LA PLAYA

siendo una de las poquísimas estadounidenses —y una de las poquísimas .... la estadounidense. .... con la belleza española, Ariel rodeó las rocas mientras.
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LA PLAYA

GUERRA SEXUAL ENTRE LAS OLAS

Un relato erótico sobre rivalidad femenina escrito por

M. Petri & Anubisx

Dedicado a R3born, por su fabulosa portada

© 2015 Safe Creative: 1511235848873 1ª edición Diseño de Portada: Anubisx Imagen de Portada: R3born

ÍNDICE UNAS PALABRAS DE LOS AUTORES — PÁG. 4

DÍA 1: PROBLEMAS EN EL PARAÍSO 1. BIKINIS EN DISPUTA — PÁG. 6 2. CAOS EN LA PISTA DE BAILE — PÁG. 31

DÍA 2: LAS CADENAS SE ROMPEN 3. ARENA, AGUA Y SUDOR — PÁG. 67 4. ATUENDOS DE GUERRA — PÁG. 107 5. UNA CUESTIÓN PELIAGUDA — PÁG. 131

DÍA 3: DE ARRIBA ABAJO 6. EL CUBIL DE LA TIGRESA — PÁG. 176 7. TORMENTO ABRASIVO — PÁG. 229

DÍA 4: MÁS ALLÁ DEL LÍMITE 8. SENTIMIENTOS ENCONTRADOS — PÁG. 287 9. COLISIÓN DE FURIAS — PÁG. 306 10. BAJO LA ESPUMA — PÁG. 359 11. EL SABOR DE UNA MUJER — PÁG. 385

DÍA 5: EL MOMENTO DE LA VERDAD 12. UN RASURADO PRELUDIO — PÁG. 419 13. LA TORMENTA PERFECTA — PÁG. 448 14. LA ÚLTIMA NOCHE — PÁG. 524

UNAS PALABRAS DE LOS AUTORES Aunque a veces he escrito acerca de mujeres más “comunes”, en esta colaboración con Anubisx he querido centrarme en dos glamurosas rivales para crear una épica confrontación clásica junto a la costa de un romántico país. La escritura de Anubisx tiene ese intenso romanticismo que cuadra perfectamente con esta clase de encuentro. Como escritores, nuestra meta ha sido estirar esta rivalidad para crear una auténtica y épica lucha sexual.

M. Petri Después de escribir novelas eróticas en español durante años, al fin me he embarcado en mi primer y completo trabajo en inglés… y con nada menos que con uno de los mejores del género: el increíble M. Petri, cuya imaginación no tiene límites. Juntos hemos intentado construir una rivalidad épica entre dos apasionantes bellezas en una larga novela llena de sorpresas. Esperamos que disfrutes tanto leyendo esta historia como nosotros escribiéndola.

Anubisx

DÍA 1 PROBLEMAS EN EL PARAÍSO “¿Estás buscando a una mujer que te impresione? Podría ser… peligroso.”

CAPÍTULO 1 BIKINIS EN DISPUTA Caminando por la playa en busca de una tarde de baño y bronceado, Ariel Brynner dejó que el cálido sol de la costa española besase su espectacular cuerpo con ardiente deseo. Disfrutando de su segunda semana de vacaciones en Europa —unas solitarias y muy caras vacaciones—, Ariel se sintió exultante ante la mezcla de soledad y atención que sentía en esos momentos, siendo una de las poquísimas estadounidenses —y una de las poquísimas rubias— en aquella apartada playa. La joven belleza había alquilado una pequeña casa en lo alto de los acantilados de roca que bordeaban la costa, no muy lejos del centro de la villa turística; unos escalones tallados en la roca ascendían desde la playa hasta las serpenteantes calles donde su morada y dos docenas más de casas dominaban la playa, para después seguir ascendiendo hasta la ecléctica zona de marcha, donde varios elegantes clubs nocturnos y bares de copas esperaban a los turistas hasta altas horas de la noche. Allí, Ariel sentía que estaba en el paraíso en la tierra: diversión cada noche, sol y arena cada día… justo lo que quería.

