EL ASCENSO, LA OTRA HOGUERA

gonizaron una batalla en la confitería del club en la madrugada del 12 de agosto. Los disidentes liderados por Campitos pretendían un reparto más justo y ante.
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SÁBADO 30º Y 10 Y 2010

FÚTBOL: VIOLENCIA SIN FIN

ENEMIGO OS INTIMOS

EL ASCENSO, LA OTRA HOGUERA

PODER, IMPUNIDAD, NEGOCIOS ALREDEDOR DE UNA TRIBUNA, LAS CAUSAS QUE

PROVOCAN LAS FEROCES INTERNAS EN LAS

BARRAS BRAVAS; NEWELL’S Y ESTUDIANTES, DOS CASOS EN ESTADO DE EBULLICIÓN

POR A. CANTORE Y D. MEISSNER LA NACION

P

oder, dinero, impunidad, los objetivos que se esconden detrás de las feroces luchas intestinas que protagonizan las barras bravas. El paso del tiempo modificó el mapa para que los violentos dirimieran las diferencias para gozar de los beneficios. Antes, las peleas entre las hinchadas de diferentes equipos determinaban el grado de brutalidad de sus integrantes y sembraban el terror; en la actualidad, esa irracionalidad también fija quién ostenta el control y cómo se distribuyen los dividendos de los oscuros negocios que se persiguen y se ocultan bajo una misma bandera. Si antes el enemigo se distinguía por los colores, ahora el adversario está instalado en la propia tribuna. El fenómeno de la puja por el dominio entre las diversas facciones de un mismo club no es nuevo –en la década del 90 la hinchada de Central se fraccionó en tres grupos y en el Gigante de Arroyito eran regulares los enfrentamientos con armas de fuego–, aunque en los últimos años las internas para adueñarse de los paraavalanchas recrudecieron y se multiplicaron. Newell’s y Estudiantes se presentan como dos casos en constante estado de ebullición. La salida de Eduardo López de la presidencia de Newell’s, en diciembre de 2008, provocó el alejamiento del líder de la barra brava, Roberto Pimpi Caminos –asesinado el 19 de marzo pasado en un bar–, pero la espiral de violencia no se tomó respiro. El espacio de poder ahora lo pretenden Diego Panadero Ochoa –fue blanco de tres atentados; en el último murió Walter Cáceres, de 14 años–, y los que se alistan junto a los hermanos Sergio Teto y Daniel Chamala Vázquez. En esta segunda facción sobresalen también Matías Pera, Sergio Quemado Rodríguez y su hijo Maximiliano, y Gabriel Virus Sottomano, quienes golpearon con saña a Ochoa, que abandonó el estadio cuando Newell’s jugó con Independiente, el 4 de septiembre pasado; además, se jactan de haber corrido a un grupo leal al Panadero, antes del encuentro con Estudiantes, por la Copa Sudame-

ricana. En esa trifulca se escucharon detonaciones de armas de fuego. En La Plata, el protagonismo y la consolidación de Estudiantes en el plano local e internacional generaron que el botín en discusión aumentara, y la reaparición de Omar El Hache Alonso provocó la convulsión entre los revoltosos que se encolumnan detrás de Adrián El Gato Sosío. La codicia de los barrabravas hace el resto. Frente a ese escenario, los lugares para agredirse son impensados: la tribuna de una cancha, una estación de trenes, la calle, una ruta… Para asegurarse el poder los barrabravas no se imponen límites. El apoyo de personajes marginales, relacionados con el hampa y el negocio de las drogas, ya no es algo prohibido, no está fuera de los códigos. Tampoco causa sorpresa las alianzas que se tejen con miembros de otras hinchadas, con ex integrantes de las fuerzas de seguridad, o con policías, quienes fijan zonas liberadas o actúan como proveedores de armas. El acercamiento a los políticos y a las entidades gremiales dejaron de causar extrañeza, y esto les permite engrosar la caja. Los barrabravas extienden sin escrúpulos el abanico de contactos para afianzar el liderazgo. Sin Pimpi, que durante ocho años infundió miedo junto con sus matones sobre quienes disentían con las actuaciones del presidente López, los hinchas de Newell’s imaginaron un período de sosiego. Nada más alejado de la realidad. La emboscada que sufrió Ochoa, frente al barrio Las Flores, en el sur de la ciudad, cuando los hinchas rosarinos regresaban del partido con Huracán, en la madrugada del 4 de febrero, reavivó la interna y demostró

