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ENFOQUES
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Domingo 28 de diciembre de 2008
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Revolución Cubana | 50 años
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ANDRES OPPENHEIMER PARA LA NACION
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Socialismo por decreto
Casi el 10 por ciento de la población huyó al exilio. Los balseros fueron la cara más conocida de ese problema
Lujo para los turistas en Varadero. Ahora los cubanos tienen permitido ir, pero muy pocos pueden pagarlo Eximio orador y brillante histrión, Castro hizo de cada una de sus arengas al pueblo un canto a la figura del comandante en jefe irreemplazable que habría de guiar a su pueblo durante décadas Tras el anuncio de que se permitirían los celulares, la gente se acerca al ente nacional de comunicaciones AP
Fidel Castro en Playa Girón, el día de la invasión de Bahía de Cochinos, otro de los intentos fallidos de EE.UU. por terminar con la revolución
Castro entre Brezhnev (izq.) y Khruschev (der.) en su primera visita oficial a la URSS, en 1963
incuenta años después de que Fidel Castro llegó al poder en Cuba, la gran pregunta sobre la revolución cubana no es si fue justificada, sino si valió la pena. Sobre la base de las evidencias disponibles, la respuesta es un claro no. Veamos las estadísticas concretas: Cuba tiene un 99.8 por ciento de alfabetización entre los adultos, uno por ciento más que Trinidad y Tobago, y una tasa de mortalidad infantil de 6 por cada mil nacidos vivos, un poco más baja que la de Chile, según el Informe de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas de 2008. Eso convierte a Cuba en el país con la mejor tasa de alfabetización de adultos y la menor de mortalidad infantil en la región. Sin embargo, según el Anuario Estadístico de la ONU de 1957, Cuba ya estaba entre los cuatro países latinoamericanos con más alfabetizados y con mayor porcentaje de consumo calórico en ese año, así como el índice más bajo de mortalidad infantil de Latinoamerica. En lo que respecta al ingreso per cápita, el Informe de Desarrollo Humano de la ONU --la fuente estadística favorita del régimen cubano– indica que el ingreso per cápita de la isla es de $ 6000 anuales, aunque la cifra está acompañada por un asterisco indicando que “estamos procurando generar un cálculo más preciso’’. De hecho, Cuba se niega a calcular su ingreso per cápita según las normas internacionales. Lo mismo ocurre con el índice de pobreza. ‘’Las cifras del gobierno cubano no son creíbles, lo que hace que todo el mundo tenga que usarlas con un asterisco o no usarlas en absoluto’’, dice Carmelo Mesa Lago, profesor de Economía de la Universidad de Pittsburgh. El salario promedio de los cubanos es de alrededor de $20 mensuales, según lo han reconocido los medios oficiales, lo que daría un ingreso promedio de $ 240 anuales. Incluso si uno quiere aceptar la dudosa cifra oficial cubana de ingreso per cápita de $ 6000 anuales –que supuestamente toma en cuenta los subsidios estatales–, Cuba ocupa el puesto número 21 en Latinoamérica, muy por debajo de países como Argentina, e incluso por debajo de la República Dominicana, Surinam y Belice, según el informe de la ONU. Mientras que en 1959 Cuba ocupaba el primer lugar de Latinoamérica en el porcentaje de familias con televisores, hoy sólo el 70 por ciento de las familias cubanas tienen televisor, comparado con el 83 por ciento en El Salvador o el 76 por ciento en República Dominicana, según los Indicadores Mundiales de Desarrollo de 2008 del Banco Mundial. Sólo el 9 por ciento de los cubanos tienen acceso a un teléfono de línea fija y apenas el 1 por ciento de la población está suscrita a un servicio de telefonía móvil, según las cifras del Banco Mundial, uno de los porcentajes más bajos de la región, muy inferior al de Honduras. Lo que es peor, sólo 2 por ciento de los cubanos tiene acceso a Internet. En comparación, el 7 por ciento de los haitianos tiene acceso a Internet, según el Banco Mundial.