Con sus delicados pies descalzos pisando la suave arena, Ariel sintió una libertad que jamás hubiera sentido en casa: nadie la conocía aquí, por lo que podía comportarse como quisiera. En su ciudad natal, la competitiva naturaleza y el explosivo genio de la bella y curvácea rubia de brillantes e intimidantes ojos azules le habían creado infinidad de problemas, aunque también la habían ayudado a ascender rápidamente en su trabajo, lo cual le había permitido ganar el suficiente dinero como para permitirse unas vacaciones tan caras por Europa. La actitud de Ariel era especialmente ruda —y muchas veces demasiado personal— con otras mujeres, pues siempre sentía la necesidad de superarlas en el trabajo, pero también físicamente, sobrepasando sus atractivos con los suyos propios en una conducta que las demás féminas encontraban molesta y arrolladora. Dejando su toalla sobre la arena, Ariel miró alrededor, nuevamente dejando que su carácter competitivo tomase el control: las mujeres que tomaban el sol en la playa eran bellas, y muchas de ellas usaban unos bikinis desafiantemente pequeños. Sin embargo, Ariel tenía la absoluta certeza de que era ella, y sólo ella, la chica con mejor aspecto del lugar, por lo que no dudó en contonearse y presumir de cuerpo mientras se dirigía al agua. Su ondulada melena

dorada y sus felinos ojos azules atrajeron las miradas de los hombres y las mujeres de alrededor, pero fue su entonado y femenino cuerpo de casi metro setenta de altura el que mantuvo la atención sobre Ariel, sobre todo gracias a un bikini azul que dejaba muy poco a la imaginación. Sus bronceados pechos se mecieron ligeramente sobre su torso, mientras sus redondas nalgas musculares se zarandeaban sensualmente por encima de unos muslos tan deliciosos como las piernas a las que precedían. Ariel disfrutaba viciosamente cuando todos los ojos estaban posados en ella, sobre todo en sus orgullosas tetas, por lo que no pudo evitar sonreír al entrar en el agua. «Son guapas, pero la mayoría de las mujeres en esta playa están demasiado delgadas o demasiado gordas… o demasiado planas», pensó al empezar a nadar en el cálido mar, sintiendo aún la obsesiva atención sobre ella. Tras disfrutar del agua durante veinte minutos, Ariel regresó a la playa para dejarse caer sobre su toalla y tomar el sol antes de que la tarde dejase paso a la noche. Tumbada bocarriba, se levantó sobre sus codos para disfrutar de la preciosa estampa del mar al atardecer pero, sobre todo, para lucir sus rollizos pechos ante todo el que quisiera mirar. El sujetador

del bikini presionaba sus mamas juntas, formando un mojado valle de montañas bronceadas coronadas por unos pezones endurecidos por la fresca brisa de la tarde. «Que todos y, sobre todo, todas echen un buen vistazo», pensó engreídamente. Sintiéndose como una leona dominante que había ahuyentado a todas sus potenciales rivales, la rubia percibió que diversos pensamientos oscuros nublaban su mente, forzándola a recordar por qué había tenido que huir de su trabajo y de su hogar para tomarse estas largas vacaciones. Durante varios segundos, Ariel tuvo uno de esos momentos reflexivos que a veces la asaltaban: sabía que tenía que esforzarse en controlar la furia que la dominaba en sus relaciones con otras hembras, y no buscar enemigas a las que confrontar entre su género. La espectacular rubia tenía una lengua maliciosa, la cual no dudaba en usar al discutir con otras mujeres, llegando en muchas ocasiones al insulto, sobre todo cuando enfrente tenía a una chica guapa. Sincerándose consigo misma, Ariel supo que disfrutaba enfrentarse especialmente a cierto tipo concreto de rival: mujeres con su misma altura y complexión, con sus mismas virtudes destacadas… en su mismo territorio físico. Ella casi siempre asustaba a sus adversarias, pues la mayoría de las chicas prefería huir del conflicto,

