SOCIEDAD | 27
| Domingo 2 De junio De 2013
bergoglio, papa | la experiencia de una periodista de la nacion
Un encuentro en Santa Marta con el padre Jorge de siempre Evangelina Himitian, autora de Francisco, el papa de la gente, relata en este texto su visita al Vaticano, el miércoles pasado, y su inolvidable saludo con el Pontífice Evangelina Himitian LA NACION
CIUDAD DEL VATICANO.– A un papa no se lo toca. No se lo besa. No se le habla a menos que él hable primero. Las normas del Vaticano para las audiencias papales son estrictas. Con un solo gesto, Francisco se encarga de romperlas todas. Adelanta el paso, ofrece un abrazo, un beso. Te llama por el nombre y sonríe. Se esfuerza por demostrar lo que a uno le queda en claro apenas lo ve: que es el mismo padre Jorge de siempre. El miércoles pasado tuve la oportunidad de volver a verlo durante una audiencia privada en la Residencia Santa Marta. Lo vi y lo saludé, y todavía no lo creo. Un grupo de pastores de Buenos Aires viajó para esa audiencia, organizada hace más de un mes, y yo fui con ellos con la ilusión de poder entregarle en mano una copia de Francisco, el papa de la gente, la biografía que escribí para la editorial Aguilar. Para ser justos, lo mío no era más que una posibilidad. El entorno de Bergoglio, ahora que es papa, es muy riguroso y tiene como misión descomprimir la agenda del Pontífice. Ser parte de esa audiencia osciló en los últimos días entre el “seguramente sí” y el “posiblemente no”. Una incógnita que se mantuvo hasta el último minuto. Pero de todos modos ya estaba allí, en Roma. Por la mañana, antes de las 9, la Plaza San Pedro estaba llena. El cielo se puso negro y en vistas de que se venía una tormenta, en vez de suspender la audiencia pública de los miércoles, Francisco decidió adelantarla. Salió a bordo del jeep papal sin la capota. “Si la gente se está mojando, yo no voy a salir cubierto”, les dijo a sus colaboradores. Y así se paseó por toda la plaza como uno más bajo la lluvia. Diez minutos después salió el sol. Al mediodía, mientras almorzabámos, el péndulo se detuvo. Mis chances se habían esfumado. Sólo seis
Francisco con Himitian, durante la audiencia personas entrarían en la audiencia y eso me dejaba afuera. Le dediqué el ejemplar del libro y se lo di a uno de los pastores. Cuando las campanas de San Pedro marcaron las 16, caminamos hasta la puerta del Vaticano por la que se accede a Santa Marta y yo me quedé allí afuera, en compañía de los representantes de la Guardia Suiza, que son particularmente estrictos en que uno no pise la línea blanca que da comienzo al Estado del Vaticano. Esperé allí afuera y los minutos me parecieron eternos. Tal vez, cuando le dieran el libro y le dijeran que yo estaba afuera... Pero no. Las campanas volvieron a sonar y eso indicaba que el horario de la audiencia había terminado. En Buenos Aires, antes de partir, me había preguntado qué sería lo que un porteño de pura cepa extrañaría más si lo nombraran papa. ¿Un conito de dulce de leche? ¿Un tango? ¿La calle? Sí, no hay duda. Lo que más debe extrañar el Papa es la calle. Tomar el colectivo, leer el diario en papel. ¡El diario! Por eso decidí llevarle de regalo un diario, el de la edición del día en que lo eligieron. Lo tenía en la mano allí afuera de
Santa Marta, sin ya ninguna ilusión de ver al Papa, cuando el teléfono de la cabina de entrada de la Guardia Suiza sonó. Francisco en persona había dado la orden de que llamaran y me hicieran pasar. No me acuerdo mucho más de ese momento. El mismo guardia que me había hecho retroceder tras la línea blanca se acercó y nos preguntó los nombres y nos hizo pasar a mi esposo y a mí. “Se tienen que apurar porque no hay mas tiempo”, nos dijo. Largamos allí mismo la carrera. A mitad de camino nos paró el segundo puesto de la seguridad, el de la gendarmería, y alguien explicó: “Son amigos del Papa”. Seguimos nuestra carrera, doblamos a la izquierda y allí estaba la puerta de Santa Marta. A unos metros estaba Francisco, esperándonos. Unos minutos antes, un colaborador había avisado que eran las cinco y que un cardenal aguardaba para verlo. “Sí, que me espere”, le dijo Francisco, y salió a pedir que nos hicieran pasar. Al comenzar la audiencia con los pastores le hablaron del crecimiento de la espiritualidad en la Argentina desde que lo eligieron papa. “Incluso entre los periodistas, que suelen ser muy escépticos”, le dijeron. Con es-
