La cuna kirchnerista ante el desafío de no ser otra Anillaco

La cuna kirchnerista ante el desafío de no ser otra Anillaco. El Calafate. Texto Mariela Arias | Fotos Horacio Córdoba. EL CALAFATE.– Diez can- teros explotan ...
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POLÍTICA

| Domingo 19 De octubre De 2014

A fondo Explotó gracias al turismo, pero a partir de 2008 se frenó la construcción; el crecimiento, desordenado, dejó a los lujosos hoteles conviviendo al lado de barriadas humildes; sus pobladores apoyan al Gobierno, aunque temen caer en el olvido después de 2015

El Calafate

La cuna kirchnerista ante el desafío de no ser otra Anillaco

Texto Mariela Arias | Fotos Horacio Córdoba

E

L CALAFATE.– Diez canteros explotan de narcisos amarillos en la rotonda de ingreso como una promesa de verano. Una cuadrilla municipal barre y riega con ahínco la avenida principal. Los transfers recogen turistas por los hoteles rumbo a las excursiones. Sólo la humareda de un incendio en el basural municipal irrumpe en el paisaje perfecto. Son las 9 de la mañana en esta ciudad donde el turismo y la construcción marcan el ritmo de sus 21.000 habitantes. Wilder Claros es albañil, con su esposa y sus dos hijos viajaron durante ocho días en colectivo para unir los 5000 km que separan Cochabamba, en Bolivia, de la Patagonia. Su padre ya había recorrido el mismo camino, y lo urgía a venir: hacían falta operarios, albañiles, obreros en un pequeño pueblo en el sur de la Argentina. Todos los días una nueva obra de construcción empezaba. Era el año 2005 y esta ciudad vivía con la adrenalina que traen las nuevas inversiones, las obras faraónicas y las intensas olas migratorias que cambiarían al bucólico pueblo para siempre. Así, El Calafate se convertiría en la última década en “el lugar en el mundo” de mucha gente. Según datos del último censo del Indec, la población de la ciudad creció un 158% en diez años. La salida de la convertibilidad, la llegada de Néstor Kirchner al poder y un nuevo aeropuerto fueron las bisagras que determinaron un crecimiento por impulsos y sin planificación. Entonces desembarcaron las grandes cadenas hoteleras y en pocos meses hubo construcciones por todos lados, aunque no tenían gas ni luz. Los servicios públicos eran un caos. Hoy algunos hoteles quedaron rodeados de barriadas. Allí el asfalto convive con las calles de tierra, y los transfers de turistas con un viejo Renault 12 de un albañil. Todo se mezcla, pero no se toca. Durante el auge de la construcción, los obreros vivían en galpones o se amontonaban donde podían; sobraba trabajo. Ése fue el caso de Wilder Claros, con cinco hijos, tres nacidos aquí. “Nos adaptamos rápido, el frío en Cochabamba es igual. Volvimos una vez a Bolivia, pero los chicos no se adaptaron”, relata al fin de una jornada de trabajo. De las 2500 plazas hoteleras disponibles en 2002, en pocos años la ciudad alcanzó las casi ocho mil. Pese al voraz crecimiento y los 170 hoteles que hay en la ciudad, el Posada Los Álamos, es el emblema. Desde 1999 mantiene 144 plazas, pero se amplió para atraer convenciones y congresos. Rodeado de álamos, mezcla el lujo con la calidez de una cabaña en un bosque. Allí se alojaron desde los reyes de España y la familia de Hugo Chávez, hasta las figuras internacionales que pasaron por la ciudad. En uno de los lobbies del hotel, Mario Guatti reflexiona sobre la explosión turística, sin descuidar su smartphone. Lo llama su socio, lo consulta un futuro huésped, lo requiere su esposa. Tiene 44 años, es contador y profesor de economía. Su padre fundó el hotel hace 30 años y él le dio el impulso de la renovación. “Hubo un auge muy grande, en forma casi natural llegaron las inversiones a partir de 2003, 2004. Hotel que se abría, hotel que se ocupaba por completo. Aún hoy, la mejor temporada sigue siendo la de 2007/2008. Después de ese año, la crisis europea empezó a repercutir en el destino”, relata Guatti. Lo mismo pasó con el boom inmobiliario, que se detuvo a partir de 2008. “La sobreoferta hotelera que tenemos nos ayuda a que estemos entre las mejores propuestas internacionales”, asegura Guatti, para quien el desafío pendiente es “romper la estacionalidad del destino”. El empresario no tiene dudas de que Kirchner le dio a El Calafate una vidriera internacional. “Cuando Lula estuvo en mangas cortas y campera frente al glaciar, y la imagen dio vuelta el mundo, los brasileños empezaron a ver a El Calafate como una opción”, recuerda. Los registros de la Secretaría de Turismo de El Calafate coinciden: hasta 2007, el 61% de los turistas extranjeros eran europeos, ahora esa tendencia fue reemplazada por

Una realidad ajena a la del resto de la provincia Santa Cruz emerge del kirchnerismo con mayor dependencia de la Nación

