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espectáculos
| Domingo 29 De junio De 2014
Dos nuevas compañías, muy distintas realidades danza. Durante la gestión kirchnerista se crearon el Ballet Nacional y la
Compañía Nacional de Danza Contemporánea, ambos cuerpos estatales Alejandro Cruz LA NACION
Durante la actual gestión kirchnerista se formaron dos grupos de danza estatal: el Ballet Nacional de Danza, que dirige Iñaki Urlezaga, y la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, que dirige Cristina Gómez Comini. La primera se creó este año. La segunda, en 2010. Entre ambas hay poca o escasa comunicación. Quizá se deba a un hecho político/administrativo: la que está en manos de Iñaki depende del Ministerio de Desarrollo Social. La segunda, de Cultura. ¿Por qué el ballet depende de Desarrollo Social? Contesta Urlezaga: “Primero, ¿por qué no? Y, segundo, es porque el proyecto está encarado desde otro lugar. No sé qué pasaría si dependiéramos de Cultura. Esto es un proyecto absolutamente federal y todas las cosas que han sucedido en Cultura no han tenido ese espíritu. Calculo que depende de Bienestar Social porque forma parte de otra ideología”. El ministerio que dirige Alicia Kirchner fue el que convocó a Iñaki para dictar clínicas en Buenos Aires y en el interior del país. “La respuesta fue muy buena, pero ese accionar era algo esporádico. Llegado el momento, me propusieron hacer algo de carácter más estable y ahí fue que nació la idea de fundar esta compañía. La ministra nos dio el sí para que todo esto, que cuesta muchísimo dinero, pueda existir”, apunta el bailarín. El dato sobre el presupuesto anual, más allá de los insistentes pedidos, no se pudo obtener. En los planes de la compañía está el contar con 60 bailarines. Hasta el momento, son 55 que van de los 18 años (un joven de La Plata) a los 34 (otro –menos– joven de General Roca). En total la compañía está formada por casi 100 personas. Todos tienen contratos anuales. O sea, poco de estable. Dependerá de futuras administraciones si esta frágil estructura logra adquirir un reconocimiento institucional propio. Sin embargo,
Dios se lo pague, reciente producción del Ballet
Sansón, de Diana Szeinblum Urlezaga destaca un dato: “En el Centro Garridós, de la Paternal, se está adecuando un lugar en donde tendrá su sede la compañía, que contará con 3 salones, 4 vestuarios, oficinas y una cocina. Y tenemos mucha ilusión de formar parte del futuro Centro Cultural del Bicentenario [ex Palacio del Correo] y presentarnos ahí”. Como no depende de Cultura, el Ballet se presenta en el Teatro Coliseo, sala privada de costoso alquiler, y no en el Teatro Nacional Cervantes, la única sala nacional que hay en Buenos Aires (y en el país). En el Coliseo estrenaron los dos espectáculos. El último se llamó Dios se lo pague. “La gente tiene la posibilidad de ver un espectáculo que es igual o superior a los que presenta el Teatro Colón”, afirma, sin muchas vueltas, el bailarín.
Compañía Nacional de Danza
Ballet Nacional de Danza
Depende del Ministerio de Cultura de la Nación Dirección artística: Cristina Gómez Comini Fundación: 2010 Integrantes: 20 bailarines
Depende del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación Dirección artística: Iñaki Urlezaga Fundación: 2014 Integrantes: 60 bailarines
min. de desarrollo social
ramiro peri
A lo largo del año, el plan del Ballet Nacional de Danza (o Danza por la Inclusión, como a veces se lo presenta) es ofrecer 4 títulos y 24 funciones en el Coliseo e igual cantidad de presentaciones en el interior. A esa actividad se le suman clínicas, capacitaciones de maestros y formación de alumnos. Los modernos La Compañía Nacional de Danza Contemporánea es el otro grupo que se formó en estos tiempos. Las diferencias entre ambos son notables. El germen de este grupo está ligado a los reclamos de los bailarines del Ballet Contemporáneo del San Martín, que dirige Mauricio Wainrot, de mejoras en las condiciones de trabajo. En medio de esa disputa, varios
de ellos (intérpretes notables, premiados y de inobjetable calidad) se apartaron del grupo y formaron, en 2008, Nuevo Rumbos. En 2010, este colectivo autogestivo pasó a ser un programa de la Secretaría de Cultura de la Nación. Devino en la Compañía Nacional de Danza Contemporánea. Su sede es el Centro Nacional de la Música y la Danza (antigua Biblioteca Nacional). Actualmente está dirigido por la bailarina y coreógrafa cordobesa Cristina Gómez Comini. Es ella la que hace un repaso del tiempo transcurrido : “La compañía nació con ideas bastante renovadoras en lo que hace a la organización interna. En el marco de la autogestión, siempre se movieron bajo el parámetro de una organización basada en el consenso en
