Son deportistas de élite. Entrenan, viajan y ganan

(Álex Crivillé) y ha ido escalando posiciones. Ahora corre con la escudería. Blusens BQR, ha ... lentino Rossi. No es mucho de salir por la noche. Prefiere los ...
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CAMPEONES CON CLASE Son deportistas de élite. Entrenan, viajan y ganan trofeos mientras estudian. Tienen que sudar para alcanzar la cima y algunos son pioneros en sus disciplinas. Así compagina las dos carreras este ‘dream team’ adolescente. Por Cristóbal Ramírez. Fotografía de Leila Méndez y Óscar Carriquí

FUTURO ‘PROFE’ Andreu Fontàs, 19 años, Banyoles (Girona). Debutó con el Barcelona en la pretemporada. La pelota vuela a su lado y él mira al frente. ¿Poderes? Fontàs se considera “muy simple”, aunque en el césped parezca cosa de otro mundo por su velocidad y aplomo. Vivió un año en La Masía, la mítica residencia de la cantera del Barça. Y no deja los estudios: se ha matriculado en Magisterio por la rama de educación física. Es lo suyo. Hasta su madre, a la que nunca le ha hecho gracia el fútbol, se traga los partidos. Por un hijo, lo que sea. “Claro, claro”.

‘BLOG’ Y SUDOKUS Gisela Pulido, 15 años, nació en Barcelona, pero vive en Tarifa (Cádiz). Practica kitesurf. La magia es de Gisela. “Hace unos trucos, pero bien hechos”, se enorgullece su abuelo. Ella dice que sí. Está enganchada a la serie Héroes y hace sudokus. Aparte, escribe en un blog y contesta por e-mail a todos sus fans. “Me gustaría ser periodista”, señala esta niña a la que sus contrincantes adultos han acabado por tomar en serio. “Escribir me relaja”. Eso lo puede hacer cuando no está en el mar. Ahí despliega otro tipo de trucos con la cometa.

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igi tiene mal perder. Cuando no consigue lo que quiere, se la llevan los demonios, llora, se pone muy fea: –¡Es trampa! Hay que repetir la partida. La obsesión por ser la primera en todo la llevaba a ver una conspiración donde sólo había pericia. Harta de que sus padres le ganaran al parchís, un buen día cogió un dado. Y empezó a ensayar. A escondidas. Para coger maña. Agitó su mano con fuerza y lo lanzó para ver qué número salía. Repitió la jugada. Seguro que había una forma especial de conseguir siempre un seis. Seguro. Nueva partida. Perdió y sus padres le grabaron en vídeo. Gigi (Gisela Pulido en el DNI) vio su berrinche y no le gustó. –¿Ves cómo te pones cuando no ganas? Pero eso era antes. Ahora Gigi se pone negra cuando la derrotan en una competición de kitesurf, pero sabe que la vida es así. No siempre se está en la cresta de la ola. Con todo, ella puede decir que se ha instalado encima. Desde el año pasado es pentacampeona del mundo de kitesurf (su deporte, su obsesión), y en 2007 logró el Premio Guiness como la campeona del mundo más joven en esta disciplina. Tiene sólo 15 años, es de Barcelona, pero vive en Tarifa, esa fábrica de viento. Sale al mar como si fuera a perder la vida. Salta la espuma. Acrobacias. Una racha. Los músculos se le marcan. Carantoñas. Doblega al viento. Posa la tabla. Crac. En junio aterrizó mal en el Campeonato de Alemania. Lesión de ligamento. Se ha perdido algún torneo. Menos mal que era verano y ya habían terminado las clases del instituto. Porque una lesión en invierno, que quiere decir cinco horas de entrenamiento, más de clase, algunas menos de estudio y minutos de nervios, podía haber complicado la historia más. El deporte de élite es absorbente. Si en alguna parte del mundo un niño quiere ser un Rafa Nadal o un Cristiano Ronaldo, le va a ayudar ser ambicioso incluso en el parchís. Los que se preparan lo dan todo desde pequeños, entrenan a diario, pulen fallos, potencian virtudes… Entrenan, entrenan, entrenan. Desde que en 1992, con los Juegos Olímpicos de Barcelona, se asentaran las bases del deporte de competición, España se ha revelado como una marca de

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CREYENTE EN LA BARRA Ana María Izurieta, 16 años, nació en Guayaquil (Ecuador), pero vive en Madrid. Gimnasta. Pequeña, pero de espalda ancha. Por todos esos años. El padre de Ana María emigró a Madrid cuando ella tenía siete. A esa edad ya competía en torneos ecuatorianos. A los ocho, ella puso una condición antes de venirse: “Voy si sigo haciendo gimnasia”. Vale. Ha acabado representando a España. Sólo ve a su familia los fines de semana. Se parte de risa jugando al Sing star. Saca bienes y notables en el colegio. Antes de competir, siempre reza.

