NOTAS
Lunes 17 de agosto de 2009
I
PODRIA SER FATAL UN FRACASO EN EL CASO HONDURAS
Un globo que gira
La OEA, en la encrucijada
JULIO CESAR MORENO
JUAN GABRIEL TOKATLIAN
PARA LA NACION
PARA LA NACION
S
I alguien mira un globo terráqueo de fines de la década del 50 y lo hace girar de un lado a otro, verá cuánto ha cambiado el mundo en tan poco tiempo, hasta el punto de hacerlo irreconocible. Aquél fue el momento de apogeo del comunismo, de su más grande extensión geográfica, de su mayor influencia política. La Unión Soviética (con Rusia a la cabeza y otras 14 repúblicas adheridas) era una gran superpotencia, con una zona de influencia que se extendía por toda Europa del Este (Bulgaria, Rumania, Hungría, Yugoslavia, Albania, Checoslovaquia, Polonia y el este de Alemania). En 1948, con el triunfo de la revolución encabezada por Mao Tse-tung, la gigantesca China se incorporó a las filas de la Internacional Comunista. El comunismo parecía un universo en constante expansión. A principios de los años 60, la revolución cubana –que había triunfado en 1959– viró hacia el comunismo y se convirtió en aliada de la URSS, dando inicio a un ciclo revolucionario que se iba a extender durante las décadas del 60 y el 70 en casi toda América latina y los países afroasiáticos, aunque los movimientos armados de la época no siempre tuvieron el apoyo de los soviéticos (ya que éstos no querían romper en demasía las reglas de la Guerra Fría, o sea el equilibrio EE.UU.-URSS). Pero ese fuego duró poco tiempo. Ya a principios de los 60 se había producido la ruptura chino-soviética, creando la primera gran fisura en lo que parecía un monolítico imperio. Y poco después, Mao lanza la “revolución cultural” china que, con el “guevarismo” del Che y otras corrientes políticas y culturales, fueron la base de una izquierda revolucionaria que se distanció de la URSS y los partidos comunistas. Pero tanto el guevarismo como el maoísmo se eclipsaron en poco tiempo, y fue en la China posmaoísta donde se produjo un gran viraje, una verdadera “revolución en la revolución”, cuando bajo el liderazgo de Den Xiaoping se puso en marcha un modelo que algunos llaman “comunismo de mercado” (comunista en política, capitalista en lo económico), que ha llevado a China al lugar de segunda o tercera potencia del mundo. La historia de la caída del muro de Berlín y el desmembramiento de la URSS es más conocida. Pero lo digno de destacar es que la diplomacia del presidente Barak Obama se encamina por nuevas líneas estratégicas, en la que los acuerdos –y desacuerdos– parciales con Rusia primero y con China después, y la formación de una virtual alianza de EE.UU. con la India, suponen un nuevo entramado político y económico en el mundo. China y la India tienen más de mil millones de habitantes cada una y economías en constante crecimiento. Rusia, en cambio, tiene un bajo índice demográfico, pese la inmensidad de su territorio: sólo 150 millones de habitantes, aunque sigue siendo una gran potencia militar. Pero también en Rusia ha surgido en poco tiempo una nueva burguesía y una potente economía de mercado, aunque los beneficios de este desarrollo alcanzan sólo al 10 por ciento de la población, particularmente en el área moscovita. Lo cierto, en suma, es que el bloque terráqueo sigue girando y el mundo sigue cambiando. © LA NACION
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A fórmula que conduzca a una salida concreta a la situación creada por el golpe de Estado en Honduras es trascendental. El mecanismo que finalmente se implemente tendrá una repercusión significativa en el sistema interamericano: o la Organización de Estados Americanos (OEA) se fortalece, o se puede producir una fractura de consecuencias imprevisibles. La organización ha tenido un largo historial de equívocos. La suspensión de Cuba en los años 60; el silencio frente a los golpes y los gobiernos autoritarios en los 80; la defunción del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca a raíz de la guerra de Malvinas, entre otros, mostraron, una y otra vez, que la OEA estaba signada por la lógica de la Guerra Fría y operaba como tributaria de la política anticomunista de Estados Unidos. Las tibias reformas institucionales de la década del 90 nunca fueron aplicadas; la falta de reflejos ante el fallido derrocamiento de Hugo Chávez, en 2002; la corta gestión (un mes) del secretario costarricense Miguel Angel Rodríguez (quien debió renunciar en octubre de 2004 por cargos de corrupción), entre varios hechos, parecieron condenarla al declive, pasados ya la Guerra Fría y el 11 de septiembre de 2001. De hecho, parecía tratarse de una organización refractaria a los profundos cambios globales y hemisféricos de los últimos tres lustros. Sólo la Carta Democrática de 2001 aparecía como un signo de actualización para una entidad que oscilaba entre la condescendencia y la irrelevancia. El prolongado declive de la OEA pareció llegar a su fin, sin embargo, cuando el chileno José Miguel Insulza fue elegido secretario general. La elección de Insulza en 2005 resultó, en sí mismo, un acontecimiento interesante: fue, de hecho, el primer candidato regional. El candidato de Washington –el canciller de México, Luis Ernesto Derbez– fue derrotado. Sin embargo, esos triunfos pueden no durar. Un ejemplo ilustrativo es de Boutros Boutros-Ghali, secretario general de las Naciones Unidas entre 1992-96. Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad –en particular, Francia– lograron imponer su elección; algo que no complació a Estados Unidos. Durante cuatro años, la burocracia en Washington (durante Bush padre y Clinton, por igual) hizo todo lo posible por frustrar el desempeño de Boutros-Ghali. Finalmente, Estados Unidos vetó su reelección e impuso a su candidato preferido en 1996: Kofi Annan Un dato clave para entender la encrucijada en la que se encuentra la OEA es comprendiendo el papel de Venezuela. Después del fallido golpe de 2002, Hugo Chávez retornó al gobierno con un programa radicalizado de cambios institucionales. Su propósito fue refundar el sistema sociopolítico en Venezuela y crear el socialismo del siglo XXI. Y como expresión de su ethos revolucionario más allá de las fronteras nacionales, organizó la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA); un ámbito de integración que ya no puede ser visto como un fenómeno marginal. Sus miembros actuales son Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Dominica, San Vicente y Granadinas, Antigua y Barbuda, y Honduras. Paradójicamente, la acción diferenciada, pero concurrente, del ALBA y de Brasil más la Argentina, junto a los propios reacomodos en Estados Unidos, confluyeron para que el Area de Libre
Comercio de las Américas (ALCA) no se concretara el 1° de enero de 2005, tal como estaba previsto. Sin embargo, Chávez admitió que el ALBA fue el principal causante del fracaso del ALCA. Ahora bien, en los últimos cuatro años las tensiones hemisféricas no decrecieron y las condiciones de polarización interna en los países de América latina y el Caribe se agravaron. La llegada al gobierno de Barack Obama representó la expectativa de un giro moderado en las relaciones interamericanas. La reciente V Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago
La condena del golpe en Honduras fue rápida, pero después el papel de la OEA se diluyó e Insulza quedó al margen de las negociaciones mostró un cambio en el discurso, pero el documento final del cónclave no tuvo consenso –en gran medida, debido a la posición de los gobiernos del ALBA– y jamás se proclamó. Tiempo después, la reunión anual de la OEA en Honduras tuvo como eje la cuestión de Cuba. La resolución final puso de manifiesto un compromiso táctico entre la región y Washington: se levantó la suspensión original, pero el reingreso de La Habana dependerá de acciones que emprenda el gobierno de la isla. En todo caso, ni los más militantes del ALBA ni Estados Unidos quedaron satisfechos. La labor prudente y discreta del ABC (Argentina, Brasil y Chile) más México facilitó que la reunión no resultara un fiasco. Llegamos así al 28 de junio, cuando se produjo el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras. La OEA fue rápida y categórica en su repudio a la acción ilegítima de los militares hondureños. El secretario Insulza asumió una diplomacia activa y de alto perfil para que se restitu-
yese al presidente depuesto. La secretaria de Estado, Hilary Clinton, a pesar de su vacilación inicial, acompañó la postura de la región. El Pentágono mantuvo un silencio que resultó elocuente, teniendo en cuenta que en Honduras funciona una base área (Soto Cano), a cargo del Comando Sur. Obama, por su parte, calificó de “golpe” lo sucedido y pidió que Zelaya fuese restituido en el cargo. Pero muy rápidamente Clinton desactivó el eventual papel del secretario de la OEA y neutralizó otras opciones disponibles al proponer la mediación del presidente de Costa Rica, Oscar Arias. Pocos parecen, entonces, satisfechos con el papel de la OEA. Los países del Cono Sur se han replegado en exceso, en especial, Brasil; los del ALBA apuntan sus críticas ya no sólo al presidente de facto, Roberto Micheletti, sino a la administración estadounidense, por no ser más asertiva en la adopción de medidas categóricas contra los golpistas; los de Centroamérica están atónitos y temerosos (en particular, en Guatemala y El Salvador) por el precedente que sentó, por un lado, el golpe y, por el otro, por la variopinta posición de Estados Unidos; los sectores de derecha en el continente se muestran irritados con el despliegue de Insulza y Washington siente que la organización sobrerreaccionó y no encontró una vía eficaz para resolver la situación. Con este panorama, un prolongado impasse en el caso hondureño o la inviabilidad de la restitución del presidente Zelaya pueden conducir a exacerbar las tensiones hemisféricas. Una de ellas podría derivarse del hecho de que uno o varios países del ALBA decidan elevar sistemáticamente su crítica de la organización y amenazar, tácita o explícitamente, con su abandono de la OEA. Si esto ocurriese, la organización sufriría una fractura difícil de revertir. Seguramente, Washington no festejará ese hecho, pero tampoco hará mucho por revitalizar la entidad.
