TEMA 14.- MARÍA, MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA DOCUMENTO DE APOYO
LA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS Lo primero que conocemos de la vida de María es que el ángel Gabriel se dirigió a ella con estas palabras: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). Curiosamente, en este saludo, el ángel no la llama por su nombre como hubiera sido normal, sino que le asigna un nombre nuevo: «llena de gracia». Este nuevo nombre designa el pasado, el presente y el futuro de María, lo que ha sido desde su nacimiento y lo que seguirá siendo siempre. Y su contenido es tremendo: «colmada del favor de Dios». Significado que se explica y completa con la otra afirmación del ángel: «el Señor está contigo». Lo que se le quiere decir a María es que Dios la ama con predilección, que habita en ella y que en ella ejerce todo su poder. Y esto, sin ningún mérito por parte de ella, por pura iniciativa de Dios. La tradición cristiana ha interpretado bien esta querencia de Dios por María cuando la ha saludado como «toda santa», «elegida», «arca de la alianza». Ahora bien, la gracia del Padre, en el Nuevo Testamento, es siempre Cristo; él es el único revelador y portador del amor del Padre. Y esto nos lleva a descubrir un nuevo misterio del nombre que se le asigna a María. Ella, desde el primer instante de su concepción, es de Cristo. Es decir, desde el primer momento de su existencia, participa ya de forma anticipada de la acción redentora y santificadora que va a llevar a cabo el Hijo eterno del Padre, el mismo que, mediante la Encarnación, se va a convertir en su hijo. Juan Pablo II ha expresado acertadamente este misterio: «María recibe la vida de aquél al que ella misma dio la vida» (Redemptoris Mater, 10). Que es lo mismo que cantaba un hermoso himno medieval: «Madre del que te engendró». Y aún nos queda por descubrir un último secreto. «Llena de gracia» quiere decir, en último término, «llena del Espíritu Santo». Porque es siempre el Espíritu el que nos hace participar del amor del Padre que se nos regala en Cristo. Es el poder santificador
del Espíritu el que penetró en María en el primer instante de su vida, la libró de toda mancha y la hizo una creatura nueva, creada y formada por él (cf. Lumen gentium, 56). El Vaticano II la llama «sagrario del Espíritu Santo» (Lumen gentium, 53). Este es el don que recibió esta criatura única, en la que la humanidad alcanzó toda su gloria y perfección. ¿Qué significa la expresión «concebido por obra y gracia del Espíritu Santo»? Que Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo significa que la Virgen María concibió al Hijo eterno en su seno por obra del Espíritu Santo y sin la colaboración de varón: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc 1, 35), le dijo el ángel en la Anunciación. (Compendio nº 94)
María es verdaderamente Madre de Dios porque es la madre de Jesús (Jn 2, 1; 19, 25). En efecto, aquél que fue concebido por obra del Espíritu Santo y fue verdaderamente Hijo suyo, es el Hijo eterno de Dios Padre. Es Dios mismo.(Compendio nº 95) Recordemos una vez más el relato admirable del evangelista Lucas. Después del saludo inicial, el mensajero divino le dice: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo» (Lc 1,30-32). Ante este anuncio, la Virgen queda turbada y pregunta: « ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel Gabriel, con exquisita delicadeza, le explica: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). Después de esto, María acepta con total disponibilidad: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» Principales ideas a resaltar: *El ángel le anuncia una concepción no por obra de varón sino del Espíritu Santo. *En la concepción de Jesús, el Espíritu es poder creador. Actúa suscitando, de forma trascendente y misteriosa, la preñez de María. *María es la nueva morada a la que Dios baja por pura iniciativa de su amor y de su misericordia para encontrarse definitivamente con su pueblo, para ser Dios-connosotros…
*La maternidad divina de María fue un hecho absolutamente único e irrepetible: Dios se hizo hombre una sola vez y para siempre en las entrañas de la Virgen
DOGMAS MARIANOS: La Maternidad Divina La Inmaculada Concepción La Perpetua Virginidad La Asunción de María
Los dogmas son aquellas doctrinas que la Iglesia propone para ser creídas como formalmente reveladas por Dios. Los dogmas pertenecen al depósito de la fe de una manera irreversible. Una doctrina se reconoce como dogma por una de las siguientes razones: 1- Ha sido solemnemente definida como tal por el Magisterio de la iglesia. Esto puede ocurrir en un Concilio Ecuménico o por un pronunciamiento ex cathedra del Papa. (Ejemplo: La Inmaculada Concepción de María) 2- 2- Ha sido enseñada como tal por la Tradición invariable de la Iglesia y no requiere ser proclamada dogmáticamente. (Ejemplo: La condena al aborto) Negar algún dogma significa negar la misma fe, pues supone negar la autoridad de Dios, que lo ha revelado.
