Cuando la patria es Maradona Una estatua para Cabandié

ficar del “mejor presidente de la historia”–, también ha coincidido ... Mundo tuvo su parte benéfica más que nada por lo emblemática ... ca (también patriotera o planetaria, según se mire) que .... del siglo XIX para hacer nuestra propia nación y ...
98KB Größe 6 Downloads 60 vistas
NOTAS

Viernes 9 de julio de 2010

PARA LA NACION

S

OMOS libres de España. Somos herederos eternos de España. Superamos sus cadenas políticas y su monopolio económico. Disfrutamos su lenguaje, el más preciado de los tesoros, que quedó para siempre en estas tierras. Fuimos su dominio. Pero también su gloria y su obra maestra. Hubo crueldad y avaricia en la conquista y en la colonización. Un pueblo que respiró el Islam, el judaísmo, el catolicismo, a los íberos, a los celtas y a Roma fue nuestro centro y nuestro cetro. Se podrán discutir la barbarie y las bondades de una acción guiada por el Evangelio y el oro. Pero nadie con sentido común podrá acusar de mediocres a sus protagonistas y a su legado. Fuimos parte de un imperio. Pagamos un alto tributo por ello. Pero también recibimos riquezas, leyes, valores y tradiciones que, precisamente, inspiraron las luchas de nuestros padres fundadores, que comenzaron una revolución para modificar vínculos, no para cortarlos. España ha sido para nosotros la vanguardia y el atraso. Ha sido Cervantes y la Inquisición. Fue la mita y Bartolomé de las Casas, y también ilustró a San Martín y a Belgrano. Moldeó la destreza de la espada del Libertador y cultivó entre sombras la pluma ilustrada del creador de la Bandera. Luchamos contra su ejército realista, pero no contra el padre Suárez y su doctrina, que nos dio la Revolución de Mayo que celebramos

España ha sido para nosotros la vanguardia y el atraso. Ha sido Cervantes y la Inquisición con justa devoción bicentenaria. Los echamos en las primeras décadas del siglo XIX para hacer nuestra propia nación y volvieron por millones, convocados por nosotros mismos, para ayudarnos a hacer nuestra propia nación. Derramamos sangre para separarnos y lágrimas cada vez que nos sentimos demasiado lejos. Buenos Aires respira zarzuela y Madrid suda tango. La Guerra Civil transitó la Avenida de Mayo, Evita iluminó la península con la Gira del Arco Iris y Perón residió en Puerta de Hierro, desde donde devolvió, temporalmente, la toma de decisiones a Madrid. Unamuno nos contagió su “sentimiento trágico de la vida”, Miguel Hernández nos sigue emocionando con sus versos por la voz del Nano, los muchos “Manolitos” quedaron tiernamente reflejados por la genialidad de Quino y, al menos para los porteños, Almodóvar y Alex de la Iglesia nos hacen pensar con la acidez que tanto nos identifica. Por todo ello, y por un listado interminable de vínculos eternos, celebramos la Independencia y celebramos a España (más coyunturalmente, pero no menos importante, nos vengaron justicieramente de los alemanes). El 9 de Julio es el día de nuestra independencia. Y también una fecha propicia para darle las gracias a nuestra “Madre Patria”. Viva la Independencia. Viva España. ©LA NACION