Si el golpe de Estado queda impune se estaría en la antesala de un eventual cisma en las relaciones interamericanas. La concurrencia de objetivos estratégicos antagónicos entre varios miembros de la organización; la incapacidad política de mediar y negociar intereses divergentes entre las principales cancillerías del continente y una secuencia de manejos burocráticos inadecuados, en particular de Washington, pueden culminar en una crisis institucional de la OEA. En el mismo momento en que el sistema internacional ve la parálisis de ciertas
Seguramente, Washington no festejará una fractura de la entidad interamericana, pero tampoco se esforzará mucho en revitalizarla entidades como la ONU y la OMC, la readecuación de espacios regionales como el caso de la ampliación de la Unión Europea y la creación de la Organización de Cooperación de Shanghai (China, Rusia, Kazajstán, Kirguiztán, Tadjikistán y Uzbekistán) y el surgimiento de nuevos ámbitos de influencia como IBSA (India, Brasil y Sudáfrica), el BRIC (Brasil, Rusia, India y China), entre otras, nuestro hemisferio no encuentra un modo de articular intereses, valores y objetivos. Ni el panamericanismo ni la Doctrina Monroe tienen vigencia, pero tampoco la tiene un modo de convivencia que permita que el bienestar colectivo y el pluralismo efectivo se puedan arraigar. En este contexto, el eventual fracaso de la OEA sólo corroboraría el tamaño de la encrucijada continental. © LA NACION
El autor es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella
DIALOGO SEMANAL CON LOS LECTORES
Una edad difícil, pero no dolorosa “E
N la columna del lunes pasado, usted dijo que ciertos psicólogos y psicoanalistas, no contentos con haber inventado que adolescente venía de dolor, habían inventado una etimología también para adicto. Si adolescente no viene de dolor, ¿de dónde viene?”, pregunta Estela M. Lobato. Las etimologías pueden servir para descubrir no la verdad de los objetos, sino cómo entendían los objetos los que les dieron los nombres. Si adolescente viniera de dolor, eso no significaría que la adolescencia es una edad dolorosa, sino que los que así la nombraron la relacionaron de alguna manera con el dolor. Y, en este caso, la relación la habrían establecido los romanos, pues nosotros no inventamos la palabra, sino que la recibimos “llave en mano”. Pero la relación no la habrían establecido con esa edad conflictiva que nosotros llamamos adolescencia, porque adulescens (o adolescens), la palabra de la que proviene nuestro adolescente, no denota en latín lo mismo que en español, sino que designa a una persona desde los quince o diecisiete años hasta los veinticinco, treinta o más, incluso a veces hasta los cuarenta. Cicerón la usó una vez para hablar de sí mismo cuando cónsul, es decir, a los cuarenta y tres años. Si adolescente viniera de dolor y ese hecho condenara la adolescencia al dolor, el hombre, a cualquier altura de su vida, estaría igualmente condenado: de niño como prole y como alumno en la escuela,
en la adolescencia y en la edad adulta, y, si hablara alemán o inglés, también de viejo (alt, old). Todas esas palabras que escribí en bastardilla tienen la raíz de adolescente. Pero no la de dolor. Y adolescente tampoco. El error se origina en la creencia de que adolescente deriva de nuestro verbo adolecer (‘tener una enfermedad, un defecto o una carencia’), que sí tiene la raíz dol-, de dolor. Adolescente viene de un verbo latino, adolescere o adulescere, que, si se hubiera conservado, habría dado también adolecer, pero que no se conservó. Adolescente mismo es un cultismo que no sufrió los cambios fonéticos de la lengua. Quevedo, en su Aguja de navegar cultos con la receta para hacer Soledades en un día (“Quien quisiere ser culto en solo un día / la jeri aprenderá gonza siguiente…”) lo incluye en la “jerigonza” que empleaban los poetas gongorinos, como consonante de siguiente. La raíz del verbo adolescere o adulescere no es dol-, sino ol-/ul-/al-. Este verbo significa ‘crecer, madurar, hacerse grande’. El participio presente adulescens o adolescens se aplica al individuo que está creciendo o madurando. De otra forma de ese verbo, adultum, sin el sufijo -sc- (que indica el progreso de la acción), viene adultus, que se aplica al individuo cuyo crecimiento ya ha concluido. También tienen esa raíz los sustantivos prole (‘lo que crece hacia adelante’) e índole (‘lo que crece adentro’), el verbo alimentar (‘hacer crecer’), el adjetivo alto (etimológicamente,