Ayer y hoy

El Calafate evolucionó desde los primeros años kirchneristas de un modo perceptible en las panorámicas

los brasileños. Ante la crisis, varios hoteles se pusieron en venta. La movida fue aprovechada por la familia Kirchner, que compró dos de ellos y sumó al otro que ya tenía. Todos rankean entre los más lujosos de la plaza local. Los turistas argentinos despliegan una rara curiosidad por los lugares emblemáticos para los Kirchner. Quieren saber dónde están sus hoteles, cómo llegar a su casa, o sacarse una foto en grupos frente a la tranquera de su residencia. El intendente local, Javier Belloni, contribuye: en el ingreso de la ciudad instaló un enorme cartel con la fotografía de Cristina y la frase: “Bienvenida a tu casa”. El Calafate tiene su propia dinámica. En septiembre, cuando empieza la temporada turística, el ritmo se acelera para bajar abruptamente después de Semana Santa. En invierno, la mayoría de los negocios cierran y los hoteles reducen a la mitad la oferta. Los habitantes retoman su rutina de pueblo chico, donde ni semáforos hay. Sólo queda esperar que se congele la bahía Redonda para patinar sobre hielo o tirar de los trineos. Los 20 grados bajo cero no espantan. Promover el turismo todo el año es el desafío y para ello volvió el debate sobre una pista de esquí en las cercanías del glaciar. Para unos, favorece el turismo; otros se niegan rotundamente. Hace 20 años éste hubiera sido un debate impensable. En ese momento, el intendente era Oscar Gómez, quien estaba convencido de que el pueblo podía ser una meca del turismo, aunque no tenía recursos ni infraestructura. Recorría el país con una carpetita y un video del glaciar bajo el brazo. Con ingenio logró que se empiece a hablar de El Calafate. Donó un fax a Radio Nacional Buenos

Aires a cambio de que mencionen a la ciudad en los reportes del clima. “El Calafate explotó, creció, pero no se desarrolló. Yo tenía un plan de desarrollo urbano en marcha cuando me fui en 1995, la idea era entregar tierras, pero con servicios básicos”, afirma el hoy presidente de la Cámara de Comercio. Gómez nació aquí y tuvo sus siete hijos. “El estado provincial y nacional van detrás del crecimiento, las obras llegan como parches; algunas fueron necesarias, pero no todas”, asegura. El gobierno nacional derivó para El Calafate obra pública que garantizó la infraestructura hotelera y el crecimiento demográfico. La llegada del gas natural, la extensión del sistema interconectado hasta la ciudad, la pavimentación al Parque Nacional Los Glaciares, la planta de agua potable, están entre las más importantes. Pero a pesar de todo ello, aún hay cortes de agua y de luz cada tanto. El ritmo de la ciudad palpita sobre la avenida Libertador, de los 583 comercios registrados en la ciudad, 188 se encuentran sobre esa avenida. Coquetos canteros, bancos de plaza, Wi-Fi libre y la sombra de los pinos invita a los turistas a descansar. Pietros y Casablanca son los bares tradicionales. Sin embargo, también son copados por los turistas, en las mesas las charlas sobre política vernácula se mezclan con acentos extranjeros. A pocos metros se erige el casino de Cristóbal López, una mole en blanco y dorado que desentona con el paisaje y despierta críticas. Unas cuadras más adelante, el gobierno municipal termina el Anfiteatro del Bosque, por inaugurar en 2015, al igual que un hospital de alta complejidad, ambos financiados por fondos nacionales.

Tomás Robinson llegó aquí en 1981 desde Berazategui, era guía bilingüe y después de probar un par de temporadas terminó echando raíces. Hoy a los 62 años es dueño de Ovejitas de la Patagonia, una de las fábricas de chocolate de la ciudad. Para él, hubo obras necesarias, pero también otras faraónicas e inútiles. “En estos diez años, la salud y la educación han sido relegadas a favor de obras públicas que en muchos casos favoreció sólo a un grupo empresario”, asegura. Fue candidato a intendente por el partido Encuentro Ciudadano, que junto a la UCR son las dos únicas expresiones opositoras al kirchnerismo local. Es difícil ser opositor en un pueblo que vota 80% al kirchnerismo. Pese a sus críticas al poder político, le augura buen futuro a la ciudad después de 2015. “El Calafate no es Anillaco, es un destino que tiene vida propia”, dice convencido. La trama social de la ciudad es compleja. Varios “Calafates” viven en uno. Los turistas, los “golondrinas” que trabajan en turismo, los comerciantes, el sector político y los “NyC” (nacidos y criados) de pura cepa. En este grupo está Susana Toledo, de 43 años, diputada nacional por el radicalismo. Para ella, “aquí se vivió una década desperdiciada, hubo obras, pero también hubo enormes sobreprecios y nuevos ricos. En El Calafate, la gente normalizó la corrupción”, cuestiona. Otra mirada aporta el concejal Alexis Simunovic, de una familia tradicional del pueblo. Con orgullo dice que es la cuarta generación. Fue secretario de Turismo local y provincial. Ahora es presidente del Concejo Deliberante por el FPV. “Las obras públicas fueron necesarias para el desarrollo, pero no sólo