incluso cuando quien buscaba pelea era una mujer a las que casi todas odiaban. Sin embargo, había habido una mujer… Jessica, otra bella rubia de peligrosas curvas, justo como Ariel. El humor de Ariel se agrió en aquella playa al pensar en la otra fémina: habían trabajado juntas en la misma compañía, odiándose desde el primer momento. A diferencia de otras chicas, Jessica no había retrocedido ante los insultos e intentos de dominación de Ariel; al contrario, había encarado a la otra rubia, devolviendo cada disparo con idéntica crueldad. Ambas habían tenido una serie de feroces y feas confrontaciones en el trabajo, e incluso una agria discusión en un bar durante una noche de sábado. Su rivalidad no había llegado a las manos —de hecho, Ariel nunca había llegado tan lejos con ninguna mujer—, pero una pelea inimaginablemente viciosa, terriblemente áspera, siempre había parecido estar a punto de estallar entre las dos llamativas y arrogantes rubias. Realmente, una sola palabra hubiera bastado para empezarla, pero tanto Ariel como Jessica habían sido despedidas antes del momento de la verdad. Aunque Ariel tenía hoy un trabajo mejor remunerado que entonces, aún se sentía resentida con Jessica por perder su trabajo anterior. «Si tan sólo pudiera verla una vez más…»

De repente, una poderosa presencia la empujó fuera de sus pensamientos, atrayendo su atención hacia una mujer que salía del agua. El sol de la tarde iluminaba su silueta, una silueta mucho más curvácea que cualquiera que Ariel hubiera visto en esa playa. Su cabello era largo, abundante y oscuro, y brillaba empapado en una femenina exhibición de sensualidad. El agua recorría su cuerpo de arriba abajo, marcando el contorno de unos pechos impresionantes que vibraban suavemente tras cada paso… unos pasos que la conducían directamente hacia Ariel. Las pupilas de la rubia se adaptaron a la luz a tiempo para ver la maravillosa cara de la española, de ojos felinos, cejas elegantes, delicada nariz y labios tan peligrosos como carnosos. Su magnífica pelvis se mecía seductoramente, casi como lo haría una bailarina ante un ritmo lento, mientras sus entonados muslos de mujer la impulsaban sobre la arena. Un ombligo largo y oscuro había sido bellamente esculpido en su plano vientre. Ariel observó con cierta antipatía como el bikini rojo de la morena apenas podía sostener sus bronceadas tetas, similares en color al chocolate con leche; como apenas podía ocultar su rechoncha entrepierna bajo un diminuto triángulo de fina tela. La desconocida siguió caminando hacia ella, y la rubia sintió que su cuerpo entraba en alerta máxima,

con sus reflexiones anteriores sobre su conflictivo carácter desapareciendo bajo sus instintos femeninos. Entrecerrando la mirada, la americana comparó mentalmente a la explosiva belleza hispana consigo mismas, sus evidentes virtudes contra las propias. La otra joven parecía igualar su altura y su peso, poseyendo unas provocativas caderas similares en curvatura a las suyas, además de unas fastuosas piernas cargadas de fuerza. Sus senos eran perfectos: redondos, macizos y pesados, sin ser excesivamente grandes; el bikini rojo los mantenía juntos, mostrando un llamativo y amplio canalillo formado por dos glándulas tostadas por el sol que parecían pelear mojadamente por el espacio. El agua del mar todavía rociaba sus pechos con brillantes gotas, mientras la belleza española mantenía su confiada caminata hacia la estadounidense. Por un momento, la engreída mirada de la morena encontró los ojos de la rubia; Ariel se alegró de estar usando gafas de sol, pues de lo contrario la otra mujer habría descubierto su celosa, atónita expresión ante la asombrosa belleza que tenía ante ella. Un segundo después, sin embargo, la rubia se dio cuenta de que las pupilas de la española habían descendido hasta enfocar sus pechos. Ariel los sintió enrojecer, endurecerse; levemente avergonzada, notó que sus pezones se

