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Vida Nueva | Diciembre de 2016
Dentro de la prostitución
agrega que cuanto más tiempo está en esta situación, más difícil es poder salir, porque ha formado un vínculo emocional con el proxeneta “Romeo”. El “proxeneta de guerrillas” es el tipo más agresivo y cruel. Pero él la mantendrá con vida, por lo que se da el Síndrome de Estocolmo, en el cual la víctima se siente en deuda con él, y también le tiene miedo. “Entonces, ¿adónde puede irse si no tiene una familia?”, añade Powell. “Y está batallando con el estigma de que la gente la considera una prostituta. Además de su récord de arresto que podría impedirle conseguir un trabajo”. Powell señala que las fuerzas del orden han hecho un buen trabajo comprendiendo la victimización de estas jovencitas/os. Y ahora están empezando a reconocer la misma dinámica para los adultos jóvenes. Pero dice que aún queda mucho por hacer. Los programas para alejarles de la prostitución se imparten en tres lugares: Van Nuys, Koreatown y el Sur de L.A. Si los detenidos asisten a sesiones dirigidas por un sobreviviente en Journey Out, se desestimará su caso. La agencia ofrece programas de prevención llamados “Mi vida Mi elección” y “Palabra en la Calle” a chicas jóvenes en hogares temporales, escuelas y centros comunitarios. Las sesiones tratan de las tácticas que usan los proxenetas y traficantes para reclutar a las víctimas. Journey Out también ofrece tutoría individual para mujeres y niñas que se hallan en esa vida. Y un programa de educación que sale a las calles en el Valle de San Fernando, en el que se reparten bolsas de golosinas e información sobre el centro y sus programas. Además existe educación comunitaria y capacitación sobre la explotación sexual y el tráfico humano para la policía, médicos de urgencias, trabajadores sociales y proveedores de servicios.
La historia de una víctima nos revela el horror de la explotación sexual en Los Ángeles Por R. W. DELLINGER
E
s una historia demasiado terrible para contarla. Pero Dunia Zelaya quiere hacerlo. A los 31 años de edad, esta madre de 8 hijos quiere que los angelinos sepan de los horrores de la explotación sexual. No en países en vías de desarrollo, donde niñas pobres tienen pocas opciones y pueden llegar a vender su cuerpo para sobrevivir. No, aquí en el Sur de California, donde menores sin hogar hacen lo mismo para sobrevivir en las calles de Los Ángeles, Van Nuys y Compton. Hay muchas maneras de que muchas niñas - y algunos chicos - entren a esa vida de prostitución. Lo más común es que se involucren en una relación con alguien por lo general mayor, que les manipula para prostituirse. Pero existe otra ruta, y es quizás la más difícil de comprender. Niñas desde edad preescolar a quienes sus propios padres o familiares les ordenan tener relaciones sexuales por dinero. Ésa es la historia de Dunia. Ella recuerda que cuando tenía como 7 años, su madre la vistió con una minifalda y zapatos de tacón, y la peinó y maquilló para que pareciera mayor. Entonces la llevó en su auto hacia Santa Mónica, junto a sus dos hermanas mayores. “Estábamos confundidas. No entendíamos realmente lo que estaba pasando”, recuerda. El coche se detuvo en dos bares para dejar a sus hermanas. Luego se dirigió de nuevo a L.A. “Me acuerdo claramente la primera vez”, dice. “Mi hizo entrar a un bar, y me obligó a meterme en un baño, y entonces un hombre me siguió”. Y abusó sexualmente de ella. “Recuerdo que le pagó a una mujer en el mostrador, y luego ella le pagó a mi madre”, dice. “Me acuerdo de los distintos momentos en que me llevó a esa cantina, y siempre había alguien esperando por mí allí… Vivíamos en un dormitorio en una casa. Y ella la dividía con cortinas y rentaba la otra parte. También había algunos hombres que vivían en la casa y que abusaron de mí” “Me volví una niña bulímica -después que los hombres me tocaban, yo me provocaba vómitos”. A los 11 años, el Departamento de Niños y Familias la separó de su madre. Pero fue por negligencia. La agencia del condado nunca sospechó lo que estaba realmente ocurriendo. De vuelta a casa empezó a usar drogas, meterse en peleas en la escuela y andar con una pandilla. Dunia dice que tuvo a su primer hijo a los 12 años. Se volvió habitué en la corte juvenil y estuvo en cinco hogares de crianza. Pero a los 17 ya no pudo quedarse por más tiempo y comenzó a vagar por las calles, hasta terminar con cualquier hombre que le ofreciera un lugar donde vivir. “Mis recuerdos de la infancia no son como los de otros”, dice. Mis recuerdos de la
infancia son estar bailando desnuda sobre una mesa en un bar para hombres”.
