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enfoques
| Domingo 16 De marzo De 2014
pLanetario
¿No habrá memoriales para recordar la caída del Muro? Laura LuccHini
PARA LA NACION
BERLÍN.– A medida que se acerca el 25° aniversario de la caída del Muro que dividió la capital alemana en la Guerra Fría, no queda duda: los memoriales en Leipzig y Berlín, aprobados en 2007 y 2008 para conmemorar esta fecha, no estarán listos. Ni siquiera fue puesta la primera piedra. El dato se añade a una famosa lista de negligencias de las obras públicas que es, por así decirlo, muy poco “alemana”. El monumento “Ciudadanos en movimiento” debió de ser un homenaje a la revolución pacífica que llevó a la caída del Muro y se emplazará en la Schlossplatz de Berlín. Pero, de momento, hay allí un espacio vacío. El
proyecto de otro monumento en Leipzig fue votado en 2008 y prevé la instalación de una enorme alfombra al aire libre compuesta por 70.000 bloques de distintos colores, en alusión a las 70.000 personas que tomaron parte en las marchas pacíficas. Pero no hay más que unas señales en el suelo. Sólo un observador poco atento puede decirse sorprendido. Los retrasos en las obras públicas alemanas ya se hicieron tristemente famosos: el aeropuerto berlinés Willy Brandt tenía que ser inaugurado en 2012 y al día de hoy sigue sin fecha de apertura, mientras en la sala de conciertos de la filarmónica de Hamburgo, a siete años del comienzo de su construcción, todavía no se escuchó un acorde. ß
Pobreza y famosos: la nueva fórmula de la televisión británica JoSeFina SaLoMÓn
PARA LA NACION
LONDRES.– ¿Qué puede pasar cuando se pone en una habitación a un grupo de productores de televisión desesperados por sumar rating, en un país que ama la pantalla, a sus famosos y está atravesando una de las peores crisis de las últimas décadas? Se les ocurre una idea casi macabra: pedir a famosos que vivan, por una semana, en la casa de una familia pobre, y se justifica el show diciendo que ayuda a educar al público. Eso es exactamente lo que pasó esta semana en el Reino Unido, cuando la BBC estrenó su nuevo documental Famosos, ricos y hambrientos, que sigue la vida de celebridades locales viviendo con familias pobres y “sufriendo la
crisis”. El show es el último de una serie de programas que intentan acercarse a la realidad que viven grupos cada vez más extensos de la población local. Quienes los apoyan dicen que son educativos y que, eventualmente, ayudarán a que el gobierno entre en acción. Quienes los cuestionan aseguran que son una nueva muestra de la explotación mediática del sufrimiento: programas que combinan el formato de reality show con el de documental serio e intentan abordar problemas como el tener que comer con casi nada. La prueba sobre su utilidad quizá podrá verse en si las personas que cada semana miran cómo vive la otra mitad del país hacen algo para ayudarla. ß
La 2 puente aéreo
¿Cambio de rumbo otoñal o sólo pausa táctica? Martín Rodríguez Yebra
—CORRESPONSAL EN ESPAñA—
E
MADRID
l kirchnerismo más visceral siempre imaginó la pérdida del poder como una suerte de martirio. El final, si alguna vez llegaba, mostraría a los verdaderos militantes atrincherados en sus ideales, decididos a resistir en el destierro antes que a correr detrás del próximo tren a la Casa Rosada. Llegada la hora, la transición que conduce Cristina Kirchner resultó desprovista de romanticismo, mundana. Cerca de ella, el futuro no se ve tan negro si viene acompañado de vacantes en la bolsa de trabajo peronista o de una jubilación sin sobresaltos judiciales, según a quién le toque. Asistimos a un intento de la Presidenta por normalizar las políticas y las formas, ejecutado a veces con la torpeza que suele acompañar la sobreactuación. Invitar a opositores a la jura de Michelle Bachelet, y sacarse fotos con ellos, sería un reflejo rutinario en cualquier democracia madura, pero atento a los antecedentes pareció un gesto ideado por Mandela. A Cristina la oímos con cuentagotas. Cuando decide explayarse, como en la inauguración de las sesiones del Congreso, se extravía más en la nostalgia de la autocelebración de hazañas improbables que en el ataque a sus rivales. Ahora se empiezan a admitir las cifras de la economía, durante años garabateadas a la marchanta; se celebran