cómo personajes ajenos al fútbol pretenden desembarcar en las hinchadas para extender sus negocios. Detrás de la organización y ejecución del ataque se escondieron soldados de la denominada Banda de Los Monos, que controla la comercialización de drogas en Rosario y cuyos tentáculos se extienden hasta las inmediaciones del centro de la ciudad. También se descubrió la existencia de pagos en la comisaría 11a para trabajar libremente en la zona, y que un ex policía le proveyó armas para el atentado. La traición dejó de ser una deshonra entre los violentos, porque quienes desean el poder de la barrabrava rosarina fueron acercados por el propio Ochoa. Los hermanos Vázquez son figuras conocidas por su aproximación a los hermanos Claudio Ariel y Guillermo Cantero, hijos de Ariel Máximo, señalado como el líder de la Banda de los Monos. En el barrio La Granada aseguran que los Vázquez llegaron a un acuerdo para no interferir en el control de la barra en los tiempos en que Pimpi Caminos y sus hermanos eran los mandamás. El escenario que se presentó en Rosario posibilitó que Pedro El Loco Demente Bismark, ex lugarteniente de Pimpi –la relación terminó hace seis años, después de que Caminos lo apartase a los tiros de su grupo–, recobrara protagonismo. En la zona sur de la ciudad se menciona que Bismark fue sondeado hace un par de meses por los hermanos Vázquez, quienes le ofrecieron una vivienda

DERECHO DE ADMISIÓN PARA 372 VIOLENTOS

Las internas en las barras bravas impusieron que los organismos de seguridad apliquen el derecho de admisión. En Newell’s, 162 apellidos están impedidos de acercarse a 60 metros del estadio; a Estudiantes, el Coprosede le confeccionó una lista con 210 nombres.

para que se instale en La Granada. La felonía entre los violentos llega a instancias que en otras épocas sólo cabían en alguna mente afiebrada. Un ejemplo es la visita que le realizaron Pera y el Quemado Rodríguez a Andrés Pillín Bracamonte, jefe de la barrabrava de Central, que está detenido en la comisaría 9a. En el conciliábulo, Pillín aconsejó cómo humillar y desprestigiar a Ochoa, después aquella golpiza en el cotejo con los Rojos. El robo de dos bolsos con banderas, entre las que se destacaba la que llevaba la leyenda 40.000 de visitantes, en alusión a la concurrencia de hinchas de Newell’s al partido con Independiente, cuando los rosarinos fueron campeones en 2004, fue el golpe que se planificó en esa charla y se ejecutó en la madrugada del 7 de septiembre. La mano de obra de la movida la aportaron hinchas de Central, mientras que los de Newell’s se encargaron de garantizar el éxito de la maniobra. A 362 kilómetros de distancia, en La Plata, otra puja por el poder está teñida por la violencia. Una pelea que suma capí-

tulos y con algunas escenas que provocan incredulidad, como la imagen que captó un fotógrafo del diario Crónica, donde se observa a un barra brava de Estudiantes con un arma de fuego, custodiado por Daniel Maddoni, un policía de la comisaría 43a, poco antes del partido con All Boys. El desencadenante de tanta locura que se instaló en La Plata lo provocó la reaparición de El Hache Alonso, histórico líder que regresó para ocupar el puesto de privilegio del que gozó desde 1990 y del que se tuvo que alejar más tarde, debido a las condenas que recibió por homicidio y tenencia de estupefacientes. Ahora, ese sitio lo comparte con Adrián El Gato Sosío, que maneja el grupo más numeroso de todas las facciones, denominado Los Leales. Compañeros de tribunas, alguna vez enemigos, los negocios, el dinero y el poder los volvió a juntar, aunque la paz que reina en la popular no es inquebrantable para estos personajes oscuros. El respiro fue después de que la barra brava de Estudiantes protagonizara durante el Clausura pasado varios episodios teñidos de sangre y muerte. El hecho más grave fue el que terminó con la vida del sargento de la policía Sergio Rodríguez, en la estación de trenes, cuando los hinchas se preparaban para viajar con destino a Quilmes para un partido con Argentinos, el 3 de marzo. El choque también dejó a dos simpatizantes y a un agente del Servicio Penitenciario heridos. Entre los 45 detenidos estaba Alonso, que gozaba de libertad condicional. Según las pericias, se ejecutaron más de 30 disparos, un reflejo del salvajismo de estos personajes. Diez después, en la vidriería Bazkos, de la calle 513, entre 7 y 8, de Ringuelet, nuevamente una ráfaga de disparos alteró la tranquilidad. Allí, compartían

