ENFOQUES
Domingo 29 de noviembre de 2009
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Rusia
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La generación Putin no cree en lágrimas Con una juventud muy despolitizada y de fuerte impronta consumista, la ex URSS se aleja no sólo del comunismo sino también de cualquier intento de revisar los crímenes del pasado. Ni siquiera la memoria de las masacres estalinistas logra hacer mella en el ánimo triunfalista alentado por el crecimiento económico
Para muchos rusos emigrados Gorbachov no es el héroe del que habla Occidente AFP
En Buenos Aires, nostalgias de la era soviética LEANDRO URIA LA NACION
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Tiendas de diseño y autos de lujo en las calles de Moscú CORBIS
RUBEN GUILLEMI PARA LA NACION
MOSCU obre Lenin! Como buen marxista, él no creía en cielos ni en infiernos. Pero el destino le ha reservado una tortura eterna. Desde los tiempos de la Unión Soviética, el padre del comunismo en Rusia descansa momificado dentro de una vitrina de vidrio, en el mausoleo consagrado a su figura en la zona central de la Plaza Roja. Detrás del mausoleo le han puesto como vecino nada menos que a José Stalin, el más polémico sucesor del sistema comunista fundado por Lenin, acusado por la muerte de millones de rusos. Pero Lenin, cuyo cuerpo está levemente inclinado hacia adelante, no podría haber tenido peor suerte en lo que le toca contemplar, por toda la eternidad, más allá de sus pies. Cruzando la Plaza Roja, los antiguos almacenes del Estado soviético, conocidos por la sigla rusa GUM, se han convertido hoy en un shopping que ocupa una enorme manzana, con lo más representativo del capitalismo occidental, la ropa de Armani, los accesorios femeninos de Cartier o las zapatillas Nike. El tormento se completa con miles de jóvenes rusos que caminan indiferentes frente al ilustre muerto: 18 años después de la caída del comunismo la población de menor edad se interesa poco y nada por las cuestiones políticas. Una encuesta citada recientemente por el propio presidente Dimitri Medvedev muestra que el 90 por ciento de los jóvenes rusos no podría mencionar un solo nombre de las víctimas de los campos de concentración soviéticos. Aunque existen algunas agrupaciones juveniles, la mayoría de los adolescentes está más interesada en el consumo y el bienestar personal que en los hechos del pasado o del presene de la cosa pública. Si se trata de cuestiones históricas, en todo caso les interesa el pasado glorioso, la época de los zares o la conquista del espacio. Y dentro de esta línea de pensamiento, Stalin fue quien derrotó a los nazis en la Segunda Guerra, el que construyó el fabuloso sistema de trenes subterráneos y lujosos rascacielos en Moscú, y el artífice de la industrialización.
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El valor de la vida humana Medvedev fue muy claro en su posición al respecto. “Aún hoy encontramos gente que dice que lo que les sucedió a muchas víctimas estuvo justificado por ciertos objetivos superiores del gobierno. Pero nada puede ser ubicado más alto que el valor de la vida humana. No hay justificativo para la represión”, escribió en su blog. El mandatario ruso está dando señales de querer marcar una línea diferente a la de su predecesor y actual primer ministro, Vladimir Putin. Pero aún queda un largo camino por recorrer desde el nuevo enfoque que ha planteado el presidente hasta su concreción en hechos políticos. El manual de Historia aprobado por el gobierno anterior, y con el que estudian los adolescentes hoy, afirma entre otras cosas que Stalin reprimió a los disidentes políticos “para asegurar una mayor eficiencia”. Cuando en agosto pasado terminó la remodelación de la estación Kurskaya del subte de Moscú, los miles de pasajeros que la atraviesan a diario se encontraron con un novedoso cambio en el vestíbulo del hall principal en medio de mármoles y candelabros. Allí, en la base de la cúpula principal, volvió a lucir una estrofa del himno estalinista que había sido tapada en los años 50: “Stalin nos crió para ser leales a la nación, nos inspiró
¿Por qué el capitalismo ha resultado más exitoso en China que en Rusia? MOSCU n los últimos treinta años, China pasó del puesto undécimo al tercer lugar entre las economías del mundo, y los rusos fueron cediendo espacios hasta ubicarse hoy en la misma posición que tenían los chinos tres décadas atrás. Sin duda, Rusia sigue siendo una potencia económica pero su riqueza está basada únicamente en su potencial energético. Más de un tercio del gas y del petróleo que consume Europa es enviado desde aquí. En el invierno pasado, Moscú cerró los grifos del gasoducto europeo por un conflicto con Ucrania y todo el continente quedó al borde del colapso. Pero esta gigantesca potencia económica no ha dado aún el salto tecnológico. Rusia está en el puesto número 14 entre los países con mayor cantidad de usuarios de banda ancha (en un listado encabezado