OPINIÓN | 21
| Lunes 27 de octubre de 2014
como en los años 90. Más allá de los discursos de campaña, los candidatos del PJ con más chances para 2015 llegaron
a la política de la mano del ex presidente riojano, que además nos legó esta pobre democracia sin partidos
Al final, Menem derrota al kirchnerismo Luis Gregorich —PArA LA NACIoN—
A
un año de la primera vuelta de las elecciones que definirán presidente y vice para el período 2015-2019, además de renovar la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado, los comentarios sobre la situación del país se han tornado algo vacilantes y reiterativos. Proponemos ordenarlos brevemente en dos niveles de análisis: uno, el del perfil personal de los (pre) candidatos que ya han “salido al campo”; otro, el de los programas, discursos y valores que estos aspirantes están sosteniendo, con más parsimonia que entusiasmo. Muy escuetamente, habrá que agregar algo sobre el clima económico y social que soportan los argentinos. No es novedad mencionar al esforzado terceto que desde hace meses casi monopoliza la anticipada intención de voto: Mauricio Macri, Sergio Massa y Daniel Scioli. Damos estos apellidos de origen italiano por orden alfabético, no con otra intención, ya que ocupan diferentes lugares en la grilla de partida, según la encuestadora que elijamos. Lo cierto es que cada uno bordea poco más o poco menos del 25% de votos prometidos. Aunque el peronismo, cuya versión kirchnerista gobierna hoy, sigue dominando la escena política argentina, ninguno de los por ahora tres elegibles pertenece a lo que podríamos llamar la tradición o la cultura peronistas. Macri, el más opositor de los tres, es hijo de un fuerte industrial itálico, se ha recibido de ingeniero civil y ha presidido Boca Juniors, el más popular equipo de fútbol del país. No militó políticamente en su juventud y desde hace siete años es el jefe de gobierno de la ciudad autónoma de Buenos Aires. Fundó un nuevo partido, Pro, con aportes peronistas, radicales, liberales, y otros. Massa y Scioli, si bien de variado origen, son ambos –y sin que esta descripción constituya menoscabo alguno– subproductos del peronismo menemista: el primero es hijo de un empresario de la construcción, integró los equipos del partido neoliberal de la Ucedé (cuyo jefe, Álvaro Alsogaray, apoyó firmemente a Menem) y por esta vía entró en el peronismo, hasta desempeñar, entre otros cargos, el de jefe de Gabinete de Cristina Kirchner; Scioli, por su parte, pertenece a una familia de comerciantes en el ramo de artefactos domésticos (que en 1989 apoyó al candidato radical Eduardo Angeloz), ha sido un destacado motonauta y Menem lo acercó a la tarea pública (como a otros
deportistas), iniciando así una carrera que culminaría en la vicepresidencia de la Nación, otra vez junto a la señora de Kirchner. Hoy es gobernador de la provincia de Buenos Aires, en tanto Massa fue intendente de Tigre, próximo a la capital, y actualmente es diputado nacional. Ninguno de estos tres precandidatos (en realidad podríamos llamarlos ya candidatos, porque no parece que alguien pueda vencerlos en las PASo) reposa en estructuras políticas tradicionales, es decir, en partidos firmemente constituidos en todo el país. Más bien son emergentes de la crisis del sistema de partidos que provocó, más que nadie, la administración menemista, con su apelación al cualunquismo y a las figuras del deporte y el espectáculo. recuérdese, aparte de Scioli, a Carlos reutemann y a Palito ortega. Tanto Scioli como Massa, naturalmente, se apoyan en diferentes implantes peronistas, disfrazados de agrupaciones partidarias. No nos olvidamos del cuarto actor de esta tragicomedia: la coalición FAU-UNEN, extraña hidra policéfala, desprovista de la agresividad de su precursora griega clásica y que no atina a consolidarse con una sola cabeza, respetuosa hasta ahora del mandato de las primarias abiertas. Mientras siga teniendo hasta cinco postulantes (otra vez por orden alfabético: Binner, Carrió, Cobos, Sanz y Solanas), será incapaz de convertirse en genuina alternativa y socia igualitaria de eventuales coaliciones, y no podrá evitar, como máximo, transferencias masivas, y como mínimo inquietantes operativos fotográficos en idílicos escenarios provinciales. Si dejamos de lado la fatigosa repetición de nombres propios. ¿qué se discute, cuáles