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Es una guerra

2 may. 2015 - Después de la prueba ósea, me llevaron a radiología. Luego de la mamografía, fui a otro cuarto donde me hicieron un ultraso- nido. Cuando ...
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Capítulo 1

Es una guerra Darse cuenta de la intensa batalla que la rodea Todo tiene su momento oportuno . . . un tiempo para amar, y un tiempo para odiar; un tiempo para la guerra, y un tiempo para la paz. Eclesiastés 3:1,8 (nvi)

Paciente, no es un adjetivo que me describa regularmente. Hoy no es la excepción. Mientras estoy sentada en esta silla tan incómoda, alterno mi peso sobre un lado y el otro. Escucho los pasos en el corredor de los doctores y las enfermeras al pasar. Las voces son muy bajas como para que pueda escuchar lo que dicen. Siento que alguien se acerca a la puerta, pero después continúa su camino. Mi corazón se detiene y mis manos sudan. Me entretengo enfocándome en el sonido que el aire acondicionado hace al encenderse y en el color de mal gusto de la pintura de la pared, tratando de hacer todo lo que puedo para desviar mi mente de la realidad en la que me encuentro y la posibilidad de lo que podría escuchar en unos momentos. Parece ser una eternidad. Mis pensamientos se dejan llevar por las palabras que me dijo mi esposo la semana pasada, cuando entré a la cocina cojeando. “Jan, si no te ocupas de eso, no vas a poder ir a Egipto”. Eso captó mi atención.

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Me encanta viajar, especialmente en viajes misioneros. Por haber crecido los estados ultraprotestantes*, cuando era niña me parecía que todos eran cristianos e iban a la iglesia con regularidad. Difícilmente conocía algún no creyente. Siempre escuchaba que había mucha gente en el mundo que no conocía a Jesús; pero cuando empecé a visitar países extranjeros, vi la magnitud de los perdidos. En el año 2009, cuando me enteré de un viaje misionero a Egipto, no podía esperar para inscribirme. Prepararme para el viaje requería de una tremenda cantidad de planificación, por encima de las cosas que hacía diariamente. Al final, me enfoqué tanto en cuidar de todo y de todos los demás que no cuidé muy bien de mí misma. Un día, mientras estaba sentada alrededor de la mesa de conferencias en mi oficina, sentí un intenso dolor punzante en mi cadera. Durante un par de semanas, cada vez que me levantaba o agachaba, me dolía la cadera. Mejoró, pero luego volvió a empeorar. El dolor fue tan fuerte que no podía usar zapatos altos y empecé a arrastrar un poco la pierna. Sin embargo, algunas veces puede ser cabeza dura. Solamente la insistencia de Mark, y con la amenaza de perderme el viaje a Egipto, me hizo detenerme y prestarle atención al asunto. Las mujeres han luchado por ser lo que son durante siglos, especialmente cuando se encuentran en situaciones y circunstancias que las dejan sintiéndose despojadas de su feminidad. Hice una cita con el ortopedista. Dos días después de verlo, fui para que me hicieran una resonancia magnética de la cadera. Una semana después, Mark y yo, fuimos a recibir los resultados. El doctor abrió su computadora y nos mostró la resonancia. *  Nota del Traductor: En el Cinturón bíblico, es decir en una de las regiones de los Estados Unidos en donde el cristianismo evangélico tiene un profundo arraigo social.

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Señaló un área de mi cadera y explicó que el tejido estaba suave y expandiéndose, lo que era un indicativo de un posible tumor. ¿Tumor? Mi esposo y yo nos quedamos viendo al doctor, y luego nos vimos el uno al otro, ambos estábamos sin habla. El lunes siguiente fui al hospital para hacerme más exámenes. Durante una prueba de densidad ósea, la enfermera preguntó casualmente, “¿cuándo fue la última vez que se hizo una mamografía?”. A lo largo de varios años atrás, yo había programado una mamografía tres veces, y las tres veces había cancelado la cita por tener una agenda súper ocupada. Después de la prueba ósea, me llevaron a radiología. Luego de la mamografía, fui a otro cuarto donde me hicieron un ultrasonido. Cuando todo eso terminó, esperé a solas para ver el precio que debía pagar por haber pasado por alto mi salud. Soy mujer

Cuando era adolescente, mi papá me compró una mini motocicleta de color amarillo brillante. Vivíamos en el campo, donde el buzón de correo quedaba a más de kilómetro y medio de distancia, el vecino más cercano estaba calle abajo y cruzando la esquina, y, cualquier día de la semana era más probable ver una vaca que un ser humano. La pequeña motocicleta me dio libertad para ir a donde quisiera y hacer lo que nunca hubiera podido, sin ella. Un día, iba manejando mi mini motocicleta calle abajo para visitar a una amiga, el viento alborotaba mi cabello, apreté el acelerador y canté a voz en cuello la canción de Hellen Reddy “Soy mujer”. En ese momento de mi vida, no tenía idea de lo que significaba ser mujer, pero me identificaba con las poderosas declaraciones de la letra de esa canción. Recordarlo trae una sonrisita a mi rostro. Las mujeres sienten con frecuencia la necesidad de declarar su feminidad. Para poseerla. Para luchar por ella. 3