‘No tengan miedo’
‘Romeo’ versus ‘proxeneta de guerrillas’
La mayoría de las jóvenes víctimas de explotación sexual son niñas, y al igual que Dunia, marginadas de la sociedad americana. Y como ella, muchas provienen de familias disfuncionales, han estado entrando y saliendo del sistema de hogares de crianza, y terminan huyendo y viviendo en la calle. Un porcentaje alto ha sido objeto de abuso sexual a temprana edad, por lo general por familiares, no por extraños en un bar. En la calle conocen nuevos novios que les prometen una mejor vida, como un lugar donde vivir, ropa y dinero. Pueden ser de dos tipos: el proxeneta “Romeo” que es un encanto y todas sus chicas quieren agradarle. Y el “proxeneta de guerrillas”, que por el contrario, opera mediante la intimidación y el miedo. A él no le importa hacerle daño a su “mercancía” si tiene que hacerlo. Aquí en Los Ángeles la mayoría de éstos son miembros de pandillas o tienen estrechas relaciones con ellas. El “National Runaway Switchboard” (NRS) informa que una de cada tres víctimas es reclutada al trabajo sexual dentro de las 48 horas de estar viviendo en la calle. Agencias legales de Estados Unidos, incluyendo el Departamento del Sheriff de Los Ángeles, han realizado grandes avances en percibir ahora a estos jóvenes como víctimas de tráfico sexual, y no como delincuentes juveniles. “La falla al reconocer que son víctimas de un delito grave en muchas jurisdicciones significa que a menudo son detenidas/os
por ejercer la prostitución, perseguidos, encerrados en cárceles o centros de detención juvenil con delincuentes peligrosos, y luego los sueltan de nuevo en la comunidad con nada más que antecedentes penales -y con frecuencia con un mayor trauma por la experiencia vivida en prisión”, concluye.
Víctimas no criminales
Stephany Powell, director ejecutivo de “Journey Out”, y con un doctorado en educación, está totalmente de acuerdo en que los jóvenes que quedan atrapados en el tráfico sexual son víctimas no criminales. Y sentía lo mismo en los 30 años que trabajó para el Departamento de Policía de Los Ángeles en el Valle de San Fernando. En aquel entonces y hoy también, Los Ángeles es uno de los principales centros de explotación sexual del país. La organización Journey Out, que anteriormente era el Proyecto María Magdalena, ofrece talleres y asesoramiento para mujeres, hombres y transexuales que buscan ayuda para dejar de ser explotados sexualmente. Y Powell asiste en algunos. Ella dice que la dinámica de salir de esa vida es similar a liberarse de la violencia doméstica, porque la mayoría de las víctimas viven con sus proxenetas. Y
Estando en la cárcel juvenil, Dunia Zelaya conoció al Padre jesuita Greg Boyle, que había empezado el programa “Homeboys”, el cual ofrece empleo a pandilleros de Boyle Heights para que volver sus vidas productivas. “Me enviaron al programa y fue entonces cuando empezó mi viaje personal. Empecé a tratar mi adicción con un patrocinador y un terapeuta en ‘Escudos para familias’ (Shields for families), un programa de tratamiento de drogas en Compton. Y luego me enviaron a CAST (Coalición para abolir la esclavitud y la trata de personas), y los últimos cuatro meses he estado aquí, y me encanta. Es el mejor apoyo que he tenido. He podido interactuar con otros sobrevivientes…Ellos no me juzgan”, afirma Dunia, que actualmente es parte del programa de liderazgo de CAST. “Hay tantos jóvenes que son objeto de explotación sexual en el Sur de California y no existen suficientes esfuerzos para ayudarles a salir de esa vida. Y algunos no quieren admitir lo que sus propios padres le hicieron”. Ella quiere llegar especialmente a la comunidad hispana de Los Ángeles. Quiere terminar con la costumbre de ocultar lo que ocurre dentro del hogar, “no importa lo malo que sea, allí se queda”, dice. Además quiere animar a la gente a denunciar si ven algo sospechoso. “No tengan miedo”, dice Dunia. “Hay una salida. Si yo pude hacerlo, ustedes también pueden. Sé que es difícil, y más cuando un miembro de la familia les hace daño. Pero sé que mi historia no es la única”. VN