El gobierno cristinista debe cambiar, pero ¿quiere ...

muy distintos. Probablemente, la llegada de Carlos Casamiquela al. Ministerio de Agricultura haya sido de las más feste- jadas en el nuevo tablero en el que.
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OPINIÓN | 29

| Domingo 24 De noviembre De 2013

El gobierno cristinista debe cambiar, pero ¿quiere cambiar?

Fernando Laborda —LA NACION—

E

l gobierno de Cristina Kirchner se debate entre el cambio y la continuidad. En su reasunción, se vio a la Presidenta urgida por modificar el semblante de una administración que empieza a correr detrás de una realidad económica cada vez más complicada y por suplir el desapego que ha sufrido de buena parte de la sociedad, que apostó por un cambio en las urnas. En su curiosa dualidad, para recrear expectativas en quienes le negaron el voto sin descuidar su frente interno, Cristina Kirchner pareció sugerirles a unos que algo va a cambiar y a otros, que nada ha cambiado. La remoción de Guillermo Moreno y la llegada de Jorge Capitanich a la Jefatura de Gabinete fueron señales para los primeros; también su expresión “no tenemos anteojeras”. El ascenso de Axel Kicillof al Ministerio de Economía y la frase sobre la necesidad de “profundizar el modelo”, al igual que sus discursos desde los balcones internos de la Casa Rosada, escoltada por jóvenes militantes que parecían salidos de un cuidado casting, y la aparición estelar de Simón, el perrito chavista, fueron mensajes para los segundos. El filósofo Santiago Kovadloff explica esa dualidad como un clásico recurso peronista para recuperar hegemonía, similar a la posición adoptada por Juan Domingo Perón en 1973, que abrazaba con su brazo izquierdo a Mario Firmenich y con su brazo derecho a Ricardo Balbín. De lo que no hay dudas es de que la Presidenta seguirá siendo la garante del relato oficial. Nadie puede descartar que no surjan diferencias entre dos funcionarios que definitivamente no tienen una misma concepción económica como Capitanich y Kicillof. Pero sorprendió hasta ahora el elevado grado de sintonía que exhibieron ambos en sus respectivos discursos ante la prensa. Llamativamente, los dos recurrieron a los mismos eufemismos, como cuando eligieron hablar de “variaciones de precios” en lugar de mencionar la palabra “inflación”. Y hasta Capitanich se negó a admitir la existencia de un cepo cambiario, expresión que asoció con oscuros intereses corporativos. Como si, en lugar de hablarle a la sociedad, se estuviera dirigiendo a una presidenta muy poco dispuesta a reconocer errores. Una hipótesis, difundida en estas horas por dirigentes vinculados al macrismo, como el director de Reforma Política del gobierno porteño, Marcelo Bermolén, señala que aunque muchos no se hayan dado cuenta, Cristina Kirchner renunció a su cargo, más allá de conservar las formalidades de sus atributos, y se anticipó a una eventual Asamblea Legislativa que actuaría en caso de acefalía, nombrando en la Jefatura de Gabinete a Capitanich, quien actuaría como un presidente encubierto, con el respaldo de una liga de gobernadores peronistas. La idea da cuenta de un poder que se protege a sí mismo, de un peronismo sucediendo al propio peronismo. Parece una hipótesis demasiado arriesgada. Resulta más aceptable que la designación del ex gobernador chaqueño guarda relación con la necesidad de kirchnerismo de crear una alternativa propia para 2015, diferente de la de Daniel Scioli, para competir o bien para negociar con otros sectores. Habrá que preguntarse si los movimientos de Capitanich estarán más enfocados hacia el crecimiento de su imagen o hacia una gestión que demandará tragarse muchos sapos si se pretende enfrentar decididamente la fuerte inflación y la dramática caída de las reservas, cercana a los 13.000 millones de dólares en 12 meses. Por ahora, el mensaje oficial no da cuenta de una acción decidida contra la inflación. Se insiste en los remanidos acuerdos de precios con la idea de morigerar el ritmo de declinación sin alterar el ADN K. El problema es que al auto kirchnerista no le alcanza con un service y un cambio de aceite para llegar en condiciones a 2015. Tal vez por eso se espera que el gran