precisamente por China), y apenas uno de cada diez hogares tiene televisión digital. Cuando días atrás habló ante el Parlamento, el presidente ruso Dimitri Medvedev llamó a “modernizar” la economía rusa. “La supervivencia de nuestra nación en el mundo moderno depende de eso”, advirtió. El país no se caracteriza tampoco por su desarrollo industrial. En el exterior es muy raro encontrarse con un producto “Made in Russia”, y la infraestructura no ha avanzado mucho desde la época soviética; no hay trenes ultrarápidos ni nada que se le parezca y los bienes de lujo a los que pueden acceder hoy los rusos son importados. Lo que deslumbra al visitante en Rusia fue hecho en tiempos de los zares o en la época de Stalin (1920-1953). Las estaciones de subterráneos de Moscú construidas en los años 30, una visita obligada para cualquier turista, son verdaderas obras de arte, sin dudas las más bellas del mundo. Pero la mayoría de sus trenes son idénticos a los de la línea C, RetiroConstitución. No tienen aire acondicionado ni indicadores electrónicos para orientar a los pasajeros en los más de 3000 millones de viajes que se hacen anualmente en este sistema de trenes subterráneos, que junto al de Tokio es el más utilizado del planeta. Los empresarios rusos y extranjeros consideran que el principal obstáculo para el despegue no está en los lineamientos que fija el gobierno nacional sino en las enormes trabas burocráticas que siguen existiendo en los mandos medios a la hora de hacer negocios. Así piensa un empresario de doble nacionalidad, argentino-ruso, Sergio Mamontoff que dirige en Moscú una consultoría de comercio exterior.
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para trabajar y hacer grandes hazañas”. La cuestión tomó un rumbo preocupante el mes pasado con la detención del historiador Mikhail Suprun, de la Universidad de Pomorskiy, en la ciudad norteña de Arkhangelsk. Su vivienda fue requisada y se le secuestraron como prueba todos sus trabajos sobre el confinamiento de alemanes en los gulags soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial. La acusación fue que esas investigaciones violaban la “privacidad” de las víctimas. La falta de memoria o la existencia de una memoria recortada preocupa no sólo al presidente. “Rusia es hoy un país de memoria ausente”, dijo a LA NACIÓN Irina Scherbakova, historiadora de Memorial, la sociedad fundada en 1989 por el Premio Nobel
“Hay una palabra fundamental en el idioma ruso a la hora de hacer negocios y es ‘poniatsia’, que quiere decir ‘entendimiento’. Cuando una empresa va a ver a un gobernador o a un jefe comunal y le dice que quiere instalarse en su zona, no importan tanto las dificultades legales o las reglas de juego. Si hay ‘poniatsia’, una práctica que puede incluir coimas y sobre todo un buen entendimiento humano, todos los caminos se allanan”, dice Mamontoff. Este empresario conoce a fondo la mentalidad rusa y fue protagonista de un momento histórico cuando, en agosto de 1991, se produjo el fallido golpe de Estado contra Mikhail Gorbachov, y decenas de miles de personas se agruparon durante tres días a las puertas del Parlamento para respaldar al presidente. Una de esas jornadas, el apellido Mamontoff, de larga prosapia en la historia rusa, le fue abriendo caminos hacia los balcones del Congreso, hasta que este ignoto porteño nacido en el barrio de Once fue presentado por los micrófonos y tuvo la oportunidad de arengar a la multitud con la sola carta de presentación de su apellido. En aquel momento habló de democracia y de la necesidad de poner al país a la altura del resto del mundo. Hoy se siente un ruso más. Afirma que sólo se puede tomar dimensión de los enormes progresos económicos a la luz de lo que fue la época soviética. “La primera vez que vine a Moscú en 1989, la cajera del supermercado hacía las cuentas con un ábaco. Y yo lo vi esos con mis propios ojos. De esa situación a la actual, cuando uno puede acceder a los mismos bienes que en el resto del mundo, hay buenos trabajos y la gente puede entrar y salir libremente del país, hay un abismo de diferencia. En resumen, el éxito del sistema económico capitalista en Rusia está en directa relación con los fracasos del comunismo”. Otro empresario argentino en Moscú, Mariano Kleimans, que se dedica a la importación de carnes, vino y té, tiene su propia teoría de por qué la economía china es más exitosa que la rusa. “La inversión extranjera que llega a China va a parar a la producción, a la apertura de fábricas. Los costos laborales son allí mucho más bajos y las reglas de juego son también más claras. Pueden gustarnos o no, pero son normas claras. China está gobernada por un partido y Rusia por una burocracia”. ¿Le parece que ha sido bueno el capitalismo para Rusia?, le preguntamos a Kleimans. “La verdad es que podría ser muchísimo más exitoso. Rusia es un gigante económico inmensamente rico, siempre va a salir a flote. No es que el capitalismo fracasó en Rusia, pero todavía no ganó”.