El dogma de María Madre de Dios contiene dos verdades: 1. María es verdaderamente madre: Esto significa que ella contribuyó en todo en la formación de la naturaleza humana de Cristo, como toda madre contribuye a la formación del hijo de sus entrañas. 2. María es verdaderamente madre de Dios: Ella concibió y dio a luz a la segunda persona de la Trinidad, según la naturaleza humana que El asumió 3 La Iglesia afirma este Dogma desde siempre, y lo definió solemnemente en el Concilio de Efeso (siglo V). El Concilio Vaticano II menciona esta verdad con las
siguientes palabras:"Desde los tiempos más antiguos, la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos sus peligros y necesidades" (Const. Dogmática Lumen Gentium, Núm. 66).
INMACULADA CONCEPCIÓN
Dios eligió gratuitamente a María desde toda la eternidad para que fuese la Madre de su Hijo; para cumplir esta misión fue concebida inmaculada. Esto significa que, por la gracia de Dios y en previsión de los méritos de Jesucristo, María fue preservada del pecado original desde el primer instante de su concepción.(Compendio nº 96)
El Dogma de la Inmaculada Concepción establece que María fue concebida sin mancha de pecado original. El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en la Bula Ineffabilis Deus. "Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles”.
La concepción virginal de Jesús significa que éste fue concebido en el seno de la Virgen María sólo por el poder del Espíritu Santo, sin concurso de varón. Él es Hijo del Padre celestial según la naturaleza divina, e Hijo de María según la naturaleza humana, pero es propiamente Hijo de Dios según las dos naturalezas, al haber en Él una sola Persona, la divina. (Compendio nº 98)
María es siempre virgen en el sentido de que ella «fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen al parir, Virgen durante el embarazo, Virgen después del parto, Virgen siempre» (San Agustín). Por tanto, cuando los Evangelios hablan de «hermanos y hermanas de Jesús», se refieren a parientes próximos de Jesús, según una expresión empleada en la Sagrada Escritura. (Compendio nº 99)
El dogma de la Perpetua Virginidad se refiere a que María fue Virgen antes, durante y perpetuamente después del parto. Este dogma incluye la virginidad de María antes de la concepción del Hijo de Dios, en su concepción, en su nacimiento y después de éste. María permaneció virgen en el momento de la concepción del Verbo, porque fue hecha Madre de Dios por obra del Espíritu Santo, sin intervención de varón. Fue virgen en el parto, porque el nacimiento del Hijo de Dios no quebrantó, más bien consagró su virginidad. Es una verdad enseñada a través de la tradición de la Iglesia. La ratifica el Vaticano II al decir que «su Hijo primogénito, lejos de disminuir, consagró su integridad virginal» (LG 57). María fue virgen después del nacimiento de Jesús, porque no tuvo relación carnal con ningún hombre. Esto lo ha reafirmado el magisterio de la Iglesia en muchas ocasiones proclamando la virginidad perpetua de María (Concilio IV de Letrán, en 1215). La virginidad perpetua de María es doctrina contenida en el Nuevo Testamento y profesada desde la época más remota. Duda: ¿tuvo otros hijos, aparte de Jesús? Jesús no tuvo hermanos carnales Respuesta: La Biblia, efectivamente, menciona en algunos pasajes a unos “hermanos” de Jesús. Pero nunca habla de otros “hijos de María”. “Alguien le dijo: ‘Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren hablar contigo’” (Mt. 12, 47). “¿No es éste el hijo del carpintero? ¡Pero si su madre es María y sus hermanos son Santiago, y José, y Simón, y Judas! Sus hermanas también están todas entre nosotros” (Mt. 13, 55-56). ¿Por qué el uso de la palabra “hermanos”? La palabra “hermano” en la Biblia se utiliza para designar, tanto a los hermanos carnales, como a los parientes, entre ellos primos en diferentes grados, sobrinos, etc..