ajuste para cumplir las metas presupuestarias de 2014 pase por una fuerte reducción de los subsidios en los servicios públicos, al margen de parches anunciados que poco aportarán, como el impuesto a los automóviles de alta gama que, al ritmo inflacionario actual, llegará pronto a los de baja gama. La realidad de las urnas también ha reducido el margen de maniobra para profundizar rasgos autoritarios del Gobierno. La salida de Moreno es el principal ejemplo de esa limitación que le impuso la sociedad al kirchnerismo. Moreno será recordado como un pésimo funcionario que pretendió manejar la economía a los gritos y con métodos de un patotero. Será para muchos una suerte de José López Rega del kirchnerismo. Aunque, para algunos observadores, encuentra más puntos en común con José Emilio Visca, un legislador del primer peronismo, hoy poco recordado. Visca presidió en 1949 la Comisión Bicameral Investigadora de Actividades Antiargentinas, popularmente conocida como Comisión Visca, que buscó aterrorizar al periodismo crítico de aquella época con allanamientos y clausuras. La comisión había sido instituida tras denuncias de diputados radicales inquietos ante torturas a opositores por parte de la policía. Pero en lugar de analizar esas cuestiones, el grupo liderado por Visca se consagró a investigar a medios periodísticos no afines al gobierno de Perón. Frente a las críticas sobre la desnaturalización de la misión de esa comisión, Visca respondía que no se podía privar al Congreso “de la facultad de investigar de dónde provienen los fondos de todos los diarios”. Entre los fundamentos de las clausuras dispuestas contra diarios, radios y entidades como el Jockey Club, la Federación Agraria Argentina, la Asociación de Abogados porteña o el Automóvil Club, se esgrimieron “razones de seguridad, higiene y moralidad” y hasta el hecho de que un baño no exhibiera las mejores condiciones. Según cuenta el recordado Félix Luna en su libro Perón y su tiempo: la Argentina era una fiesta, cuando durante una sesión en Diputados Visca hablaba de la compra de los ferrocarriles a los ingleses, el entonces legislador Arturo Frondizi le preguntó a qué se debía la dife-

El sucesor de Moreno, Augusto Costa, es un íntimo amigo de Kiciloff que no permitirá un “viva la Pepa”, como se encargó de aclarar el propio Capitanich rencia de precio en moneda nacional entre los contratos firmados y el mensaje del Poder Ejecutivo. Como Visca comenzó a dar vueltas sin ofrecer una respuesta clara, Frondizi le preguntó si aquella diferencia no se debería a que las libras se habían tomado en los contratos a su valor comprador, mientras en el mensaje presidencial fueron expresadas según el tipo de cambio vendedor. Entonces Visca, en medio de carcajadas de los diputados presentes, le contestó: “Quiere decir que usted, que siempre habla de lo que no sabe, ahora pregunta lo que sabe”. Visca era un gran caradura, quizá tanto como Moreno. Finalmente, se fue el secretario de Comercio Interior, aunque la subestimación de la política exterior y de la carrera diplomática lo conducirán a un cómodo puesto de agregado comercial en Italia. No pocos empresarios festejaron su exilio. Algunos menos, acostumbrados a cortejar al poder político y a posturas de sumisión y genuflexión, convertidos en estos años en expertos en mercados regulados, probablemente lo extrañarán. Aunque tal vez no por demasiado tiempo: el sucesor de Moreno, Augusto Costa, es un íntimo amigo de Kicillof que no permitirá un “viva la Pepa”, como se encargó de aclarar el propio Capitanich. Llegaron los cambios. Pero ¿habrá cambios? ¿O acaso estaremos ante una nueva etapa de más estatismo y dirigismo económico con mejores modales y menos brutalidad? Tal vez la sociedad y el Gobierno deberían preguntarse, como Albert Einstein, si podemos resolver nuestros problemas pensándolos de la misma manera en que los creamos.ß

exportaciones por Nik

Dos hombres fuertes muy distintos

Joaquín Morales Solá —LA NACION—

Viene de tapa

las palabras

El fuego no moja Graciela Guadalupe “La ventaja de Casamiquela es que no hay que explicarle que el fuego quema y el agua moja.” (De Eduardo Buzzi, presidente de la Federación Agraria.)

P

robablemente, la llegada de Carlos Casamiquela al Ministerio de Agricultura haya sido de las más festejadas en el nuevo tablero en el que Cristina se divierte moviendo piezas sin alterar demasiado el juego. Durante los últimos cuatro años, Casamiquela fue el titular del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), donde ingresó a trabajar en 1974. Hizo una pasada por la vicepresidencia del Senasa pero, en definitiva, fue en el INTA donde forjó toda su carrera. Y, para colmo, ¡es ingeniero agrónomo! Es decir, una rara avis en un gabinete donde los ingenieros hacen más política que obras, los ferreteros dibujan estadísticas, y agrimensores y contadores son bendecidos como expertos en transporte. “La ventaja de Casamiquela es que no hay que explicarle que el fuego quema y que el agua moja”, ironizó el presidente de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi. Además, muchos le reconocen al nuevo ministro ser un hombre moderado y equilibrado, cualidades que, de mantenerse, marcarían una enor-