LUCILA CASTRO LA NACION
‘alimentado’), el sustantivo alumno (‘lo que es alimentado’), y el inglés old y el alemán alt (‘viejo’). Suramericanos Escribe el ingeniero Oscar E. Fontán: “Si bien disto mucho de ser un purista del idioma, me permito molestar su atención por cuanto entiendo que la dirección opuesta al Norte es el Sur (y no el Sud), pero como prefijo la forma que se utiliza normalmente es sud-, como en las voces Sudáfrica, Sudeste, etcétera. Un poco extrañado, veo en la edición del lunes 10 que se ha creado «la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur)», utilizando como prefijo sur-. ¿Es correcto?”. Sí, es correcto. Si bien como prefijo la forma más usada es sud-, la forma sur- también es correcta y, en este caso, es preferible porque al final de palabra
es más común la terminación -r y esto permite formar el acrónimo Unasur. Digamos, de paso, que como forma suelta sur es la más frecuente, pero sud también es correcta. ¿Balones que comen? “En el artículo «Madre de estrellas» (Revista del día 2), donde se entrevista a Beatriz Chomnalez, la maestra de grandes cocineros cuenta que en treinta años nunca repitió un menú, salvo alguna reinterpretación. Y aquí el error de la cronista, que transcribe: «…como de una carbonada flamenca a una carbonada de los balones». Seguramente Beatriz Chomnalez se refería a las variantes que hizo en el menú cuando este estaba destinado a personas de la región de Flandes (flamencos) y de la región de Valonia (valones), las dos grandes regiones del Reino de Bélgica”, escribe Valerio Yácubsohn. Los síes y los noes Escribe Hugo Gio: “En el comentario de Joaquín Morales Solá del domingo 2, dice lo siguiente: «En la conferencia de prensa posterior de Fernández y de Débora Giorgi, [los integrantes de la Mesa de Enlace] se desayunaron de todos los noes que les habían asestado». Quisiera saber si la palabra no, además de ser adverbio, también se puede usar como sustantivo y, en ese caso, si es correcto su plural”. Como el adverbio sí, que puede sustantivarse en el sentido de ‘respuesta afirmati-
va’ (El sí de las niñas; dar el sí), el adverbio no también puede usarse como sustantivo en el sentido de ‘respuesta negativa’ (o “no positiva”, como se dice ahora). El plural de sí es síes y el de no es noes. Este plural es una excepción, pues por regla general los sustantivos terminados en -o tónica forman el plural agregando -s (por ejemplo, dominós y burós).
El Aleijadinho “El domingo 9, en la sección Turismo, el excelente actor Luis Brandoni dice: «En Ouro Preto se encuentra, además, la mayor parte de la obra de un artista barroco extraordinario que fue el Alejandrinho (1738-1814)». Me animo a corregirlo. Ese gran artista se llamaba Antonio Francisco Lisboa y fue conocido como Aleijadinho (en portugués, «el Lisiadito»)”, escribe Natalia Kohen. En el mismo sentido escriben Luis Armando Ruiz y Ariel Sánchez, que agrega: “Como bien señala Brandoni, había perdido las manos y los pies debido a la lepra, y de ahí el nombre con que se lo conocía”. Si, como dice Sánchez, Brandoni conocía la razón del sobrenombre, posiblemente el error no haya sido suyo, sino de alguien que creyó que el actor se había equivocado, y quiso arreglarlo. © LA NACION Lucila Castro recibe las opiniones, quejas, sugerencias y correcciones de los lectores por fax en el 4319-1969 y por correo electrónico en la dirección
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