CIUDADANO POR UN DÍA (novela)

5 oct. 2009 - De repente, observa un grupo de gentes; jóvenes más bien alterados, y ...... Vamos; que precisamente no tiene un cuerpo “Danone” y no.
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CIUDADANO POR UN DÍA (novela) SERGIO FARRAS

NOVELA CIUDADANO POR UN DÍA PÁGINAS, 114 www.escritortremendis ta.blogspot.com 05/10/2009

Ciudadano por un día cuenta la historia de un desempleado en nuestros días de crisis. También es una crítica social, de esta sociedad estresante y globalizada que cambia tan deprisa. Escrita en forma de cómoda lectura, irónica y divertida. Todos nos podemos ver reflejados en esta aventura. AUTOR: Sergio Farras Todos los derechos reservados www.escritortremendista.blogspot.com www.sergiofarras.com

CIUDADANO POR UN DÍA El despertador suena a las seis de la mañana. El despertador suena insistentemente como una maquiavélica máquina infernal. La mente inconsciente de Pablo Gallardo, que estaba en la fase profunda del sueño, abre los ojos y da un bote en la cama que casi asusta. A casi nadie le gusta despertarse a las seis de la mañana si no es para irse de vacaciones o para pasar el día en una lúdica y entretenida actividad. Pablo Gallardo, que ya está medio despierto, aporrea la tecla de la campanilla del despertador y este deja de sonar. Un poco más y lo aplasta y todo. Comienza un nuevo día. Es un día lluvioso, un frío día de otoño; un día triste con un punto de melancolía. A Pablo Gallardo le daría lo mismo despertarse a las seis, que a las diez, que a las doce…, total, Pablo Gallardo es uno de tantos parados en este país de desaceleración económica que es el nombre técnico que los políticos llaman a las crisis de cojones, aunque intenten desmentirlo culpando a la globalización y al calentamiento del planeta, confundiendo al ciudadano sensible de ideas. Porque como decía Hegel; el filósofo, el pueblo es aquella parte del pueblo que no sabe lo que quiere. Pablo Gallardo está en el paro. Bueno, mejor decir desempleados, para que las criaturas cojan confianza y se les eleve su autoestima. Y además, queda como menos etiquetados y parecen más

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de fiar. Pablo Gallardo tiene ya cuarenta y cinco años, hace dos que no tiene trabajo. Su mujer, no entendió muy bien su desdicha, y para añadir un poco a lo poco lo dejó por otro hombre; un vendedor de coches de segunda mano, un guaperas casi sin estudios pero que gana muchos euros. A veces, ya se sabe, el amor se mide con la vara del vil metal, sean ducados, escudos o euros. Su hija Irene, de veintidós años de edad y estudiante de tercero de derecho, se fue a vivir con su madre y el atractivo vendedor de pelo engominado. La chica pensó, que aparte de ir a la facultad por las mañanas, no tendría que trabajar por las tardes porque podía tener un coche de segunda mano y una pequeña paga semanal por dejarse tocar su culito de “lolita”, de tanto en tanto, por el guaperas que se acuesta con su madre. –Éste guaperas se ve que es muy vicioso-. Irene no le habla a su padre porque dice que es un desgraciado y un vago. Es difícil entender al desempleado; es difícil comprender sus miserias e infortunios. Pablo Gallardo le dijo a su mujer que la perdonaba si volvía otra vez con él, y ella, lo mandó a la mierda. Aparte de recordarle su patética existencia, le dijo que era un desgraciado y que la tenía pequeña. Hay amores que llevan al dolor y que son frágiles como el cristal. -¡Que te jodan desgraciado! -¡Pero yo, te seguiré queriendo!

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-Parece mentira; tan mayor y tan ingenuo. Pablo Gallardo ha decidido que hoy quiere vivir un día como una persona normal, como los demás; esos seres que van diciendo por ahí que son felices. A él le gustaría vivir como un ciudadano más, aunque sea sólo por un día. Hoy, no se emborrachará ni se pasará cuatro horas en el bar de la esquina hablando de futbol o mirando las páginas de la sección de relax del periódico con los amigotes. Hoy, no echará piropos groseros a las adolescentes ni escupirá al ciego que vende cupones en la esquina cuando pase por su lado. Ya se sabe, que la impotencia de los demás la suele pagar el que menos lo merece. -¡Maldigo a la madre del que sea! – decía el ciego Pablo Gallardo se mete en la ducha e intenta calibrar la temperatura del agua para que la fría sea coincidente y equilibrada con la caliente en una simbiosis placentera y de inocente vicio. La ducha de Pablo Gallardo no tiene monomando, y ha de hacer auténticas virguerías con ambos grifos para no quemarse. Pero hoy, a él, estos pequeños inconvenientes le dan lo mismo. Hoy quiere sentirse especialmente radiante y feliz. Al salir de la ducha se dispone a afeitarse y se hace un par de pequeños cortes en la cara, porque se ve, que la cuchilla está un poco gastada, pero no pasa nada, hoy tiene que ser un día diferente cargado de positivismo. Pablo se

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viste con traje y corbata que no utilizaba desde que una sobrina suya se casó hace unos cuatro años. Una vez bien embutido en el traje, comprueba que con el paso de los años ha desarrollado un abdomen prominente y más que prometedora barriga, cosa que no le ha de quitar magia a tan prometedor día. Tampoco hay que ir provocando a la gente en esta sociedad preocupada más por la estética que por las habilidades que uno pueda demostrar, pues la razón ignora la falsa vanidad. Bien repeinado con gomina, duchado, afeitado y con un par de cortes en la cara, sale a la calle. La lluvia es chispeante y abundante; es ese tipo de lluvia que jode a la gente y que pica cuando se estrella contra la cabeza si se ha olvidado uno el paraguas. Pablo Gallardo le da los buenos días al vecino de arriba que viene de trabajar del turno de noche. Éste lo mira de reojo y no le contesta palabra. Pablo no le da importancia porque lo más probable es que el hombre venga cansado y no esté para muchas hostias. El día debería comenzar con una sonrisa y un abrazo, sería bonito de ver que la gente se abrazara sin conocerse de nada, con naturalidad, sin vicio. Recién salido del portal de su casa aspira una bocanada de aire; un aire viciado por los tubos de escape de los coches, del autobús municipal, del camión que descarga en el súper, de los ciclistas que van por la acera

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esquivando peatones, de los que hablan con el móvil y chocan entre sí, del viejo que escupe y expectora en la acera. Pero que a él hoy todo le sabe a bien porque ha decidido cambiar de actitud. El aire de la ciudad no es como el aire de los Pirineos, pero le sabe a bien, porque no hay nada más bonito que comenzar el día con entusiasmo y por la divinidad del querer vivir. Pablo Gallardo anda por la calle y la gente va encogida, también es verdad que el clima no invita a ningún desfile “fashion”-, pero él, sintiendo el bienestar de aventurar la vida, y con una burlona sonrisa dibujada en la cara, se dirige al bar de la esquina que está bastante lleno para tomarse un café y un “croissant”. Pablo Gallardo entra en el bar y da los buenos días en voz alta; unos buenos días genéricos para poder compartirlos con todos, pero nadie le contesta. Pero él no se ofende porque sabe que es difícil saber lo que la gente tiene dentro de la cabeza a esas horas de la mañana. El camarero le dice: -¿Qué será? -¡Buenos días! - Eso ya lo acaba de decir hace un momento y chillando. ¿Qué si va a tomar algo o nos pasamos la mañana saludándonos?

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-Je, je…, es usted un camarero muy simpático. Un “cafetito” y un “croasantito”. -¿En un “platito”? -Sí, “porfa” El camarero no acaba de fiarse mucho de la felicidad que irradia Pablo Gallardo. Los que van felices por la vida a primera hora de la mañana son sospechosos de tomar alcohol o algún tipo de sustancia estupefaciente. Pero hoy es un día diferente. Hoy es un día para disfrutarlo como un auténtico ciudadano. Porque de momento, ser feliz y estar en el paro a la vez, no es delito punible y Pablo quiere practicar la nobleza de la humildad y la sencillez sin perder el entusiasmo. Pablo Gallardo, que ya se ha tomado su tentempié matinal, sale del bar con una sonrisa pensando que hoy, aunque llueva, las flores están hermosas. – En esto de las sonrisas tan malo es pasarse como hacer corto-, y se dispone a tomar el metro como aquel que va a trabajar, mientras en la calle sigue lloviendo con esa magia que caracteriza a la lluvia urbana y cosmopolita que empapa las vestimentas y cabrea al que se moja. Ya en la entrada del metro, -en las taquillas-, una larga cola de gentes acceden por las máquinas automáticas dispensadoras de billetes. Una 7

señora se cuela; el taquillero mira hacia otro lado y se oyen insultos de la multitud. -¡Señora, pague billete como todo el mundo! -¡Váyanse a la mierda chivatos! La sociedad no acaba de llevarse bien. A veces recurre a su primitivo y arcaico estado y no acaban de entender el raro ingenio de sus semejantes; es como un instinto de conservación que activa los mecanismos de defensa. Los viajeros del metro caminan por los pasillos con paso ligero por los andenes, parecen nómadas. Sin embargo Pablo Gallardo, -que no quiere que se le tuerza el día-, sonríe al que le mira e intenta ayudar a una chica con exquisitos modales que va arrastrando unas maletas y que se asusta porque pensaba que le iban a robar. Pablo Gallardo, de pie en el andén, espera a que aparezca el convoy del metro que le lleve camino de ningún lado. Total, como está en el paro, tampoco tiene importancia en la parada en que se baje. Ya dentro del vagón la gente va apretada y unos se rozan con otros. Unos intentan rozar demasiado y todo. Los alientos de los pasajeros se mezclan sus caras de sueño; caras de conformismo, miradas suspendidas en el aire, como perdidas, mirando hacia la nada. Otros con unas miradas fijas y las pupilas de los ojos vidriosas, estoicas posiciones con silenciosa 8

desesperación. Un señor cincuentón mira descaradamente el escote de una estudiante, un carterista intenta cometer un hurto para hacer el día, un señor leyendo el periódico y vestido de “Armani” es observado por unos obreros con mono y bocata envuelto en papel de plata en mano que le intentan leer por detrás de la nuca, un bebe en los brazos de una mujer vomita leche lactante encima de un pasajero. -¡Señora, joder! Mi cazadora nueva. - ¡Uy!, perdone. Ya sabe, los niños… -Yo no sé nada. ¡Asco de niños! Seguro que es usted inmigrante. ¡Claro!, así va el país. Pablo Gallardo, que contempla tan tierna escena de convivencia y de saber estar social, sigue con su sonrisa y cree que la gente debería ser más tolerante sin emitir juicios de valoración anticipada que suele ser un mal inherente. Pablo es observado por unos pasajeros que se piensan que es raro de cojones con esa estúpida sonrisa en la cara. A la gente, a esas horas de la mañana, según que cosas no las entienden porque las neuronas no están todavía colocadas en su debido sitio. El convoy del metro se detiene en la estación de María Cristina, es una zona de clase alta y comercial de Barcelona. Pablo Gallardo decide bajarse del vagón; la gente sale como puede y otras luchan por entrar. A esas 9

horas

no suele haber sentimiento gregario ni excesivos protocolos,

alejándose de la senda de la convivencia. - Yo paso por aquí, así me muera. ¡Por mis cojones! -¡Antes de entrar dejen salir! ¡Coño! La gente tiene prisa y unos empujan a otros, -eso es falta de inmadurez social-, nadie quiere llegar tarde a donde va. Todos, menos Pablo Gallardo, que no sabe muy bien hacia dónde ir. Pero él, hoy, sabe que tiene que ser un gran día donde la alegría de vivir será su bien común. Nos acercamos a las ocho de la mañana. En la calle sigue lloviendo; sigue lloviendo con esa lluvia traicionera y molesta. Los trabajadores de la zona, que suelen ser oficinistas y dependientes de comercio, no creen en cuentos de hadas; ni en palabras elegantes, ni oratorias convincentes, que al final, sólo son idioteces. Porque saben que el sustento se gana día a día con el sudor de su esfuerzo. O como diría el maestro Pepe Rubianes… ¡Con el sudor de tu polla! Y lo peor de todo es que lo tienen asumido dejándose llevar por sueldos mileuristas donde el conformismo se ha convertido en un hábito asumido. Ya en la calle, Pablo Gallardo respira hondamente y sus pulmones se llenan de monóxido de carbono. Y piensa, dejando fluir la imaginación, en

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encontrar la dosis exacta para ser feliz y encarar su destino. Son cosas de la mente; un conjunto de emociones que normalmente le hacen discurrir. Un bohemio está tocando la guitarra en la calle y nadie le hace caso; está interpretando un bolero. Pablo pasa por su lado y le echa unas monedas, y arranca una sonrisa al guitarrista, que Pablo Gallardo le devuelve. Una sonrisa se ha de devolver con otra sonrisa y no esperar nada más a cambio. La gente se va incorporando a sus puestos de trabajo y producción. La sociedad ya se sabe debe de rendir, esto a veces, es de muy complicada comprensión y entendimiento para el anónimo ciudadano. Parece que la cara de la gente va cambiando a medida que va avanzando las horas, como asumiendo sus livianas vidas. Pablo Gallardo pasa por delante de usos escaparates de una tienda de trajes de novia; todavía recuerda la suya, donde le prometieron amor eterno, para lo bueno y para lo malo, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe…, ¡ja, ja! -Se ríe Pablo Gallardo por dentro de sí mismo-. Los divorcios suelen adelantarse a la muerte y se derrumban esbozos de amor que igual nunca llegaron a construirse, y que pueden acabar encima de la mesa de cualquier abogado matrimonialista.

