La tejedora de las manos de seda

7 ago. 2010 - Muy cerca de ella, Don Quiroga, el marido de Paula, está haciéndole a su mujer un nue- vo huso con un hueso de vaca y otro con palo.
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INFORMACION GENERAL

I

Sábado 7 de agosto de 2010

BENEFICIOS EXCLUSIVOSs UN AGASAJO MUY ESPECIAL

Un día de rebajas, shows y juegos para los socios del Club LA NACION

Miles de personas colmaron ayer el shopping Dot, en Saavedra; habrá nuevos eventos Nadie quiso perderse la gran noche del Club LA NACION en el Dot. Ni los más de 320.000 socios del club ni los que se sumaron, por unas horas con su tarjeta virtual para vivir la experiencia de pertenecer al club de beneficios más importante del país. Desde bien temprano, las calles de aledañas al shopping de Saavedra empezaron a tener un movimiento intenso. El estacionamiento del shopping, que fue gratuito para los miembros del club, se colmó de vehículos. A las 18.45, el contador electrónico anunciaba que quebaban 100 de los 2400 lugares. Quince minutos después, llegó a cero. La afluencia fue tal que hubo que habilitar las cocheras externas. Todos llegaban ansiosos por aprovechar el 20 por ciento de descuento sobre las liquidaciones de fin de temporada que se ofrecían en más de 70 locales de primera línea, todos ellos debidamente identificados con la tarjeta de Club LA NACION en la entrada. De todas maneras, no hacía falta el cartel: bastaba con observar dónde se formaban largas filas de clientes para identificarlos.

La tarjeta, la mejor identificación La cajera de Cheeky dijo que ayer “todos” sus clientes eran miembros del Club LA NACION. Y lo mismo comentaron en Portsaid, en Grimoldi y en Como Quieres que te Quiera, todos locales que explotaban de gente. Florencia Ferraris aprovechó el beneficio para comprar unas botas en Sibyl Vane: “En realidad, mi mamá es socia, así que la traje desde Barra-

cas para aprovechar la promoción”, comentó a LA NACION. Carolina Paz, otra feliz compradora, salió del local de Desiderata con dos bolsas llenas de ropa. Eran varias remeras y un jean, todas prendas que formarán parte de su renovado guardarropa. Pero su derrotero por el shopping no iba a terminar ahí: desde hacía tiempo, tenía en mente unas botas de Lázaro que, con el 20% menos, parecían todavía más lindas. Agustina Albornoz fue con su hija Mía, de ocho años. Juntas eligieron el regalo del Día del Niño: un tapadito entallado de Pioppa. “Esperé hasta hoy para comprar los regalos, para aprovechar el descuento. Siempre estoy detrás de este tipo de beneficios; me parece una inicitiva buenísima”, comentó Albornoz, una socia que estaba viviendo por primera vez la experiencia, pues había bajado su tarjeta de Internet. Los que no puedieron hacerlo, se dirigieron al stand de Club LA NACION para disfrutar del beneficio. Además de los descuentos, los socios también disfrutaron de las actividades especiales pensadas por

Club LA NACION para toda la familia: desde teatro para niños, con el show de Los Cazurros, hasta el 2x1 en las salas de cine Hoyts y en juegos de Neverland. La noche, además, se llenó de música con la presentación de bandas en vivo que tocaron en los distintos niveles del shopping. Hubo para todos los gustos. El rock lo aportó Wind Brit, que hizo covers de grupos británicos. Ladies interpretó covers vocales y la agrupación Músicos de Cámara aportó el toque clásico con su cuarteto de cuerdas. El center manager del Dot, Hernán Galli, se mostró feliz con la convocatoria: “Superó nuestras expectativas. Es un beneficio muy atractivo para el socio. Hoy [por ayer] hay tanta gente como los fines de semana”. Natalia Fernández, gerente de beneficios del Club LA NACION, anticipó que este gran evento es el primero de muchos otros que se harán en conjunto con Dot y que consistirán en beneficios por rubros para los miembros, todos los días de la semana.

