domingo xiv del tiempo ordinario comentario a las lecturas

“El Padre mismo les ama.” Hace crecer nuestra libertad; despierta en nosotros confianza. Nos atrae con su amor entrañable. Nos invita a vivir haciendo el bien.
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DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO COMENTARIO A LAS LECTURAS P. JORGE PETERSON, OCSO

PRIMERA LECTURA: Zac 9, 9-10 SEGUNDA LECTURA: Rm 8, 9, 11-13 EVANGELIO: Mt 11, 25-30 El Evangelio de hoy nos regala un texto muy bello y consolador. Brota del alma de Jesús, espontanea y jubilosamente. Merece ser rumiado mil veces en la oración. Es una revelación profunda del plan de Dios. Jesús alaba a su Padre, y lo alaba porque se revela y se oculta, al mismo tiempo. Se revela a los pequeños, los sencillos y los humildes, a los descartados; se oculta a los sabios y entendidos. ¿Por qué? ¿No es cierto que Dios ame a todas sus criaturas? Entonces, tiene que haber en algunos un bloqueo que impide su apertura al Dios verdadero. Hay una tentación perenne: la de querer no depender de Dios, de decidir por uno mismo cómo arreglar la sociedad y la vida personal. En el fondo, la soberbia es el obstáculo más serio para conocer a Dios. De otro lado, la humildad y el amor son el camino para conocer a Dios. Los Padres de la Iglesia decían: “El amor mismo es conocimiento.” Uno se acerca a Dios, amándolo. Los pobres del Señor, del Antiguo Testamento, eran las personas que Dios amaba y ellos aceptaron su radical dependencia de Él. Jesús vio la sabiduría de su Padre en el gozo de los humildes al recibir el anuncio del Reino de Dios. Luego Jesús hace una auto-revelación: anuncia la íntima comunión de Él y su Padre. “Nadie conoce el Hijo sino el Padre y nadie conoce el Padre sino el Hijo.” Este mutuo conocimiento entre el Padre y Jesús nos sobrepasa infinitamente. Aquí declara que Él es Dios. Él vive en el Padre y el Padre en Él, como

dice San Juan. Enseguida, Jesús añadió: “Y aquellos a los que el Hijo quiere dárselo a conocer.” El Padre puso todas las cosas en las manos del Hijo. La confianza mutua y la perfecta unión de voluntades entre el Padre y el Hijo son evidentes en toda la vida. Como al Padre le parecía bien dar a conocer el Reino a la gente sencilla, también así le parece bien a Jesús. Él revela el Padre a los que tienen esta actitud interior. Aunque sean hombres brillantes, pueden tener el corazón de pobres delante de Dios. Luego Jesús hace una invitación: “Vengan a Mí los que están cansados y agobiados.” El P. Pagola dice: “Esta llamada es dirigida a todos los que viven su religión como una carga pesada.” Él no quiere agobiar a nadie. Muchas personas tienen una imagen de Dios como castigador; se dan cuenta de su pecado pero no conocen la alegría del perdón. El Papa Francisco nos invita a vivir la alegría del Evangelio. En verdad, las personas humanas pueden encontrar alivio, solamente cuando se someten a Dios. Los que se entregan a Él sin reservas, son los que encuentran realizada la promesa del Señor: “Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón y encontrarán descanso para su vida.” La clave es aprender de Jesús. Como hizo San Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mi.” Luego Jesús declara: “Mi yugo es llevadero y mi carga liviana.” ¿Cómo podemos entender estas palabras? A primera vista, la realidad parece muy diferente. Precisamente las personas comunes y corrientes no tienen una vida fácil; tampoco los santos. Intentemos comprender lo que Jesús quiere decirnos. Jesús nunca prometió a sus discípulos una vida superficial y fácil. Él sabe que así la persona humana no va a encontrar sentido a su vida. Al contrario, Él libera lo mejor que hay en nosotros. Nos dice: “El Padre mismo les ama.” Hace crecer nuestra libertad; despierta en nosotros confianza. Nos atrae con su amor entrañable. Nos invita a vivir haciendo el bien. La clave es: “Aprendan de Mí, que soy paciente y humilde de corazón”. Con los ojos puestos en Él, encontramos el camino que nos abre a la verdad, y conduce a la vida, la vida eterna, que nos promete. No propone a sus discípulos algo que Él no haya vivido. Quizá su yugo es suave y su carga liviana precisamente porque Él va adelante y lleva la parte más pesada. Cuando nos pide algo, Él se compromete a darnos la gracia para realizarlo. Nunca estamos solos. Dios está con nosotros. Entonces, en esta Eucaristía Jesús mismo viene para acompañarnos, Él mismo "lleva nuestras cargas, es nuestra salvación."