EDICIÓN ESPECIAL | 9
| Martes 19 de Marzo de 2013
bergoglio, papa | la visión del mundo
Francisco, los gestos más esperados en el momento adecuado opinión Walter Veltroni
CORRIERE DELLA SERA
MILÁN
I
ntenté seguir los gestos, los primeros gestos del Papa, más que las palabras. Porque el cuerpo tiene un lenguaje que difícilmente se contradice con el pensamiento. El papa Ratzinger, coherentemente, transmitía lo que en efecto es: un teólogo fino, un intelectual enamorado de su fe. Pero a Benedicto XVI nadie lo estrechó en un fuerte abrazo, ni se acercó para darle un beso en cada mejilla, ni hizo un gesto como el del pulgar alzado para decir que sí, que todo está bien. El carisma de un papa, tal vez el de cualquier ser humano, se mide según varias líneas de demarcación. Entre ellas, la autoridad que le otorga la distancia o la que nace de una sonrisa, de esa hospitalidad inclusiva. Hay hijos que nunca fueron abrazados por sus padres y otros que compartieron con los suyos momentos de ternura y consuelo. Y eso no basta para decir que sea un padre mejor o peor. Tal vez cada momento de la humanidad reclama de sus mayores exponentes gestos que den cuenta del “espíritu de la época”. En el fondo fueron la guerra, el sufrimiento de los bombardeos y la sangre en las calles los que, por primera vez en la historia, abrieron las puertas de San Pedro e hicieron salir al papa. Pío XII, que fue descripto como un frío hombre de la curia, se ensució la túnica y abrió los brazos en medio de las ruinas y los muertos del bombardeo de Roma, en 1943. La época que estamos viviendo reclamaba un papa que abrazara, que sorprendiera, que se hiciera hombre entre los hombres, que acortara las distancias y descendiera del trono. Y es justamente del trono del que Francisco se ha alejado cada vez que tomó la palabra. Compartió la platea con los otros cardenales y con ellos cenó, sin ocupar un lugar privilegiado. Después los abrazó, uno por uno, al término de la audiencia en la Sala Clementina. Bromeó con cada uno de ellos, rió, y no por compromiso, y todos se sintieron autorizados a apoyar su mano sobre las espaldas del nuevo papa. Y anteayer, en Santa Ana, cuando llamó para que se acercara un joven sacerdote uruguayo que trabaja con chicos de la calle, bastó aquel gesto para hacer entender que el Papa estaba señalando al sacerdote como un ejemplo para seguir. Para noso-
La Iglesia necesita una renovación inmediata de sus bases
tros, observadores mundanos, la sensación es que todo lo que está haciendo Bergoglio es para salvar a la Iglesia, para devolverle su rostro más bello. Sé perfectamente que la división entre la dimensión de gobierno del Vaticano y la dimensión pastoral es maniquea. Pero sé que el rostro de la Iglesia que “habla” es el de los misioneros que se ocupan de los pobres, el que las monjas les muestran a los chicos en las zonas más pobres del planeta. La Iglesia como lugar de “misericordia” y de “solidaridad”. Francisco parece decirle a la Iglesia que se ponga en camino nuevamente, retomando su sendero natural, que es buscar a los otros. Qué importante sería que de la Iglesia viniese un esfuerzo enorme y valiente de buscar, en el viaje y el descubrimiento, ese punto que pueda conjugar identidad y apertura, testimonio y diálogo. Un sendero angosto que el hombre está dejando de buscar. La dramática situación de vida de los más débiles de Occidente hace que hoy prevalezcan la rabia y el miedo. Si la Iglesia cae, envuelta en escándalos o por clausurarse a la modernidad, no será una buena noticia para nadie. Si recupera su mejor cara, se transmite una idea de esperanza y de comunidad, y es una buena noticia para todos. Escribo estas cosas como no creyente. Pero yo vi a los sacerdotes en las villas miseria del mundo, los vi caminar por lugares de sufrimiento por donde la política ni siquiera se asoma. Por esa razón, creo que ese papa que gesticula cuando habla, que desea a todos buen provecho antes de comer y que se inclina ante su pueblo quiere transmitir un mensaje. El mismo mensaje que envía al estrechar la mano de los fieles de una parroquia, al pedirles a todos los niños que abraza que recen por él, “a favor, no en contra”. Quiere decirle a la Iglesia que su mundo es la gente, en especial los que menos tienen. La Iglesia eligió a un hombre que deberá, con decisiones difíciles y palabras inéditas, “reparar la casa”. La historia dirá si esa misión llega a su término. Con el coraje necesario. Con los gestos ya comenzó a hacerlo, recordándole al mundo la misión de fondo de los cristianos. Todos tienen hoy un motivo más de esperanza, al mirar sus primeros pasos. Y en los tiempos que vivimos, no es poca cosa.ß El autor es ex líder del Partido Democrático de Italia