porque los Kirchner estuvieron en la Presidencia. El actual intendente fue un gran gestor”, asegura, aunque admite que la ciudad aún debe resolver la falta de cloacas y el traslado del basural. “No son obras imposibles”, evalúa. Alejados de la avenida principal se establecieron barrios precarios. Son los que vinieron por las dudas y se quedaron. “El crecimiento implosivo dejó una trama social con necesidades por cubrir, por eso el asistencialismo está a la orden del día”, afirma Fernando Cervo, operador turístico de Destinos Australes, una de las 91 agencias del rubro, según el informe de Indicadores de Sustentabilidad Turística, encargado a una consultora por el municipio local. En la pirámide poblacional local se destaca como la mayor franja etaria la que va entre los 25 y los 34 años. La siguiente es la población de 0 a 4 años. El Calafate es un pueblo joven. Cada inicio del ciclo lectivo faltan aulas y bancos. Se necesitarían, por lo menos, cuatro escuelas nuevas. Sin conocer este dato, llegó hace un par de años Brenda Pintelos con su novio. Es administrativa, tiene 26 y vivía en Caballito. Primero vino de vacaciones con su pareja, después regresaron enamorados del lugar. Dejaron sus trabajos en Buenos Aires, y vinieron sin trabajo ni alquiler, en pleno invierno. Compraron un terreno y ya piensan en construir. “Vivir acá es sentir que estoy siempre de vacaciones”, dice ella entusiasmada. “En cualquier época, y por las razones más diversas, una parte importante de la humanidad siempre ha estado en movimiento”, afirma el escritor alemán Hans Magnus Enzensberger. El Calafate parece haber tenido algo que ver.ß

EL CALAFATE.– Santa Cruz es una tierra de fuertes contrastes. Convive el petróleo con los paisajes prístinos, los precarios asentamientos con el turismo internacional, los grandes terratenientes con el jornalero. Realidades extremas escriben la historia en una provincia con realidades antagónicas que en la última década saltó al centro de la escena nacional a partir de la llegada de Néstor Kirchner a la Presidencia. Es la provincia continental con menor densidad demográfica, apenas 1,1 habitante por kilómetro cuadrado. Sólo 14 municipios y un puñado de comisiones de fomento se encuentran desparramados entre la inmensidad de la estepa patagónica, algunos contra el mar otros recostados contra la Cordillera. Algunos viven al ritmo del petróleo, otros del carbón, la mayoría bajo el pulso anquilosado de la administración pública. Sólo El Calafate y El Chaltén tienen su vida atada al turismo. Se pueden viajar 1200 km de una ciudad a otra sin salir de la provincia. Este aislamiento demográfico y las características de cada lugar hacen que esas diferentes realidades casi no se toquen. Así mientras en El Calafate el actual debate público gira sobre la posibilidad de instalar una pista de esquí en las cercanías del glaciar Perito Moreno, en Caleta Olivia la ciudad sufre la falta de agua potable, y este año debieron recurrir al agua del mar para satisfacer sus necesidades básicas. Es común aquí escuchar la frase: “El Calafate no es Santa Cruz”. La frase encierra una percepción común en toda una provincia que palpita bajo los vaivenes del presupuesto provincial y las partidas especiales que el gobierno nacional empezó a girar en 2012 a los municipios encolumnados con el proyecto nacional y enfrentados al díscolo gobernador Daniel Peralta. La frase también es un mensaje para el intendente de El Calafate, Javier Belloni (FPV), quien con un municipio reducido y con fuertes ingresos que llegan del turismo y de la Nación pudo administrar en forma prolija y sin sobresaltos. Con esa vidriera aspira ahora a la gobernación. Según un informe difundido esta semana por la AGN, Santa Cruz fue la provincia más beneficiada por la Nación en el período 2003-2012, con un monto de transferencias discrecionales que asciende a los 9000 millones de pesos. Aun así, nada garantiza que esos fondos aseguren el despegue de una provincia que tiene atados sus ingresos a la liquidación de las regalías petroleras y hoy debate un presupuesto público de casi 18.000 millones de pesos, con 1900 millones de déficit y aun así recibe asistencia del gobierno nacional para completar el pago de los 60.000 sueldos que paga el Estado. La Casa Rosada extendió hasta Santa Cruz el sistema interconectado nacional, promueve la instalación de una usina de carbón en Río Turbio para reactivar el yacimiento carbonífero y ahora un complejo hidroeléctrico sobre el río Santa Cruz con fondos que financiaría el gobierno chino. En Río Turbio, hay fuertes críticas sobre el destino final de las cenizas de la usina, y en El Calafate se preguntan cómo impactará la llegada de miles de obreros para construir las represas mientras se espera un estudio de impacto ambiental que desmienta los temores sobre el cambio que las presas podrían generar sobre los glaciares. La bonanza que vive El Calafate no tiene parangón con el resto de la provincia. Aquí la década dejó inversiones y herramientas para el futuro. Santa Cruz no tiene el futuro asegurado después de 2015.ß