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La lluvia da una tregua y las gotas de agua descansan en las nubes; el aire se hace por un momento más respirable, el tráfico es fluido y un autobús está a punto de atropellar a una señora porque el conductor iba distraído discutiendo con un pasajero que no le entraba el bono bus. -¡Cabrón, que estaba en verde para mí! -¡Si es que van como locos! – le dice Pablo Gallardo a la señora de unos treinta años que está bastante buena-. -¡Y que lo diga! ¡Mire como me ha puesto el vestido ese cabrón! Claro, como van a su puta bola. - Es imposible que el agua de chispeante lluvia pueda estropear tanta belleza, dado que vuestro cuerpo parece esculpido en arcilla por manos artesanas. -¡Vaya! –dice la chica treintañera- O es usted el más grande de los señores, o va borracho de buena mañana. - Es cosa difícil de explicar- dice Pablo - Pero hoy, sepa usted, que tiene que ser un gran día para mí. Hoy me siento feliz y extremadamente optimista. Y me haría muy contento si me acompañara usted en la hora del desayuno.

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-¡Pues mire!, no le voy a decir que no. Que caballeros como usted no es que abunden que digamos. ¡Coño!, ¿y por qué no? Ambos se dirigen a una cafetería cercana. Una cafetería con una decoración entre barroca y de “fashión café parisino”, con mucho glamour, y donde la selecta clientela se ve a la legua que es de pata negra. Pablo Gallardo y su nueva amiga entran en la cafetería. Se sientan en una mesa al lado de la ventana, que con sus cristales empapados por la lluvia que ha caído, le da un toque especial a tan casual encuentro. -Me llamo Susana y soy secretaria de dirección. ¿Y usted? - Me llamo Pablo Gallardo. Y hoy, soy muy feliz. -Ya. Habrá firmado uno de esos contratos importantes, ¿verdad? -Sí, un contrato conmigo mismo para poder disfrutar de todo lo que la vida me permita. -¡Caray! Usted sí que es un hombre con clase, de los que quedan pocos. -No crea, debemos de ser unos dos millones. -¿De ejecutivos? -No mujer, de parados. La señora se queda mirando a Pablo Gallardo con cara de pasmo. No sabe qué decir y piensa que le está haciendo broma. -¿Le apetece comer algo? – Le dice Pablo. -Hombre, pues sí.

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Pablo coge su portafolios; lo abre y saca de su interior un bocadillo, envuelto en papel de plata, y le dice a la señora que pone cara de que se le trague la tierra. -¿Usted gusta? Es de chorizo. La Señora se da cuenta de que son observados por el resto de la clientela que se arranca con sinuosas risas y señalando con la mirada. La señora treintañera quisiera que se la tragase la tierra, y los mares si fuera posible. La chica reacciona, y con un arranque de furia felina le dice a Pablo: -Ya decía yo tanta amabilidad y tanto trato cortés. ¡Usted es un desgraciado! -No señora, yo soy un desempleado. ¿Tomará café? La señora elegante que está bastante buena, y que creía que le había tocado la lotería al conocer a Pablo, ve que no rascará ni la pedrea. Se levanta de la mesa entre avergonzada y cabreada abandona la cafetería, por la misma puerta que entró, agachando la cabeza como un avestruz. Pablo no le da al hecho más importancia de la que él cree que tiene, se termina su bocadillo y se pide un café. El semblante de Pablo es tan sosegado y tranquilo que parece que el sentido del ridículo no va con él. Esto de hacer el ridículo es muy relativo y hasta discutible.

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Pablo sale de la cafetería dejando una estela, como la Aurora Boreal, que ilumina el alma para continuar con su relajante y distraído paseo por la ciudad. Él hoy quiere ser feliz como nunca. Pablo observa en el escaparate de una empresa de trabajo temporal, un anuncio de demanda de empleo que le llama la atención. Y que decía así: -Se precisa comercial de 25 a 40 años; vehículo propio, don de gentes, seguridad social, formación a cargo de la empresa, incorporación inmediata. Pablo Gallardo intenta probar suerte porque cree que está capacitado para realizar dicha ocupación y entra en el establecimiento con una sonrisa y una actitud positiva; que leyó una vez en un manual de superación personal. -¡Buenos días! -¡Buenos sean! Usted dirá. -Venía a informarme por lo del anuncio de demanda de comercial. ¡Creo que soy el hombre que buscan! -Ya…,¿usted qué edad tiene? -Cuarenta y cinco años bien llevados. Je,je. -¿Experiencia en el sector? -No, pero aprendo rápido.

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-Ya…, es que verá…, es que estamos buscando un perfil…, digamos…, más joven y más dinámico. - ¡Yo tengo el alma joven! -Ya…, pero nosotros no buscamos espíritus, no somos “médiums”, ¿sabe? De todas maneras déjeme sus datos, ya le llamaríamos. -¿Eso es un sí, o un no? - Eso es…, que ya le llamaríamos. -Entiendo. Pablo Gallardo decide continuar con su animado paseo murmurando, en voz baja, y dándole una patada a una lata de coca cola que había en el suelo y acordándose de la puta madre del seleccionador de personal tan objetivo. Pero Pablo no se desanima porque piensa que la fortuna de encontrar trabajo puede estar a la vuelta de la esquina, y el día no ha hecho más que empezar a andar, y al fin y al cabo, así suele ser la vida. Paseando por la avenida de la Diagonal de Barcelona, Pablo piensa que darse por vencido es demasiado pronto. Total, sólo son las diez de la mañana y queda mucho día por delante. Y hoy tiene que ser un día especial para poder vivir de eso que le llaman aventuras. Pablo contiene la respiración e intenta relajarse; inspira y se tranquiliza, inspira el aire

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contaminado que caracteriza a las grandes urbes, y sus pulmones se van abriendo como ventanas. Vuelve a llover chispeantemente sobre Barcelona y el agua hace su recorrido. El agua de la lluvia tiene un vago secreto de ternura; el agua de la lluvia es como una música que hace vibrar el alma que tiembla en un día gris. Pablo Gallardo se acerca a un quiosco de prensa y compra el periódico. No para buscar trabajo, sino para ver cómo está el mundo. -¡Buenos días buen hombre! -¡Buenos! -Contesta el quiosquero-Me dará el periódico. -¿Cual? , es que hay muchos sabe. -Ya. No sé…, uno que hable de cómo está el mundo. -Bueno, todos ponen más o menos las mismas miserias. -Je,je…, mire, me llevo este que abulta tanto. ¿Usted cree que aquí encontraré la verdad del reflejo de la sociedad? - ¡Anda, y yo que sé! A mí me dan más beneficio las revistas porno y los fascículos que nadie termina. ¿Le interesa este de locomotoras del siglo XIX?

-Je, je. Es usted un quiosquero muy simpático y ocurrente. ¿Tiene tabaco?

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-¡No hombre! Hace tres años que nos prohibieron su venta. - Como pasa el tiempo ¿eh? Y los pulmones cada día más negros. Je,je,je. Pablo Gallardo hoy intenta ganarse a la gente por la simpatía. La simpatía es como la educación; que se puede ir con ella a todas partes sin sentirse culpable por ello. Bueno, a casi todas. Pablo se sienta en un banco de una plaza y empieza a leer el periódico; ve que todo son desgracias, guerras y desaceleración económica. Pablo piensa que lo mejor de los periódicos es el horóscopo y los deportes. Un hombre muy bien vestido con traje, buena planta y gafas de sol oscuras. -Perdone. El Banco Hispano de Inversiones y Ahorros, ¿queda por aquí cerca? Pablo Gallardo se arranca con una gran carcajada que le da un punto esquizofrénico y paranoico. -¿Que es lo que le hace gracia caballero? –le dice el hombre que busca dicho banco desesperadamente-. -No, no…, disculpe. Es que un cuñado mío es de la junta de accionistas de ese banco. -Ya, ya se le ve a usted que es persona solvente y de confianza.

-Sí, sí. Mire, la segunda a la derecha. 18

- Muchas gracias caballero. -No las merecen. ¡Mentira!, Pablo Gallardo no tiene a su cuñado trabajando en ningún banco. Aparte de no hablarse con él, su cuñado es repartidor de productos lácteos;

yogures y otras materias con bífidos activos, y tiene una

furgoneta vieja que no saca ni para gastos. Pero él se ha sentido bien de que lo confundan por unos instantes. Él cree que todavía tiene probabilidades de triunfar y tener el reconocimiento social, -como el de la pirámide de Maslow- . Pablo Gallardo se levanta del banco, se rasca sus partes y deposita el periódico en una papelera porque ya ha leído el horóscopo y la sección de deportes. El cielo dibuja negras nubes de otoño, el día no anda muy seguro. Ahora llueve…, ahora deja de llover…. El sol dibuja tímidos trazos de luz formando un arcoíris de tenue reflejo, con la sabiduría inquieta de una mañana imposible. Un pajarito pía desde un árbol, una anciana le da migas de pan a unas palomas, un guardia municipal le pone una multa a un vehículo porque está mal estacionado, un señor que está esperando el autobús se rasca frenéticamente la cabeza porque se ve que le han aparecido erupciones cutáneas. La máquina de la sociedad no se para jamás. Esta sociedad es cómo un rompecabezas; donde la habilidad es

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saber encajar las piezas, el dinero manda en estos tiempos tan confusos y la gente está obsesionada con el dinero desconociendo, a veces, que dinero y ambición son como parientes, la gente va asfixiada con deudas que no siempre pueden afrontar y pensando que se pueden quedar en la pura nada; gran riqueza es no tener facturas por pagar. Los ciudadanos van de un lado para otro, casi todos con el teléfono móvil pegados a la oreja. Pablo Gallardo no lleva teléfono móvil porque no podría pagar la factura. Pablo Gallardo si tiene que llamar a alguien lo hace desde una cabina, ¡qué coño!, tampoco pasa nada por llamar desde una cabina. De repente desaparecen las negras nubes, el sol coge confianza e ilumina el infinito. Es lo que tiene el otoño. El cielo parece un lienzo azul, las nubes se diluyen poco a poco, sin prisas; las prisas están hechas para los humanos. Pablo Gallardo con su actual vida confusa y desorientada, hoy, piensa apurar las horas del día como el pintor apura sus acuarelas. Si el alma está contenta el cuerpo está contento. La sociedad actual anda muy deprisa en este siglo XXI; muy rápida y nerviosamente acelerada. Pablo Gallardo va con otro ritmo; otro registro, cubierto de una fina capa impermeable de esperanza que le protege, intentando olvidar melancolías y recuerdos que ya pasaron. Él sabe que si encuentra el río llegará al mar dejando así que el azar gobierne su fortuna. 20

Nos acercamos a las once de la mañana; el tráfico por la ciudad es fluido, las empresas exigen productividad y el obrero trabaja con resignación y sueldos discretos, casi mezquinos, encadenados a interminables hipotecas que sólo con el paso de los años amortizarán. ¡Esto es muy mediocre! y a veces no nos damos cuenta de que no podemos soltar lastre aunque queramos. Los bancos hacen demostración de su poderío y amenazan con embargar al deudor, esto es un clásico. Pablo se acerca a un letrero que está pegado en la pared, al lado de un portal, y que anuncia que se alquila piso; razón portería. Es una buena zona, un buen barrio, y como Pablo Gallardo está dispuesto a encontrar trabajo para cubrir sus livianas necesidades, la curiosidad se le aviva porque piensa que la casa en la que ahora vive parece que se le vaya a caer encima. Demasiados recuerdos que no le dejan vivir; muchos sueños destruidos por el amor, aunque el amor no siempre garantiza el fin de la soledad. Quizás cambiar de escenario sea un primer paso para comenzar a reformar la escenografía de esta comedia que es la vida. Pablo se dirige al conserje para pedirle información sobre la vivienda de alquiler:

-¡Buenos días! ¿Es usted el conserje?

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El hombre, que iba con una bata azul y una escoba en la mano, le responde: -¡Hombre!, el administrador de la finca ya se ve que no soy. ¿A usted que le parece? Pablo Gallardo sonríe. -Perdone, no era mi intención molestarle. -No, si no es molestia, es que me ha hecho gracia la cosa. ¿En qué puedo ayudarle? -Estoy interesado en el piso de alquiler. ¿Cuánto cuesta? -Tres mil euros. -¿Al año? - ¡Los cojones! Al mes. A Pablo Gallardo el precio le dio semejante risa que a poco más se mea encima y todo. -¿De qué se ríe, jefe? – Le dice el conserje-. -Nada, nada. Cosas mías. Muchas gracias por la información. - No las merece caballero. Que me parece a mí que es usted un cachondo mental. Pablo Gallado continúa con su plácido paseo y su diferente manera de ver la vida y se siente extremadamente feliz. El resoplar del viento de otoño se estrella contra su cara; es un viento que pica y escuece en el 22

rostro, un viento que rompe el silencio. Pero Pablo sigue luciendo su solida sonrisa; una sonrisa sincera que vale el doble que una fingida. Pablo Gallardo con su deambulante y sosegado paseo, se le pone una cara de soñador despierto que da envidia. En su grato caminar observa a un señor que va andando ligero y deprisa, a la vez que habla a gritos por su teléfono móvil. Se ve que el hombre lleva prisa y, de repente, sin darse cuenta, se le cae la cartera al suelo. Pablo Gallardo, sin dudarlo un momento, la recoge del suelo y con toda la buena intención del mundo se dispone a devolvérsela. -¡Eh, jefe! El señor que lleva prisa y que está hablando por el teléfono móvil a grito pelado, no se percata de que se están dirigiendo a él. Pablo Gallardo se acerca a su altura y le da una palmadita en la espalda con la intención de llamar su atención. Y el hombre pega un bote y se asusta. -¿Pero qué coño hace? ¡No me toque! -Perdone caballero, verá…, es que se le ha caído una cosa. -¿Qué cosa? ¡A mí no me toque o le pego dos hostias! - ¡Tranquilo hombre! Verá…, es que he visto como se le caía la cartera y yo sólo quería devolvérsela.

