Espectáculos
Página 8/Sección 4/LA NACION
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Jueves 3 de septiembre de 2009
MUSICA Opinión
Comienza el Limbo Fest!
Por Pola Suárez Urtubey
Un festival a la medida de la música independiente
La Venecia que todos amamos ¿Es importante Venecia en la historia de la música? Cada uno saque sus propias conclusiones. Es entre los canales donde surge la imprenta musical, por obra de Petrucci, que en 1498 obtiene del Senado de la ciudad un privilegio de edición por 20 años. Luego llega el siglo XVI, que pone a la poderosa República en el primer plano de la música renacentista, con el ascenso de los venecianos Andrea y Giovanni Gabrielli como organistas y compositores de la basílica de San Marcos. Con estos nombres, el reinado y esplendor del arte sonoro pasa de los Países Bajos a una Venecia que se convierte en el centro de irradiación de toda Europa, con más de media docena de centros de enseñanza, entre ellos el celebérrimo de la Pietà. Es en la primera mitad del siglo XVII cuando Venecia cambia el rumbo de la naciente ópera florentina y romana. Porque se convierte en género popular, democrático, destinado no ya sólo a la nobleza, sino también abierto al público que paga, al aficionado. Desde la monteverdiana Incoronazione “Que la música di Poppea (1642), la ópera italiana se abre hacia tosiga manteda Europa. Pero además Venecia, niendo vivo la cuna de otros granel gran arte de des, como Albinoni o Vivaldi, se llena de teatros líricos, entre ellos La Venecia” Fenice, donde el joven Rossini inicia su gran trayectoria y Verdi verá surgir sus Ernani, Attila, Rigoletto, La traviata y el primer Boccanegra. Ya en el siglo XX, que ve nacer a Maderna y Luigi Nono, el Festival de Música Contemporánea, creado en 1930, irradia modernidad al presentar grandes novedades, como The Rake’s Progress y el Canticum Sacrum, ambas de Stravinsky, quien pide ser enterrado en la ciudad de sus amores, así como Wagner la elige para morir, en 1883. Y la historia sigue tejiendo sus realidades y fantasías. Y seguirá… si puede. * * * ¿Y por qué semejante duda? Es que es para llorar lo que leímos en este diario: “Venecia sufre un éxodo que la dejaría vacía en 20 años”. Tan apocalíptica visión de una Venecia abandonada no es nueva, pero los datos concretos nos ponen frente a una espantosa realidad: los venecianos, hasta hoy unos 60.000, se van de su ciudad, agobiados por la falta de trabajo, los altos precios de las casas y un turismo asfixiante. Como en una película de ficción, la fabulosa Serenísima se convertiría en un páramo aterrador, invadido por millones de visitantes, aunque en esto no podemos hablar mucho: todos queremos gozarla. Nuestro consuelo es que la situación pueda revertirse y que la música, que tiene alas para volar hasta el último rincón de la tierra (y de la Luna y de Marte, si quieren fantasear), siga manteniendo vivo, por siglos, el gran arte de una Venecia que querríamos inmortal.
En Ultra Bar abren Franov y Tremor
más opinables. Si bien Vladar es un pianista admirable –y, precisamente, por sus interpretaciones vinculadas al clasicismo vienés–, la combinación de intérprete-conductor no pareció de las más exitosas. Desde su banqueta dio la orden de comienzo a la orquesta y, sin que mediaran más que algunos segundos, él mismo se sumó al tutti inicial, tocando, muy suavemente, acordes y arpegios o duplicando las melodías de los violines, una práctica muy extraña y que, en última instancia, lo hizo prescindir de la gestualidad de la dirección, reforzando aún más la sensación de que la Camerata Salzburg funciona casi con piloto automático. Pero además, en su ejecución convivieron maravillosos toques de limpieza y delicadeza extremas con algunos embarullamientos producidos por excesos de pedal, sobre todo en las cadencias y, en el último movimiento, por la elección de un tempo ultraveloz que devino en algunos enredos poco oportunos. Fuera de programa, después de la sinfonía Linz, Vladar y la Camerata cerraron una noche clásica, a pura elegancia, tocando el muy calmo, bello e inocente tercer movimiento de la Casación para cuerdas K.63, de Mozart, una verdadera caricia para el alma.
