Los excéntricos son más creativos?

El mito del genio loco. ¿Los excéntricos ... El debate por “el mito (o no tan- to) de los genios locos” se ... a los efectos de construir la imagen de un personaje con ...
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SÁBADO

| Sábado 22 de febrero de 2014

CREAtIvIdAd

Viene de tapa

Sebastián Campanario

El mito del genio loco. ¿Los excéntricos son más creativos? Persiste el debate sobre cómo la desinhibición cognitiva influye en las ideas

Carlos Pérez, el genio “normal” de BBDO

Q

ue un nieto de 14 años acepte una invitación a cruzar los Andes a caballo es en sí misma una muy buena noticia. Claro que, pasados el entusiasmo y la euforia, uno asume las sorpresas que pueden deparar este tipo de arranques emocionales, más allá de la alegría profunda que encierra imaginar el retorno triunfal después de emular la hazaña sanmartiniana. Consultados previamente los padres, Franco, mi nieto en cuestión, se sumó entusiastamente al casi incomprensible y laberíntico esfuerzo de preparar el bolso de viaje: malla para la pileta, polar grueso, ropa ligera, campera de alta montaña, guantes con piel, zapatos o zapatillas para estar cómodo en las altas temperaturas de Talampaya, pasamontaña, calzoncillos largos y la invalorable recomendación de un amigo, baqueano en las lides de montar a caballo, que me afirmó que el uso de las calzas de ciclistas, por su protección selectiva, aleja los riesgos de paspaduras y molestias. A esto se sumaban crema protectora solar de 50 grados y barra labial para combatir la sequedad del ambiente, medias de lana y zapatos con gruesa goma. Anverso y reverso de una extraña travesía en la que las temperaturas, con grandes amplitudes térmicas, de entre casi 50 grados y temperaturas bajo cero, amenazaban la cordura de cualquier viaje turístico normal. El desafío estaba planteado y se trataba de cruzar, desde La Rioja, la cordillera de los Andes, emulando la gesta patriótica de dos héroes: Zelada y Dávila, que simultáneamente y a las órdenes de San Martín, el 17 de enero de l817, avanzaron sobre los realistas en un operativo simultáneo y de sorpresa, para sorprenderlos en el pueblo de Copiapó y el puerto de Huasco. El gobierno riojano se responsabilizaba de la logística de esta cabalgata –alimentación, atención médica, etc.–, con la ayuda de la Gendarmería y el Ejército. Tal vez la primera sorpresa fue el aterrizaje en el aeropuerto de La Rioja, donde –seguramente obra de alguna turbulencia, sumada a 47 abrumadores grados de temperatura reinantes– los médicos del aeropuerto se vieron en la necesidad de atender a varios pasajeros descompensados a poco de llegar a tierra. Ya camino al primer tramo, a unos 3000 metros de altura, pasamos por la inolvidable Laguna Brava, donde se aposentan miles de flamencos mientras las condiciones de la suavidad climática se mantienen. Cuando aparecen las lluvias, siempre sorpresivas, emigran y sólo se torna refulgente su blanco espejo de agua. A un costado, el increíble y circular refugio de montaña, obra de Sarmiento allá por l880, que con su espíritu visionario construyó unos cuantos en todo el trayecto hasta

eDUArDo CArrerA/AFV

¿O se trata de una ilusión, de una demanda del resto de la sociedad que los creativos se preocupan por satisfacer, aunque sean personas promedio? “Mucho se ha estudiado sobre las personas creativas y, en particular, de aquellos llamados genios”, explica Álvaro Rolón, director de Neelus y autor de La creatividad develada. Uno de los estudios pioneros más extensivos sobre personas creativas data de 1950, se conoce como “The Berkeley Studies”, y fue realizado por los académicos de la Universidad de California Frank Barron y Donal MacKinnon. “Ellos descubrieron que, en promedio, la gente altamente creativa correlacionaba con signos leves de no sanidad mental, y otras investigaciones posteriores develaron que los talentosos a nivel creativo muestran, en promedio, características como introversión, poca habilidad para controlar emociones y poca preocupación por las convenciones sociales, además de ser inmaduros, irresponsables e impulsivos”, enumera Rolón. Menos filtros El debate por “el mito (o no tanto) de los genios locos” se reavivó meses atrás, cuando la profesora de Harvard Shelley Carson, autora de varios libros sobre innovación, publicó un trabajo en Scientific American en el cual afirmaba que “la creatividad y la excentricidad a menudo van de la mano”. Carson argumenta que las personas altamente creativas tienden a tener más “desinhibición cognitiva” que el resto de los mortales, lo que las lleva a filtrar menos los datos y estímulos que los rodean, una característica que se presenta también en desórdenes psicopáticos leves. La visión fue criticada desde varios frentes. Por un lado, hubo quienes acusaron a Carson de tener un razonamiento circular: a menudo, actitudes que se califican como “excéntricas” (Björk vestida de cisne) son creativas en sí. Por otro lado, las profesiones creativas