son los valores o consignas que se agitan en esta campaña o precampaña que lentamente nos va envolviendo, por más que procuremos apartarla de nuestro tiempo libre, mejor servido por una buena lectura o una hermosa velada de música o cine? Estamos entre los que piensan que en las campañas presidenciales resulta inevitable debatir acerca de valores y concepciones de país, antes que por asuntos municipales como el tapado de baches o el levantamiento de la basura. Esto no implica que los candidatos no dispongan de tres o cuatro propuestas específicas sobre temas de interés general (por ejemplo, la educación, el federalismo y la lucha contra la corrupción). Tampoco les impide referirse a asuntos locales en sus vi-
sitas a provincias, bien asesorados por compañeros de ruta lugareños. Por otra parte, se necesitan una correcta identificación de los adversarios (en todas las elecciones) y una no menos precisa ubicación de los posibles aliados (en las elecciones de doble vuelta). Hay que exigirles a los distintos candidatos o alianzas un programa completo para su eventual gobierno, sabiendo de antemano que muy pocos leerán ese mamotreto. El discurso de los tres precandidatos principales está bastante alejado de esta expresión de deseos y se mueve, más modestamente, en lo que podría designarse “gestio-
nismo”. Los tres coinciden en presentar a sus propias gestiones, actuales o del pasado, como ejemplares y creativas, y en general eluden la discusión sobre la gestión de los adversarios, por lo que, prácticamente, no hay discusión. Un atisbo de ésta se ofrece, tal vez, cuando se plantea la relación con el gobierno nacional actual y con la presidenta Cristina Kirchner. Scioli se muestra cada vez más solidario y complaciente, mientras Macri parece dispuesto a profundizar sus diferencias. En cuanto a Massa, promueve con bastante eficacia su postura de ser, al mismo tiempo,
oficialista y opositor. El aire que respiramos es, nuevamente, el de una entelequia menemista, que volvemos a definir como apolítica, aideológica y gestionista. Las palabras izquierda y derecha, así como las claras referencias ideológicas y al combate cultural, sólo aparecen en recientes iniciativas y en el áspero relato del kirchnerismo en retirada; también, curiosamente, en el discurso aún no totalmente cristalizado de la alianza FAU-UNEN: véase, si no, la compartible expresión de Ernesto Sanz, que se proclamó “socialdemócrata, liberal y progresista” en su acto de presentación como candidato. No es seguro, de todos modos, que asumir este riesgo le traiga votos. Son los dos menemistas vergonzantes quienes parecen destinados al ballottage. Los espera, en todo caso, una sociedad dividida. Aparte de los méritos que le reconocemos, el kirchnerismo no pudo ni quiso suturar las heridas causadas por el derrumbe económicosocial de 2001-2002. Aprovechó el extraordinario viento de cola que incrementó los precios de nuestra producción primaria, recuperó la economía y redistribuyó (suavemente) el ingreso, pero se desentendió de los consensos políticos y del crecimiento de las instituciones. Hoy muchos argentinos oscilan entre sentimientos de rabia, resignación o indiferencia. Podríamos estar a las puertas de una nueva crisis económica a comienzos de 2015 si no se mitiga una inflación cada vez más rebelde. Al mismo tiempo, hemos comprobado que el gobierno kirchnerista, atrapado en un proyecto familiar, no ha conseguido generar una sucesión razonable. Lo lamentamos, porque un heredero competitivo podría poner a prueba la vigencia o el fracaso del proyecto. La ironía del asunto es que, por el momento, los dos probables rivales del ballottage de 2015, siempre y cuando no se forme una coalición ganadora u ocurra un milagro, son Sergio Massa y Daniel Scioli, menemistas por origen y por simpatías, aunque lo nieguen escandalizados. No podemos menos que escuchar una carcajada del vilipendiado Carlos Menem, o, más educadamente, unas palabras pronunciadas en voz baja: “El que ríe último ríe mejor”. © LA NACION
lÍnea DIRecTa
Silvio Frondizi, una figura incómoda
Una cuentita en el banco del esgunfio
Arnol Kremer Balugano
E