Cuando los músicos y los espacios que programan música en vivo se reúnen pueden surgir proyectos interesantes. La segunda realización del Limbo Fest! lo es y desde hoy podrá ser disfrutada en sus tres sedes: Thelonious Club, Ultra Bar y Café Vinilo. A lo largo de los jueves, viernes y sábados del mes se presentarán, entre otros, Gaby Kerpel, Santiago Vázquez, Mariano Otero, Guillermo Klein, Escalandrum, Tomi Lebrero, Doña María, Juan Jacinto, Manuel Onis y Fer Isella. Es decir, propuestas originales en torno al jazz, el folklore contemporáneo y la canción. Esta noche, a las 21, el ciclo dará su puntapié inicial en Ultra Bar (San Martín 678; 20 pesos) con las presentaciones de Tremor (el trío dirigido por Leonardo Martinelli) y las canciones electro-folk de Alejandro Franov. El cantante, guitarrista y acordeonista estará acompañado por Lea (voces y programación), César Franov (bajo) y Juan Marín (percusión). El programa se completa con las chacareras eléctricas y el folk psicodélico de DJ Inca. La programación del Café Vinilo (Gorriti 3780) empezará mañana con Santiago Vázquez y Gaby Kerpel. El inquieto percusionista, líder de los proyectos Puente Celeste, La Bomba del Tiempo y La Grande, se presentará en plan solista. Kerpel, en tanto, seguirá con su proyecto de folklore electrónico, inaugurado en 2003 con Carnabailito y pronto a tener un nuevo capítulo: Terraplén. El tercer espacio en cuestión, el club de jazz Thelonious (Salguero 1884) se sumará al Limbo Fest! el sábado, con los conciertos de Proyecto Gómez y el cantautor Pablo Dacal. En una noche de solistas Rodrigo Gómez (baterista de Gordöloco Trío) presentará su disco más reciente, Básico, mientras que Dacal repasará varias de las canciones de sus proyectos discográficos más recientes.
Pablo Kohan
Sebastián Espósito
MARCELO GOMEZ
Stefan Vladar condujo la Camerata Salzburg antes de sentarse al piano
Por los carriles imaginados Admirable concierto de la Camerata Salzburg, con dirección del pianista Stefan Vladar Muy bueno ((((
Camerata Salzburg. Director y solista: Stefan Vladar, piano. Programa: Haydn: Sinfonía Nº82 en Do mayor, “El oso” y Concierto Nº 11 para piano y orquesta en Re mayor; Mozart: Sinfonía Nº 36 en Do mayor, K.425 “Linz”. Mozarteum Argentino. Teatro Coliseo.
A último momento, Stefan Vladar debió reemplazar a Leonidas Kavakos, el titular de la Camerata Salzburg y salvo porque, obligatoriamente, hubo que reemplazar dos conciertos para violín, el instrumento de Kavakos, por dos obras para piano y orquesta, el terreno de Vladar, no hubo ninguna señal de urgencia de último momento. Todo anduvo por los carriles imaginados y la Camerata sonó fluyente y segura, como si el cambio de director no hubiera tenido mayor trascendencia. De algún modo, esta Camerata da la sensación de cierta infalibilidad, como si el director que ante ella se ubique no tuviera tanta incidencia, afirmación que, por supuesto, es improbable y falaz. Las tres obras de Haydn y de Mozart que conformaron el repertorio de este recital fueron escritas en un lapso de un lustro y en la misma década de 1780. Y si bien estos dos compositores no son iguales en sus
idiomas individuales ni en los planteos dramáticos dentro del campo de la música instrumental, en esta presentación primó un sonido general similar, como también un mismo tipo de aproximación en las dos sinfonías. De principio a fin, el ensamble austríaco funcionó perfecto, con precisión, cierta robustez, muy bien manejada como para no alcanzar sonoridades poco clásicas, y un muy logrado equilibrio. Pero de esta maquinita musical no surgieron demasiadas variantes, esas que denotaran distancias entre las pomposidades y cierta grandilocuencia de la sinfonía El oso y los componentes muy operísticos de la sinfonía Linz. Después de todo, la aceptación que con sus propuestas cosechaba Haydn no se condecía con los resquemores y hasta rechazos que la dramática discursiva de Mozart generaba en el público de su tiempo. En este concierto, Vladar pareció enfocar a ambas sinfonías con una misma lente, aunque, menester es señalarlo, las dos ejecutadas de modo impecable. En realidad, estas observaciones sobre aspectos interpretativos de dos sinfonías coetáneas no deberían entenderse como un menoscabo sobre el trabajo de una orquesta de cámara de altísimo nivel. En cambio, cuando Vladar se sentó al piano para conducir el Concierto Nº 11 de Haydn, sobrevinieron algunas cuestiones