Subsistencia y exasperación Parece una imagen de época, pero sólo tiene diez años: La Habana, 1998
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Lograda la institucionalización del régimen, Castro acomete la “gran ofensiva revolucionaria” para controlar toda la actividad económica del país. “¿Vamos a construir el socialismo o vamos a construir puestos de venta al aire libre?”, se preguntó el comandante ante una enfervorecida audiencia en marzo de 1968. Los vendedores callejeros de hot dogs y papas fritas se pusieron a temblar. Con cifras en la mano, el comandante podía demostrar que un 95,1 por ciento de ese lumpen contrarrevolucionario no había hecho ningún esfuerzo por integrarse a la revolución. Y debían pagar por su osadía. Ellos y otros 58.000 pequeños negocios que echaron el cierre sine die. La “propiedad socialista” fue instaurada por decreto. Y el Estado pasó a ocuparse de todo, desde la venta de helados a la reparación de autos, pero, eso sí, sin socializar nunca entre los trabajadores los medios de producción. Esto es, implantando ese modelo que el pensador alemán Rudolf Rocker llamó la “grotesca caricatura del socialismo”: el capitalismo de Estado bajo el paraguas del partido único, a imagen y semejanza del bloque soviético. Mientras la Unión Soviética estuvo en pie, la estrategia de Castro (dependencia económica y férreo control político) funcionó como un reloj suizo. Pero tras el derrumbe de la URSS, en la década de los 90, el llamado Período Especial puso a prueba la capacidad de resistencia del régimen. Castro aprobó con las mejores calificaciones, urdiendo crisis migratorias y amenazas de invasión constantes, pero, ante todo, comprobando que tres décadas de lobotomía colectiva habían dado los resultados deseados: la parálisis total de la sociedad civil. Superados los peores momentos, Fidel reemprendió su cruzada. El caso del balserito Elián González, retenido en Miami por familiares mientras el padre reclamaba su custodia en Cuba, fue la coartada perfecta para la última escaramuza ideológica de Castro. La Batalla de las Ideas acababa de nacer. Eliancito retornó a la isla, para regocijo del comandante, que había vuelto a vencer. Y con el niño-héroe regresaron también las marchas del pueblo combatiente, las consignas necrófilas, las apariciones maratonianas en la televisión… En los primeros años de este siglo, un Fidel Castro con energías renovadas ofrecía de nuevo su versión más teatral, para desasosiego de una población exhausta. Volvían los años duros de la confrontación ideológica: persecución de disidentes, fusilamiento exprés de unos secuestradores de una lancha de pasajeros, recentralización de la economía… Hasta que en 2006 (un 26 de julio, fecha emblemática para Castro) le estalló el estómago de tanta bilis acumulada, y las luces de ese espectáculo esperpéntico se apagaron, dando paso a una versión descafeinada de la función, interpretada ahora por un actor mediocre, anodino, fútil, llamado Raúl Castro. Cincuenta años después de la epopeya revolucionaria, el hombre nuevo con el que soñó el Che Guevara es hoy un buscavidas que sobrevive vendiendo en la calle lo que le roba al Estado. Los principios revolucionarios se fueron desplomando en la isla sin que nadie pusiera remedio, como esos balcones desgajados de las casonas de Centro Habana. Y el sistema vive así, apuntalado y en una permanente estática milagrosa, esa maravillosa expresión acuñada por los urbanistas cubanos para definir la asombrosa resistencia de los descuidados edificios centenarios de La Habana. La revolución cubana, el proyecto social que despertó las simpatías de millones de personas en medio mundo, ese “huracán sobre el azúcar” del que habló Sartre, la revolución “de los humildes y para los humildes” que encandiló a la izquierda internacional, hace muchos años que se autodestruyó a sí misma, transformándose por obra y gracia de su guía espiritual en un régimen totalitario, en una apisonadora de conciencias críticas, en un rodillo represor bajo el que las voces discrepantes fueron marginadas, humilladas, recluidas. Hoy, de esa hazaña revolucionaria no queda más vestigio que el juguete roto de un caudillo visionario que soñó –que sueña todavía en el otoño de su existencia– con la gloria eterna. Y con la victoria, siempre.