n la Biblioteca Popular Martedi se celebró recientemente una reunión para recordar a Silvio Frondizi, uno de los intelectuales más notables de la Argentina por sus aportes originales y sus críticas al dogmatismo. Allí se disertó sobre la personalidad, la obra y la inclaudicable ética de quien fue mi maestro ante un nuevo aniversario de su asesinato, ocurrido en 1974. Al presentar el primer tomo de la reedición de su obra, surgió la pregunta: ¿por qué, en este momento de supuesta reconstrucción de la memoria, se conoce tan poco su figura? Quizá sea porque, en primer lugar, Silvio destrozó al viejo despotismo ilustrado y además se adelantó a denunciar también su reemplazo, el actual “populismo ilustrado”, que ha trocado aquella actitud despectiva hacia el “pueblo” por un paternalismo oficial y oficioso “progre” y “de izquierda” que monopoliza la producción intelectual. Podemos constatar que ninguna de las revoluciones socialistas o “nacionales y populares” logró eliminar la división entre trabajo manual e intelectual. La ex Unión Soviética, por el contrario, acrecentó la división de trabajo y en los partidos comunistas se temía que la intelectualización de los obreros llevara a desarrollar la llamada “aristocracia obrera”. Por eso se afirmaba que los trabajadores no podían leer a los clásicos; era el partido el que debía “interpretar” y “traducir” aquellos textos a un lenguaje “popular” en una prensa partidaria similar al catecismo. Silvio destacaba que Marx y Engels habían escrito deliberadamente para los obreros. Por eso cuando me incorporé al Grupo Praxis, que había creado Silvio, sentí el placer de compartir con los intelectuales de igual a igual. En segundo lugar, Silvio molestó siempre por la tesis en la que afirma que la burguesía nacional ya no tiene capacidad de
—PArA LA NACIoN—
conducir un proceso independentista. Esa labor se había agotado con el peronismo, y para ese presente sólo se podía plantear la sociedad socialista llevada adelante por los trabajadores en conjunto con el resto del pueblo, excluyendo a la burguesía. La aparición de Ernesto Guevara, el Che, y su práctica, fue coincidente. La historia le dio la razón a Silvio. Sin embargo, sigue vigente la confrontación entre quienes sostenemos que hoy, en plena vigencia del monopolio de mercado mundial, ya no hay “burguesía nacional” y quienes no pueden dejar de imaginarla, ahora en los gobiernos “progres” de la región. Con el agravante de que quienes en 1955 habían salido en “comandos libertadores” conformados por socialistas, radicales y comunistas a asaltar los sindicatos y a “cazar” peronistas hoy son mas peronistas que Perón. ¿Se entiende por qué Silvio resulta tan molesto aun después de muerto? Silvio Frondizi, en su momento, explicó por qué el peronismo no era fascismo, ya que el fascismo había sido la dictadura terrorista del gran capital, con base en la frustración de la pequeña burguesía, componente social de los camisas pardas, contra la clase obrera alemana marxista. En cambio, el peronismo fue el gobierno “bonapartista” de la burguesía nacional, que se ganó el apoyo de la clase obrera al constituir un Estado autoritario, pero de bienestar. Después, Silvio no dejó títere con cabeza al denunciar el oportunismo de la izquierda tradicional y del neoperonismo, a tal punto que bien podría haber parafraseado a Sarmiento al decir: “Todos los burócratas llevan mi marca” Cuando en 1959 el Che lo convocó a Cuba, sabiendo que Silvio era el intelectual más original de América latina, le ofreció la titularidad de la Universidad de La Habana para que fuera el foco intelectual en la educación de América. Silvio no aceptó; entendió que su lugar estaba en la Ar-
gentina, trabajando para la revolución socialista. El inefable Arturo Jauretche, cuya memoria está tan de moda en estos días, intentó destrozar a Silvio acusándolo de “antinacional” y otras lindezas de enervado chovinismo, pero Silvio no se dignó a contestarle. Aunque tal vez no se haya enterado de que Jauretche se había ocupado de él. Lo mismo había hecho Julio Cortázar cuando el autor de El medio pelo en la sociedad argentina lo desafió a que se radicara en el país y “escribiera para su pueblo” Silvio impulsó a Praxis, y más adelante, cuando los movimientos armados se imponían, el maestro no tuvo empacho en ponerse a las órdenes de sus ex discípulos y se vinculó al PrT para actuar en el FAS, sin olvidar su responsabilidad como intelectual y hacer serias y muy atinadas críticas al descontrol de la acción armada. Lamentablemente, no supimos escucharlo. En