(Acordes) Leo Nucci, otra vez. Leo Nucci, una verdadera leyenda de la ópera, volvió a cantar el último lunes en el Festival de Opera de A Coruña, donde hizo su debut internacional en 1973. El público coruñés lo recibió con una ovación de gala, en la que no faltó algún bravo que el barítono recibió en solitario; sólo cuando los aplausos cesaron salió al escenario su pianista, el maestro italiano Paolo Marcarini, que tocaría dos tranquilas obras a piano solo para descanso del cantante. Nucci comenzó su recital con canciones de Tosti como calentamiento de la voz, para atacar luego una difícil selección de arias de ópera. Puccini, Bellini y Verdi constituyeron el plato fuerte de la noche. El barítono toscano desplegó todo su discurso, hecho a partes no del todo iguales de voz, técnica, recursos y gran presencia escénica. Todo presidido por una musicalidad y una capacidad expresiva excepcionales. N
El barítono de 67 años Leo Nucci ARCHIVO
(Allegro)
Por Pablo Kohan
Tannhäuser, una ópera con final feliz
Mario Videla
Todo Bach. Mario Videla fue recientemente invitado a Santiago de Chile a dirigir un ciclo de conciertos a cargo de la Orquesta de Cámara de Chile, del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, con un programa íntegramente dedicado a Johann Sebastian Bach. El multifacético Mario Videla –organista, investigador musicológico, director artístico de la asociación Festivales Musicales y de la Academia Bach– es considerado una autoridad de reconocida trayectoria internacional en el repertorio bachiano y como tal es también invitado frecuente como jurado de los renombrados concursos de órgano organizados por la Bach Gesellschaft de la ciudad alemana de Leipzig, meca de los estudiosos de la vida y la obra de Johann Sebastian. N
Tannhäuser, a puro canto, vence a sus contrincantes en la Justa Poética que tiene lugar en el castillo de Wartburg, expía sus pecados y se casa con Elisabeth para emprender una dichosa vida marital. Claro, ésta no es la ópera de Wagner sino la de Joseph Schweitzer, un supuesto compositor alemán mencionado por Alexander Witeschnik en Wer is Wotan?, un libro en clave de humor. Más allá de que este Schweitzer, posiblemente, no haya sido sino una ocurrencia de Witeschnik, es tentadora la idea de despojar a las tragedias operísticas de sus finales luctuosos y reemplazarlos por desenlaces más venturoso. Por ejemplo, el salvoconducto funciona y Tosca y Cavaradossi, saludables, rozagantes y enamoradísimos llegan a Venecia. En La traviata, Violetta renace de verdad y se casa con Alfredo. José acepta, pacíficamente, que Carmen quiere a otro y en lugar
de clavarle un puñal vuelve a su pueblo con Micaela que tanto lo quiere. Pinkerton, soltero y arrepentido, vuelve a Japón y se lleva consigo a Butterfly que, en Nueva York, ve cómo su hijo va al jardín de infantes. Pero si de cambiar finales se trata, el riesgo aparece con las comedias y así, lamentablemente, Figaro no puede impedir que Don Bartolo despose a Rosina o, peor aún, el conjuro de Chelio no surte efecto y, en El amor por tres naranjas, la princesa Ninetta no deja de ser una rata. Sin embargo, mejor parece dejar a las tragedias y a las comedias con sus finales originales. Después de todo, aunque suene cruel, las emociones más intensas son aquellas que provienen de observar y disfrutar de la desgracia de Violetta, de la mala fortuna de Carmen y, por supuesto, del mal destino de Tannhäuser, cuya caminata hacia el altar sería, francamente, poco interesante.