A LA SOMBRA DE LOS CLUBES MÁS POPULARES Y CONVOCANTES, EXISTE UN UNIVERSO PARALELO QUE MANEJA LAS MISMAS SÓRDIDAS LEYES QUE SUS HERMANOS MAYORES un asado un grupo de hinchas de Estudiantes, entre quienes estaba Gabriel Mastrovito, señalado como perteneciente al grupo que lideraba la barra brava de Estudiantes de la mano de Fabián Gianotta. Mientras almorzaban, dos personas descendieron de un Corsa gris, comenzaron a disparar e hirieron a Mastrovito en el brazo izquierdo. Entre los cinco ocupantes del vehículo había dos menores de edad. Los investigadores no descartaron que se haya tratado de un ajuste de cuentas por el ataque de la estación de trenes. Esta espiral que ahora se tomó un respiro se había profundizado cuando la barra brava quedó acéfala en agosto de 2009, después de que Gianotta, un ex policía exonerado que asumió el rol de líder en 2006, fue detenido por la muerte de Juan Andrés Maldonado, un joven que recibió un balazo en el pecho frente al boliche bailable Alcatraz, de Berisso. Esto provocó la ambición desmedida de las varias facciones que componen la barra. Entonces, El Hache se presentaba como principal referente de la vieja barra, acompañado por gente de Lomas de Zamora; el Gato Sosío, como cabecillas de Los Leales; Pablo Cabrera, un histórico que se alió con Marcelo de Lomas, reconocido ex barra brava de Boca, y Marcelo Morsa Montero, a quien se lo acusó de ser el instigador de perpetrar el ataque en la estación de trenes, comandaba la restante facción. Los violentos no reconocen geografías ni colores. La desmedida ambición por los negocios, el poder y la impunidad es más fuerte.

EN EL LUNA PARK, UN COMBATE, PERO A LOS TIROS El mes pasado, en un acto político del intendente platense Pablo Bruera, facciones de Los Leales y aquellos que responden a Morsa Montero se enfrentaron en el Luna Park. El saldo, dos heridos de bala y uno de arma blanca. No hubo detenciones.

Video. Una película que parece no tener final. Por Lucas Bertellotti. www.canchallena.com/1319796

al vez, por tratarse del fútbol menor de la Argentina, sus casos no cobren la misma incidencia que los de la primera división en la opinión pública. Pero el ascenso, como si reflejara una versión más acotada de lo que acontece con los grandes, vive su propio infierno. Las porciones del botín son más pequeñas y la posesión de territorio tribunero quizá no sea la deseada por estos personaje siniestros, pero la violencia, los métodos y la irracionalidad que emplean para llevarse al prójimo por delante en pos de su propio beneficio, no tienen nada que envidiarle a nadie. Si no, que lo digan los pacíficos hinchas de Almirante Brown, que deben ver casi de modo permanente (y hace años) como los barras de su querida entidad –separados en dos facciones bien marcadas– provocan delante de sus ojos todo tipo de desmanes ante la menor oportunidad de encender la chispa del odio. Grupos antagónicos amparados en nombres como “Los de siempre” y “La Juan B. Justo”, precursores en esto de abrir surcos entre individuos de un mismo club, pelean por una estúpida supremacía que sólo le dio dolores de cabeza a la Fragata y hasta la quita de 18 puntos en 2007, tras los incidentes en una final ante Estudiantes de Buenos Aires, en Racing. Aquella trifulca interna les valió a los de Isidro Casanova el descenso al no lograr recuperar tanto terreno y la prohibición de ver en todo el campeonato a su equipo en la B Nacional. Nada de eso intimidó a los violentos, quienes siguen dirimiendo sus diferencias con armas blancas y de fuego en la plaza de San Justo de tanto en tanto. El de su más acérrimo rival, Nueva Chicago, es un caso parecido. Parece ridículo que la policía deba vigilar la interna de la barra como si se tratase de dos equipos. En Mataderos, la pelea por el poder de la