suelen sostenerse en esquemas de autoempleo, no estructurado, con problemas económicos que pueden correlacionarse con factores como la depresión, pero que no provendrían de las habilidades creativas en sí. De hecho, la depresión y otros desórdenes cognitivos, en un nivel no leve, suelen causar estragos en el pensamiento creativo. “Hay que cuidarse mucho de la idea romántica de que de algún modo la locura es algo deseable. Es un sufrimiento enorme que no se condice con la fantasía popular del ser interesante y genial. La «creatividad de todos los días» tiene correlación con la motivación, el bienestar y la sensación de crecimiento personal”, cuenta a la nacion Pablo Polosecki, un neurocientífico argentino que actualmente se encuentra investigando en la Universidad Rockefeller, en Nueva York. “Creo que la neurociencia más dura está esquivando estos temas por considerarlos intratables. Cuando digo neurociencia dura pienso en laboratorios con animales que realmente miden lo que las neuronas hacen y lo vinculan con medidas objetivas de performance –sigue Polosecki–. Las técnicas experimentales no invasivas en humanos (como fMRI) producen resultados muy ruidosos, particularmente en este tipo de preguntas, en los que es muy fácil encontrar resultados que son artefactos de la metodología o sencillamente fluctuaciones estadísticas que se filtran ante los ojos hambrientos de novedad del investigador.” A pesar de todo eso, Polosecki cree que las conclusiones de Carson son “bastante sensatas. No parece que haya una relación demostrable y útil entre creatividad y locura extrema, pero sí un conjunto de rasgos compartidos entre patologías leves y personalidades creativas”. En el ámbito publicitario, el comportamiento “no convencional” de los creativos es moneda corriente. “Hay una tentación en los tiempos actuales a vender el relato del genio, y para ello se utiliza

lo que es fácil de replicar en él. La rareza, la excentricidad. Definitivamente es útil hacerse el loquito a los efectos de construir la imagen de un personaje con talento. Útil porque remite al estereotipo de la genialidad y, secreto a voces, porque oculta una gran inseguridad, un persistente agujero afectivo”, señala ahora Carlos Pérez, director de la agencia BBDO. Creativo “normal” Pérez es uno de los creativos publicitarios más reconocidos de la Argentina y, en paralelo, la quintaesencia de un “tipo normal”, criado en un hogar de clase media baja y hasta con un nombre (¡Carlos Pérez!) que no podría ser menos promedio. Se levanta todos los días a las siete y media de

Shelley Carson publicó un trabajo en el cual afirmaba que “la creatividad y la excentricidad a menudo van de la mano”

la mañana, desayuna mate parado, almuerza un fin de semana en lo de sus papás y el otro con sus suegros y mira, feliz, Peligro sin codificar, a Tinelli y las series de Pol-ka. Para Pérez, “hacerse el loco” es más cómodo que disciplinarse atrás de algo y darle sin parar. “Habiendo leído unas cuentas biografías de personajes excepcionales, uno encuentra que en su vida diaria, por lo general, eran bastante «normales». La excepción en ellos es la pasión que, literalmente, los coopta. Lo que Malcolm Gladwell definió en Fuera de serie como la regla de las 10.000 horas : la inmensa mayoría de los “genios” han dedicado como mínimo 10.000 horas de entrenamiento o dedicación a lo suyo. Esa dedicación, esa energía, ese «no me importa nada más» es un punto de partida muy fértil para la construcción de un perso- [email protected]

