DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO COMENTARIO A LAS LECTURAS P. JORGE PETERSON, OCSO
Primera Lectura: Is 58, 7-10 Segunda Lectura: 1 Cor 2,1-5 Evangelio: Mt 5,13-16
La Palabra de Dios, Jesús mismo, ilumina nuestras mentes y corazones para que podamos seguir su ejemplo, para que seamos sus discípulos-misioneros. En esta misión, lo esencial es dejarnos iluminar por Jesús; exponernos a su luz, como muchos se exponen a la luz del sol en este tiempo. Él es LA LUZ DEL MUNDO. Él ilumina a cada hombre. No basta la luz natural de la mente humana. Necesitamos la luz de la fe, para perfeccionar nuestra natural capacidad de entendimiento. El lamentable estado del mundo hoy muestra dramáticamente la urgente necesidad de la luz divina para ayudar nuestra limitada capacidad de mejorar el mundo. Sin ella, caminamos en tinieblas, a tientas, sin ver claramente el camino; sin tener un norte en la vida, sin captar el sentido de todo lo que pasa en nuestras vidas y en el mundo es imposible evaluar lo que falta hoy. En el Evangelio de esta Eucaristía, Jesús nos dice: "Uds. son la sal de la tierra... Uds. son la luz del mundo." El bautismo nos prepara para esto. En el rito, se entrega una vela encendida al nuevo bautizado. Es símbolo de iluminación, la luz de la fe. Los nuevos bautizados son personas "iluminadas". La luz de la fe ayuda y perfecciona nuestra inteligencia. También el sacerdote toca los labios y el oído del bautizado, y dice: ¡Effeta! Ábrete. Jesús sigue abriendo los corazones para que sean transformados por la luz de la fe, para escuchar la palabra de Dios y para alabarlo y proclamar su fe. Nosotros experimentamos nuestra fragilidad, nuestra incapacidad de salvarnos a nosotros mismos, mucho menos a otros. En la segunda lectura, S. Pablo llegó a Corinto después de su experiencia en Atenas. Allí tuvo un doloroso fracaso. Al ver un monumento al "Dios desconocido", quiso hablar de Jesús a los filósofos griegos. Al mencionar la Resurrección, ellos se rieron de él y lo despidieron sin más. Él había intentado ganarles por sublime elocuencia, pero ellos se reían de él. Con esta experiencia, aprendió que los esfuerzos humanos no bastan para comunicar la Palabra de Dios. Es indispensable la acción del Espíritu Santo. Humillado, cambió su manera de hablar en Corinto: les dijo: “al anunciarles el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre Uds. me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado.” Había aprendido a depender, no de su propia capacidad humana, sino de la manifestación y el poder del Espíritu. Siempre Dios apoya y hace fecundos nuestros esfuerzos de contribuir a la salvación de otros. Jesús es LA LUZ, nosotros podemos ser luz solamente en la medida que su luz brille a través de nosotros. Somos testigos de la luz. Principalmente a través de las buenas obras, a través de nuestro servicio a otros, somos la sal de la tierra o la luz del mundo. La primera lectura de Isaías destaca esto. Cuando estamos atentos a las necesidades de otros y respondemos a éstas en la vida diaria: "entonces, romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana, te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor." Jesús dijo: "Alumbre así su luz a los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielo." No es para que nos miren a nosotros, sino para que den gloria al Padre. Jesús es el único SALVADOR DEL MUNDO. “El murió por todos para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para quien por ellos murió y resucitó.” Él nos está salvando a nosotros como también a todos los demás. Tenemos el honor de ser sus instrumentos para la salvación de otros. Es un gran honor y una exigente tarea. Es esencial que pongamos nuestro granito de sal de la tierra y seamos un débil reflejo de su luz para que el Padre sea glorificado. S. Pablo dijo: "Ay de mí si no predico el Evangelio." Su “amor nos apremia.”