R.G.
de la Paz Andrei Sakharov para recordar los crímenes del comunismo. Para Scherbakova, “lo peor de todo esto es que si nos olvidamos de la historia, repetiremos los mismos errores”. La sociedad Memorial en la que trabaja Scherbakova sufrió en carne propia el precio de estar averiguando demasiados detalles del pasado y del presente. En julio fue secuestrada y asesinada Natalya Estemirova, representante de la entidad en Grozny, la capital chechena, que estaba investigando violaciones a los derechos humanos en esa república. La organización decidió cerrar preventivamente sus oficinas allí. Estos hechos provocaron el repudio inmediato de Medvedev y cierta conmoción social.
Pero el eje de la atención pública está puesto en las cuestiones económicas y, en ese sentido, la sensación generalizada es que el gobierno está yendo en la dirección correcta. Pese a la crisis del último año, las reformas económicas y políticas de esta década catapultaron al país desde una virtual bancarrota a convertirse en una de las economías de mayor crecimiento en el mundo, y son muchos los jóvenes de hoy que tienen por delante un horizonte con el que no soñaron sus padres. Generación Putin Los adolescentes que se paran a mirar ropa frente a la vidriera de Armani en los antiguos almacenes GUM o los que observan extasiados los carísimos autos importados que se ven en esta ciudad, son en general muy optimistas en cuanto a sus posibilidades de acceder a esos bienes. Son la “generación Putin”. Los jóvenes son el sector más afectado por un nivel de desempleo que ronda el diez por ciento, pero está lejos de los niveles de otros países europeos como España (18,7 por ciento de desempleo) y aquí no hay una sensación de crisis ni de inquietud social. Con esta fuerte impronta consumista en la juventud, el consumo per capita en ropa y zapatillas se ha incrementado en un 30 por ciento en la última década y el de teléfonos móviles, en un 800 por ciento. “Mientras que a sus contrapartes europeos sólo les interesa ganar suficiente dinero como para jubilarse lo antes posible, los jóvenes rusos son activos y optimistas. Son insaciables y aman la palabra ‘más’: más trabajo, más dinero y más sexo”, dice el profesor Nicolai N. Petro, de la Universidad de Rhode Island. Esto no excluye la existencia de algunas agrupaciones políticas juveniles, desde las oficialistas llamadas “Nashi”, surgidas en respaldo a Putin en 2004, hasta una floreciente Juventud del Partido Comunista que ahora comparte los principios democráticos y hasta tiene una mirada crítica respecto de aciertos y errores del pasado. La moscovita Susanna Solomonovna Pechura no es de la “generación Putin” sino de la “generación Stalin”. Pero pese a sus 76 años tiene toda la autoridad para hablar sobre sueños y aspiraciones de la juventud rusa de hoy y de la de antes. En 1951, en plena dictadura de Stalin, fue secuestrada junto a otros cinco adolescentes con los que había formado un taller de estudio clandestino de las obras de Lenin. Se trataba de uno de los tantos grupos de adolescentes idealistas de aquel momento que aún creía que había alguna vía para concretar el sueño igualitario del marxismo. Pero el disenso de la versión oficial sobre cómo debía concretarse ese sueño les costó caro a aquello seis jóvenes que tenían entre 16 y 19 años. Tres fueron fusilados y dos murieron en los gulags soviéticos. Susanna pasó frío y hambre, pero fue la única que sobrevivió a varios años de prisión. Hoy, la diabetes la mantiene postrada la mayor parte del tiempo, pero en un estante de su biblioteca, muy cerca de su cama, están las fotos de los cinco chicos que fueron juzgados junto con ella. “El problema no son los jóvenes de ahora –dice Susanna– sino la generación anterior. Son ellos quienes han formado a los chicos en el desinterés político o en el temor de expresar libremente sus opiniones.” Y recuerda luego una conversación que tuvo días atrás con una vecina más joven, que ignoraba su experiencia en los gulags, y que comentó: “¿Te acordás de lo bien que vivíamos en la época soviética?...”. La respuesta de Susanna fue demasiado escueta para la pesada carga que tenían las palabras: “No. Yo no me acuerdo”. © LA NACION