dilataban bajo su bikini, estirando los pequeños triángulos de tela azul en un erótico saludo a la otra belleza. Incómoda, pensó en rodar bocabajo sobre su toalla para esconder sus rígidos pezones, pero justo entonces la morena cambió de dirección levemente. Una larga toalla, extendida a unos pocos metros de donde Ariel estaba tomando el sol, esperaba a la española. La chica se detuvo junto a ella, antes de girarse hacia el mar… como si quisiera que la rubia tuviera buenas vistas de su trasero. Celosamente, Ariel contempló los tensos tendones de la parte baja de la espalda de la morena, y la forma en la que se extendían en unos glúteos vigorosos y redondos, bronceados y apetecibles; bajo el exiguo tanga carmesí, el culo con forma de corazón se exhibía casi completamente desnudo. La bella española fue cambiando el peso de su cuerpo de una portentosa pierna a otra, alardeando de músculos en forma mientras las dos nalgas, provocativamente hinchadas, se flexionaron ante la mirada de Ariel, con la carne broncínea reluciendo con gotas de mar que fueron acumulándose sobre su trasero antes de caer sobre la arena. Ante la exhibición de su rival, la rubia sólo pudo sentir que la morena estaba descaradamente desafiando su ahora caldeada pelvis a través de esos increíbles glúteos.

Ariel siguió observándola a través de sus gafas de sol, viendo como la otra mujer se tumbaba y acomodaba su cuerpo sobre la toalla para, al final, tomar la misma postura que ella. Desde el cielo, el sol iluminó los muslos, el vientre y el busto bronceados de la joven, con una cascada de empapado cabello negro colgando femeninamente de su cabeza mientras se alzaba sobre sus codos tras cubrir su mirada con sus propias gafas de sol. La rubia mantuvo su posición, contemplando con silenciosa furia como la española observaba las olas del mar mientras, al mismo tiempo, cosechaba las sutiles miradas de la gente de la playa que, poco antes, ella había estado recolectando. No había duda de que la desconocida estaba robándole el protagonismo, por lo que Ariel pronto comenzó a sentir que la rabia y la furia competitivas que siempre experimentaba ante otras mujeres empezaban a asfixiarla. Quizás había sido demasiado arrogante al pensar que una rubia americana destacaría tanto en un país de morenas que ninguna otra hembra podría competir con ella. Sin embargo, ahí estaba esa arpía hispana de cabellos oscuros, deslumbrándola con su innegable belleza y contradiciendo sus prejuicios.

Durante media hora, el sol fue cayendo por el horizonte sin que ninguna de las dos jóvenes se moviera de su toalla. Como si quisiera compensar la anterior admiración por la española, Ariel se esforzó en ignorar a su oponente pero, a pesar de todo, no pudo evitar lanzar algún vistazo ocasional sobre la otra fémina para examinar cada detalle de la diosa hispana; las preguntas no tardarían en acosar a su mente: ¿Era su vientre más plano, más entonado, que el suyo? ¿Tenían sus piernas más musculatura? Esos dos pechos hinchados que la morena empujaba hacia el cielo al arquear la espalda con arrogancia… ¿eran más grandes que los suyos? ¿Más pesados? Los ojos azules de Ariel buscaron y encontraron las marcas gruesas de los pezones en la cima de cada pecho de la española, con las dos erecciones apuntando al cielo del mismo modo que las suyas. ¿Eran esos pezones más largos, más gordos, que su par? Una oleada de pensamientos suciamente competitivos oscureció el interior de su cabeza, al tiempo que sentía que sus propios pezones se estremecían al pensar en las oscuras armas que su rival escondía bajo el diminuto bikini. Por mucho que insistiese en la comparación, la rubia no podía discernir con claridad si esa intrusa tenía el mejor cuerpo de las dos. Ariel sabía que sus propias tetas eran grandes, apretadas y pesadas; sabía