el proceso de toma de decisiones. Al aumentar el plantel, decidieron hacer comisiones directivas y cuando el trabajo simultáneo de gestión y coreográfico se complejizó, los mismos bailarines, por votación, optaron por tener un director artístico”. Fueron ellos los que elaboraron una lista de los candidatos. Los ternados debieron elaborar un plan de trabajo por dos años y fue la ex secretaría de Cultura la que eligió a Gómez Comini, ex integrante del Ballet del Siglo XX, de Maurice Bèjart. Lo cual, en términos tanto de gestión cultural como forma de definir un rol directivo, es un modelo muy interesante. A lo largo de este año hicieron 30 funciones y estrenaron un espectáculo: Sansón, coreografía de Diana Szeinblum, en horario central. El segundo
será una coreografía de Lisi Estaras. Si bien este año se presentaron en Brasil, no pudieron hacer funciones en el interior del país. La deuda, se ilusiona su directora artística, la saldarán en lo que resta del año. Como sucede con el Ballet Nacional, realizan funciones gratuitas. A las obras le suman una variedad de talleres y presentaciones en lugares marginales. La Compañía Nacional de Danza Contemporánea está compuesta por 20 bailarines de diferentes provincias que rondan los 30 años. A esa planta hay que sumarle otras 15 personas que cumplen funciones administrativas y escenotécnicas. Los bailarines tienen un contrato anual de planta transitoria. Cobran un promedio de $ 7800, que incluye obra social, aportes y seguro. Cuentan con un presupuesto de un millón de pesos para la producción. En el juego de las diferencias y semejanzas entre una y otra compañía, Iñaki Urlezaga reconoce saber muy poco del anteproyecto de ley nacional de danza, que está en discusión en el Congreso. Conocedora de la ley, Cristina Gómez Comini apunta: “Terminaría de legitimizar nuestra actividad”.ß
Marrale y Suárez se sacan chispas en escena
fabián rizzo
teAtro
Ingenio y entrega el crédito. ★★★★ muy buena. autor: Jordi Galcerán. intérpretes: Jorge Marrale y Jorge Suárez. dirección: Daniel Veronese. diseño de vestuario: Laura Singh. diseño de escenografía: Alberto Negrín. diseño de luces: Marcelo Cuervo. producción general: Sebastián Blutrach. sala: El Picadero, Pasaje Santos Discépolo 1857). funciones: de miércoles a domingos, a las 20.30; sábados, a las 20.30 y a las 22.30. duración: 90 minutos.
U
n hombre llega a la oficina del gerente de un banco para solicitar un crédito. El primero asegura ser poseedor de un don magnético de seducción y que, en caso de no obtener el préstamo, se acostará con la mujer del ejecutivo. Tras esta amenaza, realizada en los primeros minutos de la acción, la obra cobrará un ritmo y una dinámica atroz. Pocas veces ocurre que una comedia y producción de esta clase (por la calidad y prestigio de sus intérpretes y realizador) arranque tantas risas –e incluso aplausos– durante la obra, un código quizá propio de otro tipo de teatro. El crédito es una comedia popular de cabo a rabo. Jorge Suárez es un actor superior. Pasan los años, pasan los personajes, y pareciera que cada criatura que interpreta hubiese sido escrita para él (sea Freud, Homero Manzi o un hombrecito gris). Despliega una batería de recursos con sus tics, titubeos, posturas e inflexiones y logra sostener el enigma y la tensión: ¿Es cierto que posee tal don? Marrale impone solidez con su sola presencia y muestra una faceta suya no tan conocida en teatro: la comedia. Hay una escena imperdible de este actor: el momento en el que, acorralado en un rincón del sillón, es tal su pánico y ansiedad
que queda suspendido en el aire durante algunos segundos, como evitando tomar contacto con la realidad. No hay ni morcilleo ni improvisación –ni micrófonos– y este respeto al texto y esta exigencia interpretativa y vocal, sumada a la cercanía física con el público que celebra cada gag, exige de los actores una gran entrega. Daniel Veronese –el mismo que realiza magníficos palimpsestos con las obras de Chejov– dirige esta comedia sobre el encuentro azaroso de dos seres desesperados. Apostó por una adaptación bien argentina del texto (desde el léxico y con otras menciones), un acierto que aporta comicidad a una pieza que es un auténtico duelo retórico. Veronese logra mostrar el contrapeso del poder entre estos seres de modo sutil (por ejemplo, quien tenga el mando de la situación colgará su saco en el perchero) en una obra que marca su regreso al universo de Jordi Galcerán, el mismo de El método Grönholm, sobre los recursos (in) humanos. Ahora, el catalán se sumerge de modo desopilante en el mundo de la negociación (disciplina que se estudia de modo académico) y, a su vez, y con microscopio, los abusos que cometen quienes detentan el poder, no importa cuál sea su dimensión.ß Laura Ventura