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EXTERIOR
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Jueves 9 de septiembre de 2010
EL CASO QUE CONMUEVE AL MUNDO s ALIVIO POR UN ANUNCIO DE TEHERAN
Presionado, Irán frena una lapidación La cancillería anunció que se revisará el caso de Sakineh Ashtiani, condenada por adulterio; se mantiene la acusación de asesinato TEHERAN.– Bajo una intensa presión internacional, Irán anunció ayer la suspensión de la condena a muerte por lapidación de Sakineh Mohammadi Ashtiani, una mujer acusada de adulterio y de colaborar en el asesinato de su marido. El vocero de la cancillería iraní, Ramin Mehmanparast, dijo a la cadena local PressTv que la sentencia por adulterio contra Ashtiani, encarcelada desde hace cinco años, está suspendida, pero que seguirá adelante el proceso judicial en el que está acusada de haber colaborado en el asesinato de su propio marido. “La sentencia contra Ashtiani por adulterio ha sido paralizada y [su caso] está siendo revisado otra vez, mientras que su proceso en relación con su complicidad con el asesinato sigue en curso”, señaló el vocero. Ashtiani, de 43 años y madre de dos hijos, fue condenada en 2006 a morir lapidada por haber mantenido relaciones con dos hombres después de la muerte de su marido. Posteriormente, también fue acusada de ser cómplice en el asesinato de su marido, y desde entonces está encerrada en una cárcel de Tabriz, en el norte de Irán. Mohammad Mostafai, el abogado defensor de esta mujer de etnia azerí, salió del país a principios de agosto pasado, perseguido por la policía iraní. Fue él el encargado de dar a conocer el caso de Sakineh en todo el mundo. Mostafai solicitó asilo político en Noruega después de la emisión de una presunta orden de detención en su contra en Irán. A partir de ese momento, la presión internacional obligó a las autoridades del régimen teocrático de Teherán a retrasar la aplicación de la sentencia contra Ashtiani. La movilización se acrecentó después de que el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, que mantiene buenas relaciones con su par iraní, Mahmoud Ahmadinejad, ofreciera asilo político a Ashtiani, demanda que fue rechazada por Irán. También el Vaticano hizo gestiones a través de sus canales diplomáticos para evitar la lapidación. La semana pasada, los cancilleres de Francia e Italia se ofrecieron a reunirse con el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Manoucher Mottaki, para tratar el caso. “Creemos que la celebración de reuniones con los ministros de Asuntos Exteriores de Francia e Italia va a ser un gesto positivo y útil para hablar de las cuestiones bilaterales e internacionales”, expresó ayer el vocero Mehmanparast. La sentencia de muerte por la lapidación contra Ashtiani también provocó una campaña internacional por parte de los grupos defensores de los derechos humanos para evitar este castigo, que rige en Irán desde la Revolución Islámica de 1979. Las autoridades judiciales iraníes no han vuelto a ejecutar ninguna sentencia de muerte por lapidación desde 2007, año en que fue lapidada una mujer llamada Mahbubeh, que supuestamente había confesado haber cometido adulterio. El caso tiene incidencia sobre dos cuestiones muy sensibles para los líderes del régimen islámico: la soberanía nacional y la defensa de su sistema de justicia. Las autoridades iraníes justifican rutinariamente sus códigos legales y sus normas de derechos humanos como respetuosos de las tradiciones y valores nacionales, y han ignorado las denuncias occidentales por la represión que sucedió a las disputadas elecciones presidenciales del año pasado. Afganistán, Arabia Saudita, Nigeria, Somalia y Sudán son los otros países del mundo donde la lapidación aún es una práctica legal. Desde todos los rincones del mundo se aplaudió la decisión de suspender la lapidación de Ashtiani. La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, fue una de las que celebraron la suspensión y condenaron la pena de muerte “en todo lugar y en todas sus formas”. “Como presidenta de los argentinos, estoy muy contenta con la suspensión de la ejecución de la iraní Sakineh Ashtiani”, escribió en su flamante cuenta de Twitter. Antes de que se conociera el anuncio, el Parlamento Europeo había aprobado ayer por este caso una resolución de condena a Irán con 658 votos a favor, 22 abstenciones y un rechazo. Más tarde, cuando Irán hizo su anuncio, el presidente del organismo, Jerzy Buzek, celebró la noticia, pero dijo que el cuerpo se mantendrá “vigilante” y pidió a Teherán entablar un diálogo.
