El nuevo libro del periodista Daniel Santoro se centra en la discutida figura del juez Norberto Oyarbide
Una biografía judicial “E
SR. JUEZ Por Daniel Santoro Ediciones B 277 páginas $ 65
s inevitable que haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca!” La máxima, del 21 de abril de 1997, no podría cuadrar mejor con su autor, Norberto Oyarbide, acaso el juez más conocido del país y, sin duda, el que arrastra más escándalos, videos explosivos y denuncias en su contra durante los últimos 15 años. Sobreviviente de mil batallas –siempre gracias al poder político de turno a cambio de posteriores favores judiciales incofesables–, Oyarbide ejemplifica cuán surrealista puede ser el Poder Judicial argentino, donde tantas veces valen más los contactos y el dinero que cualquier ideario de justicia. Daniel Santoro así lo expone en Sr. Juez. Una biografía judicial de Norberto Oyarbide. Con un ritmo ágil y preciso, el laureado editor y periodista de investigación del diario Clarín relata los orígenes humildes del “señor juez”, su paulatino ascenso en los tribunales y sus oscuras alianzas con proxenetas, policías, políticos y espías para amasar dinero, contactos y poder. En suma, impunidad. Santoro lo logra tras sortear un escollo considerable a la hora de redactar la biografía de Oyarbide, como es su homosexualidad, lo que podría haberle reportado acusaciones de homofobia. Pero no es el caso del autor, que disipa ese riesgo al repudiar toda visión “cavernícola” al respecto, como calificó el comentario denigrante vertido por un ex funcionario de los años 90. Para eso, Santoro también se apoya en las palabras y las acciones de Oyarbide, quien varias veces expuso a la luz lo más íntimo de su vida privada y, a diferencia de la mayoría de sus colegas, se ubicó a sí mismo en situaciones de extrema debilidad y dependencia de terceros que luego cobraron sus favores en su juzgado de Comodoro Py. El libro permite conocer detalles desconocidos u olvidados de su trayectoria. Entre ellos, cómo dio protección a cambio de dinero, según testimonios judicia-
les, a varios proxenetas desde que era secretario de un juzgado correccional en el que tramitaban las investigaciones que los afectaban. O cómo amenazó en público al recepcionista de un restaurante. O de cómo lo salvaron los senadores justicialistas del juicio político la noche del 11 de septiembre de 2001, mientras el resto del mundo contemplaba azorado los restos humeantes de las Torres Gemelas. Apadrinado por la Policía Federal, impulsado por Jorge y Hugo Anzorreguy –este último, jefe de la SIDE durante el menemismo–, y protegido una y otra vez por el menemismo y el kirchnerismo en los 43 juicios políticos iniciados en su contra, el libro muestra cómo la trayectoria de Oyarbide se opone de manera dramática a la dignidad del entonces fiscal general Norberto Quantín, que combatió desde la institución contra la corrupción judicial. Santoro aprovecha ese contraste entre Oyarbide y Quantín y sus colaboradores –conocidos como “los centauros”– para potenciar su relato. Y lo logra, con creces. Como cuando desnuda las dos velocidades que, una y otra vez, el juez le imprime a sus pesquisas, según le convenga a ciertos intereses u operadores, como el auditor general de la AGN, Javier Fernández. Acaso la “biografía judicial” de Oyarbide pudo ahondar más sobre una de sus facetas más censurables: su notoria evolución patrimonial. Santoro avanza por esa senda, pero no termina de profundizar, más allá de rescatar testimonios valiosos, como el del dueño de Spartacus, que acusó al juez de cobrar no menos de 40.000 dólares por mes de distintos proxenetas, además de otros 250.000 dólares del dueño del Hard Rock Café de Recoleta. Testimonio que concluyó, vale aclarar, en otra vía muerta judicial. Respetado por su enorme capacidad de trabajo y querido por su equipo, Santoro también cita a un camarista que destaca la “excelente” labor de Oyarbide cuando se trata de expedientes “comunes” o de drogas. “El problema para él es el diez por ciento de las causas que involucran a gobiernos. Ahí está su talón de Aquiles”, planteó su superior. En rigor, ése es el flanco débil de la mayoría de los jueces y fiscales que trabaja en Comodoro Py. Es una debilidad sistémica de la Justicia argentina. La única diferencia es que esa mayoría es menos llamativa, más silenciosa –más hipócrita– que Oyarbide, pero también menos vulnerable. “Oyarbide –evaluó Quantín ante la consulta para el libro– es parte de un sistema perverso que funciona entre jueces y políticos que se van debiendo favores recíprocos y eso evita, a la larga que se haga justicia.” Eso, en suma, es lo que Santoro deja en evidencia. Oyarbide es apenas el ejemplo más manifiesto de ese sistema. Hugo Alconada Mon
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17 Viernes 6 de mayo de 2011
suma: el avance de Napoleón sobre Egipto le impide integrar una expedición por el Nilo. Encuentra entonces su destino de naturalista en América, dejando una huella no sólo en la imaginación europea, sino también en la latinoamericana. De Bolívar a Sarmiento, a García Márquez, varias generaciones de intelectuales pensarán su tierra desde las figuraciones que propuso el alemán y en contraste con ellas. “En la cultura oficial Humboldt es pensado como necesario, como algo que, visto retrospectivamente, tenía que suceder”, resume Pratt. Una de las metáforas clave sobre América que impusieron los textos de Humboldt, resultado de sus viajes por gran parte de América latina, es la de una “naturaleza salvaje y gigantesca”. A diferencia del mundo ordenado, categorizable, que proponía el sistema de Linneo, Humboldt recrea América en la forma de una naturaleza “impresionante, extraordinaria, un espectáculo capaz de sobrecoger la comprensión y el conocimiento humanos”. Esa metáfora tendrá ecos en el Facundo de Sarmiento, transformada en un mal que se debía combatir: el de la “inmensa extensión” que se describe como despoblada y disponible, y que negaba la presencia de los grupos indígenas. Pratt también se detiene en el epígrafe de Humboldt, tomado de su obra “sobre estepas y desiertos”, que Sarmiento atribuye erróneamente a Francis Bond Head: “La extensión de las pampas es tan prodigiosa que al norte limitan con bosques de palmeras y al sur con nieves eternas”. La tercera y última parte de Ojos imperiales está formada por dos capítulos. En el primero, Pratt analiza el relato de Richard Burton sobre su expedición en busca de las fuentes del Nilo y los Travels in West Africa de Mary Kingsley. El segundo es el nuevo trabajo incorporado a esta segunda edición. Titulado “En la neocolonia: modernidad, movilidad, globalidad”, se concentra en el análisis de intelectuales latinoamericanos: García Márquez, Horacio Quiroga, Mário de Andrade, José María Arguedas, Alejo Carpentier. Sobre el final del capítulo y del libro, Pratt menciona la más reciente etapa “conquistadora”: el proyecto neoliberal de los años ochenta y noventa, que describe como “una nueva ola de saqueo de los pueblos de los países más débiles”, liderada por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y también acompañada por un discurso legitimador: el “del libre comercio, el flujo internacional de capitales y los mercados abiertos”. Así como algunos críticos señalaron errores fácticos en la primera edición –esperables en una obra tan ambiciosa– otros podrán decir ahora que Pratt no es rigurosa en su análisis del presente, al que dedica páginas brevísimas. Lectores más cuidadosos, sin embargo, encontrarán en ese capítulo final una de las continuaciones más ricas y necesarias de una obra de por sí muy productiva, además de un posicionamiento ideológico franco que funciona como sugestiva clave de interpretación.