EL SEPULCRO DE LOS VIVOS TXT NORMA FLORES-ALLENDE FOTOS JAVIER MEDINA VERDOLINI
HAY MEMORIAS QUE GRITAN, EXPECTANTES, EN MEDIO DE LA RUTINA. EXISTEN OLVIDOS QUE DEBERÍAMOS VENCER PARA ADUEÑARNOS DE NUESTRA HISTORIA. 35 AÑOS DE DICTADURA STRONISTA NO FUERON GRATUITOS; SE ERIGIERON SOBRE MUCHA SANGRE Y TRAGEDIA. EL MUSEO DE LAS MEMORIAS ES UN HITO CONTRA LA AMNESIA COLECTIVA EN PLENO CENTRO ASUNCENO. 76
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l Museo de las Memorias aguarda pacientemente sobre Chile N° 1072 entre Manduvirá y Jejuí, su horario de apertura es de 9 a 16 horas, de lunes a viernes. Afuera está apostada la tristemente célebre “caperucita roja”, que es como se denominaba a las camionetas rojas Chevrolet C-10 que deambulaban por la ciudad sembrando el pánico en la población. Aquellas carrozas lúgubres anunciaban llantos, sufrimientos y familias destrozadas y, muchas veces, constituían un viaje sin retorno. La caperucita roja era, en realidad, una parca disfrazada. En el museo nos espera Martín Ibarrola, encargado del Museo, con su hablar pausado pero contundente y una mirada traslúcida, con dejos de haber contemplado evidencias de la peor calaña humana. Don Martín nos comenta, abatido, cuán pocos paraguayos acuden al museo. Como prueba de ello, vemos cómo los visitantes en su totalidad son extranjeros. Dirección Nacional de Asuntos Técnicos era el nombre original de este lugar, conocido popularmente como “La Técnica”, un título que sugería su verdadero propósito: el de centro de interrogatorio y tortura de todo disidente, o sospechoso de serlo, en la era stronista. La inauguración de este sitio fue con ocasión de la venida del Teniente Coronel estadounidense Robert K. Thierry, quien vino a asesorar y capacitar en materia de técnicas de interrogatorio y tortura entre los años 1956 y 1958, poco después del inicio de la dictadura. El estadounidense vino al Paraguay, procedente de la Escuela de las Américas, en el contexto de la Guerra Fría para ayudar en el combate contra el comunismo. Sin embargo, esto se tradujo en persecuciones, desapariciones y muertes de trabajadores, estudiantes, intelectuales y todo aquel que no concordara con el régimen militar. Don Martín relata que cerca de diez mil personas pasaron por este lugar, las cuales fueron apresadas, interrogadas y torturadas. Alrededor de 3.000 fallecieron aquí debido a las inhumanas condiciones y maltratos inenarrables. Existen fuertes sospechas de que aún quedan restos humanos enterrados en el edificio, afirma el encargado. “Todos los que se podían levantar en contra de los militares eran destruidos. La función de este lugar era la de destruir” exclama con vehemencia nuestro guía, que lleva casi una década reiterando cotidianamente los horrores del stronismo. Actualmente se sabe, gracias a los Archivos del Terror, que existían 223 centros de reclusión de presos políticos, en todo el país, durante la dictadura. Este es el único que se convirtió en museo. “Aquellos eran tiempos en que hasta para celebrar un cumpleaños era necesario pedir permiso a la policía. Los pyragüés estaban en todas partes, fue por ellos que la dictadura duró 35 años”. Don Martín nos muestra cómo se distribuían los informantes -los famosos pyragüés-, que rondaban por doquier buscando la más mínima expresión de oposición al gobierno en las personas. Las áreas que más interesaban a los policías y militares eran: los sindicatos, las entidades públicas, los centros estudiantiles, las asociaciones gremiales, los entes religiosos y las asociaciones culturales.