Agencias AP, ANSA, EFE y DPA
Una de las protestas contra la lapidación de Ashtiani, hace unos días, en el Trocadero de París
La condena a Irán en el Parlamento Europeo AP
AFP
El “honor”, una excusa para el horror Unas 20.000 mujeres son asesinadas por año en todo el mundo por haber “deshonrado” a sus familias ROBERT FISK THE INDEPENDENT BEIRUT.– Es una tragedia, un horror, un crimen de lesa humanidad. Los detalles de los asesinatos –de mujeres decapitadas, quemadas hasta la muerte, lapidadas, apuñaladas, electrocutadas, estranguladas y sepultadas vivas en nombre del “honor” de sus familias– son tan brutales como vergonzosos. Muchos organizaciones de Medio Oriente y el sudeste asiático sospechan que el número de víctimas cuadruplica la última cifra de las Naciones Unidas, que consigna alrededor de 5000 muertes por año. La mayoría de las víctimas son jóvenes, muchas adolescentes, y son masacradas según una repugnante tradición que se remonta a cientos de años, pero que ahora rige en la mitad del planeta. Una investigación de 10 meses de The Independent en Jordania, Paquistán, Egipto, Gaza y Cisjordania ha desenterrado espeluznantes detalles de los horrorosos asesinatos. También los hombres son ejecutados por el “honor” y, pese a que los periodistas han identificado esta práctica como una costumbre mayormente musulmana, las comunidades cristianas e hindú también han caído en crímenes semejantes. De hecho, el “honor” (o “ird”) de familias, comunidades y tribus trasciende la religión y la misericordia. Pero los grupos defensores de las mujeres, las organizaciones de derechos humanos y Amnesty International indican que la matanza de inocentes por haber “deshonrado” a sus familias crece año a año. Las mujeres kurdas en Irak y las palestinas en Jordania, Paquistán y Turquía parecen ser las peores infractoras, pero la libertad de prensa en esos países posiblemente compense el secreto que rodea los crímenes por “honor” en Egipto –país que falsamente afirma que no hay ningún caso allí– y en otras naciones de Medio Oriente y el Golfo. Pero los crímenes de honor ya se propagaron a Gran Bretaña, Bélgica, Rusia, Canadá y otros países. Las autoridades de seguridad y los tribunales de gran parte de Medio Oriente han prestado su connivencia para reducir o derogar las sentencias por el asesinato familiar de mujeres, con frecuencia clasificando los casos como suicidio. ¿Cómo se podría reaccionar ante un hombre –y esto ha ocurrido tanto en Jordania como en Egipto– que viola a su propia hija y después, cuando queda embarazada, la mata para salvar el “honor” de su familia? ¿O ante el caso del turco, padre y abuelo de la provincia de Adiyaman, que en febrero sepultó viva a su hija Medine Mehmik, de 16 años, por “entablar amistad con muchachos”? El cuerpo fue encontrado 40 días después, de cuclillas y con las manos atadas.
¿O ante el caso de Aisha Duhulow, de 13 años, que en Somalia, en 2008, fue arrastrada frente a miles de personas hasta un agujero para ser enterrada hasta el cuello y lapidada por 50 hombres por cometer adulterio? Al cabo de diez minutos, la desenterraron y, al advertir que aún vivía, fue vuelta a enterrar para continuar la lapidación. ¿Su delito? Había sido violada por tres hombres y, fatalmente, su familia decidió informar el hecho a la milicia Al-Shabab. ¿O el caso del “juez” islámico, también de Somalia, que anunció en 2009 la lapidación de una mujer por haber tenido un affaire? Su amante sólo recibió un castigo de 100 latigazos. Para que estos actos –y las víctimas– no sean olvidados, ofrecemos el relato de los sufrimientos de apenas un puñado de mujeres, elegidas al azar, país por país, crimen tras crimen. En marzo, Munawar Gul baleó y mató a su hermana de 20 años, en Saanga, Paquistán, junto con el hombre del que sospechaba que mantenía “relaciones ilícitas” con ella. En agosto de 2008, en Beluchistán, cinco mujeres fueron sepultadas vivas por “crímenes de honor”: tres de ellas –Hameeda, Raheema y Fauzia– eran adolescentes que, tras haber sido golpeadas y baleadas, fueron arrojadas con vida a una zanja, donde luego fueron cubiertas con piedras y tierra. Cuando las dos mujeres mayores, de 45 y 38 años, protestaron, sufrieron el mismo destino. Las tres más jóvenes habían intentado elegir a sus esposos. En el Parlamento paquistaní, Israrullah Zehri aludió a los asesinatos como parte de una “tradición de siglos” que él mismo “seguiría defendiendo”. Aún más indignante, la violación también se emplea como castigo en los crímenes de “honor”. En 2002, en el Punjab, un “jurado” tribal alegó que un chico de 11 años de la tribu gujar, Abdul Shakoor, había caminado sin compañía con una mujer de 30 años de la tribu mastoi, hecho que “deshonró” a los mastoi.
