El desafío de la Presidenta

No sólo en la Argentina. Las fechas 2007-2009 y ... América precolombina no se extinguió por las ... para pasar de la anécdota a la historia. Está en puertas de ...
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OPINION

Miércoles 7 de diciembre de 2011

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CRISTINA KIRCHNER, A LAS PUERTAS DE SU SEGUNDO MANDATO

LIBROS EN AGENDA

Bellessi, en la intimidad SILVIA HOPENHAYN

H

PARA LA NACION

AY autores cuyos nombres ya expresan las cualidades de su obra. Diana Bellessi, por ejemplo. Con sólo nombrarla, parecen brotar palabras de los árboles, de una nube abandonada, de algún arroyo secreto o de las manos tibias de una niña. Es raro el efecto. No ocurre con todos los escritores. Pero a veces pasa. El nombre basta para que las palabras se acerquen. Otro ejemplo: Lewis Carroll. Ya del apellido (elegido por su autor, dado que se llamaba Charles Lutwidge Dodgson) emerge un conejo comiendo una zanahoria. Carrot. ¿Serán las dobles letras que facilitan el susurro de la lengua? Para jugar con lo dicho, Bellessi embeleza. Y esta vez lo hace con un libro nuevo, distinto, muy personal y también abierto. La pequeña voz del mundo (Taurus) es resultado de varios apuntes sobre el quehacer poético. Está divido en dos etapas, desde 1998 hasta el 2003, y luego, desde 2004 hasta 2010. A modo de breves ensayos, Diana Bellessi va recorriendo diferentes momentos de la creación, pero no desde lo académico ni lo estrictamente formal (aunque abreva en las formas), sino a través de lo perceptivo, la naturaleza de las palabras, la experiencia y el juego con ellas; la escucha. Así descubre esa voz a la que alude el título, la pequeña voz que irradia sentido y canta, la de la poesía. Una voz lírica, que “halla la intimidad del yo”, y no revelaremos dónde… En la segunda parte, los ensayos llevan por título la señal de una indagación. En “La intimidad del habla”, Bellessi afirma que “la experiencia de la poesía surge muy tempranamente en la vida del ser humano, un momento antes de la apropiación del lenguaje, cuando agrestes aún nos expresamos en el grito, el llanto, la risa… Allí sabemos que el lenguaje canta y que no proviene sólo de nuestra cabeza, sino también de nuestro cuerpo, del rumor de la sangre y el hálito de nuestra respiración”. También en este capítulo se hace referencia a 2000 como año bisagra, en el que “poetas de varias generaciones y diferentes experiencias históricas y biográficas acompañaron las marchas y los acampes”. En “La lírica vuelve a casa”, Bellessi anuncia un amoroso porvenir: “Cuando pienso en lo lírico, pienso en eso que está hecho con casi nada, de una gran fragilidad y desnudez, pero que, por alguna razón, tiene en esa intemperie la capacidad de establecer un puente directo con el otro. La lírica es el gesto más impúdico que uno pueda imaginar. Lo que a uno le da vergüenza decir, eso que nunca diría, es el gesto lírico que se pronuncia en el verso, es el canal que liga un alma humana con otra”. Desde esa relación, Bellessi apuesta a los otros: a lo largo del libro va nombrando poetas y transcribiendo versos, ya sea de los que la precedieron, la acompañan o ella misma vislumbra. El último ensayo, “La experiencia de la poesía”, es una verdadera invitación, a la manera de un convite: del canto al baile, de la comunicación a la comunión. Una fiesta al ritmo del significado. © LA NACION