EL PILOTO QUE VA EN METRO Johnny Rosell, 16 años, Barcelona. Piloto de moto 125 GP. A Johnny le da miedo conducir con su Scooter por Barcelona. “Siempre cojo el metro”. Lo que son las cosas. Cuando tenía siete años, su padre le compró una Italjet 50 que costó 20.000 pesetas. A los 11 quería ser como “el Crivi” (Álex Crivillé) y ha ido escalando posiciones. Ahora corre con la escudería Blusens BQR, ha participado en Montmeló y Jerez y se ha codeado con Valentino Rossi. No es mucho de salir por la noche. Prefiere los karts.

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TIROS COMPLEMENTARIOS Ignacio González (a la izquierda, 15 años, Asturias) y Carlos Bautista (a la derecha, 15 años, Ciudad Real). Ignacio es de juego creativo. Habla mucho: “Nos encanta jugar al Pro”, “Nos dan de comer mucha ensalada. Como la comida de tu casa no hay nada” y “El año pasado gané el Master Nacional Infantil”. Carlos es constante en la tierra batida y habla menos: “En los viajes, muchas veces no hay tiempo para ver nada” y “El año pasado gané el Master Nike de Florida [como Nadal, que lo hizo en 2000]”. ¿Y hay alguna chica? Qué va, nada fijo. O eso dicen.

AMOR A RUDY Sara Rodríguez, 16 años, Madrid. Juega en el equipo de baloncesto del Estudiantes. Se muere de vergüenza ante la foto. Y eso que tiene descaro. Sara está entre las 25 mejores jugadoras de baloncesto de España en su categoría. Mide 1,80 metros, calza un 43, impresiona. Sara domina el juego interior y se considera veloz y con fuerza. El basket para chicas aún es invisible y lo que más le gustaría del mundo a Sara sería jugar de profesional dentro de unos años en la Liga Femenina. Ella bebe los vientos por Rudy Fernández “porque es el amo”. Acaba de terminar cuarto de la ESO (“con una media de siete, ¿eh?”), pero en junio le quedaron matemáticas e inglés. Verano de flexo.

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éxito. En la tele aparecen rostros ganadores. El trabajo sucio hasta entonces no se ve. –Me duele la rodilla muchísimo. –¿Por qué? –El hueso ese, que no se mete. –Es que estás creciendo. –Pues llevo ocho años así. Natalia hace un mohín. El sol quiere vaciarse sobre la pista de tenis, pero Natalia Zamora (16 años, charlatana, morena, de huesos duros) sigue dando raquetazos ante la mirada de su entrenador, Joaquín Iglesias. En la escuela de alto rendimiento del colegio SEK en Villanueva de la Cañada (Madrid), con las aulas, el comedor, la residencia y las instalaciones en el mismo recinto, la disciplina es cuartelaria. No vale distraerse. Iglesias, que lleva 26 años entrenando a chicos, lo justifica: “Sólo triunfa el que pone todos los medios. Hay que ser constante. Ponemos toda la base para que los chicos se conviertan en deportistas de élite. Y todos tienen becas, unas más altas que otras. Si un día no practican, ese día lo pierden ya para siempre”. Natalia lleva dando tiros desde los 8 años. A los 14 entró en el SEK y ahora ve su vida así: “El tenis es un sueño y la gente lo ve como una tontería. Este año he ganado menos, porque soy vaga. Te arrepientes. El año que viene rendiré más. Porque los años pasan”. Dice su entrenador que Natalia tiene un talento sobrenatural y que a veces lo tira por la borda. Ella, ajena, busca la pelota. Momento bisagra: los 16 años. Es entonces, señalan técnicos y entrenadores, cuando el chaval se tiene que plantear si quiere dedicarse profesionalmente a un deporte o tomarlo como un hobby. Las exigencias aumentan. Edad del pavo, de estar a otra cosa. Unos deben esmerarse. Andreu Fontàs, extremadamente callado, no se tuvo que plantear nada. Todo vino rodado. Ha estado dando balonazos por las calles de Banyoles (Girona) la mayor parte de sus 19 años. Juega en el Barça Athletic y éste ha sido su verano: ganó con España la medalla de oro en los Juegos del Mediterráneo y Guardiola lo llamó para que debutara en la pretemporada con el Barça. –¿Y qué tal? –No puedo hablar. Ha sido de golpe. Al central zurdo le han leído la cartilla