tribuna no tiene feriados ni se toma vacaciones. Sus dos grupos (Los Perales y Las Antenas) luchan por financiamientos y beneficios vaya a saber de quién y hasta han ido a cobrarse cuentas pendientes en el barrio, “ajusticiando” oponentes o si no, a allegados a éstos, como en julio del año pasado, cuando un familiar de uno de los líderes acabó internado en el Santojanni, herido por una “advertencia”. Defensa y Justicia fue noticia en marzo por enfrentamientos en Florencio Varela que se cobraron la vida de Marcos Galarza, un joven de 21 años que respondía a una de las partes. Allí, se dijo, jugaron la mano de obra desocupada, algún puntero político y hasta una refriega por venganza con incendio de micros incluido. Pero si de choques de barrabravas del mismo color de casaca se trata, nada tan insólito como el de Deportivo Merlo, donde dos hermanos (Dante y Carlos Salazar) combatieron sin tregua por la primacía de la popular, cada uno a la cabeza de su bando. A tal punto llegó la refriega que Dante fue a buscar a su hermano en noviembre de 2009 a Parque San Martín para terminar el duelo, y la madre de ambos se interpuso, recibiendo un disparo en el abdomen y otro en una mano. La aberración en su estado más puro. Dante fue detenido en La Tablada, pero la interna de Merlo, como la de todos los clubes antes mencionados, está lejos de detenerse. El Coprosede decidió separar a las facciones en su ubicación en las tribunas (algo insólito en cotejos sin hinchas visitantes) simplemente para tratar de frenar la locura barrial. Tampoco dio resultado. Hace unos días (tras un partido con Ferro) recrudecieron los choques armados; un hincha acabó con un disparo en la cabeza y la causa, en la Fiscalía 4 de Morón, condenada –como otras– a pasar a mejor vida. ¿Soluciones inmediatas? Se estudia ahora que sólo los socios de Merlo puedan ingresar a ver a su equipo. Como en el juego de la silla, cada vez menos van siendo los “invitados” a los partidos. El resto seguirá su derrotero de aniquilación fratricida, aunque sea lejos de las canchas, pasándose viejas facturas. Envalentonados por cierto poder político, drogas, reparto de entradas y hasta diferencias personales, los combates intestinos en las hinchadas del ascenso gozan de muy buena salud y nada tienen que envidiarles a los del fútbol mayor de nuestro país.

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EN ESTADO DE ALERTA

EL PODER, SIEMPRE ATRAYENTE

UN HURACÁN DE CONFLICTOS

PANDILLA A LOS TIROS

La guerra no explotó en la interna de Los Borrachos del Tablón, liderados por Joe, Héctor Caverna Godoy y Martín de Ramos Araujo. Los miembros de la Banda del Oeste y los Patovicas de Hurlingham, aspirantes a quitarles el poder y que en la primera fecha del torneo aparecieron con remeras con la leyenda 200 guerreros vuelven, tienen el ingreso prohibido al Monumental.

La conducción de La 12 no corre riesgos. El liderazgo de Mauro Martín no tiene apremios. Rafael Di Zeo no está operando para provocar su retorno; la Banda de Lomas, que estuvo en el Mundial de Sudáfrica, no tiene la fuerza de choque suficiente, y el Uruguayo Richard Laluz Fernández y el Pelado Maxi Mazzaro fueron sofocados en su intento por tomar al poder.

En Parque de los Patricios, el poder lo acaparan quienes portan la bandera con la inscripción Plaza José C. Paz, con el apoyo de El Pueblito. Desde la villa Zabaleta realizaron un par de intentos por desestabilizar, aunque sin resultados. El domingo, antes del clásico con San Lorenzo, hubo corridas y disparos; en 2009, una batalla dejó como saldo dos muertos y cuatro heridos.

La fracción oficial, La Pandilla, comandada por Chicho, Pedro, el Cartero, Cebita, bajo la órbita de Marcos Lencina, y la banda de Fuerte Apache protagonizaron una batalla en la confitería del club en la madrugada del 12 de agosto. Los disidentes liderados por Campitos pretendían un reparto más justo y ante la negativa y la golpiza respondieron con tiros.