tas noticias, los ojos de Francisco se humedecieron, se llenaron de emoción. Uno de los pastores presentes en el encuentro era mi papá, Jorge Himitian. Cuando le hablaron del periodismo, Bergoglio lo miró y le pregunto por mí: “Me dijeron que Evangelina escribió un libro...”. Allí le dieron la noticia de que yo estaba afuera y, sin dudarlo, salió de la sala y pidió a sus colaboradores que me buscaran y me hicieran entrar. “Evangelina, ¿cómo estás?”, me dijo apenas nos vimos y me saludó con un beso y tomándome los brazos. Cercano, atento, el mismo de siempre. “Me dijeron que hiciste una investigación digna de la SIDE”, dijo, con una sonrisa dibujada en la cara. “Padre, es que usted tiene muchos duendes que me han contado muchas cosas lindas de usted.” “Bueno, mientras cuenten las cosas buenas y no los pecados, no hay problema”, agregó, siempre risueño y rápido para los remates. Le entregué el libro y me lo agradeció con ojos brillantes. “Me gustaría leerlo. Voy a tratar de encontrar el tiempo”, dijo. Es el mismo de siempre. Sonriente. Lleno de paz. Después de que le entregara el libro, Francisco accedió a sacarse unas fotos e incluso fue él quien propuso: “Y ahora una con el marido”. Le pregunté si me dedicaba un libro. “No, no, no”, me dijeron por señas, impacientes, sus colaboradores. La hora había pasado y teníamos que irnos. Un cardenal aguardaba en la sala de al lado. Pero Francisco estaba tranquilo. “¿Cómo que no? ¡Claro que sí!”, dijo, y tomó la lapicera. Después, nos acompañó hasta la puerta de salida de Santa Marta y volvió a darnos un beso a cada uno. “Vayan que yo me quedo acá con los leones”, dijo fiel a su humor de doble lectura. ¿Hablaba de leones rugientes o de valientes luchadores con corazón de león? Él sabrá la respuesta. Nosotros salimos por el doble portón de entrada escoltados por la Guardia Suiza y dejamos atrás Santa Marta.ß
1925-2013
Horacio Armani
Un hombre de letras que ejerció el arte de la poesía y la reticencia Hubo dos modos en los cuales Horacio Armani comunicó su temprana y continua alianza con la poesía: una fue la escritura de poemas, desde el inicial Esta luz donde habitas (1948), que publicó a los veintitrés años, hasta la ulterior antología de sus versos El sueño de la poesía (2008); otra fue la luminosa traducción de la gran poesía italiana contemporánea: no pocos lectores conocimos en su voz precisa a Cesare Pavese o a Eugenio Montale. Armani, que murió en esta ciudad a los 88 años, ejerció un apasionado arte de la reticencia: en la poesía por ese yo que, a veces intimando a través de un doble especular o un nosotros, manifiesta con rabiosa desilusión los acontecimientos del dolor o la pérdida y la fugacidad de la experiencia con un ritmo como demorado, que verso a verso late en una sintaxis lenta y que a menudo se materializa en el pulsar de las cosas concretas. “Una piedra, un insecto y un árbol son iguales, / tienen como una sangre que transcurre despacio / con el tiempo y el ruido de ese tiempo.” Había nacido en Trenel, La Pampa, pero en los poemas persistía esa melancolía propia de Buenos Aires, que protesta irónicamente de la desgracia y sabe que la protesta misma es una forma desplazada de la vitalidad. Escribió sabiamente que “es un sueño la poesía”, un “veneno lento”, una “nada que ayuda”, una “inasible victoria”, y supo que “millares de poetas escribieron para nadie sus versos”, pero también que la poesía debe continuar, aunque el sueño mismo de la poesía haya acabado. En 1958 ingresó en la nacion, donde se desempeñó como jefe de Bibliografía del Suplemento Literario. En 1986 fue designado miembro de número de la Academia Argentina de Letras.
Armani Como traductor continuó el arte de la poesía por otros medios. Su antología de la poesía italiana del siglo XX o su volumen Imágenes de Eugenio Montale son también altos modos de la generosidad. Un día, con su mujer, buscó a Eugenio Montale en Italia, pero antes quiso ver en Ravenna “el puente de madera que pone a Puerto Corsini en alta mar”, con el que comienza el poema “Dora Markus”. Lo buscaron en vano, hasta que una mujer en una hostería les dijo que había sido reemplazado por una escollera de cemento, pero les recitó el poema completo, donde el puente de madera aún persistía. Al visitar a Montale, le contó que el puente del poema ya no estaba. “¿El puente? –respondió Montale– Quizás no ha estado nunca.” Años después, en su poema “Lectura de Montale”, Armani repitió la lección: la poesía puede ser un espejo cruel o una música árida donde se deshace el tiempo humano, pero allí, sobre la brizna débil del lenguaje, los poetas alzan todavía los altos puentes de madera. “Eso que en la mañana se levanta –escribió Horacio Armani– y nos mueve a vivir.”ß Jorge Monteleone
Culto católico
Fe de erratas
Santoral: santos Marcelino y Pe-
b Ayer, en la nota titulada “Bue-
dro, mártires. liturgia: Génesis (14, 18-20), I Corintios (11, 23-26) y el Evangelio de San Lucas (9, 11b-17).
nos Aires vive la temporada alta de galas benéficas” debió decir que la de Make-a-Wish es organizada por Mónica Parisier.