Algunos casos Karachi, Paquistán/2001
Fakhra Khar Su esposo le arrojó ácido en el rostro después de que ella lo dejó. Londres, Gran Bretaña/2002
Heshu Yones Fue apuñalada por su padre a los 16 años por tener un novio cristiano. Nínive, Irak/2007
Du’a Khalil Aswad Fue lapidada a los 17 años por una turba de 2000 personas por enamorarse de un hombre de otra tribu. Khairpu, Paquistán/2008
Tasleem Solangi Fue acusada a los 17 años de inmoralidad y se la arrojó a los perros antes de ser asesinada por familiares políticos. Los ancianos decidieron que para “devolverle” el honor a la tribu, la hermana de 18 años del chico, Mukhtaran Bibi, debía ser violada grupalmente. El padre de la joven obedientemente llevó a la joven ante este “jurado”. Cuatro hombres, incluyendo un miembro del jurado, la arrastraron hasta una choza y la violaron mientras unos 100 hombres los aclamaban. Pasó una semana antes de que se registrara el delito como “queja”. Los ataques con ácido también son frecuentes. The Independent consignó en 2001 el caso de Bilal Khar, de Karachi, que le arrojó ácido a la cara a su esposa Fakhra Yunu cuando ella lo dejó para volver a la casa de su madre. El ácido le fundió los labios, le quemó todo el pelo, los pechos y una oreja y
convirtió su rostro en “una masa de goma quemada”. Hace más de 10 años, la Comisión de Derechos Humanos de Paquistán registraba un promedio anual de 1000 asesinatos de “honor”. Pero si Paquistán parece tener el récord de crímenes de “honor” –y recordemos que muchos países afirman falsamente que no cumplen con esa tradición–, Turquía seguramente ocupa un segundo puesto muy próximo. Entre 2000 y 2006, 480 mujeres –20% de ellas de entre 19 y 25 años– fueron asesinadas por crímenes de honor. Otras estadísticas turcas revelan que por lo menos 200 mujeres son asesinadas por “honor” anualmente. Estas cifras se consideran ahora una enorme subestimación. Muchos de los asesinatos se produjeron en las áreas kurdas, pero el asesinato de “honor” de mujeres no es exclusivamente un crimen kurdo. En 2001, Sait Kina mató a puñaladas a su hija de 13 años por hablar con chicos en la calle. La atacó en el baño con un hacha y un cuchillo. Cuando la policía halló el cadáver, descubrió que la cabeza había sido tan mutilada que la familia se la había atado con un pañuelo. Kina le dijo a la policía: “Cumplí con mi deber”.