esos meses, la tenebrosa Triple A había empezado a asesinar a activistas populares. Entonces fuimos comisionados por Santucho a hablar con Silvio. Cuando nos reunimos con él en una modesta casita en Munro, creo, a mí me agobiaba la emoción y le dije: “Maestro, venimos a…”. Se me hizo un nudo en la garganta y no pude seguir. Quien me acompañaba tomó las riendas con presteza y le explicó que queríamos ubicarlo en el país europeo que él eligiera, porque aquí no lo podíamos proteger. Silvio se echó hacia atrás y con su voz un tanto aflautada pero firme, dijo: “Soy un traidor a mi clase y ése es el riesgo asumido”. No lo pudimos convencer. Es tanta mi amargura que a veces me pregunto si no hubiera sido lícito “amarrarlo” y sacarlo de prepo. A esta altura sólo me queda decir: “Al maestro, con cariño”. © LA NACION
El autor fue secretario general del PRT-ERP
Graciela Melgarejo —LA NACIoN—
E
sta columna debería haber llevado como título “De cómo un texto leído al azar puede ser útil no solo para agregar información, sino también para ayudarnos a ver algo que sabíamos, pero que todavía no nos habíamos dado cuenta de que lo sabíamos”, pero hubiera sido muy largo. Sin embargo, ése es el tema de la columna de hoy: en el último de los fascículos que la nacion publica habitualmente sobre alimentación saludable, y a propósito del poder de las relaciones y los beneficios de la amistad en la longevidad de las personas, escribe el doctor Alberto Cormillot que se ha demostrado que “para el cerebro, la cercanía sentimental tiene mucha más importancia que el hecho de compartir ideas”. Éste es un hecho que también se vuelve fundamental para cualquier relación con el lenguaje. Por eso, la semana pasada, Fundéu proponía un juego a los hispanohablantes: decir cuál de las nuevas palabras ingresadas en la 23ª edición del DRAE era la preferida del lector (http:// bit.ly/1wssqTZ). Para quien esto escribe, la elegida fue miguelito porque ese diminutivo perverso vuelve broma infantil lo que es una acción destructiva. Todos lo sabemos, las palabras pueden tener efectos imprevisibles. El arquitecto y experto en preservación del patrimonio arquitectónico Marcelo Magadán escribió el siguiente correo electrónico a esta columna, el 21/10, sobre la reacción que le provocó ver escrita la palabra esgunfio. “Esgunfio, junto con guarango, formaban parte del vocabulario que circulaba con frecuencia en el ámbito familiar. Son esos términos que al escucharlos –algo que no suele ocurrir últimamente– me trasladan automáticamente a mi infancia, a los patios, a las mesas de parientes y a la cuadra –o las cuadras–, esos terri-
torios en los que nos sentíamos locales.” Pero esgunfio guarda para el lector, además, otro eco: “Esgunfio me remite al escritor y poeta Humberto Costantini (19241987). En junio de 1983, cuando caminaba en permanente estado de asombro por las calles de México DF y por los caminos de la conservación del patrimonio, compré una antología que reunía algunos de sus poemas, libro hoy de hojas amarillentas que rescaté de la biblioteca para volver a leer: «No que me falten dudas o tristezas, / ni que me encuentre en déficit de penas, / ni que sea pobre en soledad o miedos, / ni que no tenga una vulgar neurosis / donde caerme muerto. / No, nada de eso, / gracias a Dios / yo tengo / mi cuentita en el banco del esgunfio / como cualquier mortal». “Ese libro retomaba, a su modo, un contacto personal iniciado antes, en Buenos Aires, cuando Costantini era el doctor Costantini, el veterinario jefe del laboratorio de Serología, un espacio lleno de tubos de ensayos y aparatos, en el último piso de una farmacéutica donde yo comenzaba mi vida laboral trabajando como asistente del gerente de Investigación y Desarrollo que era, a la sazón, su jefe y el mío. Es obvio que la palabra esgunfio –que yo mismo dejé de usar– está preservada en algún lugar de mi mente, como el olor del carbón encendiéndose y de la alfalfa del fardo que comían los caballos, una trilogía de intangibles que, de tanto en tanto, vuelve para transportarme a la dulce amargura de mi infancia.” Las palabras son bellas y pertinaces como la mariposa de obsidiana del poema de octavio Paz. Aunque obsoleta, esgunfio ha vuelto a la vida, recuperada del recuerdo por el lector Magadán. © LA NACION
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