¿Quiénes son «estos hermanos de Jesús de los que habla la Biblia»? La Biblia nombra a cuatro «hermanos» de Jesús (Mat. 13, 55-56). En Mt. 13, 55-56 encontramos los nombres de cuatro «hermanos» de Jesús: Santiago (o Jacobo), José, Simón y Judas. De estos cuatro hermanos de Jesús arriba mencionados, dos eran apóstoles: Santiago «el hermano del Señor» (Gál. 1, 19) es el apóstol Santiago «el Menor» (Mc. 15, 40), y Judas, «servidor de Jesucristo y hermano de Santiago». La madre del apóstol Santiago el Menor se llama María y esta María, madre de Santiago y José, estaba junto a la cruz de Jesús (Mc. 15, 40) y era «hermana de María la Madre de Jesús» (Jn. 19, 25) y tía de Jesús. Es la que el Evangelista llama María de Cleofás (Jn. 19, 25) Comparando los textos bíblicos entre sí, está claro que ni Santiago ni los otros tres nombrados «hermanos de Jesús» eran hijos de la Virgen María y José, sino primos hermanos de Jesús. Jesús es el hijo primogénito de María: Otros dicen que la Biblia nombra a Jesús como el «primogénito» o sea «el primer hijo de María» y eso es señal de que María tuvo más hijos. El hecho de que Jesús sea «primer hijo» no significa que la Virgen María tuviera más hijos después de Jesús; de ninguna manera quiere decir eso el Evangelio. «Y dio a luz a su primer hijo» (Lc. 2, 7) quiere decir que «antes de nacer Jesús, la Virgen no había tenido otro hijo». Y esto era muy importante para los judíos, porque siendo Jesús el primogénito, o sea, el primer hijo, quedaba consagrado completamente a Dios. (Ex. 13, 2). Y es que la Ley del Señor mandaba que el primer hijo fuera consagrado u ofrecido totalmente a Dios (Ex. 13, 12 y Ex. 34, 19). Por eso Jesús, por ser el primogénito o primer hijo ya desde su nacimiento quedaba ofrecido y consagrado totalmente al servicio de Dios. Esto, y no otra cosa, es lo que enseña el Evangelio al decir que Jesús fue el «primer hijo» (Primogénito) de la Virgen María. En ningún caso quiere decir el primero entre otros hermanos. El uso de la palabra «hermano» en el sentido religioso Un día preguntó Jesús a sus discípulos: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y mirando a los que estaban en torno a él añadió: Aquí están mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de Dios ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt. 12, 49-50). Jesús fue el primero en utilizar la palabra «hermano» no en sentido carnal, sino en sentido figurado
En el Evangelio de Juan (20, 17), Jesús llama a sus discípulos y apóstoles: «mis hermanos» y en la carta a los Hebreos (2, 11) todos los redimidos por Cristo son «sus hermanos.» Cristo es «el Primogénito de estos hermanos.» (Rom. 8, 29). En este sentido aparece la palabra «hermano» 160 veces en las cartas apostólicas del N. T. «Hermanos pues, en este sentido, hoy como ayer, son todos los que creen y aceptan a Jesús.
LA ASUNCIÓN DE MARÍA El primero de noviembre de 1950, el Papa Pío XII ponía la última joya a la fúlgida corona de los personales privilegios que adorna la frente de la Inmaculada Virgen María Madre de Dios, con la proclamación del dogma de la Asunción de la Bienaventurada Virgen en cuerpo y alma a la gloria celestial. "Para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia, para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte, para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la Nuestra pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de la vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial". (DS 3903). "La Virgen Inmaculada preservada de toda mancha de culpa original, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (Cf. Ap. 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte". (LG. 59). La Asunción es la lógica consecuencia de la divina maternidad, de la perpetua virginidad y de la perfecta santidad de María. El Papa Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre la Asunción, explica esto mismo en los siguientes términos: "El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio" (JP II, 2-julio-97).