El desafío de la Presidenta ABEL POSSE

A

VECES imagino a nuestra presidenta ante el escritorio del avión en sus frecuentes viajes hacia El Calafate. El poder agota e invita a la huida. En la cabina, ante la mesa con recortes e informes debe de sentir el alivio de la soledad y, a la vez, la acosadora “soledad del poder”. Si alrededor de mayo sintió fuertemente el llamado de concederse la tranquilidad, con sus hijos, en agosto recibió, como si le hubiesen negado sus esperanzas de justa paz, la fatiga y la gloria de ser reelecta por aclamación. Tiene oficio de halagos y obsecuencias. Sabe que las mayorías a veces son gaseosas o expresiones situacionales. No sólo en la Argentina. Las fechas 2007-2009 y agosto y octubre de 2011 demuestran una increíble sinusoide de volatilidad. Lo que se perdió en agosto se recuperó en octubre. Un peronismo que ya es más bien costumbre sin doctrina ni pasión. La Presidenta es realista y “no se la cree”. (No necesita, como los vencedores al entrar en Roma, un esclavo que le repita “recuerda que eres mortal”.) Allí, cruzando otra vez ese tambor de piedra horadada de la Patagonia como una compensación de la placidez de la pampa húmeda, irán apareciendo los rostros de la corte y el desafío de los problemas. ¿Cuál es la realidad que dicen que es la única verdad? Ante la perplejidad de decidir sólo tienen respuestas irrefutables los que no tienen que decidir. La corte es un club de caras repetidas: los eficientes, los interesados, los honestos débiles, los imaginativos, los chantas, los inescrupulosos útiles, los mediocres activos y los inteligentes o sabios que no suelen ser activos, los muchachos de La Cámpora con más voluntad que experiencia... Seguramente, la Presidenta conoce al dedillo la corte provinciana que heredó sin modificarla en lo esencial, pero probablemente siente que ya no es heredera, sino protagonista plena y que el agobio y la esclavitud del poder sólo se curan con pasión y creatividad corajuda. ¿Cómo ser presidente y manejar o cambiar esa realidad esquiva del fervor frío del interés cortesano? ¿Cómo iniciar una etapa nueva, fuera del zoológico conocido? ¿Cómo imponer la intuición creadora por encima del estereotipo y la probada repetición? ¿Continuar cobijando lo mismo de siempre y los rostros de todos los días o nacer políticamente a un nuevo ciclo

PARA LA NACION

pasando de la costumbre segura a la creación propia? ¿Repetirse o existir? Desde octubre de 2010 terminó su larga vicepresidencia. La historia se detiene ante sus elegidos, pero sólo para ser. ¿Ser o repetir? ¿Apostar a lo grande o reiterar en el relato imaginario y el vagón de los interesados y aprovechadores? ¿Ser para la Nación como totalización ontológica, o fidelidad al sector mínimo aunque ocasionalmente mayoritario y a las lealtades castradoras? Todo entorno quiere seguir y busca la inmovilidad conservadora del príncipe (la abeja reina esclavizada por los zánganos de Konrad Lorenz). Ellos son los dueños del “relato” triunfalista. Crean el infinito folletín de la felicidad imaginaria. El tapiz verde empieza a amarillear. Nace el universo de piedra quebrada desde los Andes hasta el mar y los hielos finales. División geográfica que parece concordar con la eterna quebradura política de los

La Presidenta, que ya no es heredera, conoce muy bien la corte provinciana que heredó sin cambiarla en lo esencial argentinos, desde la primera semana del 25 de mayo de 1810: saavedristas y morenistas, unitarios y federales, rosistas y constitucionalistas, porteños y provincianos, conservadores y radicales, peronistas y contreras, kirchneristas y el “resto del mundo”. Nunca la prioridad de la Nación ni políticas nacionales ni respeto. Más bien un eterno Boca-River de rencor estúpido. Siempre anduvimos a contra-mundo, incluso con Perón hasta su retorno del 73. Como ingenuos inveterados pretendíamos para el mundo un capitalismo dadivoso y un socialismo sin la criminalidad de Mao y de Stalin. Jugamos hipócritamente a la solidaridad con los condenados de la tierra, pero con corbata de seda y una vida fácil y feliz. Hoy somos uno de los diez países más privilegiados por la producción agroalimentaria. Sólo aprovechamos el 30% de nuestro potencial, todavía. La Presidenta ve sobre la mesa, entre la pila de informes y recortes de siempre, el lomo del libro del pensador alemán que le trajo su amigo el filósofo. Ese autor ya en 1932, cuando el mundo se sumergía en los peores odios, advirtió que sólo los capa-