los pagos de viejas deudas internacionales; se les pide “racionalidad” a los gremios que claman aumentos acordes a la inflación. ¿Es un giro en toda regla o una pausa táctica? Difícil saberlo. La Argentina es un país inestable, en el que se cocinan fuertes tensiones sindicales y descontento social por las incontables grietas del modelo. Tal vez el espejo de Venezuela vino al rescate de la Presidenta, al mostrar hasta dónde debe estar dispuesto a mancharse las manos un gobierno autoritario para persistir en su aislamiento y mantener sus privilegios en días de hartazgo ciudadano. Quizás hayan sido los buenos oficios de Jorge Bergoglio, constructor de una sigilosa red de contención a la que Cristina se arrojó con una confianza que hubiera sido impensable hace un año, tanto que sufrió con la elección del Papa argentino. ¿O será apenas que está pesando el proverbial pragmatismo kirchnerista? Ya ni siquiera se asemeja a una tragedia griega entre los cristinistas la opción de Daniel Scioli como sucesor en 2015. Al fin y al cabo, se convencen, después de convivir una década no puede ser tan grave lo que los separe. No será la primera opción; tampoco es el infierno. Seguramente se le opondrá en las primarias un kirchnerista marca blanca –llámese Urribarri, Capitanich, Zamora–, pero en la Casa Rosada ya no se imaginan la rivalidad contra Scioli como una jihad política. La concordia se pregona incluso en Santa Cruz: el renovado amor hacia el gobernador Peralta muestra hasta qué punto es vital blindar un despacho que da acceso a una caja fuerte repleta de secretos. No deja de ser una muestra descarnada aunque lógica de instinto de supervivencia. La incógnita es si el kirchnerismo triunfará en su empeño otoñal; si la próxima encarnación del peronismo, más allá de cambios de formas, mantendrá la línea de autoritarismo, centralismo y falta de transparencia que acompañaron los últimos 11 años de su reinado. ß
g No se puede contra la inmensidad del mar Por Héctor M. Guyot | Foto Luong Thai Linh/ EFE litoral marítimo de vietnam, 11 de marzo de 2014. Hay misterios que nunca se resuelven. El caso del vuelo MH370 de Malaysia Airlines, que tuvo al planeta en vilo toda la semana, podría ser uno de ellos. Al menos eso se decía el jueves, mientras yo cerraba estas líneas y luego de que se descartara que los restos flotantes encontrados por satélites chinos pertenecieran a este Boeing 777 que desapareció el sábado anterior con 239 personas a bordo. ¿Puede un avión desvanecerse sin dejar rastros? Hace unos días, este diario publicó una nota sobre la angustiosa búsqueda con un título memorable que, en estos tiempos, es todo un ejercicio de humildad: “La supertecnología no
HuMor
puede contra la inmensidad del mar”. Esta foto, de una simplicidad maravillosa y desoladora, también nos habla de las severas limitaciones de nuestra condición. Desde la ventanilla de un avión de las fuerzas armadas de Vietnam que sobrevuela las aguas cercanas a la isla de Sumatra, la mujer busca los restos de la aeronave que se perdió en algún punto entre Kuala Lumpur, de donde despegó, y Pekín, donde debió haber llegado. El cuadro está partido en dos. A la derecha, lo conocido. A la izquierda, lo desconocido. Como rendida ante la luz, y en la hermética vastedad de lo que hay allá afuera, ella busca una señal, una huella, un signo reconocible. Mira y mira, en la callada es-
peranza de que más allá del vidrio algo se revelará. De este lado, el de la oscuridad, las certezas son siempre provisionales. Del otro, siempre, y más allá del resultado de la búsqueda, prevalecerá el misterio. Si se encontraran los restos del avión que hasta ahora había escapado de todos los radares, otras preguntas sobrevendrán. ¿Qué ocurrió exactamente durante ese vuelo? ¿Por qué les tocó estar allí a esos 239 pasajeros y no a otros? Como esta mujer ante la ventanilla, así nos pasamos la vida: sondeando, desde lo conocido, el inmenso mar de lo desconocido, preguntándonos qué habremos de encontrar allí o buscando acaso aquello que hemos perdido. ß
DeSDe eL MarGen
Escenas de una guerra que continúa, invisible en el tiempo Fernanda Sández
—PARA LA NACION—
Patrick Chappatte/ nzz, Suiza La mirada rusa sobre el referéndum en Crimea para unirse a Rusia: “Somos los observadores internacionales”.