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Sopeso lo paralelo entre esa batalla y lo que enfrento en ese cuarto de espera. Las mujeres han estado luchando por ser lo que son durante siglos, especialmente cuando se encuentran en situaciones y circunstancias que las dejan sintiéndose despojadas de su feminidad. Salgo de mis memorias y regreso al momento mientras estoy en la silla. Mi corazón clama: ¡Soy mujer! ¡Por favor, no me lo quiten! Al fin, el radiólogo llega y mis peores temores se hacen realidad. “Señora Greenwood, usted tiene cáncer de seno en grado IV y ha hecho metástasis en su cadera. Necesitamos referirla a un oncólogo”. Mi mundo da vueltas incontrolablemente. Me siento débil. Aturdida. Hecha añicos. Sé lo suficiente acerca de esta enfermedad como para entender qué es lo que enfrento. El cáncer tratará de robar mi feminidad, provocando un asalto en mi cuerpo que amenaza el centro de mi identidad. La quimioterapia minará mi fuerza y me expondrá a una variedad de consecuencias aterradoras. Hará que mi cabello se caiga. La intervención quirúrgica significará perder uno o ambos senos. Mi fortaleza natural y celo por la vida serán templados por la fatiga y la preocupación. De un tirón, seré despojada de lo que más me identifica como mujer. Pero más aterrador que el efecto sobre mi apariencia es la amenaza tangible de que posiblemente muera. He sido atacada, literalmente por la espalda, por un enemigo cruel, traicionero, que trata de tomar mi vida como un “botín de guerra”. El gran Yo Soy

En el lapso de una semana de mi diagnóstico, soporté una batería de exámenes adicionales y procedimientos: otra resonancia magnética, una biopsia de médula ósea, una biopsia de la cadera, una biopsia por punción de mi seno, un estudio PET y una cirugía para insertar un puerto en mi pecho. Dos semanas después del diagnóstico, empecé quimioterapia. Me convertí en una paciente. 4

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Se hizo claro que mi deseo más profundo sería dejarles un legado de amor. No mucho después de mi primera ronda de quimioterapia, Mark y yo fuimos a un culto. Todos se pararon para adorar. Yo me sentía tan cansada y abrumada; solamente me quedé allí sentada. Cerré mis ojos y, repentinamente, fue como si hubiera entrado en una habitación donde me esperaba Jesús. Con la frustración, fatiga, temor e ira, lo confronté. “¿En realidad eres así? ¿Eres duro? ¿Eres caprichoso? ¿Es esto un tipo de castigo?». Él no respondió, sino que se quedó mirándome compasivamente mientras yo me descargaba. Cuando finalmente perdí mi aliento, quedé en silencio. Después de unos momentos tensos, formulé la verdadera pregunta en mi corazón. “¿Eres Tú quien va a sanarme?”. “Yo soy,” respondió. Yo sabía lo que Él estaba diciendo. No solo, “Yo soy quien te va a sanar”. Él me dijo Su nombre y reveló Su carácter—el Gran Yo soy. Recordándome quién Él es, Él estaba diciendo: “No importa lo que pase, Jan, Yo soy suficiente”. Su respuesta tranquila me calmó. La esperanza empezó a titilar. En ese momento, luego de haber derramado mi ira y desesperación, Su paz me rodeó. El peso de Sus palabras me envolvía como una manta; el Consolador rodeaba mi alma. Empecé a creer que Dios me sanaría. Yo sabía que “Yo soy” estaría conmigo en cada paso del camino. Eso era suficiente. La batalla por la feminidad

Empecé un año y medio intenso de tratamientos agresivos y una tarea de por vida para buscar, comprender y mantener mi salud. Después de 19 rondas de quimioterapia, una extirpación 5