que su vientre era terso y que sus glúteos eran tan exuberantes como vigorosos. Pero no había duda que la morena usaba el bikini más pequeño de entre ellas dos, por lo que era fácil imaginar cómo se vería el cuerpo de chocolate de la otra chica cuando estuviera desnudo, más allá de que, quizás, las marcas del bikini aclarasen la piel alrededor de sus pezones y en su entrepierna. Como si pudiera leer sus pensamientos, la morena facilitó la tarea de la americana al girarse para tumbarse sobre uno de sus codos y, así, orientar su cuerpo hacia Ariel. La rubia miró de reojo, incapaz de resistir la tentación de observar la figura de la otra belleza en todo su esplendor. Los jugosos pechos mojados de la hispana apenas cedieron un poco ante la gravedad; la teta derecha amenazó con liberarse de la jaula que era la tela roja al sobresalir hacia abajo, creando una luna creciente de carne fuera del bikini antes de que el busto detuviese su ligera caída en una exhibición de firmeza. Sintiendo el movimiento como un insolente acto de guerra, Ariel miró cómo los pechos de la desconocida apuntaban directamente hacia ella, mientras las gotas saladas de mar se deslizaban lentamente, casi como si fuera miel, por el bronceado y sensual vientre de la morena para ser atrapadas

momentáneamente por el oscuro ombligo antes de seguir dejando su brillante rastro hacia la arena. Odiando el cuerpo que veía, la estadounidense desvió entonces su atención hacia el rostro de la otra belleza, encontrándose con sus eróticos y felinos ojos observándola por encima de las gafas de sol con gesto malicioso. El pintalabios intensamente rojo y resistente al agua añadía un gesto lascivo a los carnosos labios de la española; unos labios que, por una sugerente asociación de ideas, llevaron a Ariel a bajar sus ojos azules a lo largo del otro cuerpo para, antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, clavarlos en el pequeño triángulo de tela roja que apenas cubría la entrepierna de la chica. El cosquilleo que estaba empezando a sobrepasar el cuerpo de Ariel se redobló cuando la rubia vislumbró unos pocos vellos rizados y oscuros asomando por los bordes del bikini de la española, junto con una áspera zona depilada pero de pelo incipiente. Nerviosa, bajó la misma hacia su propia figura, dándose cuenta de que ella tampoco se había preocupado precisamente por depilarse ahí abajo. La mayoría de las mujeres de la playa estaban completamente rasuradas, por lo que Ariel se preguntó durante un par de segundos si, subconscientemente, ella había dejado que su vello

creciera lo suficiente para ofender a todas esas europeas presumidas. Sin embargo, la criatura que había emergido de las olas del mar parecía haber tenido la misma idea, dejando crecer sus oscuras y peligrosas zarzas como protección, quizás, ante otros depredadores. Por supuesto, Ariel veía que el vello de la otra chica era oscuro como la tinta, mientras que ella, siendo rubia natural, exhibía unos rizos dorados y sedosos… y, también, un área de rugosa, cortante piel depilada con la que hostigar a sus antagonistas. Así, ella tenía las mismas armas a su disposición que la invasora española. Harta de la ostentación engreída de su rival, Ariel miró por encima de sus gafas de sol para encarar los ojos de la otra mujer —unos ojos que, para su sorpresa, resultaron ser grises—, justo antes de rodar sobre su costado e imitar la postura de la belleza española, arqueando su espalda para presentar a la morena su canalillo mojado y bronceado, su definido vientre entonado. Entonces, alzó una rodilla hacia el suelo para abrir sus muslos tanto como pudo, revelando así su entrepierna hinchada y los pocos vellos rubios que asomaban por debajo de su tanga azul.

En ese instante, la americana entendió qué era la otra belleza para ella, y su mirada así lo trasmitió. La morena era una enemiga que debía ser conquistada a través de una verdad simple pero incontestable: exhibiendo ante ella y ante el resto de los ávidos ojos de la playa quién tenía el mejor cuerpo. Pero si esto no funcionaba, Ariel sabía que no dudaría en seguir adelante, dando los pasos que fuesen necesarios para batir a la engreída morena. Ningún conocido sabía que ella estaba allí, ni nadie la conocía en aquella playa, por lo que fuera que pasase en esa pequeña ciudad costera de España, sólo ella lo sabría. La desconocida no tardó en encarar sus ojos y, durante largos segundos, los ojos celestes de Ariel se trabaron con los bellos y fríos ojos grises de la española. Entonces, la morena echó su cabeza atrás levemente, cubriendo sus pupilas tras las gafas de nuevo, y Ariel hizo lo propio con su mirada. Con ambas jóvenes ocultando sus semblantes tras oscuras máscaras de guerra, sólo las ligerísimas sonrisas despectivas, las suavísimas curvaturas sarcásticas de sus bellas bocas expresaron la aversión mutua que sentían. A través de las otras gafas de sol, Ariel podía sentir los ojos de su rival estudiándola, por lo que ella presentó su cuerpo bronceado para la inspección de la belleza morena con auténtico placer, desafiándola a