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“TODOS LOS QUE PENSABAN DISTINTO ERAN CONSIDERADOS COMUNISTAS”
LA POLCA DEL DOLOR
Muchos jóvenes, apenas en sus veinte años, eran forzados dentro de la caperucita roja y arrojados en un sitio como éste. El “comunismo” era tan solo una excusa, una etiqueta arbitraria, puesto que incluso escuchar música considerada “subversiva”, llevar el cabello un poco más largo de lo debido, o expresarse con soltura sobre los acontecimientos alertaba a los incontables pyragüés. En “La Técnica” los apresados eran recibidos por el comisario Neri Saldívar, quien les tomaba la ficha. Inmediatamente después, eran hacinados en las celdas; las mujeres tenían un espacio separado. Luego se procedía al “interrogatorio”, encabezado por el comisario Arturo Helman: para tal efecto se empleaban inyecciones, las cuales eran aplicadas por un experto chileno. Mas esto no se detenía allí: pinzas para quitar uñas, cachiporras, picanas eléctricas y diversos métodos de tortura psicológica y física. A eso se sumaban violaciones en el caso de mujeres, con niños que nacieron y vivieron sus primeros años en La Técnica.
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En las celdas, una polca estruendosa en la radio anunciaba las torturas. El propósito no era necesariamente acallar los gritos sino crear una atmósfera de pánico. Otra de las técnicas psicológicas, hartamente usadas, era las llamadas intempestivas a parientes, en las que les hacían escuchar los gritos y declaraciones de los torturados. Ropa ensangrentada era mandada a los familiares como intimidación. Los presos que se negaban a hablar eran aislados en un cuarto oscuro donde ni siquiera recibían agua o alimento. Allí se produjeron muchas muertes por inanición. El método clásico de tortura se daba en la bañera. Los torturados eran, en primer lugar, inmovilizados ya sea con cables o hasta con alambre de púas, y luego sumergidos en una bañera sucia, repleta de deshechos. Muchos se descomponían, superados por los suplicios. Esta técnica fue denominada “el submarino” durante la Operación Cóndor –el plan de inteligencia y coordinación entre las diferentes dictaduras sudamericanas–. Hubo presos que, para aumentar las penas, recibían como castigo limpiar la bañera.
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Don Martín nos cuenta que, de entre los pocos paraguayos que visita el museo, muchos son antiguos presos que, décadas después, aún sufren ataques de pánico al ver en dónde padecieron lo indecible. Nuestro guía nos comenta, así mismo, el caso de Teresita Silveira, quien estuvo 4 años presa en “La Técnica” y que suele frecuentar asiduamente el Museo. Ella dio a luz estando encarcelada. La dictadura cayó el 3 de febrero de 1989, pero tres años después, “La Técnica” seguía funcionando. El 22 de diciembre de 1992, el célebre “Archivo del Terror” era descubierto, en Lambaré, por el activista de DDHH, el Dr. Martín Almada y un día después, el 23 de diciembre, “La Técnica” fue cerrada. No obstante, entre 1992 y el 2005, las que fueran instalaciones de la Dirección Nacionales de Asuntos Técnicos servían como oficinas del Ministerio del Interior. Los calabozos y las salas de tortura fueron disfrazados de cómodas oficinas con aire acondicionado. Mas la Fundación del Dr. Almada pudo recuperar este espacio para la memoria histórica colectiva. La Fundación encargada del Museo lleva el nombre de “Celestina Pérez de Almada” quien fuera esposa del Dr. Almada. La señora falleció de un infarto en el período en que su marido estuvo preso durante la dictadura. En el Museo también se exhiben diferentes materiales pertenecientes al periódico clandestino “El Enano”, impulsado por liberales y otros opositores al gobierno. El rotativo informaba sobre los presos, desaparecidos y torturados. Don Martín Ibarrola nos comenta, con mucho pesar: “Al paraguayo no le importa lo que pasó en su país. Nos hicieron un lavado de cerebro colectivo” Nuestro guía, a continuación, nos narra cómo en aquella época la obligación era ignorar, no prestar atención, no meterse, hacer la vista gorda. “Yo volví del exilio y no sabía nada” afirma. Para muchos, no fue sino al desaparecer la censura y recuperar libertades que se comenzó a develar el verdadero rostro de la dictadura.
Sin embargo, no todo es desesperanzador. Don Martín nos expresa, con optimismo, cómo los jóvenes se encuentran quebrando ese silencio y comienzan a interesarse por el pasado stronista y este museo. Hemos visitado un sepulcro, la última morada de casi 3.000 personas que fueron torturadas hasta morir. Pero aquí también murió la esperanza y la libertad. Incontables tragedias, que dejarán secuelas por siempre, hicieron de este lugar un sepulcro de vivos, un depósito de ideales y sueños de un país más justo y más libre. Es conocido hasta el hartazgo el adagio de “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”. La Historia no se estanca en el pasado pues ella nos permite comprender nuestro presente y, más importante, nos da las herramientas para cambiar nuestro futuro.
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