opinión Ross Douthat
THE NEw YORK TIMES
E
Las postales de Francisco inundaron Roma
ap
NUEVA YORK
l hombre que la semana pasada fue transformado de Jorge Bergoglio al papa Francisco enfrenta una larga lista de desafíos, cada uno más titánico que el anterior. Está la necesidad de una inmediata reforma de la burocracia vaticana, el desafío aun mayor de echar luz sobre la crisis de abusos sexuales en la Iglesia, y la tarea de hacer que el cristianismo católico sea vital y atractivo en culturas en las que es considerado anacrónico e irrelevante. Pero, en un sentido, todos estos desafíos tienen una misma solución, o por lo menos ese lugar necesario para que aparezcan las soluciones. El pontificado de Francisco será un éxito si empieza por restaurar la credibilidad moral de la jerarquía y el clero de la Iglesia, y será un fracaso si no lo logra. Los católicos creen que su Iglesia está diseñada para sobrevivir a las falencias de sus líderes. La misa es la misa, aunque el sacerdote sea un pecador. Los obispos no necesitan ser santos para seguir preservando las enseñanzas de la fe. La letanía de los santos incluye a incontables figuras que durante sus vidas sufrieron las injusticias de sus superiores eclesiásticos. Pero una cosa es que los católicos de una cultura católica, poseedores de premisas e ideales morales compartidos, acepten un cierto grado de “Haz lo que digo y no lo que hago” de boca de sus pastores y predicadores, y otra muy distinta es pedirle a una cultura que no acepta esos ideales que respete una institución cuyos líderes no parecen capaces de vivir según las virtudes que les exigen a los otros. En esa cultura, los abusos infantiles cometidos por sacerdotes y la corrupción vaticana no son sólo una evidencia de que todos los hombres son pecadores, sino que son considerados una confirmación de que la Iglesia no tiene autoridad para juzgar lo que es pecado y lo que no lo es, que lo que predica es fácil de torcer y difícil de cumplir, y que el modo en que el mundo lidia con el sexo, el dinero y la ambición es la única manera sana de hacerlo. Esa mundanidad no debe ser confundida con ateísmo. Aún vivimos en una época creyente. Desde los sermones del teleevangelista Joel Osteen hasta las epifanías de Comer, Rezar, Amar, nuestros orá-
culos espirituales siguen instándonos a aspirar a lo sobrenatural, lo espiritual, lo divino, y simplemente desechan la idea de que la divinidad pueda querer para nosotros algo más que lo que ya queremos para nosotros mismos. La religión sin renuncias tiene atractivos obvios. Pero sus consecuencias culturales no son tan manifiestamente positivas. En ausencia del ideal de castidad, es menos probable que la gente forme familia. En ausencia del ideal de solidaridad, cada vez más gente muere sola. El paisaje social que damos por sentado habría sido considerado por las generaciones precedentes como una distopía: sexo y la reproducción se han mercantilizado salvajemente, las libertades de las que goza el adulto van en detrimento de los intereses de los niños y cada vez son menos los niños que nacen. Así que nuestra sociedad liberada tiene sus sombras, momentos en que los regañones, los moralistas y hasta los papas parecen tener su cuota de razón. Eso ayuda a entender, por ejemplo, la respuesta defensiva y contradictoria que recibe la Iglesia Católica ante su insistente negativa a simplemente bendecir cada nuevo avance y celebrarlo como un progreso. Ejemplo Si el catolicismo tiene un futuro en el mundo Occidental como algo más que una pátina, un “otro” o un símbolo del “pasado de ignorancia que afortunadamente quedó atrás”, necesita que sus líderes den un ejemplo que pruebe que esas voces están equivocadas. Antes que cualquier otra cosa, se necesita una generación de sacerdotes y de obispos que cumpla con estándares más altos: más altos que los de sus predecesores inmediatos y más altos que los del resto del mundo. También necesita del nuevo papa mucho más que un nombre evocativo y una actitud humilde. El catolicismo necesita de alguien como Pío V, el pontífice del siglo XVI ante cuya tumba rezó el papa Francisco el día de su elección: un disciplinador que limpió la casa y con ello colaboró a profundizar la contrarreforma. El Vaticano necesita una purga de su cúpula, para permitir una verdadera renovación de las bases. Y la Iglesia en su conjunto tiene que poder ofrecer y encarnar la evidencia –tanto en Roma como en cada parroquia y en cada lugar– de que la alternativa que el catolicismo predica realmente puede ser vivida.ß