me diferencia frente a la proverbial soberbia kirchnerista. Otra característica que festejan los hombres del campo –sensación compartida por cualquier sector al que le pongan enfrente a un funcionario con conocimientos sobre su área– es que en este caso no haya triunfado el arribismo por sobre la experiencia. Como dice el periodista colombiano Daniel Samper Ospina en su libro El club de los lagartos y otros artículos de humor, “en el arribista todo puede ser reprochable: que crea que para ser necesita tener; que trate de sustituir su falta de abolengo con dinero, y que crea que lo fino siempre está determinado por el precio: si es caro, es elegante. En eso –dice y ¡cuántos ejemplos se nos vienen a la memoria!– el arribista tiene un gramo de mafioso”. Hablando de arribos, qué papel destacado dio la Presidenta a Simón, el perrito venezolano, herencia del fallecido Hugo Chávez. Su presentación ocupó un tercio del tiempo del primer mensaje público de Cristina después de su enfermedad. Además de Simón, la acompañaban ese día en el intimista escenario de Olivos un pingüino de peluche y un ramo de rosas enviadas por Hebe de Bonafini. Es decir, y parafraseando al filósofo kirchnerista Ricardo Forster, cuyos tuits fueron injustamente criticados, hay que saber interpretar los símbolos: Cristina se rodea siempre de las mismas cosas. ß

La larga carrera de Moreno en el poder cuestiona la plenitud de la democracia argentina. Moreno es obscenamente autoritario, un maltratador serial que cultiva el sadismo político. Estuvo diez años en la administración. ¿Su presencia no interpela, acaso, a la política, a los empresarios, a la Justicia y a la propia sociedad que lo toleraron? ¿Cómo pudo el sistema político aceptar que semejante funcionario hiciera lo que hizo desde un Estado supuestamente democrático? Lo que deja en la economía, además, es un páramo de destrucción y dependencia tras la mejor década internacional que tuvo la Argentina en mucho tiempo. Después de él, el país depende dramáticamente de la energía importada. Durante este año, el Gobierno no quiso importar trigo por razones ideológicas, pero los argentinos llegaron a pagar 26 pesos el kilo de pan. Moreno había intervenido antes en el mercado del trigo. Moreno es ya el pasado y, como López Rega en su momento, debió optar por el exilio voluntario. Sus políticas, sin embargo, se alargarán en el tiempo. A Cristina le gustan esos sistemas y esos modos en los que ella, y no la sociedad, decide con prepotencia sobre toda la economía. Ahora le será más complicado. La Presidenta se verá obligada con mucha frecuencia a laudar entre el jefe de Gabinete y el ministro de Economía. Antiguos socios en una consultora privada, a Capitanich y a Kicillof los separarán de aquí en más el poder y la ideología. Los dos son constructores compulsivos de poder y a ambos les cuesta compartirlo. La ideología es una diferencia más profunda aún. Capitanich expresa a la eterna corporación peronista y Kicillof nunca fue eso; pertenece al sector cristinista de jóvenes que llegaron al poder sin ningún esfuerzo. Alberto Fernández suele recordar siempre la primera entrevista que tuvo con Kicillof, cuando aquél era todavía jefe de Gabinete. Kicillof hablaba críticamente de “ustedes” y se diferenciaba de “nosotros”, en una clara réplica al peronismo kirchnerista. Contra la definición de político de centroizquierda que hicieron algunos, Capitanich es, como todo caudillo peronista del interior, un conservador hecho y derecho. Sabe de economía, pero aprendió en los manuales del muy ortodoxo instituto universitario Eseade, donde cursó una maestría. Kicillof toca otra melodía. Hace poco, con un puesto en la Cancillería, el nuevo secretario de Comercio, Augusto Costa, un amigo de Kicillof, convocó a sesenta diplomáticos argentinos que estaban en el país para explicarles su visión del mundo desde “una perspectiva marxista-keynesiana”. La fórmula es casi un oxímoron de la teoría económica. Keynes imaginó formas nuevas para que el Estado salvara al capitalismo en momentos de crisis. Marx fue directamente la refutación del capitalismo, al que veía como un obstáculo insalvable en la construcción de la felicidad colectiva. Por ahora, Capitanich y Kicillof tienen un libreto parecido, que debe analizarse más por lo que esconden que por lo que dicen. Es bueno que haya funcionarios que encaran con decisión conferencias de prensa, pero sería mejor si hablaran con palabras claras de los problemas reales. Ninguno llamó a la inflación por su nombre. Ninguno habló de los letales cepos a las importaciones y a las monedas extranjeras, de la desastrosa caída de la inversión privada y de la necesidad de una mayor competencia para ampliar la oferta. Al revés, Capitanich puso el acento en la inversión del Estado. Pero uno de los conflictos de la economía es que el Estado se quedó sin recursos genuinos. Seguramente Capitanich estará más cerca de una alianza táctica con el nuevo presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, el único funcionario kirchnerista al que todos le reconocen sentido común y experiencia en la administración bancaria. En el otro lado, Kicillof está llenando la cartera