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Desde su advenimiento, la revolución avanzaba a pasos agigantados en la alfabetización del pueblo, en la cobertura sanitaria universal y gratuita, en la expropiación de latifundios, en la nacionalización de empresas estadounidenses que habían hecho de Cuba un antro de negocios turbios. Los cambios sociales eran una realidad. Con gran firmeza, la revolución desmanteló en un abrir y cerrar de ojos el burdel en que habían convertido la isla los gobiernos corruptos precedentes, esa gigantesca ruleta tropical en la que los Meyer Lansky de turno dominaban el país a golpe de talonario y a punta de pistola. Pero los pasos hacia atrás en las libertades individuales también fueron colosales. La creación en 1960 de los Comités de Defensa de la Revolución –un sistema de “vigilancia colectiva”, en palabras de Castro– redujo al absurdo, según uno de los biógrafos de Fidel, el escritor alemán Volker Skierka, cualquier principio libertador de la revolución. Con un Comité en cada cuadra del país, la delación pasó a tener rango de ley, el miedo se impuso como una forma natural de las relaciones humanas, la paranoia colectiva se extendió como una mancha de aceite desde la punta hasta la base de la pirámide social. En diciembre de 1992, Castro se jactó en un discurso de “haber puesto fin a toda forma de discriminación”. Pero su gobierno cayó con frecuencia en los mismos abusos que se propuso combatir. Ejemplo de ello fue la creación, en la década de los 60, de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), granjas agrícolas donde fueron recluidos los homosexuales y otros “indeseables” para ser reeducados. Las UMAP fueron desmanteladas tres años después de su apertura tras una denuncia formulada en la ONU. Pero la discriminación no cesó. El régimen pensaba que la homosexualidad era una patología social (como quedó expresado en el Primer Congreso de Educación y Cultura, en 1971), y continuó marginando a todo aquel que consideraba “desviado”. Como a Virgilio Piñera, uno de los grandes poetas de la época, condenado al ostracismo por su homosexualidad. Desactivada toda oposición, Fidel tuvo pronto el camino allanado para fosilizar el proceso revolucionario y reivindicar la necesidad de un régimen unipartidista. Estados Unidos le proporcionó el guión soñado: una invasión frustrada, un ignominioso embargo económico, un arrogante Goliat imperialista frente al numantino David caribeño. Fidel Castro siempre se supo predestinado a consumar la cruzada inacabada de José Martí, la batalla final por la independencia de Cuba. Y en la beligerancia de Washington encontró el argumento ideal para aferrarse a un nacionalismo a ultranza, “patria o muerte”, como principal asidero ideológico. La espada de Maceo por encima del Manifiesto Comunista de Marx. Nacionalista de la primera hora, Fidel abrazó
Las estadísticas muestran que el país no alcanzó las grandes metas sociales que prometió la revolución
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Luces y sombras
Con pocos logros para exhibir
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un ciclón se aproximaba (el Meteorólogo en Jefe). El comandante de mecha jacobina descubrió enseguida la trascendencia de ese “diálogo con el pueblo”, bien fuera a cielo abierto o a través de un artefacto recién inventado y que le vino como anillo al dedo: la televisión. “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”. Esta máxima, dedicada en un principio a los artistas e intelectuales cubanos reunidos en la Biblioteca Nacional en junio de 1961, describe a la perfección el laberinto por el que ha transitado la revolución cubana a lo largo de medio siglo bajo el faro omnisciente de Fidel Castro. Porque en la doctrina política de este hombre tocado por la gracia del destino no caben medias tintas. “Permítanme decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad”, les aseguró Castro a los intelectuales recelosos del sesgo autoritario que iba adoptando el nuevo régimen. Enseguida, los hechos le dieron la razón a aquellos que ya entonces, con gran olfato, procesaban las palabras de Castro en el sentido contrario al eco de sus promesas. Ese mismo año de 1961, Castro cerraría el semanario Lunes de Revolución (la perla cultural de la nueva Cuba), dirigido por una joven promesa literaria de la revolución: Guillermo Cabrera Infante. Y una década más tarde, en 1971, el caso del poeta Heberto Padilla (acusado de contrarrevolucionario, encarcelado e “invitado” a retractarse) abriría los ojos de muchos intelectuales al verdadero rostro del régimen cubano. El escritor Juan Goytisolo, defensor de la revolución en los primeros años, retrató magistralmente en uno de sus libros de memorias el mea culpa de Padilla: “La estrafalaria escenificación del acto, las dostoievskianas revelaciones del acusado […] las referencias de los comisarios culturales a la hermosa noche […] no son sólo un remake paródico de los procesos estalinianos sino un auténtico montaje ubuesco que hubiera colmado de arrobo al propio [Alfred] Jarry”.