cómo nos ven en américa
Las insólitas calumnias El atroz encanto de ser argentinos del kirchnerismo opinión Mary Anastasia O’Grad THE wALL STREET JOURNAL
L
washington
a semana pasada, cuando uno de sus compatriotas fue elegido papa, los argentinos festejaron. Pero también sufrieron una especie de pérdida. El cardenal Jorge Mario Bergoglio, un incansable defensor de los pobres y un crítico sin tapujos de la corrupción, ya no estará en su país para oponer resistencia a los ilícitos del gobierno de la presidenta Cristina Kirchner. Los argentinos no alineados con el Gobierno esperan que la llegada del papa Francisco al escenario mundial al menos atraerá la atención sobre esos asuntos. Uno habría esperado un desborde de orgullo por parte de las autoridades argentinas cuando se conoció la noticia. En cambio, los cancerberos que tiene el gobierno de Kirchner en el periodismo comenzaron de inmediato una campaña para ensuciar el carácter y la reputación del nuevo pontífice. La calumnia no es nueva. Ex miembros de agrupaciones terroristas y los seguidores actuales de esa corriente en el Gobierno usaron durante años la misma táctica para intentar destruir a sus enemigos. En este caso, alegan que cuando era provincial superior de los jesuitas en la Argentina, a fines de la década de 1970, el entonces padre Bergoglio tenía vínculos con el gobierno militar. Se trata de propaganda. Kirchner y sus amigos todavía no viven en el equivalente de un Estado totalitario donde no existe una prensa li-
bre que contrarreste sus mentiras. Ese día puede llegar pronto. Ahora el Gobierno persigue a los comerciantes, bajo amenaza de sanciones, para que no compren espacio de publicidad en los diarios. Los únicos medios que no van camino de la ruina financiera por esta intimidación son los controlados y financiados a través de la publicidad oficial. Los observadores con conocimiento de primera mano de los sucedido en la Argentina durante el gobierno militar cuentan una historia muy distinta, como Adolfo Pérez Esquivel, ganador en 1980 del Premio Nobel de la Paz, que declaró que “hubo obispos en complicidad con la dictadura, pero Bergoglio no”. También la ex jueza Alicia Oliveira, que fue despedida de su cargo por la dictadura, dijo que Bergoglio “ayudó a muchas personas a salir del país”. Y Graciela Fernández Meijide, ex miembro de la Conadep, dijo que de todos los testimonios que recibió, “ninguno conectaba a Bergoglio con la dictadura.” Nada de todo esto les importa a quienes intentan convertir a la Argentina en la próxima Venezuela. Lo que los amarga es que el padre Bergoglio haya creído que la “teología de la liberación” era la antítesis con el cristianismo y se haya negado a abrazarla en la década de 1970. En las villas miseria, donde la populista presidenta Kirchner dice ser la campeona de los pobres, Francisco es amado realmente por vivir según el Evangelio. Desde el púlpito, con los Kirchner en bancos de la iglesia, Bergoglio hizo su famosa queja sobre el solipsismo de los políticos. No dio nombres, pero el zapato calzó. Néstor Kirchner respondió llamándolo “el jefe de la oposición”.ß
opinión Andrés Benítez LA TERCERA
Q
santiago, chile ue el nuevo papa sea el primer americano ha impresionado a todo el mundo. A los chilenos, sin embargo, nos llega con más fuerza un solo dato: que es argentino. Para muchos, no se trata de algo grato, porque miramos con mucho recelo a nuestros vecinos. Salvo unos pocos, como un amigo que me dice, “por fin ha quedado claro que son mejores que nosotros”. Bueno, no sé si es así, pero, nos guste o no, la verdad es que ellos generan un encanto, algo que nos cuesta entender, en parte porque los vemos como rivales. Pero al final, aunque nunca lo confesemos, también nos gustaría encantar así. Y no sabemos cómo hacerlo. ¿Qué tienen los argentinos? Bueno, aquí tenemos claro lo que no tienen. Nos gusta decir que es un país que dilapidó su situación económica. Recordar que eran uno de los diez más ricos del mundo y que hoy está en la ruina. Y si bien ello es cierto, también lo es que siguen siendo una nación muy rica en personas que se destacan a nivel internacional. El papa Francisco es un ejemplo más. Tener individuos destacados es tan importante como tener una sociedad organizada. Es cierto, sin sus compañeros, Messi, probablemente, no sería el mejor. Pero él no es uno más; es el alma, el motor de Barcelona. El que genera la pasión, y por ello su presencia es fundamental. Porque en el fútbol, como en toda actividad, no basta