económica de amigos suyos, personales e ideológicos. El ex secretario de Finanzas, Adrián Cosentino, preparaba un fin de semana largo elaborando propuestas para Kicillof cuando lo sorprendió el despido. Cosentino suponía que el nuevo ministro no prescindiría de sus buenos contactos en el mundo de las finanzas internacionales ni tampoco de varias negociaciones internacionales lideradas por él. Pero Kicillof no está dispuesto a discutir sus ideas con ningún subalterno salido de otras capillas ideológicas. Hay otro Capitanich y existe un mismo Kicillof. Aquel economista que podría haber estudiado cómodamente en el liberal CEMA, Capitanich, fue también el único gobernador peronista que apoyó sin fisuras la reforma judicial que la Corte Suprema terminó declarando inconstitucional. Fue el gobernador que redactó un documento de los mandatarios peronistas, en el que tildó de “golpistas” a los caceroleros de las primeras manifestaciones masivas. Capitanich cultiva una disciplina política casi soviética, pero tiene ideas propias sobre la economía. Ni él sabe aún qué prevalecerá en él mismo: si la disciplina o las ideas. Lo cierto es que ahora deberá cuidar a una presidenta convaleciente, a un gobierno muy frágil y a su propio capital político. Fue uno de los pocos gobernadores peronistas que hicieron una muy buena elección en octubre. Hay un dato que ha pasado casi inadvertido. Capitanich pidió licencia como gobernador. No renunció. Al jefe de Gabinete le queda el mismo tiempo que a Cristina como gobernador y, también como ella, no tiene reelección. ¿Piensa que podría volver al Chaco antes de 2015? Tal vez. Kicillof, en cambio, viene de ser viceministro de Economía de un ministro fantasma, Hernán Lorenzino. El ministro de hecho era Kicillof. Fue el ideólogo y el ejecutor de la confiscación de YPF, que hizo desobedeciendo las indicaciones de la Constitución sobre expropiaciones, con tropas de la Gendarmería incluidas. Fue el autor de la ley que le permite al Estado sentarse en los directorios de las empresas con acciones del Estado, heredadas de las viejas AFJP. Y fue el impulsor de la ley

Capitanich y Kicillof tienen un libreto parecido, que debe analizarse más por lo que esconden que por lo que dicen; ninguno llamó a la inflación por su nombre que permite hasta que una minoría insignificante de accionistas de una empresa privada pueda intervenir su conducción. Sedujo a Cristina con esas ideas y los dos espantaron a los inversores. La Presidenta aludió en uno de sus discursos recientes a la necesidad de que vengan inversiones del exterior. ¿Cambió? El Banco Central necesita ahora que lleguen dólares, no que se vayan permanentemente. Eso es lo que cambió. ¿Cambiará también Kicillof? ¿Su ambición de poder es más poderosa que su ideología? En las respuestas que no están aún se encierran las condiciones de los próximos dos años. Cristina reapareció como en el debut de una estrella de televisión. Pero con eso y con el despido de tres ministros; de un superministro, Moreno, y de un presidente del Banco Central le bastó para reposicionarse en el liderazgo. Ignoró, campante, la derrota y la crisis. La oposición que surgió en octubre no le exige mucho más. Los líderes más notables de la política opositora (Massa, Macri, Scioli, Cobos) son lobos solitarios, guiados por el instinto más que por estructuras partidarias. El poder de todos ellos se respalda más en el marketing que en la política. La estrategia de Cristina es también una construcción de marketing, pero su primera ley es conservar la iniciativa política. Con esas ideas simples ha logrado disimular su lado más débil: está al frente de un gobierno derrotado y de un país con varias crisis abiertas, sin reelección y sin sucesión auténticamente propia. Está, en fin, parada frente a un erial inminente, arduo y mezquino. ß