El autor es vicepresidente del Banco Provincia

25

EL PODER ANTE LA EMOCION NACIONAL QUE DESPIERTA EL FUTBOL

Viva el 9 de Julio y viva España GUSTAVO MARANGONI

I

Cuando la patria es Maradona PABLO SIRVEN LA NACION

M

ARADONA y Perón ¿son un solo corazón? Parecería que sí. Es que el todavía DT de la frustrada selección nacional lleva tanto pueblo concentrado en sus venas, es tan intuitivamente barrial en sus genialidades como en sus miserias que, lo quiera o no, representa la idealmente imaginable esencia peronista más pura. No por casualidad, en la década pasada otro presidente justicialista, Carlos Menem, lo quiso tener bien cerca para la campaña Sol Sin Drogas, aun en un momento en el que Diego Maradona no estaba preparado para defender ese eslogan coherentemente con su propio proceder. A pesar de lo antagónico que al matrimonio Kirchner le gusta presentarse respecto de Menem –al que, sin embargo, Néstor Kirchner cuando era gobernador solía calificar del “mejor presidente de la historia”–, también ha coincidido con el ex mandatario riojano en la devoción contradictoria por el hombre que salió de niño de Villa Fiorito a convertirse en leyenda. Nadie puede desconocer la infinidad de alegrías que Maradona brindó desde la cancha durante su brillante carrera de futbolista. La sola presencia de tan gigantesco mito viviente al costado de los campos de juego donde la Argentina intentó labrar su fallido camino hacia la codiciada Copa del Mundo tuvo su parte benéfica más que nada por lo emblemática, así no hubiese hecho nada. Si a la distancia y por televisión a los espectadores nos emocionaba que estuviese allí, ¿cómo no pensar que para los 23 jugadores que vistieron nuestra casaca ver al costado a “Diegol” –feliz invención de Víctor Hugo Morales al correr de su memorable relato del mágico tanto que Maradona anotó contra los ingleses en el Mundial del 86– fue de un impacto espiritual y psicológico formidable? Pero quedó claro que no alcanzó. Hubo, desde ya, una sobreexigencia de todos para que Maradona expresase como técnico el mismo genio inalcanzable que supo tener como jugador. Como eso no era ni es posible, él odia sentir esa presión y en cuanto puede se la saca de encima de la peor manera posible. Unicamente podía garantizar magia, no sistema. Pero la magia, sin milagros, es sólo una promesa inútil de la que se burlan los agnósticos. Acostumbrado a los fans incondicionales, Maradona se encabrona cuando descubre que en su rebaño hay ovejas poco dóciles y hasta descarriadas. Por eso sólo les habla a los creyentes de su religión. No acepta a contrarios: los “ateos” son arrojados al infierno (el infierno no es un lugar con fuego, lo que tiene de atroz es justamente no poder acceder a Dios). Agnósticos y tibios también quedan afuera. O se recita sin discutir el evangelio maradoniano o… mejor buscar la salida más próxima. Es increíble lo que logra un Mundial en el ánimo del planeta. Es una bellísima sublimación de las ínfulas agresivamente competitivas de los países que a veces llegan hasta la guerra más despiadada o imponen injustos intercambios comerciales o financieros con tal de aplastar al otro. En los mundiales hay algunos ritos bélicos –banderas que flamean, himnos que se cantan, colores que se defienden, “ejércitos” que se enfrentan, “batallas” que se libran, etcétera– que aluden, lejanamente, a esa pulsión tan tremenda, pero tan humana, de querer pasarle al otro por arriba. Y lo que eso produce en cada nación, televisión mediante, es directamente indescriptible: todos pensando y sintiendo lo mismo y al unísono, con el pecho hinchado de temores y emociones; estrujados cada vez que la pelota golpea en el travesaño de cualquiera de los dos arcos; enronqueciendo con el grito de gol cuando se incrusta contra la red del equipo rival.