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El hombre, desconfiado y susceptible, que lleva prisa se queda un tanto perplejo, sin habla y sin saber muy bien qué decir. ¡Ah!, esto…! perdone, gracias hombre. Pensaba que me querían robar. -¡No hombre no, al contrario!, yo soy un ciudadano decente y comprometido. -Ya…, ya. Ya se ve. El hombre coge su cartera y comprueba que no le falta nada. ¡Ni siquiera el dinero! El hombre que lleva prisa y que está sorprendido por tan altruista conducta, le dice a Pablo Gallardo: -Estoy asombrado, deben de quedar pocos hombres tan honestos como usted. -Pues ya ve. Yo baso mi vida en la honradez, la felicidad y las verdades ciertas. El hombre que ha perdido la cartera se lo queda mirando fijamente y le dice: -No será usted de una de esas sectas raras, ¿no? -¡No hombre no! Yo, hoy, soy una persona feliz y quisiera compartir esa felicidad… -¡Bueno, bueno! No son necesarias tantas explicaciones, muchas gracias y siga así de feliz, que da gusto verlo. 24

-¡No las merecen! -Esto de la honradez hoy en día puede levantar sospechas. Esto de ser honrado en el siglo XXI no tiene mucho porvenir porque la gente suele desconfiar de casi todo; vivimos en un entorno que se suele incendiar con una sola chispa, con la manía de mirarnos antes los defectos de los demás, sin fijarnos en los nuestros primero. La gente anda algo crispada, y algunos se quieren vengar de sus propias frustraciones y de los reveses de la vida queriéndose tomar la justicia por su mano… ¡ojo por ojo…! Pero como decía Ghandi; ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego. La mañana continúa su caminar y vuelve a caer la fina lluvia. Las gotas de agua, cuando se estrellan contra el suelo, se diluyen poco a poco. El suelo está resbaladizo y una señora que va despistada metiéndose el dedo en la nariz, resbala y se cae al suelo. -¿Se ha hecho usted daño señora? -¡Coño!, no me voy a hacer daño con la hostia que me he dado. ¡Jodida lluvia! -Ya, ya la entiendo. Pero el agua va bien en estos tiempos de sequía, porque el calentamiento global… -Pare, pare…, que es usted, ¿un puto meteorólogo?

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-No señora, soy un simple ciudadano, un feliz y simple ciudadano. ¿Quiere que la lleve al hospital? -No gracias, ya voy a mi pié y a mi rollo. A la gente le cuesta dar las gracias. A la gente le cuesta sonreír; la gente va distraída y pensando en sus cosas sin importarles para nada las de los demás. La sociedad no suele mostrar su verdadero rostro, porque solo solemos ser sinceros cuando estamos a solas, delante de los demás interpretamos otro rol y otra apariencia. Hay una careta para cada disfraz; hecha de ceniza, de barro y de arcilla, de apariencia engañosa, caduca y no perdurable. Nadie suele ser quien dice ser, y la mentira y la arrogancia son tan practicadas como si fuera una victoria de la razón. Cae la lluvia que salpica las aceras de la calle. Cae la lluvia tranquilamente y con sosiego moderado, mojando a la gente. Cae la lluvia y Pablo Gallardo sigue sintiéndose feliz porque el día, a su juicio, le está saliendo bastante aceptable. Esto de tratar con la gente le gusta, le agrada y le satisface. Lo hace más empático y civilizado, aunque a veces, no le correspondan como debieran. Pablo observa que de frente se le acerca un sacerdote con su sotana y todo. Y ni corto ni perezoso se aproxima a él y le dice:

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-¡Buenos días padre! -¡Y lluviosos hijo! -Disculpe mi atrevimiento. Verá…, me llamo Pablo Gallardo y me gustaría confesar… El sacerdote, que se ve que también lleva prisa, -como todo el mundo-, interrumpe las palabras de Pablo Gallardo con elegancia, y porque le han pillado en mala hora, e intuye que le van a dar la monserga. -Mire usted señor Pablo, que así dice que se llama, para estas cosas hay unos horarios y unos procedimientos. Pásese usted por la parroquia y le atenderé con mucho gusto. -Es que yo…, aparte de creer en Dios… ¡soy practicante! -¡No joda!, hombre…, eso son palabras mayores. Lo que pasa es que llevo un poco de prisa y… -Seré justo en la medida prudente, no soltando más palabra que las que fuesen de menester, evitando las innecesarias y las de decoro. Pues tampoco

quisiera que mis labios quedaran resecos de tanto soltar

palabras que pudieran ser estériles en su conjunto. El sacerdote, al oír la manera de hablar de Pablo, le dice: -¡Ay Dios mío! Usted tiene problemas con la bebida, ¿verdad hijo?

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-No hombre no…, es que hoy quiero ser feliz, y tengo tanta felicidad que compartir que no sé cómo distribuirla. -Mira hijo, sin orden y claridad en las cosas, estamos perdidos. Se produce un mudo silencio que solo es interrumpido por el caer de las gotas de lluvia. Pablo Gallardo se queda unos instantes mudo, callado, con su mente transparente y cristalina como la de una medusa. -Parece, hijo mío, que estás en desdicha más que en gracia divina. No te puedo comprender en tan breve tiempo. Te dejo mi tarjeta para que me llames por teléfono y podamos concertar cita para poder dialogar de tus pecados y culpas más tranquilamente, y en sitio más oportuno que la vía pública. Pablo Gallardo levanta la mirada y le coge la tarjeta al sacerdote. -¿Padre? -Dime hijo. -Pero…, veo que tiene usted correo electrónico y… ¡hasta página WEB y todo! -Sí hijo sí…, hay que adaptarse a los tiempos o la parroquia se me desborda. De repente suena un teléfono móvil. -Bueno amigo Pablo, tendrá que disculparme, es que me llaman del obispado. ¡Vaya con Dios, y con su espíritu!

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El sacerdote se aleja con su teléfono móvil en la oreja, gesticulando y haciendo figuras en el aire con la mano. Pablo Gallardo piensa que ésta tecnología compulsiva es como la caricia del diablo; que una vez te toca, te acaba atrapando entre sus redes y en sus venenosos vicios. Pablo desconoce si existe el exorcismo tecnológico, que en vez de agua bendita utilizarían silicio, y en vez de una imagen de Cristo un circuito integrado con un micro chip, rollo “Matrix”, con la paranoia habitual que suelen generar estas cosas futuristas. ¡Qué barbaridad! Sigue cayendo la lluvia y el asfalto parece una esponja que absorbe las dulces gotas de agua. Sigue lloviendo elegantemente con un agua que viste y acaricia a la gris ciudad. Pablo camina por la ciudad de Barcelona; con su intenso paseo y ganas de vivir la vida. Pablo camina por la ciudad como aquel que andaba por un camino que al final habían clavadas tres cruces… De repente, observa un grupo de gentes; jóvenes más bien alterados, y que eran todos juntos como una garganta humana. Algunos con el puño alzado y cerrado. Pablo Gallardo cree que se trata de una fiesta popular, de éstas de barrio, y piensa que podría unirse para aportar su experiencia. Y, además, como hace tiempo que no se lo pasa bien en grupo con sus amigotes, aprovecharse de la ocasión. 29

Uno de los jóvenes dice a los restantes: -Compañeros ¡Un poco de cordura, orden! ¡Esto va a comenzar! Pablo piensa que la fiesta está a punto de empezar y se dirige al que parece coordinar tal evento: -¡Eh chaval! –Dice Pablo Gallardo-. ¿A qué hora empieza la fiesta? -¿Qué fiesta, compañero camarada? Pablo, ajeno a que tal evento es una manifestación de “okupas”, y no una tradicional fiesta popular, le dice al que parece el organizador de tal acontecimiento y que lleva el pelo pintado de amarillo: -¡Ah!, yo pensaba que esto era una verbena. -¡Qué coño verbena! ¿De qué sindicato eres, compañero? -¿Yo…? de ninguno. Estoy en el paro. -Mejor que mejor. Para nosotros eres un camarada más. Usted sólo tiene que gritar lo más fuerte que pueda: “Casa abandonada, casa ocupada”. -¡Hombre!, eso no está bien. -¿Cómo que no está bien? ¿Es usted un capitalista especulador? -¿Quién, yó? ¡Ay pobre de mí! - ¡Pues ale!, a gritar con todas tus fuerzas y a tirar piedras contra la policía. -¿Qué piedras? ¿Qué policía? A Pablo Gallardo no le dio tiempo a terminar la frase, cuando de repente un policía antidisturbios, de dos metros de alto y cachas como Charlon Heston en Ben Hur, se dirige hacia él. Y para hacer breve la cosa le da un par de hostias que le deja medio atontado. 30

-¡Pero que hace, señor policía! ¿Por qué me pega? -¡Disuélvase!, que ya es usted un poco mayorcito para estas gilipolleces le dice el policía que medía dos metros. Pablo Gallardo, aturdido y que todavía no acaba de reaccionar bien, se da cuenta que tal evento no ha sido organizado por comisión de fiesta alguna. Pablo recuerda sus tiempos de estudiante; hace más de veinticinco años que no participaba en una manifestación. Y como la mente tiene cosas acumuladas del pasado, y como la sangre se calienta con los recuerdos, ni corto ni perezoso empieza a gritar unas consignas un tanto anacrónicas para nuestros tiempos: -¡Habla pueblo habla, tuyo es el mañana! ¡Queremos pan, queremos vino! ¡Sí, a la constitución! ¡Franco, mejor enterrado que gobernando! Los “okupas”, que habían sido testigos de las dos hostias que le había propinado el policía, se quedan por un momento un tanto escépticos por las consignas de Pablo Gallardo. Y piensan que esto puede ser del mismo “shock”. -¿Se encuentra usted bien, jefe? –Le dice un joven manifestante-¡Me encuentro de puta madre! ¡Cuidado chavales que vienen los grises! - ¿Qué grises jefe? ¿De dónde sale usted? -¡Yo salgo de la voz del pueblo! 31

Los chavales que están entretenidos pegándole fuego a un container tienen la mosca tras la oreja, y piensan que Pablo Gallardo está en “cortocircuito” por el golpe recibido, o peor cosa, que sea un policía camuflado. -¡Jefe! -¿Dime compañero? -¡Qué coño compañero! ¡Usted es un secreta! De repente, los “okupas”, que han confundido a Pablo Gallardo por un policía encubierto, también la emprenden a golpes con él. Menos mal que Pablo está medio en forma y consigue escapar por piernas acosado por los unos y los otros, y viendo que la cosa puede acabar de la peor de las maneras: o sea, recibiendo de los dos “oficios”. A Pablo Gallardo le pasan cosas muy raras; cosas muy curiosas y surrealistas, cosas que le confunden, restándole éxito en sus andares por esta contemporánea sociedad. Pablo consigue escabullirse por un callejón y dejar atrás este tipo de actividades “lúdicas”, porque él ya no está para estos trotes. Pero como hoy debe de ser el día más feliz de su vida, se recompone con facilidad. Eso sí, el par de hostias que se ha llevado, eso, no se lo quita nadie.

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Al lado de unas galerías comerciales de esas de moda, ladronas de nuestro tiempo y nuestro dinero, un hombre de unos cincuenta años y que parece un indigente estaba con un cartel escrito sobre un cartón en el pecho que así decía: Soy licenciado en filosofía, pido una ayuda para comer. A Pablo, que casi todo le suele llamar la atención, se dirige al indigente filósofo que parece tener un mirar distante y algo triste. -¡Buenos días, buen hombre! -Buenos y provechosos sean. -¿Es verdad lo que dice el cartel? -¿El qué? ¿Lo de que tengo hambre, o lo de que soy filósofo? -Ambas. -Verá usted, amigo mío, que parece hombre un tanto desorientado. No hay que dejar engañarse puesto que la filosofía no se inventó para dar de comer. -¿Y cómo ha llegado a este extremo? -Los extremos, como la orilla del mar, los marca la marea que es responsable de qué en las playas haya mayor o menor arena a la vista.

