ÉL NO FALLA Contribución INTRODUCCIÓN: Esta mañana les quiero leer una historia verídica que nos viene del siglo pasado de una familia que había sido enviada para fundar una iglesia en una comunidad en la frontera occidental de los EEUU. La comunidad era remota y de pocos recursos, y la obra era bastante difícil. Es la esposa que cuenta la historia… así que pónganse cómodos y escuchen… ÉL NO FALLA Recuerdo muy bien aquel día invernal que todavía lo considero como el mar Rojo de nuestra vida. Hacía mucho frío, y no nos pagaban el sueldo muy seguido, y aún cuando nos lo pagaban, no alcanzaba. Mi esposo estaba mucho tiempo fuera, viajando de distrito a distrito pastoreando a la gente. Los dos hijos varones estaban bien, pero la pequeña Rut estaba malita de salud. Ninguno de nosotros tenía ropa adecuada para el frío de invierno. Remendaba y volvía a remendar la poca ropa que teníamos pero el ánimo decaía cada vez más. Se nos terminó el agua del pozo, y de noche el viento soplaba y entraba en la casa por las grietas. La gente en el pueblo donde servíamos era amable y dadivosa también, pero la comunidad era pobre, y cada familia se veía obligada a luchar por sus propias necesidades. Poco a poco, en el momento en que más necesitaba mi fe en Cristo, esa fe se fue debilitando. Desde niña me enseñaron a confiar en las promesas del Señor y yo creía que había aprendido bien esa lección. Yo había atravesado momentos oscuros en dependencia de las promesas de Dios de manera que yo estaba convencida, igual que David, que Dios era mi fortaleza y el que levanta mi cabeza. Pero ahora . . . lo único que yo podía hacer era levantar una pequeña oración . . . que Dios me perdonara. El abrigo de mi esposo no era lo suficiente grueso para el invierno; sin embargo a veces tenía que cabalgar mucha distancia para predicar o para realizar un funeral. En muchas ocasiones nuestro desayuno era nada más un panito seco y una taza de té sin azúcar. Se acercaba la navidad y los hijos estaban pensando en sus regalos. Los dos varones querían patines para ir sobre hielo, pues en todas partes había hielo grueso y liso. Y Rut . . . no sé por qué pero ya no le gustaban mucho las muñecas que yo le había hecho: quería una de esas muñecas grandes, de cera, con pelo real, y ella insistía en orar todos los días por esa muñeca. Yo sabía que era imposible aun pensar en esos regalos, pero Ah . . . cuánto anhelaba mi corazón darle a cada hijo el regalo que quería. Para ser honesta, parecía que Dios nos había abandonado. Por supuesto no le dije nada de mis pensamientos a mi esposo. Él trabajaba con tanto ahinco, y con tanta dedicación, y siempre lo veía lleno de esperanza. Por eso me concentraba en mantener un fuego acogedor en la chimenea,
y en servir la poca comida que teníamos con un optimismo que realmente no lo sentía en mi corazón. En la mañana del día antes de la navidad, mi esposo, Santiago se fue a un cantoncito para atender a un señor que estaba enfermo. Lo único que yo tenía para darle de almorzar fue un pan; fue lo mejor que pude darle. Me quité la bufanda roja que siempre llevaba y se la puse a Santiago alrededor del cuello. Le quería susurrar una promesa de Dios para animarlo como siempre hacía; pero no pude. Se me murieron las palabras en la boca. Lo dejé ir sin una palabra. Aquel día fue nublado y con una oscuridad que parecía burlarse de mi fe. Al anochecher, convencí a los hijos a que se acostaran temprano, porque no aguantaba más escucharlos hablar de la navidad. Antes de que Rut se acostara oró una vez más, pidiendo la muñeca grande y también los patines para sus dos hermanos. Me dijo ella con la cara tan resplandeciente de confianza, "Sabes mami, creo que todo lo que he pedido va a estar aquí mañana bien temprano". En mi corazón pensé, "Movería cielo y tierra si sólo fuera posible salvarla de la desilusión". Me tiré en una silla y lloré con lágrimas de amargura. A poco tiempo llegó Santiago, con frío y agotado por completo. Se quitó las botas y los calcetines livianos en que andaba. Se le habían puesto los pies bien rojos por el frío. Dije yo, "Es pecado tratar un perro de esta manera, mucho menos un siervo de Dios". Santiago no dijo nada, y cuando le miré a los ojos sólo ví tristeza y desesperación. Entonces yo sabía que él también se había dado por vencido. Le serví una taza de té, sintiéndome confundida y con el alma angustiada. Me tomó de la mano, y nos sentamos en silencio por casi una hora. Yo sólo quería morir y ver la cara de Dios y decirle que sus promesas no eran fieles; mi corazón estaba tan lleno de rebeldía. De repente, se oyó el sonido de campanitas, pisadas rápidas y un toque fuerte en la puerta (ton ton). Santiago abrió la puerta y ahí estaba uno de los diáconos de la iglesia. Dijo, "Esta caja vino por correo expreso un poco antes de anochecer. Se la traje en el trineo tan pronto como pude. Creía que podría ser algo para la navidad". "También aquí está un pavo que mi esposa les preparó, y estas cosas aquí, nos entregó una bolsa de papas, y otra grande de harina, también son para ustedes." Todavía hablando el diácono entró la caja, y despidiéndose con un vigoroso "muy buenas noches", se fue. Sin decir nada, Santiago abrió la caja. Sacó primero una cobija roja, muy gruesa, y vimos que debajo de esa cobija, la caja estaba llena de cosas. Santiago se sentó y se cubrió la cara con las manos. "No puedo", dijo, "no puedo tocarlas". "He dudado del Señor en estos días de prueba. Yo sabía que tú estabas sufriendo, pero no tenía ninguna palabra de ánimo para ti. No soy digno de tocar estas cosas". Lo abracé. "No, Santiago, no te culpes; yo soy la culpable. No te ayudé, no sabía cómo animarte. Vamos, pidámosle a Dios que nos perdone." Nos arrodillamos y nuestro corazón se quebrantó. Se fue la oscuridad del alma, se fueron las dudas, se fue el espíritu de rebeldía. Sentí que Jesús vino y estuvo con nosotros. "Hija, aquí estoy", me dijo.
