Praia dos Ingleses, con nombre gringo pero acento

21 ene. 2009 - En las playas brasileñas y bonaerenses. Los vendedores recorren la playa de punta a punta con sus productos, con la esperanza de ganar la ...
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INFORMACION GENERAL

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Verano 2009

Miércoles 21 de enero de 2009

En las playas brasileñas y bonaerenses

Cariló, un escondite ideal entre los bosques y el mar El tradicional balneario no deja de crecer ni de tener adeptos; es el que menos sufrió la crisis EVANGELINA HIMITIAN ENVIADA ESPECIAL

FOTOS DE ANIBAL GRECO/ENVIADO ESPECIAL

Los vendedores recorren la playa de punta a punta con sus productos, con la esperanza de ganar la atención de los turistas

Praia dos Ingleses, con nombre gringo pero acento argentino No falta el vendedor de choripanes y también abundan las sombrillas y reposeras ANGELES CASTRO ENVIADA ESPECIAL FLORIANOPOLIS.– El choripanero se mezcla entre los jóvenes esmirriados que venden queijo a las brasas y milho verde cocido. El hombre dice que se llama Marcos y no le gusta hablar más que para promocionar sus sándwiches, bajo el abrasador sol del mediodía en Praia dos Ingleses. Si algo le faltaba a este balneario del nordeste de la isla de Santa Catarina, en el sur de Brasil, para ser uno de los sitios predilectos de los argentinos era que alguien importara la tradición del choripán. Marcos parece no entender que es un fenómeno que el turista “primerizo” asume como poco usual en estas latitudes y se queja porque LA NACION le saca fotos, mientras avanza por la arena angosta empujando su barbacoa con ruedas. “Uno por 4 reales, tres por 10”, aclara, en perfecto castellano, a los chicos argentinos, que comienzan a formar un círculo a su alrededor. Son los hijos de los visitantes argentinos que prefieren para pasar sus vacaciones en esta playa de ambiente familiar, sobre la que crecieron condominios, apart-hoteles y complejos de departamentos junto a un cálido centro comercial que se enciende al caer la tarde sobre la estrada João Becker. Llegan de Córdoba, de Santa Fe, de Misiones, de Buenos Aires. E Ingleses los recibe con variados atractivos, a los que este año se ha sumado Marcos, el choripanero. Como sucede en los balnearios de la Argentina, el sector céntrico (en la mitad de la pintoresca bahía que es Ingleses) resulta el menos favorecido: sombrillas y gazebos proliferan en una extensión breve de arena y casi no queda espacio entre una y otra. Sin embargo, el ánimo relajado de las vacaciones no se opaca. “Venimos todos los veranos, desde hace 13 años. La elegimos por el trato de la gente, porque los días no te

Marcos y sus choripanes, un ícono de Ingleses esta temporada fallan, por el agua tibia. Somos nosotros seis, otros seis de la familia de mi cuñado, y seis más que están por llegar. Siempre a Ingleses...”, afirma el rosarino Gustavo Grillo, mientras “matea” cómodo bajo la sombrilla que instaló a la altura del bar Open Praia, una especie de carpa gigante que funciona al borde de la playa.

Para todos los gustos Hay también otras tiendas menos espaciosas, emplazadas por los turistas en estas arenas donde el alumbrado público tiene alegres aletas y colas de pez, como si fuera la fauna marina. En voz baja y con actitud soberbia, Gustavo revela: “Estas carpas las ponen los paraguayos y los urugua-

yos, que vienen con poca plata. Se traen unas heladeras enormes y no se mueven de ahí. Los argentinos consumimos en la playa”. A la hora de hablar de precios, Grillo defiende Florianópolis, al igual que el resto de los argentinos que descansan por aquí. “Pagamos 100 reales por día por un departamento para cinco, pero entramos los seis”, dice. Habla del matrimonio, cuatro hijos y “un novio”. En el sur de la bahía, sector más selecto, estriban dunas coronadas por un morro, descansan barquitos de pescadores y no hay aglomeración humana. Desde allí, Jorge Baraja y su esposa, Sandra, coinciden en que “veranear acá cuesta lo mismo que en la costa argentina”, con la ventaja

de que “es Brasil”, aclaran, como si fuera una palabra mágica. Este matrimonio viajó desde San Martín, provincia de Buenos Aires, con cuatro hijos, de 15, 13, 11 y 5 años; se hospedan en un apart-hotel situado también al sur del pueblo, a un costo de 70 reales por día. “Yo no venía desde hacía 22 años. Cómo creció todo”, describe con asombro Jorge, mientras mira entretenido a un grupo de chicos brasileños que bajan desde la cima de un médano haciendo dobles saltos mortales por la ladera, proeza que deja a todos boquiabiertos. Los chicos optan por alquilar tablas de sandboard para descender por las dunas y no falta alguna mamá que se atreve a subir al médano, aunque después use la tabla para deslizarse sentada hasta la base. En distintos puntos de la bahía también hay escuelas de surf para niños y adolescentes, se organizan los clásicos paseos en “banana boat” y salidas de snorkelling y buceo. Cuando cae la noche, las familias se congregan en el tranquilo centro de Ingleses, al que se llega en auto (estacionar gratis puede resultar un verdadero calvario) o caminando, aunque se recorre a pie. El movimiento es bien intenso, ya que a quienes ya están asentados aquí durante sus vacaciones se suman aquellos que llegan ocasionalmente, para experimentar la movida local. La feria artesanal, que funciona desde el mediodía, constituye el principal atractivo, y hay locales gastronómicos para todos los bolsillos. No faltan los negocios de venta de ropa y de souvenirs. Pero como aquí el ritmo de las vacaciones lo marca la desaceleración, entre los que a las 21 ya se acomodan a beber una cerveija y disfrutar de un buen plato se mezclan los que todavía, con atuendo playero y reposera al hombro, acaban de salir del supermercado para cocinar algo en casa. Cualquier cosa, menos choripán; para eso, esperan a cruzarse con Marcos en la playa al día siguiente.