fines de los 90, Lilia Barinova y Ekaterina Melnikovaster no podían creer en lo que se había convertido su país, que hasta pocos años antes era la orgullosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Tras el colapso de la URSS en 1991, que derivó en el cierre de las industrias militares de la ciudad siberiana de Omsk, en la que ambas vivían, y cuando ya se sentían las complicaciones económicas que iban a hacer eclosión durante “el efecto vodka” de 1998, las dos decidieron recorrer el largo camino que las iba a traer a Buenos Aires. Barinova, una actriz y cantante rusa de 50 años, emigró a la Argentina en 1999. Melnikovaster, una empleada administrativa de 29, lo hizo en 1997, cuando tenía 17 años, en compañía de su madre. Pero, más allá de la ciudad de origen, estas mujeres rusas tienen otra coincidencia: ambas añoran el régimen soviético que empezó a resquebrajarse hace 20 años con la caída del Muro de Berlín. Después del colapso soviético, cuenta Barinova a LA NACION, Kazakhstán, un país que pertenecía a la URSS y que exportaba carbón a Rusia, exigía cobrar en dólares por ese insumo utilizado para calefaccionar las viviendas durante el duro invierno ruso. “¿De dónde iban a sacar dólares si no tenían trabajo ni nada? Entonces el sistema de calefacción se congelaba y la gente moría de frío. O dejaba todo y se iba”, recuerda la mujer, que estudia Derecho en la UBA y es miembro del Comité Coordinador de Patriotas Rusos en la Argentina. Por su parte, Melnikovaster recordó que después de 1991 cerraron las instalaciones militares de Omsk, por eso los empleados, entre ellos su madre, empezaron a buscar otro modo de sobrevivir. “Mi mamá viajaba a Polonia, compraba ropa y la vendía en un puesto. Mucha gente hacía eso. En 1998 hubo una crisis que fue muy difícil, la gente se empezaba a poner violenta”, dice, al explicar por qué decidieron emigrar. Barinova y Melnikovaster pertenecen al grupo de miles de inmigrantes rusos que vinieron al país a fines de los 90 –alentados porque no había obstáculos para solicitar la visa– y que suelen recordar con nostalgia algunos aspectos de la URSS. Para ese grupo, Mikhail Gorbachov no es el héroe del que habla Occidente. “Para mí es un traidor –dice Barinova–. El tenía el poder para que el país no cayera tan profundo y para aliviar la situación del pueblo. Y no hizo nada.” “La perestroika fue una mentira. La palabra significa reconstruir, pero hubo un derrumbe, no se reconstruyó nada”, afirma, concluyente, Melnikovaster. Si bien reconoce que era apenas una niña de 11 años cuando cayó la URSS, expresa que aún recuerda con tristeza cómo, tras la perestroika, el afán de consumo se desató entre los rusos. “Cuando iba al colegio teníamos que usar un uniforme y una corbata roja, que se dejó de usar después. La fábrica donde trabajaba mi mamá cerró y entonces ella empezó a cuidar a adultos mayores y no tenía medios para comprarme ropa en un momento en que todos estaban muy preocupados por eso. Y yo me sentía mal vestida en el colegio. En realidad, no era eso: era pobre y los chicos no me querían hablar”, explicó. Lo bueno de la URSS, según Barinova, era que los soviéticos no tenían que trabajar durante la adolescencia, tenían asegurado el acceso a una buena educación hasta los 18 años, y había estímulos para seguir formándose en la Universidad o en escuelas terciarias. También se accedía a una jubilación digna. “Toda la gente que yo veía tenía casa, salud y educación. Yo no conocía a nadie que no fuera a la escuela. Había un futuro, hermosas canciones, hermosas películas, y a uno le enseñaban mucho sentido de pertenencia a la patria”, dice, por su parte, Melnikovaster. ¿Pero no se sentían oprimidos? ¿No sentían falta de libertad? “Ese tema es propaganda. En ningún lugar del mundo hay libertad absoluta”, cuenta Barinova mientras que Melnikovaster destaca que la opresión permanece en Rusia, pero en un contexto político diferente.