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-Pues sepa usted que yo soy un desempleado. Pero hoy he decidido ser feliz. Y me gustaría compartir un momento de este día con su particular manera de entender la vida. Ambos pronto intimaron, y después de cumplidos elogios, se dirigieron a una cafetería cercana para emprender diálogo. Pablo Gallardo le dice al indigente filósofo: -Tomemos un café, hablemos e intercambiemos saberes. Pues a veces, en el compartir impresiones suele resolverse la duda escondida. Ya sentados en una mesa que estaba en un rincón de la cafetería, ambos parecían nobles caballeros medievales, como si se hubieran encontrado en el camino de la vida, e iniciaron charla. -Pues verá amigo Pablo; yo soy hijo de un amor inexistente y de tributo; o sea, un hijo de puta. -Ya -¿Cómo que ya? -Bueno…, quiero decir…, que ya me hago una idea. El mendigo filósofo se enciende un cigarro pausadamente y sonríe; sosegado, como preso, y encantado por una gracia divina. -Tranquilo, tranquilo…, no se inhiba usted don Pablo. Como le iba

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Diciendo; aparte de ser un hijo de puta, -que no es poca cosa-, ya de muy joven me interesé por el buen saber del ser humano. Fui destacado y becado alumno en la universidad, donde sacaba calificaciones que daban envidia a propios y extraños. Me licencié con honores y me doctoré para impartir clases y dedicarme a la docencia. -Entonces, ¿lo de mendigo? -Yo no he dicho en ningún momento que sea un mendigo, eso lo ha supuesto usted, amigo don Pablo. Yo no le digo que si sí, o que si no. Aquel hombre seguía apurando su cigarro con hedonista placer. -Como le iba diciendo, mi error fue buscar la gloria y el presumir de mis riquezas a través de la ambición y la codicia, como vulgar mercader. Y en ese afán por ser alma de bronce, que decían los griegos, olvidé las bases y los pilares en que se asienta un hombre libre, pagando el precio y tributo de la avaricia y la vida pasándome cuentas. Y fue entonces cuando me convertí en un ambicioso empresario. Tan vil e indigno que me preocupaba más del beneficio del metal que el que proporciona el alma sana. Y un día de esos, un día cualquiera, mi empresa quebró porque mi avaricia se convirtió en mala gestión, dejándome en la situación de ruina y de decadencia. Entonces, volví a pensar; a reflexionar, a entender y a comprender en lo que me había convertido: en un especulador. Y

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entendiendo que el dinero mal gestionado puede ser destructivo y de ruina para el alma, que si no se controla mejor carecer de él. Se puede ser un hijo de puta pero se puede ser íntegro a la vez. Y como es de ley, que el avaricioso pague con la ruina sus fechorías y miserias del alma, y sabiendo que no hay nada más indigno y mezquino que la prepotencia y el desprecio al semejante, decidí después de mucho reflexionar ponerme en el extremo del sedal; despreciando el bienestar, la holgura y las riquezas. Y, aunque mi porvenir sea ahora dudoso, mi alma está ahora limpia como patena, ya purgada de los males de la borrachera del dinero. Dormir y soñar ahora puedo, comer de vez en cuando, frío en invierno y calor en verano, carezco de las prisas del tiempo por ignorar los relojes. Y hago más o menos lo que me viene en gana. ¡Ahora soy hombre libre! Pues el miedo lo perdí entendiéndolo, porque amigo Pablo, solemos tener miedo a lo que no entendemos. Pablo Gallardo se queda en silencio y piensa en la repuesta antes de decir nada. -Sabed, amigo mío, que vuestras palabras y vuestra historia, -que yo he oído con suma atención-, han ilustrado y dibujado las claves de la vida como lienzo en blanco. Y que usted, ahora, pasando la noche al raso y, viviendo de la bondad de algunos y el desprecio de los otros, sea más 36

persona ahora que cuando se revolcaba en el oro. Pues veo que el oro, a veces, es como una capa impermeable que cubre los poros de la piel y le impide a esta respirar. Y como usted bien ha dicho, ¿Quién soy yo, para llamarle mendigo? Yo, que no soy árbitro ni magistrado de nada, en esta sociedad tan teatral, bufona y poco sensata. Viva usted como le plazca; ahí está la respuesta. Pues la mayoría se suelen confundir pensando que la plata es más valiosa que el alma sana. Pablo Gallardo se encontraba como en estado de flujo. El filósofo sonrió; le estrecho la mano y ambos se dieron un sincero abrazo, despidiéndose así, de este interesante y casual encuentro que a ambos dejó satisfecho. Uno se fue enseñado y el otro aprendido, y cada cual por su camino. Pablo Gallardo ve como el día va avanzando valiente y decidido. Pablo Gallardo se encuentra muy a gusto en su día como ciudadano. Se siente jubiloso y radiante. La mañana rueda deprisa y los neumáticos de los coches se pelean con el asfalto. La grúa municipal se lleva un vehículo mal estacionado y los que conducen la grúa esbozan una pícara sonrisa. La lluvia parece dar tregua al triste otoño y el día parece más alegre y encendido. A algunos les parecerá bien, y a otros les parecerá mal. Esto, a

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veces, es según como se quiera ver y como se quiera entender, y cada cual le dará verdad a su manera. Pablo Gallardo se detiene delante de un concesionario de coches donde las lunas de los escaparates brillan como soles. Detrás de los cristales, expuestos como joyas y alhajas, vehículos que no están al alcance de todos. Pablo, que sabe que jamás saldrá de su vida mileurista, y que es mejor no arrimarse a estas cosas, también sabe que hoy es su día y tampoco le da la gana sentirse mal. Con paso firme y porte elegante entra en el concesionario. Parece un capitán de la marina; un oficial y un caballero. Ya dentro del concesionario, un vendedor vestido muy distinguido y luciendo una sonrisa que parece divina; una sonrisa que es hermoso espejo de la atención y la dulzura, ve entrar a Pablo Gallardo. Se dirige a él y le dice: -¡Buenos días! ¿El señor está interesado en algún modelo en especial? -Buenos días, bueno…, es que no lo tengo todavía muy claro. -Pues yo le asesoro de grato gusto. ¡Para eso estamos! El vendedor del concesionario hablaba y hablaba sin parar de válvulas; caballos, cilindros, airbags…

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Pablo Gallardo, al ver que la velocidad de palabra del vendedor era superior a la cilindrada de cualquier vehículo, le interrumpe con mucha educación, porque Pablo Gallardo no es rico, pero es educado. Esto no suele servir para mucho si la tarjeta de crédito no es saludable como es debido. -Verá, perdone que le interrumpa. Es que yo estaba interesado por algo más sencillo. ¿No sé si me explico? -Entiendo, entiendo. Ya se ve que es usted hombre solvente y que ya dispone de un buen vehículo. Usted en lo que está interesado es por algo que se pueda circular por la ciudad; algo práctico, algo utilitario. ¿Verdad? Pablo Gallardo que ni siquiera tiene carné de conducir, porque toda la vida ha confiado en el transporte público, le dice al vendedor: -Eso, eso. Utilitario. -Ya, ya. Pues mire, tenemos este fantástico vehículo; fácil de estacionar por su escaso volumen. Eso sí, con una potencia de la hostia. -¿De la hostia? -Sí, sí. De la Hostia. Ya me entiende. -¡Y claro que le entiendo! Pablo Gallardo, que sabe que las fantasmadas se pagan caras, y que tiene poco dinero en sus haberes, también tiene miedo de que se le vea el 39

plumero y se le confunda con un desgraciado cualquiera. Pero hoy él se siente seguro de sí mismo y se arranca con lo siguiente: -¿Y se podría pagar a plazos? El vendedor que era todo simpatía y de cortés sonrisa de anuncio de dentífrico, de repente, le cambia la expresión de la cara. -Hombre…, sí… desde luego, la ley permite una financiación. Pero la mayoría de nuestros clientes…, ya me entiende, pagan en riguroso contado. Total, solo es un utilitario de treinta mil euros. -¡Coño! -Perdón, ¿Cómo ha dicho? -Pero si parece un cochecito de juguete. El vendedor de traje elegante y refinado, y que destaca por sus habilidades para la venta, empieza a tener serias dudas de que Pablo Gallardo no es lo que se dice precisamente un VIP. -Vamos a ver señor Pablo, hablemos claro. Usted, ¿Cuánto se puede gastar? -Bueno, ahora mismo estoy pasando una mala temporada porque estoy en el paro. Pero… usted, que es un profesional en la venta, sabrá asesorarme.

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-¡Y tanto! Mire; saliendo a la derecha, cien metros más arriba, está la asistencia social. A ver si tiene suerte y le dan un pase para el bus. ¿El señor me acompaña a la puerta? -Sí…, sí. Y de segunda mano, ¿no tiene nada? -¡Como se atreve! Esto no es el rastrillo. ¡A la puta calle infeliz! Dicen que el dinero no da la felicidad; puede que sea verdad o puede que sea consuelo para almas ingenuas. Pablo Gallardo es invitado a la salida. -¿No tendrán un llavero de esos de promoción? - ¡Vallase a la mierda caballero! Pablo Gallardo sale del concesionario escoltado por el vendedor como si fuera un delincuente. A pablo Gallardo se le ha visto el “plumaje”. Con esto de los faroles uno debe saber retirarse a tiempo. Pero no pasa nada, porque él sigue estando la mar de contento y alegre. Pablo Gallardo; en la cartera pocos euros y en el alma muchas ilusiones, hoy, se siente feliz como nadie. En estas cosas conviene ser insistente para no caer en precipicios y barrancos que sólo suelen llevar a disgustos y frustraciones que nos pueden alejar de la senda verdadera. Pablo Gallardo, que muchos pensarían que es hombre falto de juicio y de sentido común, preso de una miseria mental, va pasando el día como

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tenía previsto; como un ciudadano más. La estructura social no suele ser del agrado de la mayoría qué, o no pueden, o no saben adaptarse a este fraude que es a veces la vida. Lo mejor es dejarse llevar; dejarse llevar como un barco a la deriva y cortando el lastre que nos ata y nos priva de lo esencial de la vida; la felicidad. Y Pablo tiene tiempo para esperar. Pablo Gallardo, que no ha salido muy airoso del concesionario de coches, sigue con su paseo alegre y jubiloso. La lluvia de otoño vuelve a engañar con sus triquiñuelas, y de las nubes que están en el cielo las gotas caen y se estrellan contra el suelo, formando un espectáculo casi bello. Pablo en su jocoso paseo observa otro letrero de demanda de empleo que decía así: -Se necesitan vendedores de Biblias, razón aquí. El anuncio llama la atención de Pablo y decide probar suerte. ¡Total!, no tiene nada que perder. Pablo entra en el establecimiento donde está puesto el anuncio. Parece una librería de esas antiguas, de libros usados y de segunda mano, insuficientemente iluminada, que le da un aire gótico; como una catedral. Al fondo, un hombre ya algo mayor con barba blanca bien definida detrás de un viejo mostrador de madera.

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-¡Buenos días! –Dice Pablo Gallardo. -¡Buenos y espirituales sean! – contesta el hombre que está detrás del mostrador-. -Mire usted, venía por lo del anuncio. Es que estoy en el paro y… El viejo hombre plasma una sonrisa en su cara que parece divina. Se parece a Moisés. Y dice: -Las Biblias suelen ser muy útiles en estas circunstancias, hijo mío. Siéntese…, siéntese. Que yo le explico. Pablo toma asiento y se dispone a escuchar las sabias y persuasivas palabras del vendedor de Biblias que se parece a Moisés de cojones. La verdad es que tenía un gran parecido con el personaje Bíblico. -Pues verás hijo mío…, esto es cuestión de hacer valer la palabra de Dios en nuestros días porque los valores…, ya se sabe, se están perdiendo. ¿Cuántas Biblias cree usted que se leen hoy en día? -No sé, más bien pocas supongo. -Supone usted bien. La palabra del señor es superada por los malos vicios; las malas costumbres, el consumismo desbocado, el mal uso de las tecnologías, el sexo instintivo…

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Pablo Gallardo interrumpe al viejo librero. -Perdone que le interrumpa…, no me gustaría ser descortés, pero es que yo…, verá, estoy interesado en cuanto me puedo sacar por Biblia. -¡Claro…, claro!, el dinero…, claro. Pues yo le informo joven. Verá, tenemos el nuevo testamento presentado en tapas de piel, con una impresión de hermoso color por el módico precio de trescientos euros. -¡Coño! -¿Cómo dice? -No…, digo que…, vamos, que me parece un poco cara. -¿Es que usted cree que la palabra de Dios se puede calibrar y valorar con precio alguno? -¡Hombre!, tampoco es eso. -¿Usted cree? -¿En qué? -¡Hombre, en que va a ser hijo mío, en Dios. -¡Ah sí!, mucho. -Ya El viejo vendedor de Biblias y que se parece a Moisés asiente con la cabeza y le dice a Pablo Gallardo: -Pues verá, esto funciona de la siguiente manera. Usted nos compra diez ejemplares por el precio que le he dicho antes.

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-¿A trescientos euros cada una? -Sí señor. ¿Me deja usted terminar? -Sí, sí. Perdón. -Bien, gracias. Entonces usted se las vende a sus amigos y familiares y les cobra la voluntad, que será su beneficio. -¿Pero usted cobra trescientos euros por cada una? Y yo, lo que Dios quiera, ¿no? -Efectivamente. Y el señor se lo agradecerá. -¡Coño!, y tanto. Vaya negocio. -¡Oiga!, que esto no es ningún negocio. Esto es para llevar la palabra viva de Dios por todo el mundo. -¿Y no se puede llevar de otra manera? Que sé yo, con una línea 806… -¿Cómo se atreve? ¡Hereje!, que es usted un hereje. -Y usted un mercader de cojones. -A la puta calle hijo del demonio. ¿Qué se ha creído?, usted se irá al infierno. -A veces pienso que ya estoy en él. El negocio suele ser el negocio por mucho que pongamos a Dios por testigo. Los mercaderes tienen mil caras, mil palabras llenas de mil tretas y engaños. Los mercaderes sólo piensan en el oro. Aunque sin saberlo sus almas están hechas del vulgar bronce. Pablo Gallardo se va sin saludar. No por mala educación, sino porque él, hoy desprecia a aquellos que sólo les 45

mueve el interés mercantilista. ¡Allá ellos! Pablo se ha sentido engañado, pero piensa que no es tan fácil despojar a un desempleado de su alma y no está dispuesto a rendirse fácilmente. Pablo a medida que avanza el día es más feliz; más feliz de lo que se hubiera imaginado. Pablo Gallardo, hoy, es todo amabilidad y cortesía con quien la merezca. Pablo va por la calle pensando que siempre habrá un “te quiero” para él. Una fina niebla en su mente le hace olvidar su pasado y sólo disfruta de su presente con el que piensa construir su futuro; se siente un hombre libre en su huida, libre como la gaviota, libre como el viento. En el mundo de la felicidad se entra por rigurosa invitación y no están bien vistos los conflictivos y los busca razones que a todo le ponen pegas. Pablo Gallardo se está convirtiendo en un auténtico ciudadano, aunque a algunos les pueda dar envidia. ¡Que se jodan los envidiosos! En otoño las hojas de los árboles caen al suelo, muy poco a poco, como planeando y, en su caída, forman figuras acrobáticas y muy suaves suspendidas en el aire, hasta llegar al suelo que suele ser destino seguro. El cielo es como una bóveda gris y el viento golpea con delicadeza todas las cosas, preludio de que el otoño se está asentando con gesto breve. Pablo en su andadura, como lo hiciera aquel caballero despistado que anduvo por tierras castellanas con más ingenio que acierto, se siente 46

