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| Domingo 20 De octubre De 2013
Un futuro posible, según Tarcus ¿Cómo imagina que será la realidad argentina dentro de 30 años?
Mano a mano Rigor intelectual y pasión coleccionista Tarcus ha dedicado su vida intelectual a pensar, organizar y reactualizar el pensamiento de izquierdas en la Argentina, no sólo a través del Cedinci, sino a través de textos como El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña y Mariátegui en la Argentina. Sus posiciones, como intelectual independiente, suelen incomodar a derechas e izquierdas por igual. Su casa del barrio de Congreso revela su afán coleccionista: cientos de libros, discos y objetos en cada rincón. No es extraño que La revolución es un sueño eterno, de Andrés Rivera, encabece una de las tantas pilas de libros. “Me encan-
ta ese libro. He comprado muchísimos y lo compro cada vez que puedo para regalar”, cuenta. En 2005, por su experiencia como archivista y bibliotecario, Tarcus fue convocado para ejercer funciones como subdirector de la Biblioteca Nacional. Tiempo después, dejó ese puesto por diferencias con su director, Horacio González. A lo largo de la entrevista, dedica algunas palabras a los intelectuales de Carta Abierta. “Rápidamente se transforman en intelectuales funcionarios. Cómo se van a resituar frente a sus pares en el seno de la sociedad civil en el poskirchnerismo es muy difícil de prever.”
Me disgusta la sociedad posindustrial de Daniel Bell, con sus tecnócratas y su hiperconsumo, tanto como el socialismo de la escasez, donde marchan millones con el mismo uniforme y carteles gigantes de los líderes supremos. Esos futuros ya llegaron, para nuestro mal. Imagino para mi hijo la utopía posindustrial de André Gorz, una sociedad donde el aumento de la productividad y las nuevas tecnologías exceden el dominio del capital, la jornada laboral se reduce a cuatro horas, el resto del día es libre para el ocio o para debatir qué ciudad quiero con mis vecinos. El
Tarcus, en diálogo con la nacion
capital intelectual, por ser inmaterial, elude la privatización. Cuando un bien es fácilmente reproducible y socializable, pierde su carácter mercantil. El capital persigue a los hackers con su copyright, sus códigos de acceso, pero el espacio de la gratuidad crece. Esa sociedad supone una gran diversidad social, política, cultural y productiva, conviviendo formas de propiedad colectiva, cooperativa, social. Puede sonar utópico, pero ya existen formas de intercambio no mercantil. La música o el video que hacemos en casa, para el autoconsumo o el consumo colectivo.
EntrEvista | 30 años de democracia
Horacio Tarcus. “La refundación kirchnerista del país, evidentemente, no existió” Viene de tapa
Tarcus, además, califica como transformadora y libertaria la llegada del kirchnerismo después de la crisis de 2001, y considera que se desperdició la oportunidad de refundar el país. Según el autor de Marx en la Argentina (libro recientemente reeditado), el gran desafío de la izquierda después de las PASO es estar a la altura de los votos, “transitar por el camino que va de la secta al partido”. –Si la historia es la ciencia que analiza lo que cambia y lo que permanece, ¿qué continuidades y rupturas advierte en estos treinta años, a lo largo de los distintos gobiernos? –El alfonsinismo fue la conquista de la institucionalidad democrática, fue la instauración del Estado de Derecho que habilitaba a reclamar libremente. Aunque la lucha por el derecho a algo no significa conseguir ese algo –el derecho al trabajo no significa conseguir trabajo–, fue una conquista. La década menemista y el interregno delarruista fueron, al mismo tiempo, la consolidación y el vaciamiento de la democracia. Quiero decir: el sistema democrático, con sus