CARILO.– Desde que se abrió un espacio en el mapa de los destinos turísticos locales, esta ciudad se convirtió en un parámetro turístico. Cada vez que se habla de nuevos destinos y se quiere expresar que se trata de un lugar rodeado por naturaleza, que combina la tranquilidad del bosque con la intensidad de la vida de playa, se lo equipara a Cariló. Lo cierto es que este año, a más de una década de haber vivido su boom inmobiliario, Cariló no ha parado de crecer. Por el contrario, este verano se convirtió en el destino de la costa atlántica que menos sintió el embate de la crisis. Así es como mientras en otros destinos la ocupación fue inferior al 65 por ciento de la capacidad de alojamiento, el balneario argentino más exclusivo estuvo casi 20 por ciento por encima y tuvo picos de ocupación plena los fines de semana. Aquí, las propiedades se llegaron a alquilar hasta en 50.000 pesos durante el mes de enero, valores que casi duplican los de Pinamar. Alquilar una carpa en la playa puede costar entre 4000 y 6000 pesos. No obstante, está alquilado el 75% de las carpas. En cambio, en Pinamar se alquiló sólo el 60% y en Ostende, el 54%. ¿Quiénes eligen este destino para sus vacaciones? Empresarios que prefieren el bajo perfil y que reparten su día entre la playa y el golf, médicos de renombre, políticos y funcionarios que se sienten más protegidos de los flashes en una casa en mitad del bosque que en una playa extraconcurrida. Entre ellos, el secretario de Medios, Enrique Albistur; el gobernador de Santa Cruz, Daniel Peralta, y los habitués y ex candidatos presidenciales Roberto Lavagna y Ricardo López Murphy. También los músicos y las celebrities que en lugar de mostrarse quieren simplemente perderse entre la gente y disfrutar de unas vacaciones en familia como cualquier otro. Así como Punta del Este o Pinamar parecen ser lugares a los que los famosos van a mostrarse, por el contrario, Cariló es el lugar al que vienen a esconderse. En lo que va de enero, han pasado por las arenas de este balneario Mario Pergolini y hasta el ex bajista de Soda Stereo Zeta Bosio, que el sábado último fue víctima de un grupo de delincuentes que ingresó en la casa que alquila y robó una guitarra, un bajo, un equipo de música, una computadora y otros objetos de valor. En pleno revuelo por el robo, una familia que es dueña de una casa que está justo al lado de la que alquiló el músico salió a preguntar a esta cronista qué había pasado. “¿Mi vecino es Zeta Bosio? No lo puedo creer… Yo, que lo fui a ver y me encanta, no puede ser que lo tenga al lado y no me haya dado cuenta”, se preocupó la mujer. Es que es así, el leitmotiv de las vacaciones en Cariló parece ser el bajo perfil. Hoy, Cariló tiene una capacidad para alojar 5600 personas, la mayoría en aparts hoteles. Pero también se destacan las lujosas propiedades de madera y piedra, que tienen espacio para más de diez personas. “Se ha alquilado muy bien. Sobre todo la modalidad de aparts.

$

30.000

por mes

Es el precio tope de alquiler por una casa para seis personas, con baño en suite y jacuzzi.

$

6500

por semana

Es el monto que se paga en un apart para dos personas, con acceso al spa y pensión completa.

$

6000

por mes

Es la suma que se llega a abonar por el alquiler de una carpa en la playa. Por día cuesta entre 200 y 250 pesos.

$

3000

por mes

Es el máximo que se abona por el alquiler de una sombrilla en la playa. Por día cuesta entre 130 y 160 pesos.

$

45

por almuerzo Eso es lo que cuesta una ensalada, una gaseosa más un café en la playa.

$

6,5

sale una gaseosa Un café en cualquiera de los bares cuesta entre 5 y 7 pesos. Los operadores turísticos de Cariló han conseguido vender paquetes de estadas más largas, de una semana, y así han logrado evitar los bajones de ocupación durante la semana”, explicó a LA NACION Rosa Boero, secretaria de Turismo de la Municipalidad de Pinamar. Las estadas en Cariló también resultaron más largas que en el resto del partido, sobre todo entre aquellos que deciden tomarse sólo unos días. Son más los que se quedan una semana, mientras que Pinamar arde los fines de semana y pierde visitantes los lunes por la mañana. Cariló tiene sólo tres balnearios: Hemingway, que ofrece una gran variedad de servicios, desde actividades para chicos hasta un spa instalado en plena playa; Chao Montesco, con un perfil más familiar, y Cozumel, el más tradicional y exclusivo. También hay un parador de playa, con un restaurante y alquiler de sombrillas: Divisadero. Apenas un fotógrafo pisa las arenas, los encargados de los balnearios lo rodean para detectar a quién busca y si es posible espantarlo. “Nuestros clientes no quieren entrevistas, quieren estar tranquilos”, aseguró el propietario de uno de los paradores.