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de tumor y una ronda completa de radioterapia, Dios me sanó. Estoy bien. Enfrentarme con mi moralidad cambió mi perspectiva y mis prioridades. Mark y yo consideramos seriamente el valor que les damos a la familia, fe y amigos. Yo necesitaba medir mis días y pensar cuidadosamente cuál sería mi legado. Durante el proceso de tratamiento, frecuentemente, veía los rostros de mis hijos, sintiendo la profundidad de mi amor por ellos. Si solamente pudiera hacer algunas cosas antes de mi muerte, ¿qué escogería? ¿Cuáles serían mis últimas palabras? ¿Qué tesoro les otorgaría? Se hizo claro que mi deseo más profundo sería dejarles un legado de amor. Retuve a mis hijos en mis brazos y les dije, “les amo”. Les pedí que me perdonaran por las veces que les había causado dolor. Les hablé sobre la fidelidad de nuestro Dios y les afirmé Su disposición para sanar todas nuestras heridas: físicas, emocionales y espirituales. Pero decidí no detenerme allí. Empezaría una revolución de amor que llegaría más allá de mis propios hijos y alcanzaría a las mujeres en todas partes. Expondría las amenazas, mentiras y heridas que las mujeres se imponen unas a otras; primero, para beneficio de mi hija, Ashley . . . y luego para mis futuras nueras . . . y finalmente para todas las mujeres que amo. Hasta para aquellas a quienes nunca conoceré personalmente en este lado del cielo. Ganar la guerra

Desearía poder decirles que me libré de los estragos de mi guerra contra el cáncer. Desearía presentarles una historia de sanidad instantánea, sin sufrimiento, pero la verdad es que experimenté extenuantes efectos secundarios negativos de mi tratamiento de quimioterapia. Mi cabello se cayó, lo que retó mi autoestima. Tuve que entregar la parte enferma de mi pecho a la cirugía y enfrentar batallas terribles en mi mente. Caminé con una cojera dolorosa por largo tiempo y me ha tomado años recuperar 6

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mi ­fortaleza física. No tuve la oportunidad de hacer ese viaje a Egipto y probé la desilusión. Soy mujer. Ninguna enfermedad, arma o herida puede quitármelo. Pero he ganado algunas batallas mayores en el camino. En el proceso de andar en esta prueba atemorizante, vencí no solamente al cáncer sino, también, a muchos de mis temores, heridas e inseguridades. Encontré el valor para luchar por mi feminidad tanto en lo natural como en lo sobrenatural. Descubrí que estoy eternamente a salvo en las manos de un Salvador amoroso y que pelea por mí, Quien me comprueba Su fidelidad una y otra vez. He retenido mi feminidad y abrazado su poder. Ahora sé que quien yo soy está, solo superficialmente, relacionado a mi apariencia física. Soy mujer. Ninguna enfermedad, arma o herida puede quitármelo. Ahora, siempre que digo o escucho “Yo soy”, me da una inyección de fortaleza al recordar el mensaje de Dios para mí acerca de Su amor y poder. Cada día me recuerdo a mí misma: “¡Estoy bien! ¡Soy mujer!”. El mismo Dios que me defendió durante mi lucha contra el cáncer también puede provocar la victoria en la guerra por nuestra feminidad. Amiga, nuestro enemigo es fuerte. Pero esta batalla no tiene que abrumarnos. Permítame afirmárselo, estamos del lado ganador. Cuando las mujeres se juntan, unidas en el Señor, ¡somos poderosas!

Preguntas para reflexionar

• ¿Qué significa para usted “feminidad”? ¿Qué ­significa ser mujer? 7

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• Describa una o dos de las relaciones más ­importantes con otras mujeres en su vida. Estas, ¿son/fueron experiencias negativas? ¿Por qué? • Describa un momento o una época cuando empezó a darse cuenta que había una guerra. ¿Qué estaba pasando en su vida? • ¿Cómo respondió a esas circunstancias? ¿Cómo le respondió a Dios en esas circunstancias? • Tome un minuto para procesar con Dios ese momento o esa época. Tenemos un enemigo muy real que está librando una guerra contra nosotras como mujeres. Una forma en que le encanta hacer eso es tratando de decirnos lo que las circunstancias de nuestra vida significan para nosotras como mujeres. En otras palabras, nos miente. Vamos a hacer una pausa aquí y le haremos algunas preguntas a Dios. A Él le encanta hablarles a Sus hijas. A Él le encanta decirnos la verdad de cómo Él nos ve y nos ama. Deténgase por solo un minuto y sosiéguese. No tenga miedo; Él es un Dios bueno. Él es gentil y amable, y le ama mucho. Él habla con palabras o imágenes y, algunas veces, en simplemente una impresión. Escuche. Hágale estas preguntas a Dios (y escuche Su respuesta). • Dios, ¿qué mentiras he creído acerca de mí, como mujer? • ¿Qué mentiras he creído sobre mi feminidad? • Dios, ¿cuál es la verdad acerca de mí? ¿Acerca de mi feminidad?

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Tome nota de lo que escuche. Si le hace sentir sucia o a­ vergonzada, no es Dios. Por otro lado, si le hace sentir amada y valorada, ¡con toda seguridad, es Dios! Reciba lo que Él dice acerca de usted y su feminidad y ¡declárelo! ¡Declare con valentía la verdad de lo que Dios dice acerca de quien usted es!

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