encontrar cualquier defecto o ventaja sobre su poderosa sensualidad americana. El duelo de comparaciones fue un empate, furioso pero silencioso, que se alargó durante casi cuarenta y cinco minutos sin que ninguna mujer dijese una sola palabra. Las sombras empezaron a alargarse sobre la arena de la playa mientras el sol iba despidiéndose del día; desde encima del muro de roca, los primeros latidos de la música de baile llegaron a oídos de Ariel. Tras lo que había parecido una eternidad, la española miró hacia arriba, hacia los clubs nocturnos, como si oyera la llamada de una sirena. Segundos después, su mirada regresó a Ariel, con la misma inescrutable expresión oculta tras las gafas oscuras, antes de levantarse con parsimonia, todavía exhibiendo su magnífico cuerpo en bikini ante la rubia. Tras un desafiante instante más, la muchacha cogió su toalla y se alejó de Ariel, no sin antes agitar su larga cabellera azabache en el aire para lanzar a la americana una última mirada sobre su bronceado hombro. Paso a paso, la española se acercó a los escalones tallados en la piedra, alejándose del campo de batalla mientras su bien proporcionado trasero enviaba un contoneante desafío final a la rubia.

Ariel estudió las curvas de la morena durante unos segundos, antes de apartar la mirada y, por fin, relajarse sobre su toalla. De repente, se sentía agotada, como si hubiera estado en una pelea física en lugar de en un enfrentamiento mental. Absolutamente todos los sentimientos de envidia, competitividad y odio que habían envenenado sus relaciones con sus compañeras de trabajo y sus conocidas durante años habían burbujeado nuevamente hasta la superficie en cuanto había visto a esta némesis en bikini aparecer de entre las olas en una playa donde había esperado encontrar paz. Ariel permaneció tumbada, mirando el cielo, preguntándose por qué la sensación de conflicto la perseguía allá donde fuera. Al fin, Ariel se sentó y, poco después, se levantó, mirando alrededor como si allí se escondieran más enemigas. Recogiendo su toalla, e intentando en vano apartar a la bella morena de su mente, se dirigió hacia los escalones de piedra; empero, en lugar de ascender por ellos, la rubia rodeó un enorme afloramiento de roca que había a la derecha de la escalera en busca de las duchas secretas que había descubierto justo antes del fin de semana. Para su sorpresa, las duchas, donde cabían seis personas si se apretaban un poco, funcionaban a la perfección, por lo que Ariel quedó realmente extrañada de que nadie más las conociese.

Por suerte, ello le permitió ducharse cada día, justo antes de abandonar la playa, con completa privacidad. Buscando quitarse la arena y el recuerdo del duelo con la belleza española, Ariel rodeó las rocas mientras pensaba en que quizás sería buena idea ir a bailar esa noche. Pero, en cuanto llegó a las duchas, se encontró con una ruda sorpresa… La diosa española estaba ahí, de espaldas a ella, con el sostén de su bikini rojo desatado, aún enganchado sobre sus hombros pero con sus pechos claramente desnudos mientras la morena los lavaba. Al escuchar a la rubia entrar en el pequeño enclave secreto, la chica se giró sorprendida; su mirada exhibió con claridad el enojo que sintió al ver a la estadounidense aparecer. Las gafas de sol ya no cubrían el rostro de la hispana, por lo que Ariel tuvo una visión directa de su rostro: exuberantemente sensual, lucía unos labios carnosos y anchos, unas mejillas impresionantes, unas cejas y pestañas elegantes, y unos burlones, fríos y mortíferos ojos grises. La belleza sostenía sus pechos pesados con ambas manos, ocultando sus dos trofeos bronceados ante los ojos de Ariel. Los días anteriores, la rubia también había aprovechado la privacidad para limpiar y