Todos los poderes, no sólo los públicos, sino también los privados, desean “pegarse” a ese particular estado de emoción patriótica (también patriotera o planetaria, según se mire) que inevitablemente nos embarga a todos en cuanto el balón empieza a rodar en el marco de esa coreografía y puesta en escena únicas que, inevitablemente, nos erizan la piel. Las grandes marcas están allí hablándoles directamente a nuestros ojos y oídos para que se nos mezclen en la profundidad de nuestro exaltado inconsciente y nos dejen una huella indeleble. Así también los gobiernos pretenden capitalizar a su favor esa conmovedora suspensión de la razón donde todos vibramos al mismo tiempo en idéntica sintonía. Y aspiran a que ese fenómeno dure lo máximo posible. Es una ilusión vana: el clímax sexual conmociona no sólo por las gratas sensaciones que produce, sino por su sentida fugacidad. La felicidad, tantas veces confundida con el apetecido estado de bienestar personal, también tiene esa impronta de chispazo que nos conmueve más allá de lo normal: el primer beso de enamorados, el abrazo en un reencuentro inesperado, el “mamá” o “papá” balbuceado por nuestro primer hijo. Los momentos mágicos son exactamente eso: instantes irrepetibles, como una estrella fugaz que cuando nos deslumbra ya se ha esfumado de nuestro campo de visión. Los gobiernos, cuanto más autoritarios son, buscan con obsesión recrear burdamente lo imposible: que el estado de felicidad nacional se conserve de manera permanente. ¿Cómo?: con un discurso único, afectado y férreo que habla desde lo formal y lo burocrático, halagando en la verborragia superficial lo que no se concede de verdad en los hechos.

Para sostener lo insostenible se requiere un complejo y oneroso andamiaje que incluye clientelismo demagógico en las capas inferiores de la sociedad, y publicidad oficial en cantidad para favorecer a los medios de comunicación amigos y asfixiar a los enemigos retaceándosela, de manera de adormecer las ínfulas intelectuales y el esnobismo inestable de la clase media urbana. Además, se les hace imprescindible contar, en un manojo bien apretado, con los hilos que manejan la justicia y las fuerzas de seguridad. Por último establecen alianzas indestructibles con los dueños y hacedores de la producción (empresariado y sindicatos).

Fue curiosa la compleja operación de transfigurar una derrota categórica contra Alemania en una suerte de triunfo Las dictaduras, por su naturaleza arbitraria (no tienen que rendirle cuentas a nadie), son las que se creen en condiciones de implementar el experimento para siempre (aunque no hay mal que dure cien años). Salvando los abismales precipicios que separan un totalitarismo de un sistema democrático imperfecto como el que tenemos, debe consignarse que aquí, especialmente a partir de las celebraciones por el Bicentenario, se pretende capitalizar hacia el oficialismo esa ola de fervor y unidad que circuló en el feriado interminable del 25 de Mayo, se extendió a partir del comienzo del Mundial y que ahora entronca con el nuevo feriado largo patriótico del 9 de Julio que

