DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO COMENTARIO A LAS LECTURAS P. JORGE PETERSON, OCSO
PRIMERA LECTURA:Is 8,23-9:3 SEGUNDA LECTURA: 1 Cor 1,10-14 EVANGELIO: Mt 4,12-23 Jesús sigue revelando cómo es su Padre. Él no es un Dios indiferente a lo que pasa con toda la creación. No vive lejano, entre las nubes, encerrado en su mundo. No está preocupado de su honor y sus derechos. Más bien está mirando a la tierra, observando lo que pasa con sus criaturas. Él envió a Jesús a nuestra tierra; esto es la más grande prueba de su interés en la calidad de vida de sus hijos en este mundo. Quiere lo mejor para todos. Esto no en un sentido inmediato o superficial. La obra de Dios parte de la realidad de cada uno. Va sanando y ordenando los elementos para construir la persona en verdad. A través de la presencia de Jesús entre nosotros, su fuerza salvadora está actuando en lo más hondo de la vida de las personas. Por eso, mantengamos nuestros ojos fijos en Jesús, con una fe viva. Dios solicita y espera nuestra colaboración, para conducir el mundo por el buen camino. Por eso, Jesús, al iniciar su vida pública, gritaba: "Conviértanse". Esto quiere decir: Abran sus ojos y sus corazones; ¡miren lo que está pasando! ¡Dios está ofreciendo una nueva oportunidad! ¡Aprovéchenla! Es un Kairos, un tiempo de gracia. Siempre "Está cerca el Reino de los Cielos." Jesús mismo inauguró este Reino. Dios quiere reinar en el corazón de cada persona. Se puede meditar cómo sería mi vida, si yo dejara que Dios reinara en mis actitudes y acciones; si yo no estuviera encerrado en mi ego, en mis miedos, en mis mezquinos intereses, seguridades, etc. ¡Cómo sería nuestro mundo si muchos, mejor todos, dejaran que Dios fuera el dueño de sus vidas! Es necesario poner confiadamente nuestras vidas en las manos de Dios una y otra vez. No somos capaces de cambiar todo nuestro egoísmo desde el principio, aunque intentamos sinceramente hacerlo. Es un trabajo día tras día. Nuestro Hno. Martín, que falleció el 7 de Sept., tenía una oración que, desde joven, oraba cada mañana al comenzar el día: "Padre eterno, permíteme ofrecerte este día. Te ofrezco mi gratitud, alabanza y adoración; mis oraciones y peticiones. Te ofrezco mis pensamientos, imaginación, acciones, alegrías y penas; mi lengua, mis oídos, ojos y corazón, en unión con el Corazón de Jesús que continúa ofreciéndose por la salvación del mundo. Te pido que el Espíritu Santo, que guiaba a Jesús, me conduzca por sus mismas huellas hoy día, y me haga testigo de su amor. Y que santa María, que formó al Corazón de Jesús en su ser, una esta oración con la suya, y con la de todos los apóstoles de la oración, en especial por las intenciones del Santo Padre este mes. Amén." Orar así cada mañana será una maravillosa manera para comenzar cada día. Confiando en la gracia de Dios, intentemos vivirla durante el día; puede transformar nuestra manera de vivir nuestras relaciones interpersonales. Sería un remedio para las divisiones que S. Pablo reconoció y corrigió en la comunidad cristiana de Corinto. (La primera lectura.) El evangelista citó la primera lectura de esta Eucaristía para introducirnos a lo que estaba ocurriendo al inicio de la vida pública de Jesús. Se destaca la característica de ese momento: significaba un cambio radical para la gente: la humanidad estaba pasando de la tiniebla a la LUZ que viene de Dios. A través de Jesús, Dios estaba iluminando el mundo. ÉL ES FUENTE de una nueva ALEGRÍA para su pueblo. Quizá muchas veces pensamos que el camino de entrega a Dios está lleno de renuncias, una vida apagada, aburrida. Algunos no se atreven a acercarse a Dios; poner sus vidas en sus manos; piensan
que es renunciar a desarrollar sus propias capacidades humanas. Es todo lo contrario. Dios es Dios de la VIDA. Aceptemos que sin una disciplina, la persona humana nunca puede vivir plenamente y ser feliz. Muchas veces la vida misma impone límites. En esta Eucaristía pongamos confiadamente nuestras vidas en las manos de Dios. De allí recibiremos la fuerza para cooperar en construir un mundo mejor.