Bill day/ Cagle Cartoons Algunos miembros del Congreso norteamericano también estuvieron en la agenda de vigilancia de la NSA.
s
e mira en el espejo del tocador. Se acomoda el pelo. No sonríe. Mira todo por última vez y cierra con llave. Pasan los días. Pasa la guerra. Pasa la ciudad en triunfo, y liberada. Pero ni el eco de todo eso cruzará de este lado de las cortinas. El departamento está en hibernación. Y así se quedará por setenta años. Añorando en secreto a la fugitiva que, en un insólito ritual de amor, seguirá pagando puntualmente los impuestos de ésa, su casa, en uno de los barrios más caros de París. La historia de madame de Florian es, por estas horas, conocida: una mujer huye de su casa cuando la guerra amenaza con tomarla. Cualquiera que haya tenido la oportunidad de volver a entrar en la tienda Harrods de Florida luego de su clausura sabe de qué se trata: de ese clima pesado, de silencio líquido, que suele crecer en las casas tapiadas. Lo que queda de las cosas –y de las casas– cuando no hubo tiempo para las despedidas. Luego de la muerte de la mujer, alguien decidió darse una vuelta por allí. Y se topó con una polaroid de una ciudad –un mundo– que ya no existe.
Pinturas, esculturas, maderas, pájaros embalsamados con técnicas que también se han perdido, muebles y hasta un absurdo muñeco Mickey Mouse fueron del inventario. Hace dos años llamaron a su puerta. Abrió de inmediato, y se arrepintió de inmediato, también. En segundos, una treintena de hombres hormigueó por su departamento. Cornelius Gurlitt –ochenta años, coleccionista y mercader de arte, solo en una casa-museo difícil de adivinar desde el exterior– supo entonces que su paraíso empezaba a desvanecerse. Los oficiales se lo llevaron todo: obras de Chagall, de Matisse, de Kirchner, de Picasso. Más de 1400 piezas valuadas en más de mil millones de euros, llamadas “el tesoro de Munich”. Gurlitt dice que fueron de su padre, un marchand famoso en los años 20. Y que no hay vínculo alguno entre esta colección, el nazismo y las obras robadas por aquel entonces a decenas de familias judías. Asegura que su padre no quiso más que salvar tanta maravilla de la destrucción a manos de las tropas rusas. Eso fue lo que lo llevó a esconderla en su domicilio particular. A colgar piezas de Degas en el comedor, a suspender un Courbet en el cuarto de su hijo. A sustraerla para siempre del mundo. El departamento de París y el de Mu-
nich comparten bastante más que la belleza y la guerra. Antes que por eso, se parecen por ser, los dos, cápsulas del tiempo. ¿Es acaso casual que hayan florecido en el mismo momento? Seguramente no. Tampoco lo es que –por esa misma época– alguien llamado Thornwell Jackobs, del otro lado del mundo, haya pensado en crear la primera cápsula del tiempo de la que tengamos memoria, y con la misma idea de atesorar al menos parte de la cultura de Occidente en un reducto secreto. Reunió las obras completas de Shakespeare, música, libros de todo tipo, dibujos, mapas. Guardó todo en una universidad que semeja un castillo amurallado y llamó a su tesoro “La cripta de la civilización”. ¿Por qué lo hizo? Porque –ya en 1936– presentía que el mundo como lo conocíamos dejaría de existir después del nazismo. Que nada podría ser igual en caso de que Hitler llegara al poder. A su modo, hoy dos departamentos le dan la razón. Son, en su condición de cápsulas del tiempo, la prueba de que la profecía se ha cumplido. Que la gran guerra terminó, sin por eso cesar porque no hay catástrofe que termine nunca del todo. Ahí, entre esas paredes, sigue librándose hoy una batalla antigua, que no es otra que el eterno combate por algo parecido a la verdad. ß