PALABRAS EN JUEGO | PLURALIDAD DE SENTIDOS
Distintas maneras de expresar melancolía Orhan Pamuk habla de hüzün para referirse a las aflicciones espirituales; el autor de Sombras nada más cuenta que en Nicaragua llaman cabanga a la nostalgia por lo perdido y reflexiona sobre la batalla constante de la memoria contra el olvido Pamuk en Estambul
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n su libro Estambul, memoria y la ciudad, Orhan Pamuk busca explicar y describir la palabra hüzün, que vendría a significar melancolía. Palabras como esa son como espejos de feria que devuelven de POR SERGIO RAMÍREZ manera múltiple la imaPara La Nacion gen semántica, pues más Managua, 2007 que significados que pueden anotarse ordenadamente en la entrada de un diccionario, encarnan sentimientos. Hüzün, como Pamuk explica, tiene sus raíces en el Corán: el profeta escribe que el año en que perdió a su esposa Latice fue para él el año de la melancolía. Un sentimiento de dolor ante algo que la memoria busca recuperar, y de esa búsqueda solo queda el fruto de la melancolía. Melania kolis, el derrame de la negra bilis que ensombrece los rostros, según los viejos cánones médicos de los griegos para explicar los malestares del alma como resultado de alteraciones de los humores del organismo. La pasión negra
Hüzün, dice Pamuk, no es un estado de gracia ni un concepto poético, sino una enfermedad, y tiene que ver no solamente con la pérdida o la muerte de un ser querido, sino también con otras aflicciones espirituales. El amor melancólico por una ciudad, por ejemplo, transformado en necesidad. Podríamos leer hüzün como saudade, la palabra del portugués que hemos adoptado en español. Pero en Nicaragua usamos un término singular para designar la melancolía o la nostalgia por lo perdido, y que abarcaría con ventaja todos los significados del hüzun de Pamuk y los de saudade: cabanga, que proviene de kaobanga, del idioma africano shanga. Estar acabangado, morirse de cabanga por el ser amado que nos dejó y tememos, o sabemos, que nunca más podremos recuperar su presencia a nuestro lado. El dolor frente al abandono amoroso, convertido en apremiante desesperación. Cabanga es la materia de que están hechos los tangos. Pero también sentimos cabanga por la tierra lejana, vista desde la ausencia obligada, éxodos o exilios, y en los dos casos, ser amado o tierra lejana, se trata de un sentimiento que, más allá de la melancolía
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que lo engendra, va hacia la exaltación romántica, y nuestra idea de la felicidad interrumpida aleja de la memoria todo defecto en aquello que perdimos, que más bien se ilumina con el esplendor del recuerdo de la perfección. El amor perfecto, la ciudad perfecta, que porque no está más nos quita ahora la paz y nos hunde en el desasosiego. Pero la verdadera perfección de este sentimiento está, más bien, en la imposibilidad de recuperar lo perdido. Es la manera en que la cabanga, animal insaciable, se alimenta a sí misma. Al fin y al cabo, la cabanga viene a ser una manera dolorosa de felicidad. Pamuk explica el hüzün como un mal común a los habitantes de Estambul, atrapados entre el borroso recuerdo de una lejana gloria y el incierto presente de una modernidad que huye hacia delante. Es el precio que se paga por vivir en la frontera donde se tocan y se rechazan dos mundos, dos ideas de civilización. El hüzün, como melancolía ante la identidad incierta.
Managua fue destruida dos veces en el siglo pasado. La generación de mis padres repetía de manera incesante el inventario de la Managua que sucumbió a las sacudidas y se perdió entre la polvareda de las casas de adobe que caían despanzurradas
Un mundo perdido que no se puede recuperar, pero cuyo espíritu vaga por calles y entresijos, iluminado por la luz mortecina de la nostalgia. Igual que los perfumes, que solamente pueden nombrarse dándoles una referencia: olor a rosa, a sándalo, a cuero viejo, a sudor, a hojas secas, a aguas estancadas, porque huyen de toda explicación por falta de sustancia; asimismo el hüzün que el propio Pamuk siente por su ciudad necesita de enumeraciones para intentar explicarlo. Y lo hace. Una larga lista de apuntes, que es como buscar descomponer en sus elementos esenciales un paisaje urbano con todo y sus gentes, y convertirlo en una tabla de referencias, algo a través de lo que puede lograrse una aproximación, pero nunca aprehender su totalidad. Pero cada uno de nosotros tiene su propio hüzün, su saudade, su cabanga por una ciudad, y siempre buscamos decodificar ese sentimiento en la mente. Puede estar frente a nosotros la ciudad amada, disolverse cada tarde en el crepúsculo o vivir en un depósito
TOLGA BOZOGLU / EFE
privilegiado de la memoria. Y siempre jugaremos a desentrañarla, como quien repasa una vieja colección de tarjetas postales que nunca dejará de crecer, sino con la muerte. La ciudad, nuestra ciudad, que cada día entra más en el pasado, nuestro propio pasado, la vemos alejarse en el horizonte, tragada cada vez más por la niebla, y entonces hacemos nuestra lista: gritos perdidos de niños que juegan en el patio de una escuela, el graffiti en una pared, la estela de un avión que cruza el cielo con rumbo desconocido, las luces que se encienden en la marquesina del cine de la esquina, los autobuses atestados de gente que regresa a sus hogares, un ensayo de piano o de clarinete tras una ventana, el ulular lejano de una sirena en medio de la noche, el llanto desconsolado de un borracho solitario, los pasos de una pareja que se aleja acera abajo. Managua, desde donde escribo, fue destruida dos veces en el siglo pasado, el miércoles santo 31 de marzo de 1931 y el 22 de diciembre de 1972, vísperas de la Navidad. La generación de mis padres repetía de manera incesante el inventario de la Managua que sucumbió a las sacudidas aquel ardiente mediodía y se perdió entre la polvareda de las casas de adobe que caían despanzurradas, y luego entre el fuego de los incendios. Miles de muertos, tierra arrasada. Los marinos de las tropas de ocupación de los Estados Unidos remataban después con un tiro de gracia a los heridos atrapados entre los escombros. Y en aquella lista había calles apacibles, esquinas felices, pensiones mortecinas, comiderías bullangueras, tiendas de turcos, iglesias solitarias, sorbeterías de moda, mercados atestados. Y el juego favorito de quienes la vivieron viva, es otra vez la lista, el inventario, cada vez que se encuentran, el recuento de todo lo que se volvió para siempre invisible, calles apacibles, esquinas felices, casas de vecindad, oficinas, hoteles, cines, burdeles, bares, una discusión de pronto porque no hay acuerdo sobre un lugar preciso. Ejercicios constantes en contra del olvido, la terquedad infinita de recuperar lo perdido recordando. El hüzün sin consuelo. Saudade para siempre. La cabanga perfecta. Los dioses que siempre te abandonan a tu propia memoria, como en el poema de Cavafis: Dile por fin adiós a Alejandría que se marcha, y sobre todo no te engañes y no vayas a decir que fue un sueño, que se confundió tu oído… © LA NACION