arranca hoy (el mes que viene tenemos otro aniversario redondo: los 160 años de la muerte de José de San Martín). Para ratificar la tácita alianza que se ha dado desde el lanzamiento del Fútbol para Todos (AFA/Maradona/kirchnerismo), hoy es imposible debatir las estrategias del director técnico de la selección sin que en segundos salten a la yugular los fanáticos maradonianos, sea cara a cara o en la Web. Hoy, quien intente discutir a Maradona es un traidor a la patria, un amargo, un mercenario al servicio de oscuros intereses, alguien que en definitiva no merece llamarse argentino. Sin ser explícitamente kirchnerista, en lo que coincide profundamente el mejor 10 de la historia con los actuales habitantes de la residencia presidencial de Olivos es en cierta manera altanera de ejercer el poder, de relatar la historia desde un lugar infalible donde el que opone algún tipo de resistencia es susceptible de ser vituperado, humillado y puesto bajo sospecha. Y se parece, muy especialmente, en la común adversión que tienen hacia el periodismo, que en vez de arrodillarse dócilmente a sus pies se atreve a discutirlo. Pero si Maradona tiene algo de divinidad es que se autoabastece en su propia iglesia, cree en él por sobre todas las cosas, y cualquier “ismo” que se cruce en su camino es apenas un avatar temporal con el que puede establecer, en el mejor de los casos, una alianza pasajera y olvidable en el tiempo, y reemplazable, incluso, por una de signo contrario, como lo prueba el corto camino que lo llevó de Menem a los Kirchner. Si pasado mañana hubiésemos tenido la inmensa fortuna de levantar por tercera vez en la historia la copa, habría sido inevitable que el Gobierno hubiese querido capitalizarla como un triunfo político propio, un gol más que podría haberlo acercado un poco más a ganar su propio campeonato, en las urnas de 2011. Pero nos tocó irnos antes de tiempo, aunque eso no es lo que más llama la atención en un torneo donde empiezan compitiendo 32 equipos y sólo uno se consagra campeón. Lo que resultó curioso es la compleja operación de transfigurar una derrota tan categórica como la que sufrimos frente a Alemania en una suerte de triunfo del campeonato mundial de la adversidad. La afirmación tan suelta de cuerpo de Maradona no bien terminó el partido que perdimos abrumadoramente por 4 a 0 –“éste es el fútbol que le gusta a la gente”– plantea un inefable caso de paradójica negación de la realidad. Esa manera de jugar acababa de mostrar ante el mundo un fracaso indisimulable, que el triunfo de España sobre Alemania hizo aún más notable. El “operativo resurrección” estaba en marcha. La multitud que, aprovechando la jornada dominguera, se acercó a recibir la llegada de la selección al país, inyectó nuevos bríos a los alicaídos ánimos del Gobierno, que recordó su propia derrota electoral del 28 de junio del año pasado y cómo la fue remontando hasta ahora. Gobierno y adictos, pues, cerraron filas alrededor de Maradona para acelerar el “relato” de la épica de la derrota, como peldaño hacia nuevas victorias. Entremezclar las emociones aluvionales y confusas que representa Maradona para la gente con la obsesión K de contar con el beneplácito popular incondicional sigue siendo una de las prioridades del momento. “Aguante Maradona, aguante Argentina también”, vibró la Presidenta. Hasta propusieron levantarle un monumento. ¿Alguien puede imaginar el paroxismo al que se hubiese llegado en la victoria? © LA NACION

Una estatua para Cabandié CARLOS REYMUNDO ROBERTS

N

O puedo más que aplaudir la original, oportuna y sensible propuesta del diputado kirchnerista porteño Juan Cabandié de erigir una estatua en honor (A) de Diego Maradona. Tan sensata e inteligente me parece la idea, que al enterarme me embargó una sensación de resentimiento hacia nuestra clase política: ¿cómo es que a ningún dirigente se le ocurrió antes? ¿En qué están pensando tantos concejales, intendentes, gobernadores, diputados y senadores, que a nadie se le pasó por la cabeza algo tan útil y necesario? ¿Cómo es que ningún embajador, en vez de estar mandando inútiles cables reservados sobre misiones diplomáticas paralelas, ha sugerido la construcción de monumentos a Maradona en las decenas de países en los que el técnico de nuestro seleccionado es querido y admirado? Lejos de tomárnosla a la ligera, la iniciativa de Cabandié nos debería hacer reflexionar como sociedad y como país. ¿No habrá muchísima gente con la que hoy convivimos que merezca su estatua? ¿Tenemos que esperar a que mueran para acordarnos de rendirles tributo? ¿No habrá otros Maradona, quizá no tan resplandecientes, que desde distintos ámbitos estén haciendo sobrados méritos como para que vayamos pensando en su efigie? Estoy convencido de que, a poco de mirar, nos encontraremos con muchos

LA NACION

estatuables, es decir, gente que debería tener ya mismo su sitial en avenidas, plazas, parques y escuelas. Sin pretender agotar la nómina, humildemente presentaré mis propuestas. En el primer lugar de la lista pongo al propio Cabandié. Es posible que él se resista, pero una persona a la que se le ocurre hacer una estatua de Maradona ya ha hecho suficiente, pienso, para tener un lugar en el mármol. Aunque no hiciera ninguna otra cosa en su vida, su existencia