partidos, sus poderes, su legalidad, funcionaron ininterrumpidamente. Pero la democracia ya no era una conquista reciente, ni “estaba amenazada”, ni ofrecía un horizonte de expectativas. Las elecciones no expresaban opciones demasiado distintas: ganara Menem o Angeloz, De la Rúa o Duhalde, el modelo era más o menos el mismo. Y el superministro en uno u otro gobierno, fuese peronista, fuese radical, sería Domingo Cavallo, que fijaba el plan, ganase quien ganase. La democracia había llegado para quedarse, pero la política se había devaluado como nunca. Y la democracia, con una política devaluada, tenía que ser una democracia cada vez más hueca y vaciada de contenido. –Ése es el clima en que se gesta la gran crisis política y de representación de diciembre de 2001. –Sí, la gente salió a decir “basta” a esa trampa y esa sensación de que nos habían dado a elegir cuando no había opciones que escoger. He aquí la paradoja: la estabilización democrática y de un régimen formal de partidos llevó en los años noventa a un vaciamiento tan grande de los contenidos de la democracia y a una decepción tan grande respecto de las expectativas de 1983 que se generó una crisis inédita en la historia argentina como fue la crisis de 2001, 2002 y 2003. Fue inédita no sólo por la magnitud, sino por la naturaleza, porque aquí se trata de una crisis modélica, en la que los partidos representan muy poco, los dirigidos no se sienten representados por los dirigentes, y en la que el divorcio entre los dirigentes y la sociedad civil alcanzó un nivel sin precedente en la historia de la Argentina. Es una crisis impensable en la década del 80 o inicios del 90, pero que, sin embargo, es el resultado de la consolidación de una estabilidad democrática que permitía un juego político relativamente aceitado, y al mismo tiempo, no respondía a ninguna de las demandas ni las expectativas. –¿Cómo analiza la llegada del kirchnerismo en ese contexto? –El gran mérito de la década kirchnerista, al mismo tiempo que fue la piedra basal de su propio sustento, fue el retorno de la confianza en la política, la creencia en que la acción política es posible, es productiva y que el reino del mercado no es intocable. Lo hizo a su modo, desprolijo, poco institucional, amparando a su “lumpenburguesía”, pero lo hizo. Néstor Kirchner y la gente que lo acompañó entendieron la magni-
tud de la crisis y comprendieron que un gobierno que había ganado con el 22% de los votos, si quería crear consenso y legitimidad, tenía que restablecer el valor de la política, de la soberanía estatal, de la construcción de la voluntad política y de la militancia. Logró un restablecimiento bastante rápido en relación con la magnitud de la crisis, ayudado por la recomposición económica que lograron Duhalde y Lavagna en el período 2002/ 2003, pero Kirchner, digamos, completa la sutura de la crisis. Me parece que lo mejor del kirchnerismo, el aire más libertario, transversal o transformista es, de algún modo, una herencia de 2001. –El estado de cosas ha cambiado desde entonces. ¿En qué etapa se encuentra ahora el kirchnerismo? –Bueno, hoy no se vislumbra eso y lo que vemos es un giro a la derecha de un gobierno que no encontró solución al problema de la sucesión, un problema central en todos los populismos, y que hoy depende de Scioli y del armado sciolista de la provincia y del juego de sus intendentes. Desgraciadamente, ninguno de sus herederos parece recoger esa tradición progresista. Tanto Scioli, como Massa o Insaurralde –y en la vereda de enfrente, Macri– expresan formas no políticas de hacer política. Se presentan a sí mismos como meros gestores al servicio de las demandas sociales. Son políticos pospolíticos, posideológicos. Y como bien sabemos, nunca la ideología opera tan eficientemente como cuando se