masajear con libertad sus suaves tetas desnudas bajo una cascada de agua caliente y jabón, por lo que no le sorprendió descubrir a su enemiga haciendo lo mismo. La otra mujer la miró fijamente, reajustando su bikini para recolocar sus dos brillantes senos dentro de las copas de su sostén con obvio resentimiento. Entonces, dio la espalda a Ariel. La rubia se quedó paralizada durante unos pocos segundos, observando con sentimientos encontrados la exhibición de la otra belleza mientras dudaba entre marcharse indignada o reclamar su derecho a la ducha. «¡Esta puta española lo está estropeando todo!», clamó dentro de su cabeza. «Tenía mi playa, mi ducha… ¡y ahora esta tetona está invadiendo mi territorio como si fuera suyo!» Tomando aire, Ariel entró en la pequeña superficie destinada a las duchas con determinación, mirando furiosamente la espalda y el trasero de la morena antes de abrir la llave de la ducha que estaba enfrente de su némesis. Con el agua cayendo sobre ella, Ariel desató el sujetador de su bikini azul durante un instante, temblando al sentir cómo sus manos enjabonaban sus sensitivas glándulas, con sus dedos moviéndose rápida y nerviosamente a través de sus excitados pezones: sus dos lanzas rosadas estaban traicionándola, destacando en su pesado busto con descarado entusiasmo al ser enjabonados. Sin

embargo, la arena se había metido bajo su bikini cuando la chica había estado tomando el sol, por lo que no tenía más opción que enjuagar sus bellos pechos hasta dejarlos completamente limpios. Ariel intentaba terminar lo más rápido que pudiera cuando notó por el rabillo del ojo que la otra mujer no dejaba de lanzar miradas sobre su cuerpo. «Perfecto», caviló, separando sus muslos levemente para posar sugerentemente ante su rival, asegurándose de que sus nalgas apuntasen agresivamente hacia la joven que la miraba. La zorra española había presumido de culo caliente y bonito antes, en la playa, exhibiéndolo con desfachatez ante los ojos azules de Ariel, y ahora era el turno de la rubia de mostrarle cómo se veía un trasero americano en comparación. Flexionando sus tostados glúteos firmes aquí y allá, la rubia quiso enseñarle a la morena que iba en serio… y que su culo no era algo para tomarse a la ligera. Dejando que el agua caliente de la ducha fluyera como una cascada a través de su cuerpo, Ariel se relajó levemente cuando, con evidente satisfacción, supo que esa entrometida española había visto suficiente; entonces, recolocó su bikini por encima de sus palpitantes pechos antes de girarse para encarar a su antagonista de ojos grises.

La hispana aún miraba a Ariel con desprecio por encima del hombro. Hasta ahora, ninguna mujer había escupido ni una sola palabra a la otra, aunque se habían dicho muchas cosas a través de sus miradas y cuerpos. Al fin, la voluptuosa morena se giró, dejando que el agua recorriese tórridamente sus curvas mientras encaraba a Ariel. La rubia se mantuvo bajo su propia ducha, con las dos bellezas exhibiéndose, mojadas y bronceadas, con sus melenas apelmazadas y empapadas, como si fueran salvajes mujeres de las cavernas. «Nunca nos veremos más sexys que ahora», pensó Ariel, admitiendo a regañadientes que la otra chica parecía haber salido del despegable de alguna revista para hombres: sus pezones parecían estar a punto de reventar el mojado bikini rojo, mientras más abajo, Ariel podía ver los contornos de un dominante monte de Venus y una vulva intimidantemente gruesa por debajo de la tela y del ciertamente grueso vello púbico de la morena. Cuando volvió a centrar su atención en los ojos de la española, Ariel pilló a su rival mirando abajo, a sus bragas azules del bikini, con descarado interés. Entonces, ambas bellezas analizaron los hinchados senos opuestos antes de enfocar de nuevo los otros ojos en una tensa mirada.