liberado y feliz. Quizás hasta un poco más feliz que la media y todo. A veces se siente como un bohemio. Los bohemios no suelen hacer nada igual que los demás. Pablo Gallardo decide entrar en un centro comercial aunque no va a hacer mucho gasto, porque ya se sabe, que su activo es un tanto limitado. El centro comercial es como una catedral del consumo; decenas de estanterías, ofreciendo cientos de productos que confunden y desorientan al parroquiano consumidor. Pablo parece presa de un encantamiento, como si se tratara de algo agorafóbico. Las dependientas van vestidas todas iguales; son guapas y están muy buenas. En sus caras sonrisas de anuncio y sus dientes blanqueados brillan como perlas. Algunas seguro que son muy cachondas y todo. Pablo Gallardo, que no está acostumbrado a moverse entre tanta gente junta, se siente observado; serán manías suyas. Pablo quiere comprarse un libro, un libro de poesía, porque hoy se siente feliz. ¡Se siente de puta madre! En la sección de clásicos y poetas; varios, miles de libros, solos y faltos de afecto, pulcros y bien ordenados en sus modernas estanterías, rompen un poco la gracia y la magia que caracteriza a los libros. Los libros no deben de estar excesivamente ordenados porque pueden perder su encanto. A Pablo siempre le gustó la poesía pero, como trabajaba muchas horas para mantener a su familia, 47

no tenía tiempo de saborearla. Con la poesía no es bueno el leerla con prisas e impaciencia, lo mejor es saborearla. A su ex mujer, que se fue con un vendedor de coches usados, pensaba que la poesía era para afeminados y que la verdad de las verdades solía estar en las revistas del corazón o en una buena cuenta corriente. ¡Menuda serpiente su ex mujer! Pablo Gallardo hace tiempo que quiere leer poesía de García Lorca. La poesía bien entendida lleva al bienestar y al confort. Y en según que casos, a la felicidad del alma y todo. Pablo ojea por encima el libro de Federico García Lorca, poeta este, que con sus atinados y agudos sonetos daba sensaciones que invadían el alma eléctricamente. El cuerpo de Pablo Gallardo, al leer poesía, siente por dentro unas descargas y sensaciones trasmitidas que desembocan en su corazón, como si le pasara la corriente. Es así, cuando uno se da cuenta de que le gusta la poesía; cuando roza el alma, cuando hace bello lo feo, cuando lo viejo parece nuevo. La poesía no es un ungüento que cura las heridas abiertas. La poesía no es una medicina. La poesía es como lo magia y no tiene más truco que el de escribir con el corazón y sentirla con la esencia del alma. Pablo decide comprar el libro de poesías de Lorca, se dirige a la caja para pagarlo, pero observa que la cola es infinita. Es raro encontrar cola 48

en las secciones de cultura. Puede tratarse de algo accidental, nunca se sabe. Y como hoy no quiere perder mucho de su apreciado tiempo, intenta pasar por delante de los demás para evitar la larga cola con tal mala fortuna que sin darse cuenta pasa por el arco de seguridad electrónico y, claro, como al libro no le han quitado el “chivatillo”, este cumple su función y pita, haciendo sonar la alarma con su venenoso sonido. ¡Malditas máquinas! Pablo se da cuenta de que es demasiado tarde, se pone rojo de vergüenza. ¡Tierra trágame! Los vigilantes de seguridad actúan enseguida como infantes de marina, y Pablo Gallardo se ve acorralado y sintiéndose como un delincuente. Un vigilante le dice: -¡Caballero, tendrá que acompañarnos! -Disculpe, disculpe…, es que no me he dado cuenta. - Ya, pero tendrá que acompañarnos de todas maneras. Pablo es escoltado por tres vigilantes que lo conducen a una estancia anexa para registrarle, porque al sonar la alarma dando el aviso se ha convertido en sospechoso de algo. Pablo siente las miradas de la gente, siempre dispuesta a la crítica ajena, que parece que se le claven en su cuerpo como clavos. Es inevitable que la gente juzgue sin conocer el sumario, ni de saber de la misa la mitad. La ignorancia no se puede curar con la ignorancia. El jefe de seguridad de la gran superficie le pregunta: 49

-¿Sabe usted que las cosas, por norma, hay que pagarlas? -Verá…, jefe…, esto es un error. Se lo aseguro. -Eso es lo que dicen todos. -¡Pero hombre!, qué me dice usted ¿Pero, quién querría robar un libro de poesías? El jefe de seguridad, que es hombre con estudios y de mente abierta, le da por pensar. Y piensa…que también es verdad. ¿Quién coño querría robar un libro de poesías en el siglo XXI? La gente suele robar microondas, teléfonos móviles, discos compactos, piezas de ropa. Pero la verdad, libros de poesía, es el primer caso con que se encuentra el hombre en su dilatada carrera. -Bueno, bueno. Vamos a ver, doy por hecho que ha sido fruto del despiste y la distracción. Puede irse. Eso sí, pase por caja si quiere adquirir este artículo y no haga más tonterías que tenemos mucho trabajo. Una vez aclarado el mal entendido, Pablo Gallardo sale de la gran superficie con su libro de Federico García Lorca, -previo pago, claro-, y piensa que esto son cosas del surrealismo que le puede pasar a cualquiera. Pablo, que hoy es un tipo feliz, no dejará que nada enturbie y deshaga tan hermoso día aunque carezca casi de dinero en el bolsillo. Y como locura puede confundirse con sabiduría, él sigue su ritmo, porque gran riqueza es a veces no tener mucho. 50

El mediodía se acerca áspero y lluvioso. El aguacero es ahora insistente. Es ese tipo de lluvia que cae en silencio; imperturbable y que moja las almas que vagan por la ciudad como algo normal. La lluvia es más lista que el hambre y que el hombre, también. El hombre no puede controlar la lluvia porque no sabe, -cosa que tampoco sería prudente-. Al hombre hay muchas cosas que se le escapan de las manos. La gente camina por la calle deprisa y con la mirada baja, cobijados debajo de sus paraguas, murmurando con ellas mismas; como en una introspección pensando para sus adentros. Está mal visto pensar en voz alta porque te pueden tomar por loco. ¡A saber lo que piensan las criaturas! La gente a veces puede dar miedo y todo. Pablo Gallardo es feliz porque se lo ha propuesto, se lo ha trabajado; es como si se lo hubiera preparado a conciencia. Pablo Gallardo, sin querer, choca con un señor que va mirando hacia el suelo. Y el señor le dice: -¡Coño, mire por donde va, gilipollas! -¡Disculpe hombre! Pablo piensa que no vale la pena discutir y sigue su camino. El mediodía se acerca irremediablemente y sin poder ponerle freno; esto suele ocurrir cada día de nuestras vidas. Es hora de comer. Pablo busca un rincón apartado porque no le llega para degustar un sencillo menú. Los bocadillos envueltos en papel de plata se suelen conservar 51

bastante bien. Pablo piensa que su vida tiene el mismo valor que la de cualquier otro. Él, hoy, se siente feliz. Él, hoy, se siente puro aunque apenas le llegue para comer. Pablo Gallardo se siente como inspirado y protegido al haber leído unos sonetos de Lorca. Se siente como iluminado y todo; apartado en un rincón, contemplando el pasar del otoño, sin prisas, disfrutando el placer de los sentidos, palpando la belleza de los sentimientos, y escribe una poesía con atrevimiento, cosa que no había hecho en la vida. Otoño: Otoño, estación del año disfrazada de invierno. Otoño, caen las hojas de los árboles y se rozan entre sí. Otoño, alientos que se empapan y se estrellan contra los cristales, se sienten presos. Otoño, la lluvia, la melancolía y el viento.

Después de haber comido y de haber escrito la primera poesía de su vida, se siente bien por dentro y acepta su destino. Pablo piensa que le queda mucho día por delante; toda una tarde de otoño para descubrir muchas verdades nuevas. De repente deja de llover. Esto de la lluvia suele ir a capricho y voluntad. De repente un sol radiante brilla en el cielo. Pablo Gallardo continúa con su paseo mientras la metrópolis y cosmopolita

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Barcelona sigue su acelerado y frenético ritmo. Un día de estos esta frágil sociedad va a explotar como una pompa de jabón en el aire. Pablo caminando entre sus pensamientos, recomendando tranquilidad a la vida; absorto como un trovador errante, cruza la calle por el medio, ignorando el paso de peatones pintado en la calzada. De repente, tres pitidos de silbato y una voz grave que le da el alto. Pablo se detiene en seco; no sea que fuese aquel policía anti disturbio con el que tuvo sus más y sus menos en la manifestación y le haya cogido el gusto de arrearle de hostias. Pablo se gira y ve que, hacia él, se dirige un guardia de tráfico, eso ya le tranquiliza más- , porque, a priori, no debe de sugestionarse en nada negativo. El agente va muy bien uniformado y con unos galones en el hombro que parecían azulejos de baño. -¿No se da usted cuenta de su inconsciencia? –Le dice el agente de tráfico. Pablo, que ante la autoridad suele comportarse, da mil y una explicaciones de que la cosa es de lo más normal en una gran ciudad. -¡Hombre agente! ¿Cuántos peatones deben de cruzar por el medio de la calle sin ni siquiera ser conscientes de tan leve falta? -¡Muchos! Pero yo le he visto usted. Pablo Gallardo intenta convencer al agente de que se toma esto del código de circulación demasiado al pie de la letra; muy a pecho. Mil 53

explicaciones le dio al agente y de nada le sirvieron, que sin benevolencia alguna, le dice a Pablo: -Mire usted, que parece honrado ciudadano, no creo en cuentos de hadas aunque sus palabras aparentan ser sinceras. Y, por esto, le digo y le sanciono con no poco dolor. Pero; ley es ley. Pablo Gallardo al ver la amabilidad un tanto de cursilería remilgada con la que era tratado, le dijo al agente: -Multe, multe usted amigo agente, que cuando el sentido del deber presenta tanta diligencia y presteza, la excusa suele ser más propia del ingenio para pedir clemencia. ¿Qué se debe? -Cien euros caballero. -¡Coño! Un poco caro por tan leve infracción. -Como le he dicho antes; ley es ley.

Como a aquel hombre no había quien lo sacase de la perseverante y firme manera de interpretar el reglamento, Pablo recoge la copia de la sanción y hace de tripas corazón. Tampoco quiere complicarse la vida en demasía porque hoy, ya se sabe, que tiene que ser el día más feliz de su vida.

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-Y ya sabe amigo. Los agentes del orden, siempre al servicio del ciudadano. -Ya veo, ya. La lluvia vuelve a caer con dolorosa pasión, con triste melancolía. El otoño se abre paso con lágrimas en forma de agua que del cielo caen, suave el viento al beber del aire. La gente anda desorientada y turbada por la calle sintiendo en sus carnes los primeros alientos del permeable frío. Las aceras de la calle son como cristales empapados que adornan como una moqueta la ciudad; como algo indisoluble, haciendo su recorrido y doblando así su encanto. Pablo Gallardo mira su cartera y comprueba que le queda poco dinero. Pablo Gallardo se dirige amilanado y con vanas esperanzas a un cajero automático. Introduce la siempre imprevisible y traidora tarjeta magnética qué, amablemente y por escrito en una pantalla de cuarzo, que suele joder la vista, le pide que teclee su número personal. Estas máquinas no suelen fiarse de nadie. Estas máquinas parecen muy educadas y serviciales pero las carga el diablo. Este tipo de máquinas no tienen ni malas ni buenas intenciones, les da lo mismo. Pablo Gallardo sabe que el dinero pronto se va, dura poco en la cartera o en el crediticio y poco fiable haber de un mileurista. Pablo va dando los pasos que le va indicando la máquina hasta llegar al de consulta de saldo; pulsa la tecla con cautela y poca 55

confianza. La máquina hace un ruido extraño, puede ser que sea buena señal… ¡los cojones! El cajero automático actúa como un juez cuando dicta sentencia; implacable, y se traga la tarjeta. Bueno, técnicamente la “retiene”. A Pablo le aparece el siguiente mensaje en la pantalla de cuarzo del cajero, el mensaje de lo irremediable: -“Tarjeta retenida, saldo insuficiente. Por favor consulte con su entidad. Que tenga un buen día”. Estas máquinas, a veces, parece que se rían y adivinen las intenciones de uno. Pablo esperaba arañar unos pocos de euros en su enferma cuenta bancaria, una cuenta con las alas cortadas. El cajero encima de no “escupir” ni un billete, se ha quedado con la tarjeta. Esta tecnología se ha vuelto como un ladrón de nuestro tiempo; que puede saber de nuestras penas y nuestras miserias simplemente apretando un triste botón. Una señora que esperaba fuera con el carrito de la compra y que, la pobre, también quería utilizar el cajero, le dice: -¡Señor!, ¿tiene para mucho? -¡Tengo para lo que me salga de los huevos! -¡Grosero!