Una persona a la que se le ocurre hacer una estatua para Maradona ya hizo suficiente para tener un lugar en el mármol ya estaría justificada. Cabandié es un caso muy poco común de legislador que, despegándose de las cosas terrenas y vulgares que todo el mundo reclama –los hospitales, la seguridad, la educación–, eleva la mira, pone sus ojos en el más allá y rompe los moldes con una sugerencia realmente innovadora. ¡Ese es el tipo de diputados que el país estaba necesitando! ¿Dónde ubicar su estatua? ¿En la Legislatura, en Puente La Noria (cerquita

de la de Diego), frente a una Facultad de Filosofía y Letras? Ya se verá. Otra persona digna de mirarnos a todos desde arriba es Julio Grondona. Tantos son sus méritos, y tan conocidos, que no viene al caso repasarlos. Sólo déjenme decir que, así como detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer (máxima recalcitrantemente machista), detrás de un técnico de la selección argentina inventado siempre hay un presidente de la AFA que se divierte inventándolo. Julio es grande, grande de verdad. Desde su eterna sabiduría, pareció decirnos a todos el año pasado: “Mi obra cumbre será ser campeones del mundo... ¡con Maradona!” No lo consiguió, pero no pueden negársele convicción e intrepidez. Sabio, sí, y humilde: después de la eliminación, informado de que una multitud agradecida esperaba al equipo en Ezeiza, no quiso llevarse ni una parte de la gloria y se quedó en Sudáfrica. Su estatua ya tiene lugar: la AFA, el edificio de la AFA de la calle Viamonte, y una réplica en el predio de la AFA de Ezeiza, otra en la FIFA, otra en... Es decir: si un día, Dios no lo quiera, él dejara la presidencia, que al menos podamos tenerlo a mano en un pedestal. Porque no estoy nada seguro de que en el fútbol argentino haya vida después de don Julio. La tercera estatua que se me ocurre es la del pulpo Paul. Antes de que se consi-

dere esta propuesta como una broma o una extravagancia (y, por lo tanto, una irrespetuosidad si se la compara con la de Cabandié), la voy a explicar. Los argentinos estábamos ilusionados con que teníamos el mejor técnico y el mejor seleccionado, hasta que los alemanes nos golearon y nos tuvimos que volver, humillados y tristes como barrabravas deportados. Pues bien: como no es nada agradable tener que reconocer que nos equivocamos fulero, que somos excesi-

Otro hombre digno de mirarnos desde arriba es Julio Grondona. Tantos son sus méritos que no viene al caso repasarlos vamente triunfalistas, que los alemanes son mejores y que Diego como DT sigue siendo un gran jugador, mejor es pensar que no había forma de luchar contra el pulpo, que es como luchar contra las fuerzas de la naturaleza, contra la bravura de los mares y contra una deidad animal. ¡Paul nos reivindica! Finalmente, ni los propios alemanes pudieron con él, que se inclinó por los españoles y acertó. Pulpo a la gallega.

¿La mejor ubicación para su estatua? El puerto de Mar del Plata, la embajada de Alemania o la quinta de Maradona (esto sí es una broma). Finalmente, abogo por una estatua para Ariel Garcé. Para quienes no están interiorizados en las cosas del fútbol, es uno de los 23 jugadores del plantel que fue al Mundial. Una mirada superficial podría hacernos pensar que alguien que pasó prácticamente inadvertido no debería tener lugar en la galería de los estatuables. Pero una mirada más profunda nos demuestra que Garcé se sobrepuso a todo: jugando discretamente en Colón, que había tenido un mal año, y estando fuera de cualquier cálculo, integró la lista de los 23 y dejó afuera, como marcador de punta, nada menos que al Pupi Zanetti, capitán, líder y referente del Inter de Milán, que este año ganó el Scudetto, la Copa de Italia y la Liga de Campeones. Así, de la nada, Ariel viajó a Sudáfrica y hasta se hizo merecedor de carteles en las tribunas. Su monumento tiene un sólo lugar posible: frente a una Virgen de los Milagros. Cabandié, pues, nos ha puesto a reflexionar sobre las cosas realmente importantes. La premisa sería: más estatuas, más monumentos, más mármol. Eso es lo que necesitamos. En dos palabras: más Cabandié. © LA NACION