ces de crear y acumular riqueza podrán crear justicia social. Proponer justicia sin riqueza es terminar como Cuba, como nación becaria y moralizante, como un eterno progre catalán. El pensador alemán advirtió que las superpotencias de turno crean un orden ineludible en el mundo, un nomos, como el del Imperio Romano, o los siglos de la cristiandad o la explosión tecnológica. En cada situación, hay que aprovechar económicamente el signo del tiempo sin marginalizarse. La respuesta nacional debe ser dura en la educación, en la cultura, en los factores espirituales. Eso es el rescate y la transformación: no dejarse invadir por la subculturización globalizada, este sí es el fin. América precolombina no se extinguió por las cosas, sino por el teocidio, cuando le robaron sus dioses. El Estado fracasa en las parcialidades y triunfa históricamente cuando unifica en voluntad de Nación la voluntad de todos. Ese filósofo alemán dijo que “el soberano es el que decide en la situación excepcional”. La Presidenta está sola con el poder y tendrá que convocar a todas las fuerzas para pasar de la anécdota a la historia. Está en puertas de poder sublimar la melancolía de la soledad y de la repetición en re-nacimiento, suyo y de un país ansioso de resurgir de la decadencia moral y de aprovechar sus riquezas indudables. Necesita sentir la verdad apasionante e impulsora de una Nación en marcha enfrentando la legalidad claudicante, la pobreza oculta, la sidra a tres pesos, la criminalidad sin respuestas que garanticen a los justos y corrijan a los desviados. El país que esconde la basura bajo la alfombra y comunica que la canasta navideña costará este año 11 pesos. No puede haber continuidad de lo malo. Sólo afirmación de lo bueno y la ruptura con esos dos demonios acosadores: la nostalgia de la revolución socialista fracasada de los tiempos adolescentes y el miedo a esa realidad implacable del capital (estatal, privado, siempre ineludible) que aunque estando en vergonzosa crisis puede asegurar a la Argentina el retorno al primer plano, como Brasil, en el concierto mundial. Instrumento fundamental para, incluso, crear el pensamiento y la conciencia de una nueva socialidad que requiere un capitalismo casi implosivo y amoralmente excluyente. El avión empieza a dejar atrás la lejana visión del hosco mar de la guerra que

perdimos junto a las merluzas y al petróleo. El mar, eternidad móvil, siempre recomenzada, de patria irredenta que nos cuesta mirar de frente porque sabemos que espera nuestro coraje. La Presidenta conoce ya los vientos y turbulencias de la ruta tantas veces recorrida con calma o intemperie y, como siempre, se admira al reencontrarse con el misterio de belleza de los enormes lagos con sus lejanos reflejos de plata como medallones de un dios, raramente equitativo, que hubiese querido compensar la tremenda rispidez patagónica. Y por fin el glaciar, ese dios antiguo como el tiempo cósmico. Una sonrisa blanquísima en el atardecer, como saludando el zumbido de los motores en descenso. Y el premio del abrazo de los hijos, de los amigos. El sosiego de la casa, las anécdotas y comentarios en la mesa. Las risas, la copa de vino. Luego las llamadas telefónicas ineludibles que responde recorriendo

Hay que romper con la nostalgia de la revolución socialista y el miedo a esa realidad implacable del capital los espacios de la casa que siente todavía como irremediablemente vacíos. Serán las últimas horas de reflexión antes de retornar para la ceremonia. ¿Se animará a unificar todos los factores del potencial en un solo haz de fuerza nacional para ser ricos sin hipócritas complejos y desde el enriquecimiento realizar la reconstrucción educativa y cultural de un país profundamente enfermo? Sólo una gran patriada puede librarnos de la crispación paralizante. Arranque corajudo de gobierno con casi unicato de poder y con la responsabilidad de dirigir todo un país, grande y malcriado que no aprendió a ocupar puestos de segunda. El Estado y su pueblo, además, deben enfrentar la mayor crisis económica del mundo y mutaciones inimaginables en los 70, como que la China comunista (capitalista) atesore los bonos de Estados Unidos y colabore para solucionar la crisis europea. © LA NACION El autor es escritor y diplomático. Su novela más reciente es Noche de lobos

De Dorrego al Uruguay de hoy JULIO MARIA SANGUINETTI PARA LA NACION

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MONTEVIDEO

NA bienvenida ola de protestas ha despertado la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico. Simplemente es un abuso de poder que desde el gobierno –cualquier gobierno– se consagre de modo oficial una corriente historiográfica particular y se imponga un derrotero académico de específica reivindicación de ciertas figuras históricas, en obvio desmedro de otras. Un acto de esta naturaleza se inscribe en esa patología tan difundida de usar el pasado con fines políticos presentes, mediante una visión en blanco y negro entre buenos buenísimos y malos malísimos. Paul Ricoeur reconoce que “debemos a los que nos precedieron una parte de lo que somos”, previniéndonos, sin embargo, sobre el abuso de la memoria, cuando se impone “una dirección de conciencia que se proclama a sí misma portavoz de la demanda de justicia de las víctimas. Es esa captación de la palabra muda de las víctimas la que hace cambiar el uso en abuso”. Esto se ha visto reiterado hasta el hartazgo en los últimos años, con respecto a una historia reciente que tanto en la Argentina como en Uruguay ha sido usada