"Contemplando el misterio de la Asunción de la Virgen, es posible comprender el plan de la Providencia Divina con respecto a la humanidad: después de Cristo, Verbo encarnado, María es la primera criatura humana que realiza el ideal escatológico, anticipando la plenitud de la felicidad, prometida a los elegidos mediante la resurrección de los cuerpos" (JP II , Audiencia General del 9-julio-97). Continúa el Papa: "María Santísima nos muestra el destino final de quienes `oyen la Palabra de Dios y la cumplen' (Lc. 11, 28). Nos estimula a elevar nuestra mirada a las alturas, donde se encuentra Cristo, sentado a la derecha del Padre, y donde está también la humilde esclava de Nazaret, ya en la gloria celestial" (JP II, 15-agosto-97)
MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA Y MADRE NUESTRA María es madre de la Iglesia y de cada uno de sus miembros por designio divino. Jesús, desde la cruz, nos dio a María como Madre: "Jesús, habiendo visto a su Madre, le dice: Mujer, he ahí a tu hijo!. Luego dice al discípulo: He ahí a tu Madre!". Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. (Jn 19, 26-27)
María Santísima es verdaderamente madre nuestra. Ella nos engendra continuamente a la vida sobrenatural. Ella como madre intercede continuamente por nosotros ante su Hijo. Ella siempre nos indica el camino a Cristo y nos concede las gracias necesarias para andar. El Espíritu Santo culmina en María las expectativas y la preparación del Antiguo Testamento para la venida de Cristo. De manera única la llena de gracia y hace fecunda su virginidad, para dar a luz al Hijo de Dios encarnado. Hace de Ella la Madre del «Cristo total», es decir, de Jesús Cabeza y de la Iglesia su cuerpo. María está presente entre los Doce el día de Pentecostés, cuando el Espíritu inaugura los «últimos tiempos» con la manifestación de la Iglesia. (Compendio nº 142)
María tuvo un único Hijo, Jesús, pero en Él su maternidad espiritual se extiende a todos los hombres, que Jesús vino a salvar. Obediente junto a Jesucristo, el nuevo Adán, la Virgen es la nueva Eva, la verdadera madre de los vivientes, que coopera con amor de madre al nacimiento y a la formación de todos en el orden de la gracia. Virgen y Madre, María es la figura de la Iglesia, su más perfecta realización. (Compendio nº 100)
La Bienaventurada Virgen María es Madre de la Iglesia en el orden de la gracia, porque ha dado a luz a Jesús, el Hijo de Dios, Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. Jesús, agonizante en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: «Ahí tienes a tu madre» (Jn
Principales ideas a resaltar: • “María está presente en la Iglesia como Madre de Cristo y, a la vez, como aquella madre que Cristp, en el misterio de la redención, ha dado al hombre en la persona del apóstol Juan. Por consiguiente, María acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu, a todos y a cada uno en la Iglesia; y acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia” Juan Pablo II • * La maternidad universal de María no se va a quedar en el Calvario, sino que va a intervenir de manera discreta y silenciosa en el momento de la manifestación de la Iglesia. Al narrarnos el acontecimiento de Pentecostés, el evangelista Lucas lo relaciona con la anunciación (cf. Hch 1,14; 2,1-13). En ambos sitios se da una intervención especial del Espíritu: en Nazaret para engendrar a Jesús y en Jerusalén para engendrar a la Iglesia. Y en ambos sitios también interviene María: en Nazaret como madre de Jesús y en Jerusalén como madre de la Iglesia. Así «María acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu, a todos y a cada uno en la Iglesia, acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia» (Redemptoris Mater, 47). Es decir, María es a la vez Madre de la Iglesia y representación de la Madre-Iglesia, que es como su prolongación en la tarea de engendrar nuevos hijos por el Espíritu. *Esta fe de María, que la convirtió en Madre del Hijo, hizo también de ella la primera discípula de Jesús y el modelo viviente para la Iglesia y para todo cristiano. Como ella y con ella, todos los demás discípulos, incorporados por el bautismo al destino de Cristo, escuchamos con fe la palabra de Dios, la acogemos, la proclamamos y la testimoniamos, e interpretamos a su luz los acontecimientos de la vida,