el comunismo por puro oportunismo político. Antes del triunfo de la revolución, su imagen se asociaba más a un Garibaldi que a un Lenin. Pero el romanticismo inicial dejó pasó al pragmatismo geopolítico. En 1965, con la Unión Soviética como gran ubre de la que la isla se alimentaba política y económicamente, Castro funda el nuevo Partido Comunista de Cuba. Y sigue interpretando lo que Skierka ha denominado “números de funambulismo dialéctico”. El mismo hombre que en 1959 expresaba en la revista Bohemia su indignación por el “despotismo de dictaduras como la de la Unión Soviética”, justificaba sin sonrojo en 1968 la invasión rusa de Checoslovaquia para aplastar la Primavera de Praga.
Una de las célebres imágenes de Korda: Ernesto Guevara caminando entre la multitud por las calles de La Habana a principios de los años 60
AP
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Cuba, un sueño en su encrucijada
Dos cubanos leen en el diario oficial Granma el mensaje en el que Fidel anuncia que delegará el poder a su hermano Raúl
26 de julio de 1953: asalto frustrado al cuartel Moncada en Santiago de Cuba. En la acción, considerada el detonante de la revolución cubana, mueren la mayoría de los asaltantes. Fidel Castro es encarcelado. Pronuncia su famoso alegato: “La historia me absolverá”
Gabriel Cabrera Infante toma un descanso durante un día de trabajo voluntario, en 1959. Dos años después, su semanario Lunes de Revolución sería clausurado por Fidel Castro y el escritor terminaría en el exilio
La isla es como un enorme jardín de infantes, donde todos tienen garantizado un ingreso de subsistencia mínima, pero el Estado lo decide todo. Es un buen lugar para subsistir si uno es un holgazán, pero puede ser exasperante para el que sea ambicioso o tenga opiniones propias. La desesperanza que reina en la isla es posiblemente uno de los factores que inciden en el alto índice de suicidio: de 24.8 por cada 100.000 personas, uno de los más altos de las Américas, según la Organización Mundial de la Salud. Todo lo anterior, sin contar el costo en sufrimiento humano. En Cuba casi el 10 por ciento de la población huyó al exilio. Cientos de miles de familias quedaron separadas por décadas, sin poder verse. Miles han muerto en el mar tratando de abandonar la isla. Un total de 2.077 cubanos murieron en las llamadas guerras internacionalistas de Cuba en Angola, Mozambique, Etiopía y otros países africanos, según cifras oficiales citadas por el autor Norberto Fuentes en su Autobiografía de Fidel Castro. Además, el Archivo Cubano, con sede en Nueva Jersey, afirma que lleva documentadas 8.273 ejecuciones y desapariciones desde 1959. Hay más de 200 prisioneros políticos, entre ellos 29 periodistas arrestados en 2003, muchos de ellos por poseer libros prohibidos, como 1984, de George Orwell. El régimen cubano dice que los cubanos apoyan la revolución. Si así fuera, hace tiempo hubiera permitido elecciones libres. Si no lo hace, es porque sabe que las perdería. Y en cuanto al embargo comercial de Estados Unidos, al que muchos consideramos obsoleto, tiene tantos agujeros que difícilmente puede ser culpado por las carencias de la isla: Estados Unidos ya es el principal exportador de alimentos a Cuba. Otros países latinoamericanos, como Costa Rica y Chile, lograron más que Cuba, sin sacrificar libertades básicas y a un costo muchísimo menor en sufrimiento humano. Para los cubanos, la revolución puede haber sido justificada, pero no valió la pena.
