Viernes 8 de marzo de 2013 | adn cultura | 3
CróniCas de la selva
Celebración de la memoria Una novelista española confiesa el placer que le causa bucear en la historia para escribir sus obras y un fotógrafo argentino combate el olvido con su arte Hugo Beccacece | para la nacion
“Y
o hubiera estado encantada con publicar una primera novela de discreta tirada. Las cosas se dieron de otro modo.” Esa frase la pronunció la escritora española María Dueñas en la librería El Ateneo Grand Splendid, durante la presentación de su segunda novela Misión Olvido. La primera, El tiempo entre costuras, vendió casi dos millones de ejemplares y fue traducida a más de 25 idiomas. Antes de Dueñas, Gloria Casañas y Jorge Fernández Díaz se refirieron al nuevo libro. El autor de Las mujeres más solas del mundo elogió el modo en que Dueñas teje una trama cuyos protagonistas, seres de ficción, se recortan contra el telón de fondo, real y muy documentado, de la historia. En El tiempo entre costuras, ese telón de fondo era la España inmediatamente anterior a la Guerra Civil y el Marruecos de la época colonial. En Misión Olvido, la relación entre los personajes Blanca Perea y Daniel Carter se desarrolla en un campus universitario de California. Blanca, una profesora que ha sido dejada por su marido, viaja a Estados Unidos para olvidar, y se ocupa de poner en orden el legado de un hispanista que, en sus últimos años de vida, investigó las misiones franciscanas españolas en la Alta California de fines del siglo XVIII y principios del XIX. “Disfruto mucho del período de documentación para mis novelas”, dijo Dueñas. “Cuanto menos conocidas son las cosas que descubro, más me interesan. Y eso me ocurrió con el tema de las misiones franciscanas. También quise rendir un homenaje en mi libro a los profesores y escritores exiliados españoles que fueron los padres del hispanismo que ahora florece en las universidades de Estados Unidos.” La vida privada y la vida pública, la intimidad y la calle, se alternan de modo conmovedor en la exposición Mala memoria, del fotógrafo Daniel Merle. ¿Por qué “mala memoria” cuando esas imágenes son memorables por su calidad y por lo que documentan? “Siempre tuve mala memoria, las cosas se me escapan, por eso la fotografía me ayudó desde chico para que los momentos importantes, sobre todo los detalles de los momentos importantes,
no se me esfumaran”, le comentaba Merle a un amigo durante la inauguración de la muestra en la Fotogalería del Teatro San Martín. En las imágenes, aparecen dos niñas: Eulogia y Lucía, las hijas de Daniel, y superado un dilatado arco de tiempo, también se ve a su nieto. Al lado de ese álbum familiar, hay una serie de fotos sobre los que viven en la calle, los mendigos que ya ni siquiera mendigan, abandonados por todos. En esa misma serie, hay una imagen de una desolación profunda y no se trata de un pordiosero: es un anciano, de rasgos nobles, vestido con ropa modesta pero digna, sentado en un vagón de subte, la cabeza apoyada contra la ventana que da a la oscuridad de un túnel, la mirada herida por un dolor que viene de muy lejos y que se proyecta al futuro. El olvido que Merle combatió en esta muestra no sólo es el de su vida privada, sino también el de los argentinos, porque los rostros de ciudadanos que aparecen en las fotos de manifestaciones, en la City, frente a los edificios, son arquetipos, como el de un hombre envuelto en una bandera argentina en la época de la guerra de Malvinas. Hay recepciones que se ven sacudidas de modo imprevisto y hasta dramático por noticias ajenas al motivo de la reunión. Eso ocurrió en el cóctel ofrecido por el embajador de Francia, Jean-Pierre Asvazadourian a Bertrand Delanoë, el intendente de París. Se suponía que el agasajado estaría en el palacio Ortiz Basualdo a las 18.30. Llegó después de las 19.30. Su retraso era la consecuencia de un hecho no infrecuente. Cristina Fernández de Kirchner le había concedido una audiencia a Delanoë antes del festejo en la embajada. La agenda preveía con generosidad el tiempo de la charla entre ambos, pero lo no previsto (aunque previsible) fue la impuntualidad de la presidenta, que le reservó una larga espera a Delanoë. Esa espera fue compartida a la distancia por los numerosos invitados que lo aguardaban en la embajada: entre otros, Marta Minujín, Susana Rinaldi, Alejandro Katz, Claudia
presentó en Buenos aires su segunda novela, Misión olvido María Dueñas escritora
la muestra que exhibe en el teatro san Martín rescata su pasado familiar y detalles de la vida cotidiana Daniel Merle fotográfo
Caraballo de Quentin, Marion Eppinger, Edgardo Cozarinsky, Marcial Berro, Susy de Bary, Laura Buccellato, Norberto Frigerio, Roberto Laperche y, naturalmente, Aldo Herleau, el consejero cultural de la embajada, que oficiaba de anfitrión hasta tanto llegara Asvazadourian. Dos muertes producidas hacía apenas unas horas eran el tema de conversación obligada: la de Hugo Chávez (algunos pensaban que ése era el motivo de la impuntualidad presidencial) y la del director teatral franco- argentino Jérôme Savary. Uno de los presentes en el agasajo comentaba que unas horas antes Emilio Basaldúa, el régisseur, escenógrafo y ex director del Teatro Colón, lo había llamado para compartir la tristeza por el fallecimiento de Savary. Basaldúa conoció a Savary en 1976, cuando Emilio estaba becado en París. Después lo volvió a ver cuando Savary era director del teatro de Chaillot. Basaldúa le mostró un proyecto para la escenografía de El pato salvaje, de Ibsen, que debía realizarse en esos meses en Buenos Aires. A Savary le gustaron los dibujos y lo felicitó. En 1998, vino a Buenos Aires para poner en escena Macbeth, de Verdi, y le propuso a Emilio que fuera su escenógrafo y vestuarista. Cuando se produjo la crisis de fines de 2001, eran muy pocos los artistas extranjeros que querían venir a la Argentina, Basaldúa, que se desempeñaba como director del Colón, pensó en Savary para que montara Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, de Kurt Weill, y éste aceptó por una suma casi simbólica. No quería “desatender” la que seguía siendo su patria. Savary, que había nacido en la Argentina, llevado por su madre abandonó el país en la niñez. Sin embargo cuando tenía 20 años, regresó para hacer el servicio militar porque no quería perder la ciudadanía nacional. Le tocó hacerlo en Azul. Mucho tiempo después, en una de sus tres visitas de trabajo al país, Basaldúa lo llevó a Azul para que recordara los viejos tiempos y allí el oficial que comandaba la unidad militar le entregó al emocionado Jérôme un diploma de reconocimiento. C