FOTOS DE RODRIGO NESPOLO

Aspecto de uno de los pasillos del Dot, ayer, a las 19

Historias con nombre y apellido | Paula Quiroga

La tejedora de las manos de seda Continuación de la Pág. 1, Col. 2 ben del alma. Del alma humana y su mezquindad y de esta tierra polvorienta donde esos gusanos, con nombre científico que ella no sabe pronunciar, trabajan su “casita” en los árboles, para abandonarlas cuando son crisálidas. Entonces, Paula sale a buscar los “niditos” blancos, va todas las mañanas al monte y junta de a cien, los lava con lejía, los seca al sol, les habla un poquito y, cuando el capullito es un ovillo, Paula comienza a hilar un finísimo hilo de seda, seda criolla, tan bella como la seda china, que guarda en el huso de madera. Después, bastante después de todo ese procedimiento, Paula se pone a tejer en un telar de madera, que también ella fabricó con palos raros, entrelazados como nervios, y allí pone la seda y teje, teje todo el tiempo, teje y habla. “Dicen que esto de tejer viene de los indios, pero no sé si será verdad. Mi abuelita ya hilaba y mi mamá también, porque antes, en cualquier casa, había un telar criollito, como el mío. Lo malo es que lo hacemos al aire libre, porque... ¿vio mi rancho? Es chiquito, así que, cuando hace frío como ahora, ya no tejo, ya”, dice, mientras en su falda hay un nidito blanco que arrancó en la mañana y que, según ella, tiene la mariposa durmiendo adentro. ¿Hay diferencia entre este hilo especial y bonito con el que se encuentra en el Extremo Oriente? ¿De dónde viene esta seda? La experta Ruth Corcuera, en su libro Mujeres de tierra y seda, da una aproximación de los orígenes y escribe: “La arqueología nos dice que los primeros habitantes de aquellos sitios fueron cazadores que hace 10.000 años consideraban el continente americano como un gran espacio sobre el que avanzaron buscando modos de subsistencia. Los españoles, al entrar en Catamarca, encontraron indígenas a quienes, abarcativamente, se los llamó diaguitas”. Pero Paula nada sabe de arqueología. Ella sólo quiere tejer siempre: “El día que no veo una tela en mi telar es como si estuviera enferma”, aclara, y saca el tesoro de su casa y lo muestra. “Este es coyoyo o coyuyo, como le dicen. Vení, mire los que tengo por acá. Son como cien, aunque para tejer una bufandita, necesito un montón.” Y se levanta con tranquilidad, nos acerca al chiquero y allí, colgados, como si fueran nidos de murciélagos blancos pero diminutos, cuelgan los nidos. “Son gusanos, ¿ves? Andan por las ramas de noche y llegan a agarrar el tamaño de un dedo y son de color oscuro y amarillo. Cuando crecen, empiezan a hacer el capullo y quedan colgados de los arbustos. Después, se hacen mariposa y llegan a medir 11 centímetros

RODRIGO NESPOLO/ENVIADO ESPECIAL

Paula Quiroga se gana la vida hilando y tejiendo, a pocos kilómetros de Ancasti de ala a ala. Bueno, cuando la mariposita se va, quedan los niditos y yo me los llevo a mi casa porque de ahí saco la seda.” Paula, Paula con sus manos, recoge en el ardiente verano que calienta detrás de la Cuesta del Portezuelo, una cantidad incierta de capullos, los hierve con cenizas revolviendo de vez en cuando hasta que el hilo se despega y forma un copito de seda. Luego, se separan las cenizas del copo, se lava el capullo nuevamente, se seca y Paula comienza a hilar la lanita en un huso chiquito. ¿Cuántos necesita? Para una colcha calcula que usa cinco mil y, a cada uno de ellos, Paula los elige, los acaricia, los hila. “Ves –dice– tiene que ser finito el hilo, bien finito, y casi nadie lo hace ya”, y sus dedos huesudos se transforman mágicamente en una especie de aguja de oro que transforma el rústico ovillito en seda salvaje. A su alrededor hay gallinas, niditos colgando, un chancho que nos mira fiero, un telar desarmado porque nevó la noche anterior, un frío demoledor y un auto que no anda. “Yo quería ser militar –cuenta Paula,