hace política en nombre de la posideología. El kirchnerismo no tuvo la capacidad o quizá la audacia de proponer un movimiento refundacional a la altura de los que aspiraron un Chávez, un Correa o un Evo Morales. Aun en el momento de su mayor hegemonía no tuvo la audacia de convocar una Constituyente, y esa oportunidad se perdió. Si dentro de dos años el país se encamina a dirimir la presidencia entre Scioli, Massa y Macri, la refundación del país, evidentemente, no existió. –¿Advierte un giro a la derecha del kirchnerismo? –De algún modo el kirchnerismo mantuvo una pulseada con la oposición y buena parte de la opinión pública cuando sostuvo que la solución al problema de la inseguridad tenía que ver con políticas sociales y no con la mano dura. Avalar y nombrar a ciertos funcionarios es, en alguna medida, ceder a la presión del sector más derechista de la opinión pública a sabiendas de que el problema de la inseguridad no se resuelve con mano dura. El problema de la seguridad en parte es un problema institucional y es un problema del poder. No se resuelve solamente sacando a los policías de los escritorios y poniéndolos en la calle. Me parece que hay un giro a la derecha, realista, porque necesita retener y ampliar su clientela política. Es un gobierno que hoy por hoy está a la defensiva y no sabemos qué curso de acción va a tomar después de las elecciones, en la medida en que éste es un gobierno que en situaciones en las que se siente acorralado, avanza hacia adelante. –El kirchnerismo suele demonizar la década del noventa. ¿Qué cambió y qué persiste hoy de aquellos años? –El principal cambio es el debilitamiento de la corporación militar, que se opera bajo el menemismo cuando Menem se encarga de Seineldín, pone fin al servicio militar, reduce el presupuesto militar y se produce la autocrítica de Balza. Creo que Menem le da un golpe decisivo al poder militar como corporación.
fotos de dIeGo sPIVACoW / AfV
El resto de las corporaciones existe; son las mismas y siguen tallando fuerte. Es cierto que los sindicatos han tenido sus divisiones, pero siguen teniendo un peso. Aun así hay que reconocerle al kirchnerismo que uno de esos sindicalistas fuertes finalmente va preso identificado como el responsable intelectual del asesinato de Mariano Ferreyra. Esto es una señal para esa corporación que, aunque ahora está dividida, se puede recomponer detrás de un futuro gobierno peronista. –Diez años de menemismo, un interregno duhaldista y 10 años de kirchnerismo. ¿Por qué cree que el peronismo ha gobernado dos tercios de estos treinta años de recuperación democrática? –No hay otro fenómeno equivalente en América latina. Los nacionalismos de los años cuarenta no han persistido durante más de medio siglo como el peronismo. Ciertamente el peronismo, para utilizar una expresión de Juan Carlos Torre, ya no es un movimiento o un partido, es el régimen político de la Argentina: vivimos eligiendo entre candidatos peronistas. En parte es un enorme fracaso de la oposición, del radicalismo, de la centroizquierda, del Frepaso, de la izquierda. Ninguna de estas fuerzas ha podido ser el PT de Brasil, el Frente Amplio de Uruguay o la versión más liberal de la Concer-
Tres fechas en la memoria Recuerdos de momentos que conmovieron al país
22/4/1985
Juicio a las Juntas “Regocijo de que se haya hecho justicia. Y sentimiento angustioso: en principio, sólo se alcanzó a los responsables y no a los ejecutores del terrorismo de Estado.”
Junio de 1996/ noviembre de 2000
Cutral-Có, Plaza Huincul, Tartagal, General Mosconi “El precedente inmediato del grito colectivo de diciembre de 2001.”
20/10/2010
Asesinato de Mariano Ferreyra “La desaparición de Jorge Julio López y el asesinato de Mariano son los dos hechos más dolorosos y siniestros de la última década.”