en el club. Secreto. Uno lo ve distribuyendo balones y puede parecer veterano. Aunque en el cara a cara se comporte como un chaval al que todo se le ha venido encima. La presión puede agobiar a un adolescente. Deporte, sí, pero tiene que lidiar con los estudios. Gisela ha tenido por ahí algún problema en el instituto público Almadraba, en Tarifa. Puede sonar a chanza, pero su profesora de educación física la suspendió un año por faltar a clase mientras ella pulverizaba su marca. “Como suspendas, te quedas sin entrenar”. Es la advertencia de su padre. Y no se hable más. A esos 16 años, los estudios requieren hin-

car más los codos. Andreu vio difícil compaginar su carrera con su formación académica. Le habían hablado de Stucom, en Barcelona, uno de los pocos centros de España que ofrece un programa adaptado para los deportistas que estudian la educación posobligatoria. 850 alumnos, 28 de ellos con una carrera deportiva. Andreu se matriculó y ha acabado un ciclo de grado superior. El curso, de un año, lo ha hecho en dos. No podía dar más.

RICKY RUBIO: “ESTUDIAR ES IMPORTANTE PARA EL DEPORTE, DESCONECTAR, TRABAJAR EL CEREBRO Y SER MÁS HÁBILES”

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La estrella omnipresente en el centro es otra: Ricky Rubio. En la espartana aula 42, atrás del todo, junto a la ventana desde la que se observa la calle de Pelayo de Barcelona, el jugador de baloncesto prestaba atención. Llegó para cursar el Bachillerato. Tiene un consejo que darles a los que quieran abandonar su formación, aunque se las vean y se las deseen para aprobar: “Que no lo hagan. Es muy importante para el deporte, tanto para desconectar como para trabajar el cerebro y ser más hábiles”. Un docente que camina por los pasillos sermonea: “Si un día tenía partido y terminaba tarde, aunque fuera de madrugada, a las nueve de la mañana los padres lo arrastraban hasta la escuela. A las nueve en punto. Imagínate”. Imaginamos: Ricky y la disciplina. Al día hay que sacarle más de 24 horas. Cuadrar los horarios de las clases a las neceEL PAÍS SEMANAL

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sidades de cada chaval según estudios, entrenamiento y torneos puede ser una pesadilla. Pues eso es lo que hacen en SEK y Stucom. Jaime Gude, responsable académico de la institución madrileña, destaca que la mayoría de las veces estos chicos en la élite son los que mejores notas sacan: “Por la fuerza de voluntad que les da el deporte”. La rubia que se acerca con andares de pasota es Sara Rodríguez y está de acuerdo: “Te exige constancia y sacrificio. El baloncesto, por ejemplo, te enseña a trabajar en equipo, a ser constante, a sufrir, a saber perder, a superarte a ti mismo”. Y parecía desganada. Rodri, como la llaman, está dentro del Estudiantes, el Estu, el equipo de basket que nació en el instituto Ramiro de Maeztu de Madrid. Muchos valores, comenta, pero no todo el mundo los entiende. Sus amigos le animan a que se escaquee. Ella, ni caso. El muro de la incomprensión. Le suena a Eduard Mirapeix, tutor deportivo de Stucom y el enlace entre el tutor académico, que mira por los estudios, y la familia, que muchas veces no ve claro lo del deporte. Mirapeix convence a todas las partes. Es un pacificador. Ramón Abad es el jefe del departamento de deporte y quien más se indigna: “Ayudamos al competidor de nivel, al que no ayuda nadie. Me molesta que no haya una sensibilización, porque desde las autoridades se fomenta el deporte”.