EXPERIENCIAs Norberto Frigerio

Una cabalgata entre los cóndores para emular a los libertadores Abuelo y nieto emprenden juntos una extenuante travesía a través de la cordillera de los Andes para alcanzar Chile

Norberto Frigerio

Chile, para que los arrieros se protegieran de las inclemencias cuando llevaban hacienda al país vecino. Con sus techos abovedados, piedra sobre piedra, oliendo a humo, aún dan testimonio de su importancia en la aridez de los Andes. La llegada al primer destino desencadenó el apunamiento en mayor o menor medida. Dolores de nuca, vómitos, mareos y, por cierto, no pocos ahogos fueron atendidos por un médico y dos enfermeras que no dejaban de medicar y tratar con éxito estos malestares pasajeros, aunque algunos no se disiparían y duraron todo el viaje. Salvo el adolescente que me acompañaba, que no tuvo ninguna incomodidad nunca, el resto en general se acordó en donde estaba. De cualquier manera, el mascar coca, práctica que los pueblos originales no dejan de hacer, sigue siendo la mejor receta para sortear la sensación de que la cabeza estalla. Cuenta la leyenda que San Martín proveyó a sus soldados de cebolla y ajos para mitigar estas

incomodidades, así como el frío. La humeante comida servida, que incluía un buen arroz con pollo, o fideos con albóndigas, o algún suculento guiso, no impidió cumplir con sobriedad lo que algunos habíamos escuchado: la recomendación de casi no comer y evitar el alcohol. La primera noche el viento y cierta nevisca llamada “garrotín” no cesaron de golpear el refugio y blanquear las laderas de las montañas vecinas. Entre gauchos, soldados, arrieros, y una veintena de expedicionarios, entre ellos varios ejecutivos, unos cien jinetes con mulas y caballos, precedidos por banderas, iniciamos la expedición con nuestros corazones que golpeaban fuerte, no sólo por el sentimiento patriótico, sino también por sentir que, en realidad, no sabíamos hacia dónde íbamos. En todo caso, reconociendo que no íbamos a un lugar de baja altura ni demasiado transitado, sin confort ni regreso anticipado. Y yo, además, llevaba a mi descendencia.

A poco de salir, la mulas se inquietaron. Los muy entendidos decían que faltaba la “mula madrina”, lo cierto es que hasta que no se escuchó el sonar del cencerro cundió la incertidumbre y más de uno ajustamos bien las piernas a la montura para evitar un poco recomendable aterrizaje forzoso. No faltó algún retobe, patadas imprevistas, y hasta algún jinete que con éxito sobrevoló con elegancia a unos cuantos y llegó a tierra abruptamente, sin saber qué había pasado. Claro que frente a estos imprevistos las víctimas se sobreponen y, frente al auxilio colectivo, aseguran que no pasó nada... aunque rueguen que, cuando se pueda, les cambien la cabalgadura. El curso de un río seco nos acompañó en nuestro lento andar un buen trecho, mientras subíamos al paso de Come Caballos, otro hito en nuestro andar. Tal vez el añil del cielo cruzado por cóndores rompía la belleza infinita de las montañas multicolores. Parecía raro ver a tamañas aves dejarse llevar por los vientos como si planea-

naje freak”, continúa Pérez. Y agrega: “Curiosamente, una sociedad como la actual, ávida de estas figuras (para el consumo, aquí el problema), no favorece las condiciones necesarias para que este tipo de personalidades florezcan. Creo que cada vez se hace más difícil encontrar personas apasionadas con algo (con producir algo, personas apasionadas con House of Cards se las cuenta de a millones) y, por ende, personas con la disciplina necesaria para que la genialidad florezca. Las obras de Picasso se calculan por encima de las 6000. Fue un genio, sí, pero antes fue un trabajador de la pintura”. Fernando Isella es músico y director creativo de Limbo Digital, un servicio de distribución digital de música independiente. Isella cree que en las personas altamente creativas “la excentricidad es una forma más de soledad, ese esfuerzo por la diferenciación que a veces es necesaria para las «desviaciones naturales» de las mentes de los artistas”. Según el músico, “si la creatividad es materia prima para la imprescindible interrupción del statu quo, entonces el ser excéntrico sólo busca irrumpir con una visión de «piquete conceptual», un llamado de atención que no se priva de actitudes fuera de lo normal. A veces, es necesario gritar en un medio tan plagado de ruido, proclamando como sea la idea rupturista que hay que impulsar”. Pero la excentricidad no es imprescindible, ni mucho menos. “No considero necesario que las mentes creativas se transformen en aparatos excéntricos como único recurso para llegar a encontrar lo que, por ejemplo, los artistas más ansiamos: la inspiración para crear y comunicar la idea de una manera diferente y original”, concluye Isella. Y ello no parece estar divorciado de lavar los platos, indignarse en el supermercado, llevar una rutina diaria más o menos previsible y ver programas populares de TV abierta a la noche.ß