© LA NACION
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Cronología de la revolución cubana 1 de enero de 1959
6 de agosto de 1960
11 de enero de 1961
17 de abril de 1961
3 de febrero de 1962
22 de octubre de 1962
9 de octubre de 1967
Marzo de 1968
Abril de 1980
13 de julio de 1989
Diciembre de 1991
27 de julio de 1993
5 de agosto de 1994
21-25 de enero de 1998
25 noviembre de 1999
Marzo-Abril de 2003
20 de octubre de 2004
17 noviembre de 2005
31 de julio de 2006
24 de febrero de 2008
Ante el avance de las columnas guerrilleras
Fidel Castro anuncia la nacionalización
Cuba inicia
Unos 1500 batistianos
El presidente J. F. Kennedy
Comienza la crisis de octubre
El Che Guevara
El gobierno cubano
Fin de las relaciones con Moscú
Ante la magnitud de la crisis
Histórica visita
Caída estrepitosa de Fidel Castro
En un trascendental discurso, Castro
Proclama al pueblo de Cuba
de las refinerías de petróleo, centrales azucareras y compañías de teléfonos y electricidad de EE.UU.
adiestrados por la CIA desembarcan en Playa Girón, en la Bahía de Cochinos. En 72 horas, el ejército rebelde desbarata la invasión
ordena el embargo económico y financiero contra la isla, que se prolonga hasta hoy
por la instalación de misiles nucleares soviéticos en la isla, que serán retirados más tarde ante la inminencia de una guerra nuclear entre la URSS y EE.UU.
Unos 130.000 cubanos abandonan la isla desde el puerto de Mariel rumbo a Florida
y otros tres oficiales son fusilados por el régimen tras haber sido juzgados por su implicación en tráfico de drogas
tras el derrumbe de la URSS. La producción económica de Cuba se reduce un 35 por ciento en los tres años posteriores. Comienza el denominado “período especial en tiempos de paz”
el régimen autoriza los mercados campesinos, el trabajo por cuenta propia, los pequeños negocios de forma restringida, el uso del dólar y el envío de remesas desde el extranjero. Se fomenta la industria turística
del Papa Juan Pablo II a Cuba
El régimen lleva a cabo la mayor
de Fidel Castro, el dictador Fulgencio Batista huye de Cuba. La revolución triunfa en el país
contra el régimen en el malecón de La Habana. Es el anticipo de la crisis de los balseros. Unas 30.000 personas huyen de la isla
El balserito Elián González
Raúl Castro asume
expropia todos los negocios privados de la isla a excepción de las pequeñas propiedades agrícolas. Es la gran ofensiva revolucionaria
El General Arnaldo Ochoa
Primera manifestación
es capturado y asesinado en Bolivia
Crisis migratoria con EE.UU.
es rescatado en las costas de la Florida. La lucha por su custodia da pie al surgimiento de “la batalla de las ideas”, la última vuelta de tuerca ideológica de Castro, que inicia una recentralización económica del país
campaña represiva en muchos años. 75 disidentes son condenados a penas de hasta 28 años de prisión. Tres secuestradores de una lancha de pasajeros son fusilados tras un juicio sumarísimo
tras pronunciar un discurso en Santa Clara. se fractura la rodilla izquierda y el brazo derecho. Es el inicio de su declive físico
reconoce que la revolución puede autodestruirse debido a la corrupción generalizada en el país
en la que Fidel Castro anuncia que sufre una grave enfermedad intestinal y que cede el poder de forma provisional a su hermano Raúl
la campaña nacional de alfabetización
como presidente de los consejos de estado y de ministros y como comandante en jefe, tras la renuncia definitiva de Fidel unos días antes