celona. En este enorme complejo estudian, comen, entrenan, duermen. Ellos dos han saltado de competir dentro de sus comunidades a competir en el extranjero. El objetivo para todos los deportistas, aunque no todos lo consigan. Y, claro, la disciplina ha aumentado. En el CAR disfrutan de una beca y se lo pagan todo menos los libros de texto. Hablan entre ellos: –El entrenamiento es más duro. Estamos con los mayores. Ahora aprovechas más. –En el colegio no te mandan tantos trabajos ni deberes porque saben que no tienes tiempo. Son más comprensivos. Ruedan los goterones de sudor. Miguel Sánchez, uno de los entrenadores, lanza su dictamen: “Los dos tienen muy buen nivel. Madera hay, pero que no se cansen. El 80 del mundo también puede vivir del tenis. ¡Y ya es mucho decir colarse entre los 100 primeros!”. Máquinas como Nadal eclipsan a los bregadores, esos deportistas que trabajan, ganan y nadie los para por la calle. El futuro puede sonar a himno de España. Para una minoría privilegiada. ADO, la Asociación de Deportes Olímpicos, integrada por el Comité Olímpico Español, el Consejo Superior de Deportes y TVE, ayuda a los mejores deportistas: hay becas que van desde los 12.000 euros hasta los 60.000. Estas últimas se reservan para los que consigan una medalla de oro en unos juegos o queden primeros en un campeonato internacional. En 2009 se están beneficiando de las becas 419 deportistas, 66 más que el año pasado. El dinero viene de patrocinadores privados. Pero este panorama es la punta del iceberg. Debajo hay un enorme bloque. Sumergido. Ana María Izurieta, a la que han llamado la promesa de la gimnasia española, está en la superficie. Suerte. O trabajo. Tiene 16 años, nació en Guayaquil (Ecuador), pero se ha nacionalizado española. El terremoto de la inmigración va componiendo el nuevo microcosmos deportivo. Ana María es interna en el CAR de Madrid y se concentra en superar su punto débil (la dichosa falta de ganas) y en prepararse para Londres 2012. Los mundiales de Japón el próximo año serán el gran escaparate. Jesús Carballo, el entrenador risueño, se desvive por ella y hace de psicólogo: “Es completa en los cuatro aparatos. Es fuerte, rápida, valiente, pero lo que quiero es que sea ambiciosa”. Las cámaras le grabarán.

CON LOS ‘SPONSORS’, LOS DERECHOS DE IMAGEN Y SUS VICTORIAS, GISELA SE HA COMPRADO UN CHALÉ A LOS 15 AÑOS Los CAR (Centros de Alto Rendimiento) están repartidos por España, pertenecen al Consejo Superior de Deportes y acogen a los nuevos leones. Los mejores. No todos llegan. Uno sufre y disfruta con la escena: silencio, gritos, golpes. El trabajo suena así siempre para Ignacio González Muñiz (15 años, asturiano, dicharachero) y Carlos Bautista Enrique (15 años, de Ciudad Real, más prudente), tenistas, que llevan menos de un año en el CAR de San Cugat, en Bar30

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La televisión enfoca, desde hace algunos años, a más deportes que el fútbol. Casos del motociclismo y la Fórmula 1. La velocidad, el viento, el poder sobre una máquina… Es lo que apasiona a Johnny Rosell, piloto de moto 125 GP, que también estudia en Stucom. “Sólo me preocupo de correr. Siempre he sido un poco zumbao”, ríe este chaval rubio de 16 años, ojos azules, vaqueros rotos y herida en el codo. Es de lo más risueño, de lo más atento, y parece que charla igual de veloz que rueda con su moto, 230 kilómetros por hora: –Mi meta es dar el salto al Campeonato del Mundo de Velocidad en 2010 e ir subiendo poco a poco… Pum, pum. Ser uno de los mejores. Lo puedo conseguir. Mi punto fuerte es la mente, ¿sabes? Al principio siempre salgo mal, porque no soy muy explosivo, pero tengo un ritmo de carrera constante. Y confío mucho en mi equipo. ¿Y el dinero? Johnny admite que lo cambiaría por arañar alguna posición más. Las marcas ven claro el negocio: el patrocinio les posiciona. Red Bull, Movistar o Arnette, entre muchísimas otras, estampan sus logos sobre los trajes de algunos deportistas, les pagan una cuota anual (miles de euros abona Arnette a Dani Pedrosa y a Gisela Pulido) y les buscan repercusión en medios y eventos. Entre los sponsors, la sociedad de derechos de imagen que ha creado y lo que gana en campeonatos (4.000 euros como máximo, según su padre), a Gisela, con 15 años, le ha dado para comprarse un chalé con piscina y pista de pádel en Tarifa. También ha abierto una escuela de kitesurf. “Somos nosotros quienes limpiamos la casa, ¿eh? Si Gisela ya no es rara, no lo será. Hasta que llegaron los patrocinadores hemos desembolsado mucho dinero. Ella lo sabe y no tiene caprichos. Y si los tiene, se los regalan las marcas”. Nadie va tan rápido como ella. “El éxito marea. Hay que digerirlo”, señaló Agustí Gasol, padre de Pau, a EL PAÍS hace unos meses. El primer español con un título en la NBA es incombustible. “Ha renunciado a tomarse un descanso”, refirió su padre, “y ha preferido centrarse en intentar ganar el Europeo. Mantiene el punto de ambición necesario para seguir progresando”. El punto, dice. Ese veneno que a Gigi le contagió el parchís. P