ran sobre nuestras cabezas eligiendo hipotéticas presas, cosa difícil de imaginar porque con la cantidad de ropa que portábamos, además de un poncho y sin omitir el sombrero y el pasamontaña, más la mochila, cualquier intento hubiera necesitado una cantidad imposible de aves. Si bien los malestares iban y venían, el grupo no se diezmaba. Por el contrario, la solidaridad y el buen humor nos hacían soñar en llegar a la cúspide, que se estimaba por encima de otros 500 metros, en donde la Argentina fija frontera con Chile. Tampoco, claro, se podía retornar, era casi como un huir para adelante que no admitía volver. El último tramo de un subida de 1000 metros se hizo ya no sólo con los jinetes algo fatigados: la altura también atacaba a los caballos. Aquellos que habían sido briosos se mostraban cansinos y cada vez que se les ajustaba la cincha advertíamos cómo enflaquecían y cuán pesada les resultaba la respiración. También a nosotros. Ascendíamos lentamente

mientras zorros rojizos huían por entre las piedras, zigzagueantes y veloces, y algunas llamas y guanacos, al sólo pasar y después de la sorpresa, se apartaban del camino, impertérritas e indiferentes, con sus crías al pie, como testimonio de su celebrada fecundidad, dando brincos que las alejaban en segundos de estos invasores. Bello era ascender entre manchones de nieve o hielo; por momentos, la huella traía una especie de arbustos redondeados de profundo amarillo, que resaltaban sobre el rosa o azul de las laderas de la Cordillera. Un paraíso infinito de valles, quebradas y picos nos envolvía mientras finos hilos de agua se escurrían transparentes por entre las piedras. Sólo el viento y el andar de los caballos resonaban. Subíamos en silencio. No había resto para mucha conversación a esa altura. Mi nieto eligió siempre ir delante de mí, bastante lejos, mirando el horizonte, como dispuesto a llegar pasara lo que pasase. Sentía al verlo, autónomo y solo, que había crecido repentinamente, que este viaje le ponía ideales y utopías, que le aportaba sueños y magia a su juventud. A mí me gustaba seguirlo vigilante con la mirada, sin que lo advirtiera, sobre todo cuando la huella se empinaba peligrosamente. El último día sabíamos que hacia el mediodía se llegaría al encuentro con los chilenos. Salimos muy temprano, en una mañana soleada pero ventosa. Con las horas, el tiempo se endulzó y un sinfín de banderas distantes, un par de horas después de nuestra partida, nos anunció que el tiempo del encuentro se aproximaba. Formamos un semicírculo, entre todos y a paso tranquilo, como reconociendo en cada tranco la inminente reunión con los chilenos. Acortábamos la distancia , mientras el “¡viva Argentina!” y el “¡viva Chile!” brotaban de las gargantas de ambas parte. Los himnos nacionales se escucharon con la misma emoción con la que se guardó un minuto de silencio mientras un soldado hacía sonar su clarín llamando a silencio por los muertos. Cuando desmonté, por cierto con alegría, también entendí la proeza épica, una verdadera epopeya la del Gran Capitán. Arriba quedó una placa con el nombre de los expedicionarios que incluía el de mi nieto, y atiné a decirle: “Mirá cuando vengas con tus hijos...”. Obviamente, yo ya había decidido no regresar. Camiones de la Gendarmería en pocas horas nos dejaron de regreso en nuestro campamento. Cargamos nuestros bolsos y un par de horas después estábamos confortablemente en un hotel de Villa Unión. La experiencia compartida con Franco será para mí inolvidable. Y la recomiendo para muchos otros, porque cinco días no es para tanto tampoco... y vale la pena.ß