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Pablo Gallardo sale del cajero con aspecto funesto y con un cabreo de cojones, parece que al primero que le diga algo se lo carga. En la cartera; solamente diez euros para pasar el día. ¡Puta miseria! Pablo no sabe que al cajero automático le da lo mismo la palabra soez, otras maldiciones y rituales varios que no le suelen afectar para nada. Los cajeros automáticos no tienen sentimientos ni se encariñan con nadie. Pablo respira hondo y la lluvia de otoño se estrella en su cara. Se enciende un cigarro, se relaja y piensa. Piensa que sólo es vulgar dinero y esto le puede pasar a cualquiera; no le puede estropear lo que le queda de día. Hoy es un día especial; un día de primera preferente, un día de jugosas oportunidades. Aunque su capital sea de diez miserables euros. Con diez euros se pueden hacer muchas cosas; se puede comprar un pase de autobús, se pueden comprar diez chupa chups, se puede comprar una botella de vino del barato y emborracharse en cualquier esquina. La cuestión es saber mover el dinero, saber utilizarlo y no darle más importancia de la que tiene. Pablo Gallardo, que iba hablando consigo mismo, pasa por delante de una sala de bingo se queda mirando la majestuosa y señorial entrada y piensa; piensa con prudencia y cautela. Lo que pasa es que cuando le da 57

por pensar suele equivocarse más que acertarla. A Pablo Gallardo se le ocurre que podría invertir los diez euros que le quedan y jugárselo todo a una carta. Bueno, mejor dicho, a un cartón. Lo malo es que estas cosas no suelen salir nunca. Ya se dice; jugar por necesidad…, pero bueno, esto es una cuestión de fortuna y azar ¿Porqué no probar? total, hoy es su día; un día embargado de gozo. Su día de suerte y de alegrías varias. Pablo accede a la sala de bingo con una risueña sonrisa. Entra veloz y decidido, se dirige a la sala donde se está celebrando el noble arte del juego. La chica de recepción que lo ve entrar rápido como una flecha, le da el alto como la Guardia Civil. -¡Eh!, ¿A dónde va usted? -¡A jugar! -Hay que registrarse primero caballero. Pablo entraba en la sala como un cohete, casi arrollando, sin saber que en estos sitios suelen pedir el carnet de identidad para hacer una ficha y registro. Pablo Gallardo, que va por la vida feliz como una bailadora gitana, entraba a saco; a su aire y sin preguntar por no molestar. -Perdone señorita. Es que yo no soy habitual. -Ya, pero aquí hay unas normas. -Sí, sí. Desde luego. ¿Hay que pagar algo? -No caballero. La inscripción es gratuita. 58

Ya totalmente acreditado y probada su identidad, entra en la sala donde se pide “silencio por favor” y, no se da cuenta de que la luz está en rojo y que todavía no se puede pasar. La señorita de recepción le vuelve a llamar la atención: -¡Eh, jefe! -¿Qué pasa? ¿Falta algún papel o algo? -¡No hombre no! Es que no se puede acceder a la sala en mitad de una partida. Espere a que la luz se ponga en verde. -¡Ah!, disculpe. En Pablo Gallardo; en su ingenuidad está su gracia, su inocencia y su candidez, que a veces le delatan. La luz que indica la entrada en la sala se pone en verde, y Pablo entra.

Unas cincuenta mesas están alineadas estratégicamente para la práctica del juego. Mucho humo y los ceniceros llenos en la zona de fumadores. Se ve que esto del bingo genera una ansiedad y una angustia difícil de controlar. Pablo Gallardo se sienta en una de tantas mesas y saluda. -¡Buenas tardes! -Muy buenas. – responden todos a la vez.En la redonda mesa acompañan a Pablo; un señor bien trajeado y fumador de puros que parece un empresario. A su lado, una señora gorda y muy repintada de cara, ya entrada en años, y que le hace un guiño con el 59

ojo. Delante, un jubilado que se está quejando de que el gobierno no sube las pensiones. -¡La culpa es del estado! Esto de las pensiones se tendría que revisar más a fondo. Cuesta llegar a final de mes. ¿No cree usted joven? Pablo Gallardo contesta por educación. -Hombre, yo creo que sí. Que se tendría que hacer algo al respecto. Una chica muy moma y que está muy buena, se acerca a la mesa con un montón de cartones del juego y dice: -¿Cuántos? El jubilado que se le va la vista a las piernas de la vendedora dice: -¡Te los compro todos a cambio de una noche de amor! La señorita que vende cartones sonríe, pero es una sonrisa falsa y fingida que entra dentro de su obligación profesional y pone una mirada forzada de inocente “lolita”. Al final, el señor jubilado compra dos cartones, el señor muy trajeado que parece empresario y que fuma puros; cinco. La señora gorda que no deja de mirar libidinosamente a Pablo Gallardo; tres. Pablo toma la palabra y dice: -¡Deme uno! La señorita que vende cartones le da uno a Pablo Gallardo. -Son diez euros caballero.

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Los compañeros de mesa se le quedan mirando y piensan que Pablo Gallardo no es lo que se dice un derrochador, ni tampoco un inversor en el noble arte del vicio. Empieza la partida y otra señorita con una voz un poco más grave “canta” los números que van saliendo del bombo. No es una escena entrañable como la de los niños de San Ildefonso cantando la lotería de Navidad, no tiene nada que ver. Es un cante más sistemático, más vicioso, hecho con pocas ganas y casi a grito pelado. Los números son cantados más o menos líricamente y la gente tacha los cartones deprisa y con ansia desmedida; el diecinueve, el treinta y dos, el veintidós; dos, dos”… A los ocho números cantados una señora del fondo grita como si le hubiera pasado algo grave. -¡Línea! -¡Cabrona!, -dice el jubilado-. Estaba a punto de cantarla yo. ¡Coño!, por un número. ¡Será zorra la tía! El hombre jubilado, preocupado por la subida de las pensiones, tiene un mal perder y una lengua muy afilada y calumniadora que parece echar fuego y metralla cada vez que habla. Pablo Gallardo no va lo que se dice mal, y ha tachado varios números. No se queja. La partida continúa. -¡Vamos para bingo!, -dice la azafata que canta las bolas con resignación-. 61

-¡Vamos, vamos!, -dice la señora gorda con ánimos de ganadora y sin quitarle la vista de encima a Pablo Gallardo-. La partida sigue su ritmo y la sala parece un fumadero irrespirable, alimentada con el aliento y la fuente inagotable del vicio. Pablo Gallardo va tachando los números uno detrás de otro a medida que son cantados. Su ritmo es bueno. ¡Su ritmo es de puta madre! Pablo Gallardo recuerda que se le daba muy bien jugar al inocente bingo de sobremesa familiar, sabe que hoy es su día de suerte, y nota que la tiene y le acompaña como una fuerza sobrenatural. De repente grita como un poseído: ¡Bingo! Pablo Gallardo acaba de sacar un bingo. El jefe de sala comprueba que es correcto; el hombre jubilado que tiene al lado lo mira con desprecio, el empresario trajeado ni se inmuta y sigue echando humo, la señora gorda se relame los labios y se le insinúa, y Pablo Gallardo cobra la nada despreciable cantidad de seiscientos euros. Así, de una tacada. A los novatos que les toca un bingo a la primera suelen ser cruzifijados con la mirada, casi asesina, de los jugadores habituales que normalmente están acostumbrados a la derrota y al desastre. Pablo, que no acaba de creerse el milagro de su propia fortuna, recoge el dinero, se levanta de la mesa y dice: -¡Ha sido un placer jugar con ustedes! 62

-Igualmente. –contestan los de la mesa con resignación y conformidad-. Pablo Gallardo, hombre de pocos recursos económicos, nostálgico y soñador, ve como el día se le va configurando a base de suerte. Y, en atención a esto, bien libre está de ser un muerto de hambre. Sigue siendo un desgraciado pero, eso sí, con dinero en el bolsillo que le permitirá seguir su camino; como el peregrino que va en busca de respuestas. Una senda un tanto más sosegada y amortiguada en el andar a la sombra de tan tirana sociedad. Pablo abandona la sala con una sonrisa hecha a medida; una sonrisa de truhán, es la sonrisa de la fortuna y la buena ventura. Su activo acaba de curarse un poco porque hoy es uno de los días más felices de su vida. La vida de un ciudadano cualquiera. Eso sí, abonada y fertilizada con un poco de suerte y mejor acierto. Con seiscientos euros en el bolsillo ganados por el puro azar, Pablo Gallardo, en sus plenas facultades mentales, con su economía saneada, y sintiendo una profunda emoción, piensa. Piensa que se los tiene que gastar en el día de hoy, el día más feliz de su vida. Se los tiene que gastar con fundamento y alegría, pero con precaución, de una manera hedonista. Seiscientos euros, así de golpe, avivan los ánimos y engrasan el humor.

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La tarde transcurría dulce como la confitura, muy aromática. El viento silbaba vacilón, moviéndose como el terciopelo por la ciudad. Pablo Gallardo vuelve a comprar el periódico. No sabe muy bien si ir al cine, al teatro, al canódromo… ¡Pero ojo!, Pablo Gallardo detiene la hoja del periódico en la sección de anuncios de relax. Pablo piensa que le fue fiel a su mujer durante veinte años, para que luego se fuera con un guaperas vendedor de coches usados. ¡Igual no es justo! El dolor del amor siempre deja huella y hay batallas que se ganan huyendo. Pablo, aunque sigue fiel a sus principios, decide irse a una casa de “relax”; o séase, de putas. La última vez que se fue de putas fue en la “mili”, y encima pilló unas ladillas de campeonato. Las ladillas son unos bichitos que pican y escuecen en las partes nobles. Las ladillas son como un castigo que atormenta a las almas que son infieles de la práctica tan antigua como la fornicación. Las ladillas son parásitos que mueren con un ungüento que se vende en las farmacias, pero mueren luchando y picando, como infantes en el combate. Pablo Gallardo empieza a mirar los anuncios de relax, por lo menos hay dos mil anuncios. ¡Joder!, piensa. –cuanto putero hay en Barcelona- El hombre suele tardar en darse cuenta que es esclavo de su instinto y sus impulsos más oscuros, que suele ser una conducta incurable. Los anuncios de las páginas de relax son de lo más curiosos y variados. A saber: “Átame,

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castígame, he sido muy mala”, “Novedad en trío, chica travesti y tú”, “Viuda, morbo a tope, culito respingón”, “Ama sado, te inicio, dominación y humillación”. Pablo Gallardo se queda un tanto impresionado con los textos ocurrentes de la llamada de la carne, y piensa, -¡joder como está el patio!- Pablo busca algo más suave, algo sin tanta envestida, más mimoso y juguetón. Hay anuncios que parecen dictados por la misma oratoria del diablo. Mirando y remirando en los minúsculos anuncios, que sin gafas uno puede dejarse la vista -¡Santa Lucía, consérvamela!-, parece encontrar algo que le convence, y que decía así: “Somos cuatro chicas, damos mucho cariño y amor, te recibimos desnudas, VISA: sí. A Pablo el texto le parece bien, aunque no quisiera precipitarse; lo que le mosquea un poco es lo de la tarjeta de crédito. ¿No harán sólo esto por dinero? –piensa inocentemente-. Pablo Gallardo toma nota en una servilleta, y se presenta en la dirección que pone en el anuncio del periódico. A los pocos minutos está delante del portal de la casa de señoritas que dicen recibir desnudas, se acerca al portero automático y pulsa el timbre. Las piernas le tiemblan porque es principiante en este tipo de “fechorías”. -Sí. -¡Buenas tardes! Venía por lo del anuncio. 65

-¿Por lo del papeleo? -¡Ah!, ¿hay que presentar algún papel? ¡Coño!, si que es legal esto. -Me parece que usted se equivoca. La casa de putas es al lado. Esto es una gestoría. Aquí, somos gente seria. -Perdón, perdón. Pablo Gallardo, con los nervios, se ha equivocado de timbre. Pero eso le puede pasar a cualquiera, porque él es de noble corazón. Pablo llama al timbre de al lado, que debe ser el correcto, y sin contestación alguna le abren el portal de la calle. Entra en el edificio y sube al principal. Pasa por delante de la gestoría silbando con disimulo. ¡Coño!, es verdad, la casa de “pilinglis” estaba enfrente. Le abre la puerta una señora ya algo mayor y que lleva un cronómetro colgando del cuello. -¡Buenas tardes! –dice Pablo-¡Buenas tardes cariño!, pasa, pasa. Pablo Gallardo entra dentro de la casa de señoritas que te hablan de “tú”. La “Madame” –que lleva colgado el cronómetro en el cuello-, le acompaña a una salita pequeña aparte. Una mesa con un cenicero y una silla algo incómoda y que cojea un poco, un poster de la italiana Sabrina, -de los años noventa- un poco pasadito de moda, con una lámpara en forma de farolito rojo, acompañan el paisaje. Pablo Gallardo no deja de fijarse en la “Madame” que lleva un cronómetro colgado al cuello. 66

-¡Que cariño!, ¿qué servicio querrás? -¿Cómo dice señora? -¿Qué qué quieres que te hagan las chicas? A eso, le llamamos servicio. -¡Ah!, que técnico. ¿Oiga?, perdone que le haga una pregunta. ¿Por qué lleva un cronómetro colgado del cuello? -Para medir los tiempos de duración exacta de los servicios. Se llama: estudio de tiempos. -¡Ah!, ¿cómo en las fábricas con los trabajadores? -Sí, más o menos. Bueno cariño, ¿en qué servicio estás interesado?, que el tiempo corre. -¡Ah!, sí, sí. ¿Todavía no ha puesto el cronómetro en marcha verdad? -No, todavía no, cariño. Pero estoy por ponerlo, porque ya veo que contigo estaremos más tiempo hablando que follando. Ya me entiendes. -Sí, sí. El tiempo…claro. Pues yo estaba interesado en un servicio cariñoso. -Entiendo. Ahora le hago pasar a las chicas. -¿Todas a la vez? -¡No hombre no!, una por una. Tú no eres habitual en estos sitios, ¿verdad cariño? -No mucho. ¿Se nota? -Un poquito, pero no pasa nada. ¡Relájate cielo y no rompas nada! Son sesenta euros treinta minutos. 67