entregándonos con total confianza en manos de Aquel que, por caminos oscuros y muchas veces dolorosos, nos construye y conduce. María, no sólo es madre de la Iglesia sino también madre de los hombres Si por medio de la fe María se convirtió en la madre del Hijo de Dios, en la misma fe descubrió y acogió otra dimensión de la maternidad, aquella que le hizo abrirse cada vez más a la misión de Jesús y convertirse en madre de todos los hombres. En efecto, a medida que se fue esclareciendo ante sus ojos y ante su espíritu la misión de su Hijo, ella misma se fue abriendo cada vez más a aquella nueva maternidad, que debía constituir su «papel» junto a su Hijo. Particularmente significativa es al respecto la escena de las bodas de Caná (cf. Jn 2,112). María acude a Caná como madre de Jesús y acaba actuando como madre de los hombres. Esta nueva maternidad se concreta en tres acciones: 1) María intercede por los hombres. Al decir a Jesús: «No tienen vino», se pone entre su Hijo y las privaciones, indigencias y sufrimientos de los hombres. Se pone «en medio», o sea, se hace mediadora, no como una persona extraña sino en su papel de madre, consciente de que, como tal, puede hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres. 2) María desea también que se manifieste el poder mesiánico de Jesús, su poder salvífico para socorrer la desventura humana. Y este deseo fuerza de hecho la intervención de Jesús. 3) María se presenta como portavoz de la voluntad de Jesús: «Haced lo que él os diga». Así, en esta página del Evangelio de Juan, encontramos como un primer indicio de la solicitud maternal de María, que, como dice el Vaticano II, «no oscurece ni disminuye la única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia» (Lumen gentium, 60).
LA DEVOCIÓN CRISTIANA A LA VIRGEN Todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1,48). Esta predicción de la misma Virgen en el «Magníficat» se cumple efectivamente en el amor y la veneración con que el pueblo cristiano de todos los tiempos y latitudes ha honrado a María.
La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. Ciertamente, este culto se dirige fundamentalmente al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, reflejando así el mismo plan salvador de Dios. Pero, como María ocupa un puesto singular dentro de este plan salvador, el culto cristiano dedica también una atención singular a la Virgen María. Manifestación de este culto mariano son las numerosas fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios, las bellísimas oraciones con que la tradición se ha dirigido constantemente a ella, y las múltiples devociones con que el pueblo cristiano honra la presencia y protección de la que considera su Abogada. La devoción a María es, ante todo, derivación del culto al único Mediador, Cristo, y, a su vez, es instrumento eficaz para incrementarlo. Este es el sentido de esa doble fórmula acuñada por una espiritualidad ya secular: «A Jesús por María y a María por Jesús»; expresión sencilla y admirable de la unidad inseparable de Madre e Hijo. Sólo desde María entendemos el misterio de Jesús, y sólo desde Jesús entendemos la importancia de María. Por otra parte, el culto y devoción a María nos hace recordar constantemente la misión del Espíritu Santo, autor de la encarnación, de su santificación y de la nuestra. Francisco de Asís tuvo el atrevimiento sublime de llamar a María «Esposa del Espíritu Santo». Y, por último, el amor a María contribuye a fortalecer en nosotros el amor a la Iglesia, ya que nos hace sentir más profundamente los lazos que nos unen a todos los creyentes y percibir la misión de la Iglesia en el mundo como continuación de la solicitud maternal de María. El Concilio Vaticano II la proclamó como «miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia», como «prototipo y modelo de la Iglesia» y como «Madre de la Iglesia». Es decir, lo que fue María en el hogar de Nazaret, lo sigue siendo en esta nueva familia universal que reúne a todos los hermanos de Jesús.