PAULA QUIROGA

UNA TEJEDORA MUY ESPECIAL

Quién es: tiene 73 años, nació en Ipisca, está casada y tiene cinco hijos Qué hace: teje con seda silvestre. Para ello, va a buscar los capullos al monte, los hierve con cenizas, los limpia, los seca al sol y luego comienza a hilar la lana. Sus labores valen entre 500 y 1500 pesos. Para hacer una colcha necesita hasta 5000 nidos de coyuyos. Es la única persona en el país (al menos que se conozca) que conserva el arte de hilar la seda y tejerla como lo hacían los diaguitas. mientras hila–, pero mi mamá me decía: «Usté es mujer, no puede ser militar, mi niña»; entonces, aprendí a tejer con cualquier lana, de oveja, de llama, de todo. Le robaba los ovillitos y me iba a «traviesiar».” –Y qué tejía. –Alforjas, sobre todo, mantitas, cosas

para los aperos, porque los gauchos de antes querían estar siempre lindos, con lo mejor en la montura y me pedían las alforjitas bien pituquitas. Paula jura que cuando teje no piensa en nada más que en la seda, en sus cinco hijos y en la Virgen del Valle. Protesta, porque cada vez hay menos capullos y ahora tiene que irse lejos para buscar las pupitas, como ella las llama. “Digo a los chicos que vayan y de paso «traviesean» un poco. Me traen, todos me traen, porque soy la única que teje de esta manera. Y, además, esto se teje de pie, porque para que entre la sedita en mi telar criollo, le tengo que poner otra plancha.” Entonces Paula, como si el tejer fuera su atavismo y su mandato, comienza a armar una serie de palos extraños, con peines rudimentarios, partes que parecen no tener lugar donde encastrar y comienza una labor que sólo se ve en algunos documentales, de esos llamados “el oficio profundo” u otras muletillas. Pone la lana, saca el peine, nos mira

cómplice, da vueltas a su telar, explica que ahora hay lana de oveja que ella misma tiñe y que tiene que ponerle “el otro aparatito” para que la seda pueda tejerse. Es una danza hermosa la que Paula hace. Una danza que no se compara con nada, excepto con sus ojos lindos y sus manos suaves, y todos la miramos moverse entre ovillos y lanas sueltas, entre gallinas y huesitos y ella, sin darse cuenta de que es un milagro lo que hace, nos muestra humilde. –¿Y no le enseña a nadie? –Ahora la intendenta (Blanca Reyna) me da 400 pesos para que enseñe, pero acá todos viven de los políticos, de algún subsidio y me quedaron pocas alumnitas. Todas chicas jóvenes, que cobran esa asignación por hijos. No sé, por ahí no tienen el amor que hay que darles a los coyuyitos. Muy cerca de ella, Don Quiroga, el marido de Paula, está haciéndole a su mujer un nuevo huso con un hueso de vaca y otro con palo amarillo, un árbol cuyo nombre científico ella desconoce. “La Presidenta tiene un chal que yo hice. Mirá, es tanto el trabajo que da hacer un ponchito o uno de esos pañuelos triangulares, que los tengo que cobrar entre 500 y 1000 pesos o más…”. –¿Y los vende? –Dos por año suelo vender. A Paula la llevaron hace un año a la Sociedad Rural para que expusiera sus labores y ella quedó fascinada con la ciudad. Es que nunca había salido de Ancasti por tanto tiempo “porque, desde chiquita, que trabajo. Iba al colegio y volvía a tejer. Tenía dos hermanos discapacitados y teníamos que atenderlos, entonces tejíamos y así aprendí. Nunca fui sirvienta de nadie. Me gané el trabajo yo sola, con las manos”. –¿Le gustó Buenos Aires? –Me gustó la Rural, lo único que conocí. Paula se levanta muy temprano, les da de comer a sus animales y sólo ahí desayuna algo. Después, se pone a hilar alguna lana y ayuda a Quiroga, su marido, en labores domésticas. Dice que nada ha cambiado en la zona, nada, salvo la sequía, que cada vez es peor. “Cómo necesitamos el agua, ni se imagina, cada vez hay menos coyuyos…”, dice. Y cuenta Paula, que además de tejer, es partera. Porque los nacimientos en ese monte empezaron a ser cada vez más frecuentes y no hay médico que llegue a tiempo. Entonces, esta tejedora de seda silvestre se lava bien las manos y ayuda a las parturientas con su sabiduría. En eso, también, las manos de Paula son como la seda.

Fotogalería. Retrato de Paula Quiroga, tejedora ancestral. www.lanacion.com.ar/fotos/

Breve PASADO MAÑANA

Presentan la cápsula del tiempo 2210 La cápsula del tiempo 2210, un receptáculo hermético que almacena objetos y documentos de una época destinados para que accedan a ellos generaciones futuras, será presentada por el gobierno porteño pasado mañana en el Malba. El proyecto fue desarrollado por el Ministerio de Cultura de la ciudad, con el soporte tecnológico y de comunicaciones de Telefónica de Argentina. Será presentado al público, a las 16, en Figueroa Alcorta 3415.