-Tenga…, tenga. ¿Qué me hará un papel o algo? -Sí hombre, luego te pongo el IVA que desgrava. ¡Qué cachondo eres! Pablo Gallardo mientras espera a que entren las chicas, -una a una-, piensa que esto ya es demasiado. En esta sociedad todo está excesivamente controlado, demasiado institucionalizado. Será por aquello de que la vida está mal, y la crisis empuja. Pero controlar el tiempo de una señorita que da besos que engañan…, quizás sea pasarse un poco. La gente se está volviendo excesivamente materialista y pragmática, más de lo saludable. Pablo Gallardo, un tanto nervioso, se enciende un cigarrillo pero empezaba a encontrarse a gusto. La primera chica se le presenta; es bajita, delgadita, casi canija, lleva braguitas rosas con un “piolín” en su “flor de ter”, cara de mosquita muerta, y mucho pecho; eso sí. -¡Hola cariño! Me llamo Noemí. -Encantado. Luego entra otra; es más bien alta, veinte pocos de años, con unas piernas que daban alegría de verlas, poco pecho pero muy bien moldeado, un poco fea, eso sí, y con un tatuaje en forma de serpiente enrollando a un marinero. -¡Hola cielo! Me llamo Débora. 68

-Encantadísimo. –Pablo es muy educado y siempre saluda porque fue a los Escolápios-. Entra la tercera, de unos treinta años; rubia, con cara más curtida por el oficio, buenas tetas y buen culo, adornado con un tanga verde pistacho. -¡Hola amor mío!, me llamo Judit. -Muy encantadísimo. Pablo Gallardo, que no se va de putas desde que hizo la “mili” en el Ferrol, en la marina, no sabe a qué chica elegir. La verdad es que todas están muy buenas y ya se le ha puesto dura. Entra la “Madame”. -¡Qué, cielo! ¿Con qué chica te quedas? Pablo se queda pensativo y reflexivo. Hay una cosa que le ha llamado la atención. -¿Oiga señora? -¿Qué pasa ahora cariño? Que haces más preguntas que la policía.

-¿Cómo es que todas las chicas tienen nombres Hebreos? La “Madame” se queda extrañada por la pregunta y piensa que Pablo Gallardo es corto de cojones o es que va borracho. -No sé cariño, no había caído. Ahora que me lo dices…, ¿no serás cura verdad?

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-No, no. ¡Qué cosas mujer!, es simple curiosidad. Mire, señora, me quedo con Judit, que tiene cara de buena persona. La “Madame”, que ya lo ha visto casi todo en este oficio, y que dicen que es el más antiguo del mundo, se extraña por la conducta de Pablo Gallardo. Pero sabe que también tiene derecho a “comer caliente”. -Bueno cielo, ahora le digo a Judit que entre. ¿Alguna pregunta más? -No, no. No quisiera ser indiscreto. Pablo Gallado se va quitando la ropa, está un poco nervioso, -eso es normal en las casas de putas-, aunque con la conciencia tranquila porque sabe que no está haciendo daño a nadie. La Judit entra en la habitación. La Judit lleva un crucifijo colgando en el cuello. Pablo le dice: -¿Eres creyente? -Sí, amor mío. Y doy gracias a Dios por este par de tetas que me ha dado. -Sí, sí. Dáselas. La Judit ya está completamente desnuda, tiene un cuerpo muy apetitoso y una cara de angelito que parece que nunca haya roto un plato. Pablo no sabe por dónde empezar. -Como te gusta, ¿arriba o abajo? Pablo Gallardo se queda pensando.

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-No, no. En la cama me gusta más. -¡No hombre no!, me refiero a la postura. -¡Ah!, claro. La Judit se da cuenta enseguida de que Pablo Gallardo no es lo que dice un “putero” habitual, sino circunstancial, y sabe que a estos, es bueno darles conversación, porque después se cortan y no se les levanta. Y luego la faena es suya. -Y tú, ¿de qué trabajas cariño? -Ahora estoy en el paro. -Tranquilo, no te preocupes, a los parados se la chupo con más ganas. Yo también pasé una mala temporada. La Judit pone entusiasmo en su trabajo y a Pablo Gallardo su expresión le brilla como si sintiera el placer absoluto de la criatura. Carne y espíritu le tiemblan; se encuentra muy a gusto y con una extraña mirada perdida divisada hacia el techo. La Judit no para de mover el esqueleto arriba y abajo, arriba y abajo…. La cosa no dura más de quince minutos, -tampoco ha de durar más-, porque la “Madame”, ya se sabe, lleva un cronómetro colgado en el cuello. Se ve que el tiempo es como una obsesión para ella. Una vez terminado el “servicio”, la Judit le pregunta a Pablo Gallardo que todavía la tiene dura:

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-¿Qué te ha parecido cariño? Pablo tiene una cara de felicidad que da gusto verlo. -¡Estupendo, estupendo! Cuando encuentre trabajo lo primero que hago es venir otra vez por aquí. ¿Hay que reservar hora? La Judit sonríe. -No hombre, no es necesario. Esto no es una clínica dental. Pablo Gallardo se viste. Entra la “Madame” y le pregunta: -¿Qué, cariño? ¿Has hallado respuestas a tus preguntas? -¡Y tanto! –contesta Pablo, abrochándose torpemente la bragueta. ¡Pues ale! Hasta la próxima. Esta es tu casa. Pablo Gallardo sale de la casa de relax con una sensación de placer y tiene la sensación de estar flotando. Pablo, en su caminar apurando el día ve como la lluvia de otoño cae con

melancolía. La lluvia de otoño cae fina y suave, como si fuera

algodón. La lluvia de otoño rompe el silencio de un día triste y mustio. La lluvia de otoño es como un llanto amargo, un llanto gris. Son las cuatro de la tarde y el día transcurre al ralentí. Pablo Gallardo va marcando el paso por la calle con cara de felicidad. Pablo Gallardo sabe que hoy es su día y que todavía le pueden sorprender muchas cosas. La vida no deja de sorprendernos; momento a momento, instante tras instante, buscando el misterio, y nunca sabe uno lo que va a pasar. Hay que dejarse llevar sabiendo que todo río va a parar al mar, porque el futuro no suele inspirar confianza. La gente, por la calle, camina y no suelen mirarse a la cara los unos a los otros; van como si estuvieran cabreados. Igual son ciudadanos 72

atormentados por sus hipotecas y que toman hipnóticos para poder dormir. Pero Pablo, que desarrolla a gusto su vida, demuestra no temer a nada y sonríe; parece que le está cogiendo gusto a esto de sonreír. Igual se está equivocando hiendo por la vida como una máquina de vapor, haciendo “chu,chu”, pero uno ha de ser valiente hasta para equivocarse. Pablo encara su marcha hacia las Ramblas de Barcelona. Es este un paseo reconocido en el mundo entero. Turistas paseando y haciéndose mil fotos. Artistas varios ganándose el sustento que les denegó la suerte y el aplauso de un escenario. Carteristas haciendo su oficio de forma muy normal, como haciendo del hurto un arte aplicado. Prostitutas ya maduras, un tanto mayores; travestís que se afeitan al alba, ofreciendo sus gastadas carnes, pero que igual todavía creen que el lado amargo de la vida tiene tres pétalos. Todos forman parte del espectáculo. Rambla de Santa Mónica, rambla de Capuchinos, rambla de las Flores, y de los pájaros también, y que todas juntas hacen una sola. La Rambla de Barcelona; solemne de día, canalla de noche. Pablo Gallardo observa como un pintor, de estos de a pie de calle, está con su tela y su caballete a la altura de la fuente de Canaletes. Fuente ésta, que dice la leyenda; que el turista que beba de su agua, se queda de por vida en Barcelona. Pablo Gallardo, como hoy es amigo de todo y de todos, entabla conversación con el pintor que apuraba sus acuarelas en la más suave de las pinceladas.

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-¡A los buenos días, artista del lienzo!, ¡que parece que tocáis el pincel como los ángeles! Mi nombre es Pablo Gallardo y hoy soy un hombre que irradia felicidad. Aunque, no se deje llevar por el engaño, puesto que mi esencia es la desgracia por defecto. Y de eso a alcanzar la plena felicidad va grande diferencia. Al principio el pintor, que como artista que se precie es persona sensible, se queda un tanto asustado y pensando que Pablo Gallardo es persona muy teatral y poco sensata, o simplemente que está majara y puede tener su peligro por las palabras que dice. -¡No, por favor! no me robe usted. –dice el pintor apartándose a prudente distancia de Pablo Gallardo-¡Pero que dice! Que ocurrencia, hombre. Nada más lejos hoy de hacer el mal. Puesto que hoy es un día que, de momento, marcha sobre seguro. El pintor de acuarelas sigue sin fiarse mucho de la felicidad que irradia Pablo Gallardo porque en esta sociedad, ya se sabe, que la gente no suele ir muy contenta sino va bajo los efectos de alguna sustancia. Aunque el hombre coge confianza y le dice a Pablo Gallardo: -Pues mire usted, aquí estoy, como es costumbre de cada día; aunque sea hoy un día de lluvia. Pues es mi trabajo; plasmar los rincones y recoletos de la ciudad por muy escondidos que los hubieran. Pues mi retina da 74

orden a mi mano con la facilidad que da la experiencia y los años que da el oficio, que casi traza por sí sola. Y que cuando un lienzo termino…, vuelvo otra vez al principio de lo que le he dicho. -¡Bordadas quedan estas palabras amigo mío! Pero, aparte de pintar en Rambla, ¿también manejáis la azul dulzura de las marinas? -Sin duda. Y la de los cuerpos de mujer desnuda que es el color de la carne. Pues como le he dicho, cuando un lienzo termino, otro vuelvo a comenzar. Uno acabo, otro comienzo. Y así vuelta otra vez al principio. -¡Pues mire, jefe! Para que vea que me ha entrado en gracia le adquiero una de sus obras. Pues aún, siendo yo un desgraciado, presumo de haber tenido un golpe de suerte, ¡que caray! Un día es un día. ¿Cuánto? -¿Cuánto qué?

-¿Qué en cuanto podemos tasar su obra? El pintor de acuarelas iba cogiendo confianza al ver que las palabras de Pablo Gallardo parecían sinceras. -Hombre…, no sé… Usted mismo. Yo, como usted, no es que tampoco sea hombre de sobrada solvencia económica. -¿Le parecen bien doscientos euros? –Dice Pablo Gallardo-¡Me parecen de puta madre! –Responde el pintor75

Ambos efectúan el trueque; y contento el artista y contento el parado. -Bueno don Pablo, yo con su permiso, y viendo que el día también me es propicio a mí, y a pesar de tan surrealista encuentro, sigo con mi naturaleza que es la pintura. -Pues nada, ¡a la faena! Y suerte, amigo pintor. Y dé recuerdos a aquellos artistas que se crucen por su camino. -De su parte. Pablo Gallardo guarda el cuadro comprado en su maletín se aleja a paso lento con su picara sonrisa en su cara, porque todo le ha salido espontaneo sin pensarlo, y piensa que a veces es más feliz el que no piensa. Dejando atrás al pintor de suaves trazados, y con la cabeza del artista caliente de tanta pregunta y palabrería, Pablo Gallardo sigue Rambla abajo. A la altura del teatro del Liceo, -teatro este que suele arder de vez en cuando por culpa de su infortunio- observa con agrado, y no poca curiosidad, las estoicas posturas de un mimo; cuyos gestos y artísticos movimientos son su única herramienta de expresión. Son estas gentes; los mimos, calladas y no muy habladoras en el ejercicio de su oficio. Precisamente ahí está la gracia de su talento. Ya que el silencio, a veces, es

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una pasarela que conduce al hermoso misterio incomprensible que al artista le sirve de almohada. Pablo Gallardo se lo queda mirando, le suelta unas palabras, pero el mimo no le hace caso. Este mimo sólo se mueve si se le echan un par de euros. Los mimos suelen ser muy poco dados a la conversación porque, si no, mejor fueran oradores que es oficio de palique. Pero como Pablo Gallardo hoy tiene la virtud de hablar hasta con las piedras no se detendrá en su afán de que su día sea mágico y fascinante, cosa que de momento tampoco es delito punible. Y como hoy se crece ante la adversidad, insiste con tacto y mucha destreza al mimo que hace gestos al aire. -Perdone mi insistencia, señor mimo, es que me han dicho que los artistas como usted son gentes calladas aunque de rumores, ya se sabe, no se puede hacer caso. El mimo, que ve como Pablo Gallardo no desistirá hasta conseguir su propósito, y como tampoco es que le espere la fama y la fortuna inmediata, decide contestarle: -Pues mire usted, que habiendo fracasado en patio de butacas; aquí precisamente delante del teatro del Liceo que me denega la entrada, en la acera me encuentro aplicando mi arte para convertirlo en hecho.