subrayando los inexcusables horrores de los crímenes de las dictaduras militares, pero al mismo tiempo soslayando los no menos inexcusables de las guerrillas marxistas o estructuras paramilitares. En este caso, al remontarse a los orígenes mismos de nuestras repúblicas se incurre en un segundo exceso: ignorar lo que ha avanzado la historiografía rioplatense en los últimos años para no seguir repitiendo la visión maniquea que nos legó el pasado político, unitarios y federales en la Argentina, colorados y blancos en Uruguay. En esa óptica, la historiografía uruguaya, aun de filosofía liberal, no ha sido condenatoria del fenómeno caudillista, expresión social inevitable de tiempos inorgánicos en que el desplome de la administración española había dejado estas tierras sin una estructura capaz de gobernarse. Esa visión proviene de que la nacionalidad uruguaya se funda en un Artigas caudillo rural, pero de una profunda convicción institucionalista, que legó a sus más importantes continuadores. El hecho histórico es que la independencia uruguaya fue el resultado de un proceso progresivo de autonomía, que comenzó en

tiempos coloniales en una rivalidad portuaria de Montevideo con Buenos Aires y luego se fue configurando, a partir de 1810, en las visiones contradictorias que de la Revolución de Mayo emergieron. Artigas fue claramente independentista de España, inequívocamente republicano, fervoroso demócrata y defensor de una idea confederativa, que, inspirada en los Estados Unidos, uniera provincias respetando “la soberanía particular de los pueblos”. De sus desencuentros con los gobiernos de Buenos Aires, y de los que le sucedieron después, ya con él desaparecido de la escena desde 1820, cuajará en 1828 la independencia de nuestra República Oriental del Uruguay. Y bien: para el “revisionismo” argentino y sus seguidores uruguayos, que los hay, esta República nuestra, con casi dos siglos de historia, es un invento de la diplomacia británica y no el resultado de una lucha patriótica de 17 años, incomprendida –desgraciadamente– por gobiernos de Buenos Aires que hicieron inevitable su independencia política. Por eso nos preocupa cuando se ubica al general Dorrego como emblema, respetabilísima figura sin dudas, pero el comandante de la fuerza militar que en 1815 pretendió

someter al artiguismo y fue en buena hora derrotada por Artigas, Rivera y Lavalleja en la histórica acción de Guayabos. El mismo general, incluso, que cae acusado de debilidad frente al Imperio de Brasil en ocasión de la independencia uruguaya. Del mismo modo, nos preocupa cuando la señora presidenta de la Argentina dice: “Nosotros perdimos en Caseros. Ellos ganaron la Guerra de Secesión y por eso fueron la potencia industrial más fuerte del mundo”. ¿Está queriendo decir que la Argentina perdió su guerra de “secesión”, en recuerdo de que Rosas nunca reconoció la independencia paraguaya y pretendió ejercer su hegemonía sobre el Uruguay, aprovechando las diferencias de los caudillos uruguayos? Aun sin agitar ningún fantasma de una Argentina intervencionista, no deja de ser preocupante traer a nuestra situación de hoy estos conflictos del pasado en una clave que, mirada desde la otra orilla del Río, suena a “Uruguay provincia”. Por cierto nuestra formación republicana pudo ser otra. Para unos y para otros. Pero fue lo que fue. Y dos siglos después, tan irreversible es la Argentina como Uruguay, o Paraguay, o ese Brasil que logró

mantener unidos todos los segmentos de su estructura colonial como no pudo ser entre nosotros. Todo ello es definitivo y el Uruguay no sólo demostró su viabilidad preservando su independencia, sino que, además, fue un reconocido éxito, hasta no hace mucho considerado pionero en desarrollo político y social. La historia debe hoy ser respetada para comprender mejor nuestros procesos, para reconocer por qué somos como somos y no para reinstalar esquemas que nos enfrentan. Mucho ha avanzado la historiografía. San Martín no precisa reivindicación. Artigas tampoco, ni aun en la Argentina, desde que Félix Luna lo ubicó como caudillo fundacional del federalismo. Los imperios de entonces no son las potencias de hoy. El estudio de nuestras sociedades ha enriquecido notablemente en los últimos años la mirada del pasado. Dejemos, entonces, a la historia en su ámbito. Dejémosla en la academia y en el debate abierto, en la investigación y en nuestra búsqueda constante de explicaciones e inspiraciones. Pero no la usemos desde el Estado para dividir y dividirnos. © LA NACION El autor fue presidente del Uruguay