Con aceite hirviendo El activista británico kurdo Aso Kamal, de la Red Dooa Contra la Violencia, cree que entre 1991 y 2007 fueron asesinadas 12.500 mujeres por razones de “honor” solamente en las tres provincias kurdas de Irak. Muchas familias ordenan a las mujeres que se suiciden quemándose con aceite hirviendo. En los territorios palestinos, Human Rights Watch ha acusado desde hace tiempo al sistema policial y judicial por el fracaso casi total de la protección de las mujeres de las matanzas de “honor”. Consideremos, por ejemplo, el caso de la chica de 17 años que en 2005 fue estrangulada por su hermano por haberse embaraza-
¿Quién tira la primera piedra? TEHERAN (El País).– Debe de ser una de las muertes más horribles que se pueda imaginar. Una a una, las piedras van golpeando la parte superior del cuerpo, lacerándolo hasta que la acumulación de heridas acaba con la vida del acusado. Despacio. Sin piedad. El proceso está descripto, con la frialdad de los textos legales, en los artículos 98 al 107 del Código Penal iraní, que incluso establece quién debe tirar la primera piedra. En primer lugar, se entierra en un agujero al condenado, “hasta la cintura” si es un hombre y “hasta por encima de los senos”
en el caso de las mujeres, según el artículo 102. Parece evidente que es más fácil escapar del agujero en el primer caso, extremo que garantiza el perdón si no hubiera testigos (artículo 103). También se determina (artículo 104) que “las piedras no pueden ser tan grandes como para que maten a la víctima al primer o segundo golpe, pero tampoco tan pequeñas que no puedan ser llamadas piedras”. En el caso de que la condena haya sido fruto de la confesión, como se pretendía en el caso de Sakineh Ashtiani, el juez tiene la responsabilidad de arrojar la
primera piedra. Si hubiera habido testigos, serían éstos quienes tendrían el dudoso honor. A continuación, vendría el juez y el resto de los presentes en la ejecución, que por ley no pueden ser menos de tres. Dado que las lapidaciones son muy polémicas, suelen celebrarse a puerta cerrada y por eso es tan difícil saber qué tipo de personas acceden a participar en un castigo así. Hay que tener mucho estómago para aguantar la lenta agonía que garantiza el goteo de piedras hasta que las hemorragias o la fractura del cráneo causan la muerte.
do... de su propio padre, que también estuvo presente durante el crimen. Hasta en el liberal Líbano se han producido asesinatos de “honor”, el más notorio el de una mujer de 31 años, Mona Kaham, cuyo padre le cortó la garganta tras enterarse de que había quedado embarazada de su primo. No resulta sorprendente que una encuesta revelara que el 90,7% de los libaneses se oponían a los asesinatos de “honor”. Entre los pocos que los aprobaban, varios creían que contribuían a limitar los matrimonios interreligiosos. Las disputas tribales suelen provocar asesinatos de “honor” en Irán y Afganistán. En Irán, por ejemplo, un funcionario de la provincia étnica árabe de Juzestán afirmó en 2003 que 45 jóvenes habían sido asesinadas en ejecuciones de “honor” en dos meses. Todas fueron ejecutadas porque se negaron a acceder a un matrimonio convenido, por no respetar el código de vestimenta islámico o por tener contacto con hombres. A través del oscuro velo de los castigos de las aldeas afganas, atisbamos ocasionalmente el terror de las ejecuciones de adolescentes. Cuando Siddiqam, de apenas 19 años, y su novio Jayyam fueron llevados este mes ante un tribunal religioso aprobado por los talibanes en Kunduz, sus últimas palabras fueron: “Nos amamos, pase lo que pase”. En la plaza del mercado de Mulla Quli, una multitud –que incluía a familiares de ambos jóvenes– lapidó a ambos. Y también a “Occidente”, como nos gusta llamarlo, las familias inmigrantes han traído a veces, en su equipaje, las crueles tradiciones de sus aldeas: un inmigrante azerí fue enjuiciado en San Petersburgo por contratar a alguien para matar a su hija porque la joven “había desobedecido la tradición nacional” poniéndose una minifalda; cerca de la ciudad belga de Charleroi, Sadia Sheikh fue asesinada de un balazo por su hermano por haberse negado a casarse con un paquistaní elegido por su familia; en Toronto, Kamikar Kaur Dhillon le cortó la garganta a su nuera, Amandeep, porque quería separarse del marido –un matrimonio convenido–. Dhillon le dijo a la policía que esa separación “deshonraría el apellido”. Estos son tan sólo algunos asesinatos, unos pocos nombres, una pequeña selección de historias horrorosas que ocurrieron en todo el mundo, con el propósito de demostrar la penetrante infección de algo que debe reconocerse como un crimen masivo, una tradición de salvajismo familiar que no admite ninguna intervención piadosa, ninguna ley estatal, y que rara vez provoca algún remordimiento.
Traducción de Mirta Rosenberg © The Independent, distribuido por Universal Uclick
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“El modelo cubano ni siquiera funciona para nosotros.” De Fidel Castro, a la revista The Atlantic, al preguntársele si el sistema merecería ser exportado a otros países. Pág. 4
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