ganar; también hay que encantar. Las figuras argentinas no nacen solas, la sociedad las potencia, las adora, llevándolas a estados superiores. Y las defienden cuando caen en desgracia, como a Maradona. Para ellos, todos son los mejores del mundo, cosa que a los chilenos nos revienta, porque nosotros somos exactamente lo contrario. Y si son ganadores, los tiramos para abajo. Como a Pablo Neruda, por ejemplo, que lo ninguneamos. Porque era comunista, dicen algunos. Porque era creído, otros. A Neruda le hubiera convenido ser argentino, porque sería el mejor. Algunos dicen que esto tiene que ver con nuestra baja autoestima, que no nos creemos el cuento. Que nos molesta ver el éxito ajeno y por eso castigamos al que lo alcanza. Claro, uno podría decir que los argentinos tienen demasiada autoestima. Pero les resulta, ellos sí se la creen y generan héroes. Y por eso generan personas que llaman la atención en todo el mundo, mientras los chilenos no encantamos a casi nadie. Ni siquiera a nosotros mismos. Todo este encanto seduce, entusiasma y logra grandes individualidades. Pero también es atroz cuando la sociedad no funciona. Pero la mezcla contraria también es mala. Es cierto, tener una economía ordenada sirve para pagar las cuentas. Pero vivir para eso no conmueve a nadie. Porque al final del día, la estabilidad sólo genera el piso sobre el cual podemos construir. Llegar al techo requiere de personas notables, que corren riesgos inesperados, que se creen el cuento. Y esos tipos generan entusiasmo necesario para que todos avancen. Apostar a ellos es fundamental.ß
Aún es pronto para santificar al Papa opinión Clóvis Rossi
FOLHA DE S. PAULO
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SAN PABLO
ra comprensible que la masa de fieles reunida en la Plaza San Pedro durante los funerales de Juan Pablo II decretase a los gritos: “Santo subito” (santo de inmediato). A fin y al cabo, su pontificado había durado 28 años, tiempo más que suficiente para exhibir al mundo sus cualidades (y también sus defectos, pero en momentos como ése, nadie piensa en los defectos). Es una exageración de los medios, sin embargo, incluso de los del Vaticano, transformar los noticieros en torno al Papa en un culto a la personalidad de Jorge Bergolio, como si para ellos reprodujesen el grito de santo subito de hace ocho años. Cada detalle de su biografía y cada coma de sus palabras son presentados “con olor de santidad”, la fragancia que emana de los santos según la tradición católica. Tal vez esa exageración se deba al hecho de que Bergoglio era un virtual desconocido para el mundo, lo que lleva al periodismo a buscar en cada gesto y en cada palabra la imagen de un nuevo pontificado. Hasta el momento, es un intento inútil, a menos que se considere que la elección del nombre Francisco sea una declaración de intenciones, y que entonces el Papa quiera, como dijo, “una Iglesia pobre y para los pobres”. No conozco un solo religioso (o político) que haya defendido una Iglesia (o un partido de gobierno) para los ricos. Entiendo en todo caso la falta de definiciones sobre la vasta y com-
pleja agenda de la Iglesia, que según el arzobispo emérito de San Pablo, Cláudio Hummes, “necesita una reforma en todas sus estructuras”. El Papa explicó que “la Iglesia, aunque también sea ciertamente una institución humana, histórica, con todo lo que eso implica, no tiene una naturaleza política, sino esencialmente espiritual”. Los comunes mortales aprendemos a lidiar con la política, nos guste o no, pero lo espiritual es para unos pocos elegidos. El problema es que hay temas esenciales de la agenda de la Iglesia, como el escándalo de pedofilia, que son esencialmente humanos. El Papa necesitará incluso del olor a santidad para llevar a cabo lo que Hummes definió como “una tarea gigantesca” de renovación en la Iglesia. Necesitará también el coraje que le faltó durante la dictadura militar argentina, como señaló Adolfo Pérez Esquivel. El pasado, por lo tanto, impide sentir el olor de santidad del nuevo papa, porque incluso los santos se revelan justamente en los momentos difíciles. En el caso de la Argentina durante la dictadura, lo que estaba en juego era condenar la barbarie, y no callarse. Pero es hora de dar vuelta la página de Bergoglio y abrir la página de Francisco. Lo que comenzará a darle un rostro –santo o no– a su papado será la selección que haga para ocupar los cargos vitales de la curia, en especial el de secretario de Estado –el segundo en importancia del Vaticano–, una elección que entraña todo el programa de gobierno del nuevo papa, y entonces emanará –o no– los primeros “olores de santidad”.ß Traducciones de Jaime Arrambide