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dinero que había quedado de fondo en la caja registradora. Y como el dicho de: pueblo chiquito, infierno grande párese evidenciarse en ese apartado lugar.
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EL TATA DE LA COLINA Por Gorge Eladio Pérez Argibay Usado con permiso En la cima de una pequeña colina muy cerca del pueblecito donde yo nací, había una casita humilde en la que vivía el jovencito Heliodoro del Río con su familia. Como el nombre que tenía era muy feo al pronunciar y aun el diminutivo de su nombre (que debería ser apropiado para su temprana edad) muchos preferían llamarlo Elito otros lo llamaban Lito y en su casa decidieron llamarlo por el nombre que su hermanita Manda le había puesto, Tata. Heliodoro era un joven muy decente y aunque sabio de corazón era muy humilde, siempre con su camisita almidonada y sus zapatos lustrados adornaba con su “traje” campesino el sitio donde él llegaba. Cuando era tiempo de descansar de la dura faena, Elito recorría el camino real a visitar a los propietarios vecinos para saludarlos y charlar un rato. La presencia de Lito era agradable y sus sabias palabras siempre aportaban confianza y amor, todos amaban a aquel delgaducho muchacho que con su prudencia extrema ganaba la admiración de toda la zona. El Tata de la colina era el orgullo de toda la región. Nadie osaría hacerle daño sin recibir una paliza de todos los moradores de la zona. Un día Heliodoro tomó camino al pueblo en busca de algunos víveres y, como pretendía estar temprano de vuelta, partió mucho antes que el sol iluminara su colina. Arrimado a la tienda muy de mañana notó la puerta abierta y pensando que el dependiente estaba de tan temprano en su trabajo entró llamando. Las cosas estaban algo desordenadas y advirtiendo la posibilidad de que fuese un robo, tomó prisa en salir y avisar, pero la guardia nocturna que todavía rondaba lo sorprende “in fraganti”. Se formó el alboroto y mientras nadie quería creer que Elito había cometido tal fechoría, las evidencias parecían apuntar a su persona. Aun el dinero que Lito traía con el fin de comprar algunas cosas para su casa coincidía con el dinero que había quedado de fondo en la caja registradora. Y como el dicho de: pueblo chiquito, infierno grande párese evidenciarse en ese apartado lugar. El murmullo crecía y malas lenguas hacían escarnio en la persona del joven y terminaron aún por agregar un nombre más a su lista: Inodorito. El fin de la historia culmina cuando la justicia se impuso probando la inocencia del muchacho y avergonzando a los calumniadores y el Tata de la colina retomó su renombre entre los pobladores. Quizás recién hemos nacido en Cristo y tenemos nombres nuevos que las gentes nos han puesto y que no nos gustan: El religioso; parece uno no muy lejos de la verdad pero algo impreciso ante tantas religiones ajenas al cristianismo. El hipócrita; no está mal si entendemos que ellos no pueden comprender el cambio que el poder del Espíritu del Abba produce en sus hijos. El fanático; sí, es posible que vean en nosotros todo el propósito de defender nuestros principios aun con nuestras vidas por precio. Y si el sobrenombre de el loco les ofendiera, recordemos que aun el apóstol Pablo no rehusó a llamarse así. Yo sólo sé que al final de esta gran jornada la justicia de Dios se impondrá y un nombre nuevo tendré cuando reciba de Dios la Piedrecita Blanca y llegue mi renombre como lo retomó el Tata de la colina Lucas 6.22 -Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, os aparten de sí, os insulten y desechen vuestro nombre como malo por causa del Hijo del hombre. ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.