Viernes 30 de enero de 2015 | adn cultura | 9
La voz rebelde de los olvidados Despedida. Cronista barroco de la vida en los márgenes, militante homosexual y uno de los autores más lúcidos de la literatura latinoamericana, el chileno Pedro Lemebel, quien murió a los 62 años, transformó su afán de resistencia política en provocadora y luminosa poesía Daniel Gigena
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n agosto de 2014, luego de agradecer el apoyo de amigos y lectores cuando parecía que iba a obtener el Premio Nacional de Literatura de Chile (que finalmente ganó Antonio Skármeta), Pedro Lemebel escribió en su página de Facebook: “Y los premios nacionales hay que recibirlos y soportar su fetidez oficial. En esta contienda de machos literatosos”. En esas pocas líneas, en las que agregó que con su postulación también entraba en la contienda “la calle letrada o la cuneta iletrada”, se cifran algunas de las claves que hicieron que su escritura traspasara los géneros literarios: poco importa si era un cronista barroco, que embellecía las tribulaciones de la periferia con dosis de política y sexualidad alegre e insolente, o un narrador cuya lucidez trastocaba manifiestos con el aliento de una voz cercana, eternamente perfumada. Las circunstancias sociales e históricas, a las que nunca dejó de estar atento, y las condiciones de producción de esa escritura, caracterizadas por el nomadismo y un “afán izquierdista”, prevalen en todos sus escritos. Con La esquina es mi corazón, su primer libro, Lemebel inauguró ese estilo propio e intransferible en que la forma breve se contamina de observaciones sobre el entorno, de consideraciones insurgentes y de pequeños relatos –en apariencia anécdotas que crecen hasta cobrar un relieve alegórico autónomo y desconcertante–, de recuerdos de la infancia propia y ajena, reales o inventados. La ciudad de Santiago adquiere en esos relatos una dimensión vital, apasionada y repleta de posibilidades. La loca vieja, el taxi boy, los obreros, los estudiantes, las madres de amores perdidos, aun los carabineros y las damas caceroleras pinochetistas transitan por sus crónicas con una simpatía amenazante y un rico vocabulario popular: “la juerga coliza”, “me hice el leso”, “destellos coligüillos”, “la pirueta colifrunci”, “el jet set piojo”, “las sábanas colipatas”. El repertorio parece inagotable; cada unidad, una célula narrativa que se adhiere a otras para crear constelaciones donde conviven la sombra aciaga de Pinochet con Liz Taylor, la Unidad Popular con Yoko Ono, Raphael con una travesti llamada La María Misterio y una disco gay con la homofobia de la izquierda. (Militante comunista, Lemebel padeció los desatinos del partido respecto del feminismo y la homosexualidad; esas tensiones se evidencian en su novela Tengo miedo torero.) Lemebel nació en Santiago de Chile, en Zan-
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jón de la Aguada, “piojal de la pobreza chilena”, en noviembre de 1952. En 2003 publicó un cuarto libro de crónicas con el nombre de ese barrio, donde incluyó crónicas bastardas sobre barras bravas, los chicos de la calle o la apertura del Museo Salvador Allende, retratos de cantantes populares (de Raffaella Carrà a Luca Prodan), episodios de la política chilena narrados desde “el lado zurdo del amor”, escenas que describen la estratificada pirámide social chilena, desde Zanjón hasta Las Condes. Sobre este último punto, Alejandro Modarelli, escritor y amigo de Lemebel, afirma: “Se fue uno más de los rotos de los barrios populares, acaso el más esplendente, que con su ironía y resentimiento creador le peleó de tú a tú a las elites del barrio alto. Y cuando pienso en las islas de la burguesía de Santiago, ubico en sus palmeras a esa nueva generación gay demasiado almibarada en las discos de moda y en los malls de Vitacura. Pero también a una nueva narrativa ‘mari-clona’, harto conformista, en la que Pedro jamás hubiese admitido que lo ubicasen. No sé si los nuevos escritores gays pueden creerse a sí mismos herederos de sus luchas. Como mucho, me
adn LemebeL Zanjón de la Aguada, 1952 Santiago de Chile, 2015 A mediados de los años 80, junto con Francisco Casas, Lemebel irrumpió en la escena pública con Las Yeguas del Apocalipsis, dúo artístico que realizó performances e instalaciones de alto voltaje político y poético registradas fotográficamente por Paz Errázuriz. Publicó varios libros de crónicas, entre ellos Zanjón de la Aguada, Háblame de amores, Adiós mariquita linda y De perlas y cicatrices. En 2002, ganó la beca Guggenheim. Colaboró con diarios y revistas de izquierda. Su obra se caracterizó por darles voz e identidad a las luchas minoritarias en América Latina desde una perspectiva militante.
parece, serán beneficiarios dentro del orden democrático neoliberal”. En Loco afán. Crónicas de sidario, publicado en Chile en 1996 y cuatro años después por Anagrama, Lemebel agrupó textos sobre la epidemia de sida en América Latina. Allí, las estampas necrológicas dedicadas a las víctimas homosexuales y travestis del VIH se transforman en cantos de rebeldía puntuados por fiestas gays durante la dictadura militar y otras en democracia, cuando el movimiento por los derechos de las minorías sexuales ya se había institucionalizado. Contra ciertas formas de ese proceso despotricaba Lemebel: “Una nueva conquista de la imagen rubia que fue prendiendo en el arribismo malinche de las locas más viajadas, las regias que copiaron el modelito en New York y lo transportaron a este fin de mundo. Y junto al molde de Superman, precisamente en la aséptica envoltura de esa piel blanca, tan higiénica, tan perfumada por el embrujo capitalista”. Señalaba, además, que lo gay, concepto blanco y adinerado, venía a sumarse al poder, no a confrontarlo, y reivindicaba una América Latina “travestida de traspasos, reconquistas y parches culturales” que pudiera aflorar en un “mariconaje guerrero”. Primero en la línea de combate anticapitalista él mismo, Lemebel hacía florecer en las crónicas lo que el statu quo de las ciudades, barrios y poblados latinoamericanos preferían mantener oculto, o al menos silenciado. Esas figuras desplazadas, con sus voces atrevidas y desfachatadas, su amor por la cursilería y los avatares clandestinos que la ciudad ofrece, entraron en la literatura latinoamericana gracias a la pluma de Lemebel. “Sus perfomances, sus libros, sus programas de radio y hasta su funeral rinden cuenta de una popularidad y un afecto que atraviesa todas las clases sociales, algo infrecuente en un país clasista y desigual como Chile –nos dice la escritora Cynthia Rimsky, tras la muerte del autor de Bésame de nuevo, forastero, el 23 de enero–. Lemebel no es sólo un inventor de lenguajes, que supo conectar la intimidad con lo social, y sacó a luz todas las miserias de una sociedad que esconde bajo la alfombra, construyendo una cultura y una estética popular, sino también una figura rebelde, no sujeta al orden, que dijo públicamente lo que pensó. La respuesta a su obra hay que buscarla en su multitudinario y cariñoso funeral. Lemebel creó a sus lectores.” C