tación chilena. –Es difícil para la izquierda construirse, crecer y competir a la sombra de un populismo. –Efectivamente, es muy difícil construir una identidad política y tener un auditorio de masas mientras está vigente el populismo. El populismo siempre te corre por izquierda, y por realismo y pragmatismo. El populismo ha inficionado la cultura política argentina. El propio radicalismo y la centroizquierda tienen prácticas surgidas del populismo. En ese sentido, el chascarrillo de Perón que hoy repite la Presidenta: “En la Argentina hay radicales, hay desarrollistas, hay democristianos, hay comunistas, pero peronistas somos todos”, expresa elocuentemente esto que quiero decir. Y es en el marco de esta cultura populista hegemónica que el peronismo aparece como lo mejor, lo más racional, lo único eficaz, lo más popular. Es en el marco de esa cultura populista que peronismo equivale a popular, y viceversa. La izquierda tiene como desafío mostrar que el peronismo no tiene el monopolio de lo popular, ni que popular significa populismo. Es un enorme desafío si se considera que en nuestro país, incluso la izquierda más crítica del kirchnerismo y más autonomista, tiene al chavismo como modelo. –Las izquierdas han sufrido, du-
rante estos treinta años, derrotas políticas y electorales. ¿Por qué cree que en las PASO han superado el millón de votos? –Es un fenómeno inédito. La izquierda, a pesar de ir dividida en cinco fuerzas distintas, no recibió como otras veces el castigo de los votantes de izquierda o centroizquierda. Esto se debe al reflujo del kirchnerismo y el voto progresista que se canaliza a través de la izquierda; y en parte porque el espacio UNEN aparece como un espacio demasiado heteróclito para el votante progresista y desencantado del kirchnerismo. Hoy en ese universo de izquierda aparece el trotskismo como una opción, tiene el espacio libre y el auditorio dispuesto para ser escuchado. Creo que este crecimiento de la izquierda no sólo en la ciudad de Buenos Aires y en un sector de la provincia de Buenos Aires, y no sólo en el movimiento estudiantil, sino también en sectores del movimiento obrero, y esto de presentarse reiteradamente con las mismas consignas, el mismo frente, de algún modo hace que el electorado reconozca una continuidad y una coherencia respecto de lo que puede ser visto como la incoherencia de Pino Solanas y sus alianzas aleatorias; y Vicky Donda y Libres del Sur en alianza con PratGay. En medio de un kirchnerismo que naufraga y una centroizquierda que decide presentarse con una lógica tremendamente electoralista –de juntarse todo el mundo porque hay que ganarle al kirchnerismo como sea–, creo que el electorado premia a una izquierda a la cual, si bien sigue viendo como sectaria, le reconoce honestidad y coherencia. A Zamora se lo sigue viendo como el prototipo de la honestidad y a Altamira, el de la coherencia. Ahora, esta necesidad de hacer política en elecciones y frente a las cámaras está poniendo en tensión la estructura sectaria. –¿En qué sentido? –En que ya no es la izquierda que aprovecha los segundos que ofrece el Estado para presentarse anunciando la inminencia de la revolución –algo que se mantiene a nivel interno en sus periódicos y revistas–, sino que aprovecha el espacio público con vistas a ganar las elecciones. Empiezan a hacer aquello que ellos hubieran condenado como “electoralismo”. Hay una izquierda que empieza a manejarse en el marketing político. Altamira, que antes era una especie de fenómeno que denunciaba a todos los que estaban en la mesa, ahora es un personaje relativamente carismático en la televisión. Hoy puede tomar champagne con Chiche Gelblung y referirse a Lozano como “el compañero Claudio”, cuando antes le hubiera dicho peronista pequeñoburgués y otros epítetos. Puede suceder que un tipo como [Jorge] Rial pida “un milagro para Altamira”. O sea, hay un fenómeno mediático sobre el cual la izquierda se montó y puede ser que produzca modificaciones. Pero hay que ver si la izquierda va a estar a la altura de asumir el millón de votos que quizá se supere y hay que ver qué hace con los diputados: si hace política en el sentido fuerte del término, de intervenir, de hacer alianzas y leyes, lo que la izquierda radical llamaba reformismo. Bueno, ahí hay posibilidad de que la izquierda crezca. Ahora, si los diputados van a hacer lo que hizo Zamora en 1989 y decir “que se vaya Bush”, o sea, pura retórica denuncialista del imperialismo, estamos en la misma lógica de la secta que se autopreserva con un puñado de gente. Hoy, para la izquierda el gran desafío es transitar por el camino que va de la secta al partido.ß Twitter @astridpikielny