se fue haciendo cada vez más sectario y, desde un cuasi chauvinismo poco disimulado, abundó en comentarios algo peyorativos para con todo aquello que no fuera francés. Desde Budapest, en 1910, se expresó sobre ese “Danubio que se niega a ser tan azul como nos quería hacer creer un desdichado vals”. Y en ese mismo año, en Viena, Debussy, muy filoso, dejó una descripción poco favorable de la capital imperial y de sus habitantes: “Es una ciudad cubierta de maquillaje, llena de música de Brahms y Puccini, donde los policías tienen pechos como los de las mujeres y las mujeres tienen pechos como los de los policías”.ßPablo Kohan