La paz nos inundó. No hubo palabras para expresar la gratitud y el gozo que llenaron nuestro corazón. Alabamos a Dios por su fidelidad. Ya eran las 11 de la noche. Le echamos leña al fuego, encendimos dos candelas, y nos pusimos a sacar los tesoros que estaban en la caja. Sacamos primero un abrigo nuevo, bien grueso. Yo insistí en que Santiago se lo probara en ese momento. Le quedó bien y di dos saltitos de alegría, pues me sentía tan animada. Había también un traje completo y tres pares de calcetines de lana para él. Luego sacamos un vestido verde y abrigo forrado para mí. Eran tan elegantes. Había también unas botas para la nieve con una nota adentro, escrita con una letra clara, "para que tu pie no tropiece en piedra, sobre el león y el áspid, pisarás" (Salmo 91). Había guantes para todos, y en el dedo de cada par, un papelito con la frase, "Yo te sostengo de tu mano derecha, no temas, yo te ayudaré" (Isaías 41:13). Esa caja era la caja más maravillosa de todo el mundo, y había mucho más adentro. Había ropa para todos los niños, un abrigo rojo y caliente para Rut, cinco libros para los niños que yo había visto en una revista, yardas de tela con agujas, hilo y botones para hacer camisas, un sobre que contenía una moneda de oro de 25 dólares. Había PATINES para los dos varones, y ahí en el centro, una cajita con cinta. La abrimos. Era una muñeca, una hermosa con ojos que se abrían y cerraban. Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas. Cuando finalmente se había abierto todo, nos sentamos a la par de la chimenea, mirando el fuego. Hervimos unos huevos, partimos un pan, y tomamos un té, disfrutando de la cena más rica de toda nuestra vida, y hablando de como Dios no falla. La mañana siguiente hubiera usted oído el grito de alegría que pegaron los varones cuando vieron los patines. Se los pusieron y salieron de inmediato. Los mirábamos por la ventana; ellos estaban haciendo mucho esfuerzo para ir patinando sobre la capa de hielo que cubría la nieve. Cuando Rut vio su muñeca, la abrazó, y sin decir una palabra, se fue a su cuartito, y se arrodilló a la par de su cama. Cuando regresó me dijo en una voz bien baja, "Yo sabía que la muñeca estaría aquí pero igual quería agradecerle a Dios". Santiago y yo le escribimos una carta a la iglesia en el oriente que nos había enviado la caja, agradeciéndoles, y desde aquel día siempre hemos tomado tiempo para agradecerle a Dios todos los días por todo lo que él ha puesto en nuestras manos. Momentos de escasez y de prueba no han dejado de venir a nuestra puerta, pero caminamos hacia adelante confiando en el cuidado constante y perfecto de Dios, siendo nuestro único temor volver a dudar de su bondad. Vez tras vez Dios nos ha comprobado la verdad del Salmo 34:10: "Pero los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien". Hebreos 13:6 dice: "El Señor es mi ayudador, no temeré". Así es que no temamos porque . . . él no falla. REFLEXIÓN: Puede ser que, como la señora en esta historia, usted también haya dudado de la bondad del
Señor y su provisión perfecta en su vida. Nuestras necesidades pueden ser económicas como en esta historia, pero también pueden ser emocionales, espirituales, o de salud. Quizás usted está en medio de una circunstancia muy difícil y su fe está debilitada y necesita renovar su fe en la provisión perfecta de Dios. Hay un versículo en Filipenses 4:19 que dice, "Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falte conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús". La provisión de Dios es completa (dice que suplirá TODAS nuestras necesidades) y su provisión es abundante (dice que nos proveerá según sus riquezas en gloria). Pero creo que el punto más importante es que esta provisión completa y abundante es en Cristo Jesús. Escuchen otra vez… Qué lindo refleccionar sobre esto en la navidad. Estamos celebrando el nacimiento de Jesús— ese bebé que no sólo nos trae salvación, sino también suple todo lo que nos falta en esta vida. Suple todas nuestras necesidades para que tengamos una vida abundante. Se me vino a la mente otro versículo, Isaías 9:6. Está en el papelito verde adjunto a la historia que acabo de leer. ¿Podría alguien leer el versículo? "Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado…y se llamará su nombre Admirable consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz". Imagínense. Este bebé, Jesús, es Admirable consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. ¿Qué más podríamos necesitar cuando tenemos a este Jesús en nuestras vidas? · ¿Necesitas sabiduría y dirección? El es nuestro admirable consejero. · ¿Necesitas fuerzas, necesitas que Dios obre en tu vida con poder? Jesús es nuestro Dios fuerte. · ¿Necesitas esperanza para el futuro, seguridad, amor incondicional? Él es nuestro Padre eterno. · ¿Necesitas paz sobrenatural en tu vida, en tu familia, en tu espíritu? Él es nuestro Príncipe de paz? Dejemos que él sea el TODO para nosotros en esta navidad. Celebremos lo que él significa para nosotros y dejemos que él nos llene de una satisfacción sobrenatural. Cuando vemos este bebé en el pesebre, pensemos en estas características: Admirable consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz, y adorémoslo así como lo hicieron los reyes y los pastores en esa primera navidad.
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