Ariel se sintió entonces incapaz de seguir con el estancado juego pero, antes de que pudiera decir nada, la morena rompió el silencio. —Perdona —dijo, tras aclararse la garganta—. ¿Hablas español? —Sí, baby —respondió Ariel con acento—. Hablo español —durante unos segundos, la española se mantuvo callada antes de que su deliciosa boca se torciera en una sonrisa casi imperceptible, mientras la rubia mantuvo a su mirada dura sobre ella antes de sacar uno de los temas que quería aclarar con su rival—. No estoy acostumbrada a que otras chicas se duchen aquí… Me gusta tener algo de privacidad… —Yo estaba aquí antes, ¿no? —respondió la morena, asintiendo lentamente—. Me pasa lo mismo que a ti: tampoco me gusta tener a otras chicas rondando por aquí cuando enjabono mis tetas. —He estado viniendo aquí durante toda la semana —dijo Ariel con cierta pasión—. Había asumido que estas duchas eran para uso exclusivo de los que tenemos alquiladas las casas de la playa.

—¿Las casas de aquí? —comentó la otra mujer, señalando con la barbilla hacia arriba—. Las duchas son públicas, y todo el mundo que venga a la playa puede usarlas… pero cuando estoy aquí, las demás saben que no es buena idea aparecer por mis duchas. Ariel enrojeció ante la innegable amenaza. «¡Esta furcia española está buscándome la boca aquí mismo!» Con su corazón comenzando a latir con fuerza, cerró la llave de su ducha antes de dar un provocativo paso adelante con ambas manos sobre sus anchas caderas. Durante un solo segundo, la rubia vio un atisbo de vacilación en los bellos ojos grises de su némesis. «Quizás no sea una puta tan dura como intenta parecer», pensó, incluso con sus propias dudas recorriendo su mente. La otra belleza tenía uñas largas y oscuras y, a pesar de no tener un cuerpo ultra atlético —tampoco ella misma lo tenía—, parecía fuerte. «A saber qué podríamos hacernos la una a la otra…» —Sólo estaré aquí unos pocos días más —en contra de sus sentimientos, Ariel intentó negociar una solución para el conflicto—. ¿Por qué no te mantienes simplemente alejada de mí hasta que me marche? La española cerró la llave de su ducha lentamente, dando un paso adelante e imitando la desafiante

postura de Ariel. Las dos jóvenes se encararon a escasa distancia, con las manos en las caderas y los pechos empujados con orgullo hacia fuera. «Tengo sus malditos melones bronceados al alcance de mi mano», supo, mirando el impresionante canalillo de la otra chica. —Yo también estoy aquí de vacaciones, cariño — masculló la morena—. Vine aquí porque las chicas de por aquí son… ya sabes… poca cosa —la belleza española sonrió cruelmente, y Ariel no pudo evitar emparejar su sarcástica sonrisa. —Cierto —añadió fríamente la americana—. Por ahora, no he encontrado ninguna española que me haya impresionado. —Oh, vaya —la morena echó un vistazo rápido al cuerpo de la rubia—. ¿Estás buscando a una mujer que te impresione, nena? Podría ser… peligroso. —Tranquila, honey —negando suavemente con su cabeza, Ariel ensanchó su sonrisa—. Puedo cuidar de mí misma. —Perfecto, querida —ronroneó su enemiga, acercándose hacia ella hasta que pudo oler el exótico

aroma de la melena azabache y el sudor de la mujer—. Si necesitas que te impresionen esta noche, o cualquier otra noche, búscame. Sin más, la española se movió adelante. Ariel apagó un jadeo cuando la otra belleza deslizó sus pesados pechos firmes a través de los suyos, empujándola levemente a un lado mientras se dirigía fuera de las duchas. Instintivamente, Ariel agarró sus tetas con sorpresa, mirando con odio a la morena; su rival lanzó una última mirada de desafío por encima de su hombro antes de desaparecer más allá de las rocas. —¡Nos vemos por ahí, nena! —la voz de la española llegó a Ariel un segundo después, sin que la rubia se viera capaz de seguirla. Sentándose en el suelo de la ducha, la americana de ojos azules y labios carnosos rumió su rencor hacia la morena, sabiendo que sus relajantes vacaciones habían llegado a su fin.