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-Injusto, muy injusto. ¿Pues qué impide a un mimo acompañar a una soprano? -Pues dicen los maestros –que son los que entienden-, que los mimos estemos en la cola, que ya se nos llamará. Y como una vez me dijeron que esperase ocasión, aquí delante de este coliseo me encuentro. -¿Y cuanto hace que esperas?, amigo mimo. -Veinte años. -¡Coño! Ya son años, ¿eh jefe? - Los suficientes para conocer la historia que pocas gentes saben sobre este teatro. Ya que, en cualquier ciudad, el turista sabe lo que el autóctono ignora por dejadez y por ignorancia; que no hay cosa más triste que mirar y no ver en tu propia morada. -¡Caray! Pues fama, este Liceo, tiene. -Pues yo le cuento, don Pablo, la historia de este teatro. Este mimo al final se ve que es muy dado al hablar. -A resultas de la idea de un grupo de tenientes de las tropas de Mendizábal, allá por el 1837, donde aquellos tenientes tenían como afición la solfa, crean el Liceo Filarmónico de Montesión. Y por lo visto a la reina Isabel II, que vio con mucho agrado la idea, les cedió por real decreto el local de Montesión. -¡Coño! Y yo que pensaba que…, pues ni idea, oiga. 78

-Continuo, continuo… -Sí, sí, continúe, que esto sin quererlo se ha vuelto interesante. -Pues como le iba diciendo, -y ahora viene lo bueno-, es qué su primer emplazamiento fue un convento. -¿Qué me dice? -Como se lo digo. Y no fue hasta 1848 cuando se escuchará el primer aplauso. Aquí; delante de donde estamos. -Ahora mismo, amigo mimo, me siento ignorante y analfabeto, huérfano de conocimientos. -¡Hombre!, tampoco se lo tome tan a pecho. –Le dice el mimo-.

-¡Me lo tomo, me lo tomo! Pablo Gallardo piensa que el tiempo libre no necesariamente se ha de dedicar a ver absurdos programas de televisión, ni perderse por viciosas páginas de internet. La cultura parece que esté en desuso, y esto lo podemos pagar muy caro; aunque todavía estemos a tiempo de hacer lo que imprudentemente se deshizo. La cultura también suele estar en la calle, en las plazas, callejeando y dejándose perder por los rincones de una taberna. La vida rueda deprisa y muchos son los que la pierden en el sofá de su casa, muriendo lentamente, ignorando que los relojes de sol no funcionan en la sombra. 79

Pablo sigue con su apacible paseo y piensa que un hombre no debe de olvidar lo que ha sido para seguir siendo. Pablo se está volviendo muy filosófico y reflexivo. De repente una voz, que parece sacada de las catacumbas, se dirige a él: -psh., ¡jefe! -¿Qué? ¿Es a mí? -Dice Pablo. -Sí, sí. Es a usted. ¡Disimule! -¿El qué he de disimular? -Que está hablando conmigo. -Yo no estoy hablando con nadie. -Es que yo…, soy espía, ¿sabe? El hombre le enseña lo que parece una acreditación oficial que esconde muy deprisa, y Pablo Gallardo se amilana un poco. -¡Oiga!, que yo no he hecho nada. Estoy en el paro, pero no he hecho nada. Quien es usted, ¿del INEM? -¡No, hombre no!, tranquilo. Es que me parece que me están siguiendo. Trabajo para los servicios de inteligencia. -¡Coño!, ¿Cómo en las películas? -Más o menos. ¿Ve aquella furgoneta negra que hay allí aparcada? -Yo sólo veo el camión de la cerveza. ¿Que tiene problemas con el alcohol? -No, hombre no? Al lado, ¿no ve una furgoneta negra? 80

-¡Ah, sí! -¿Y qué más ve? -Dos tíos, como dos armarios, que vienen hacia aquí. ¿Nos liamos a hostias señor espía? -¡No joda, hombre!, que esto no es ninguna película, y usted es más bien “pureta”. ¿Ve si van armados? -¡Hombre!, llevan unos walkie – talkie en las manos y cara de muy mala hostia. -Pues si preguntan si me ha visto, dígales que no. -Demasiado tarde, ya están aquí. ¡Buenos días señores espías! -¡Que estos no son espías!, gilipollas. -¡Ah! Y yo que sé. Los dos hombres como dos armarios apartan de un empujón a Pablo Gallardo y le pegan una paliza al que dice ser espía; le quitan lo que parece un CD que llevaba escondido debajo del pantalón, y que probablemente contenga información clasificada. Los opulentos hombres se suben al vehículo negro y se van muy rápido. El espía “bueno”, tirado en el suelo, le dice a Pablo Gallardo: -Usted es tonto ¿o qué? -¡Oiga, sin faltar! Si tiene problemas con gente rara es cosa suya.

-¡Acaba usted de traicionar a su país! 81

-¿Quién yo? Ande y vallase a la mierda si no sabe hacer su trabajo, ¡fantasma! Pablo Gallardo se aleja de la zona y deja que los “caballeros” solucionen sus problemas. Pablo no tiene ningún remordimiento porque como parado que es, a él, estas cosas se la traen floja. -¡No te jode el tío! ¡Anda que no tengo bastante con mis problemas! Y encima me ha llamado “pureta”. ¡Vamos hombre! Pablo piensa que nadie le puede estropear el día, por muy espía que sea. Y para contrarrestar tan leve incidente decide de cobijarse en un bar, se pide una copa de coñac; que en pequeñas dosis suele darle uso a la razón. Y bien mirado, como es un día con un clima inseguro, una inocente copita suele devolver el contento. En esta vida tampoco hay que tomarse las cosas demasiado a pecho. A su lado, sentado en un taburete, un tipo ya entrado en años; raro de aspecto y con cara de tomarse la “penúltima”, alza su copa, y dirigiéndose a Pablo Gallardo le dice: -¡A su salud, jefe! -¡Y a la suya!, que parece que de contento y a gusto va de sobra.

-Mis razones tengo. 82

El hombre entrado en años, -confirmado etílico-, y que no se esconde en demasía del tan noble arte del beber, le dice a Pablo Gallardo: -Pues como me ha caído usted en gracia, una historia le voy a contar, qué seguramente con ella, entenderá las razones de mi contento. Aunque ahora mi comportamiento pueda parecerle vulgar y de mal gusto. El buen hombre, tiene la suerte de que Pablo Gallardo hoy entabla conversación con quien sea, sin miramientos de nada. -¡Ahí va la historia! Resulta que yo era enterrador, ¿me sigue? -Sí hombre, de momento es fácil seguirle. Continúe buen hombre. -Pues como le he dicho, mi oficio era el de enterrador, o sea; sepulturero. -¿Me sigue?

-Que sí hombre que sí… que le sigo. -Pues eso…, y como puede ver que soy más aficionado a la bebida que a los libros, decidí de echarme una siesta; o sea, dormir la “mona”. Y no se me ocurrió otra cosa que esconderme en un féretro. ¡Ya me entiende!, un ataúd. -Sí, sí. Siga, siga. -Pues nada, que en estas, que me quedé dormido dentro de dicho habitáculo.

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-¿En el ataúd? -¡Mismamente! Y por las cosas de la vida aquella tarde había un sepelio. Y como sabrá usted, que la última necesidad de un muerto es que lo entierren, y que las prisas suelen llevar a la equivocación, mis compañeros se equivocaron de ataúd, confundiendo en el que yo tan a gusto estaba, con el del difunto. -¡Coño! Que fuerte. -Espere…, espere, que ahora viene lo mejor, aunque esto parezca cosa divertida, que no lo es. Entonces, mis compañeros, cogieron el ataúd en el que yo estaba haciendo la siesta y me metieron dentro de un nicho, pensando que yo era el fallecido. -¡Joder…! -¡Los cabrones empezaron a rezar y todo! Y cuando el cura dijo aquello de: “que en paz descanse”, me lié a patadas con ataúd y lápida que parecía que estaba poseído, y así conseguí liberarme. Pobres…, los familiares todavía están corriendo cementerio abajo como alma que les persiguiera el diablo. -¡Vaya situación más tremenda y siniestra!

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-Sí, sí. Lo que usted quiera, pero todavía hoy, llevo el susto metido en el cuerpo. Entonces me llevaron al cuartelillo de la Guardia Civil, donde me hicieron la prueba de alcoholemia. Y claro, salió positiva. -Y lo pasaron a disposición judicial, ¿no? -¡Que va, que va! El sargento de la Guardia Civil me dio dos hostias con la mano abierta y me dijo: -menos mal que tu primo y yo nos vamos de putas juntos cada viernes, que sí no, te pego dos tiros aquí mismo y te entierro de verdad-. Y me dijo que no me quería ver más por el pueblo. -¡Por Dios!, que animal. -Es que en mi pueblo solucionamos las cosas así. A lo “cañí” y con dos cojones. ¿Qué, jefe?, ¿me invita a otra copa y le cuento como me lié con la mujer del tesorero del ayuntamiento; que era hombre muy aficionado a la caza y que siempre tenía la escopeta a mano? -¡No, no!, gracias. Un servidor ha de seguir haciendo camino.

-Gracias. Vaya con Dios, que aquí siempre tendrá un borracho por amigo. La tarde transcurre a su antojo y a su manera. La gente, por la calle, es como un público variado y mezclado, -no agitado-, como títeres en movimiento y la ciudad plataforma del escenario. La lluvia vuelve a su ser natural y chispea manchando las aceras de agua. Las gentes van andando como sonámbulos, y cada uno va a la suya. Esto parece una película de 85

Berlanga andando por la calle y viendo a la “tribu” deambulando como zombis. ¡Por lo más sagrado que es para hacer fotos! Pero Pablo Gallardo se siente inmune y exento porque él, hoy, va disfrutando del placer de los sentidos como la hoguera del fuego encendido. Pablo se mira de refilón en un escaparate y piensa que está un poquito “barrigón”. Vamos; que precisamente no tiene un cuerpo “Danone” y no es lo que se dice deseo de placer erótico. Pasando los cuarenta, a los hombres les suelen pasar dos cosas; una es que se hace maduro, y otra que el espejo no responde a productos perecederos y su evolución es más bien fruto de la desilusión y la desesperanza, culpando normalmente al pasar irremediable del tiempo con excusas impías. Pablo Gallardo recoge un folleto del suelo, y por aquellas circunstancias de la vida, es la propaganda de un gimnasio con prometedoras y mágicas soluciones, que ofrecen devolver lo que los años y los vicios se han llevado por ser cosa del tiempo cobrar tributo a la salud y a lo estético, y no hay imagen más verdadera que la del espejo. Pablo decide hacer uso de la invitación, porque las cosas cuando son gratis y por cortesía se suele apuntar casi todo el mundo. Hay gente que cuando las cosas son de balde, son capaces de apuntarse a la “última

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cena” y todo. Pablo entra en el gimnasio y, solo pasar el umbral de la puerta, un tío muy cachas le llama la atención: -¡Eh!, jefe. -¿Es a mí? -Sí, sí. Al de la Barriga. -¡Oiga!, que yo vengo de buen rollo. -Je, je. ¡Es broma hombre! Soy un entrenador personal, un profesional del arte de la modulación muscular. Sepa usted que tengo título y todo. Hasta hice kung-fú. -Pero eso… es una religión, ¿no? -¡Nada, nada! Eso consiste en dar muchas hostias, como “Bruce Lee”. ¿Se acuerda del canijo ese de los setenta, que hacia películas y todo? Pues yo fui discípulo suyo. Je, je…, en dos semanas hago de usted un figurín. -¿No me diga? -Como lo oye. Mi método es infalible. Usted mentalícese como si fuese el Ave Fénix. -¿Qué volaba? -¡No hombre no!, que resurgía de su propias cenizas. -¡Ah! Pablo Gallardo sigue al monitor que va marcando “paquete” y que le invita a conocer las instalaciones. 87

-Sígame, caballero. -Le sigo, le sigo. ¡Cualquiera le dice que no! Que parece usted que se haya tomado un “Red Bull” de esos. -Je, je. Me parece que usted lo que es, es un cachondo. ¡Mire que titis! -¿Qué hacen kung-fú, también? -¡No hombre no! Hacen aerobic. -¡Ah! El monitor, -que es más chulo que un ocho-, le dice a una señora gorda que intentaba hacer abdominales, que cada día está más guapa- En estos oficios, a la gente siempre hay que darles “vaselina”, también pagan por eso. Hay gente que por tener un cuerpo “diez” son capaces de poner velas al diablo, hacer croquis extraños a cirujanos avariciosos y, sin muchos escrúpulos, capaces de implantarse cosas extrañas en el organismo…, los hay que se alargan hasta el pene con insólitos aparatos que parecen instrumentos propios de tortura medieval. Mejor pequeña y juguetona, que alargada y estropeada. Dentro de las instalaciones todo está dispuesto para practicar el digno y aconsejable ejercicio del “corpus”. Pablo se fija en unas mujeres que estaban haciendo ejercicio frenéticamente, con provocadoras mallas ajustadas en sus cuerpos y unos sudorosos y atrevidos “tops” que encienden la libido y el deseo de lujuria 88

del animal que todos llevamos dentro. Pero como él ya va “cumplido”, porque la Judit lo dejó a gusto, intenta superar sus instintos primitivos; porque a veces, después, suelen ser causa de arrepentimiento. La gente en las instalaciones del gimnasio se esfuerza y suda, sufren y padecen, todo sea por la salud y lo estético. Unos pedalean como si estuvieran en la “vuelta ciclista”, otros levantan pesos en complejos aparatos llenos de engranajes, ayudados por complicados mecanismos de poleas; parecen estibadores del puerto. Todos están sufriendo castigo y penitencia para encontrar ese cuerpo que ni pintado en lienzo. Pablo Gallardo piensa que una cosa es la salud y otra muy distinta intentar lo que la naturaleza no quiso dar en gracia divina. Además, donde se pueda comer pan y beber vino… El monitor “espitoso” le dice a Pablo: -¡Ande!, súbase a esta bicicleta y pedalee durante treinta minutos. -¡Pero si no tiene ruedas! El monitor parece que se está mosqueando: -¡Oiga jefe! los borrachos y los “drogatas” aquí no son bien recibidos.

-¡Era broma, hombre! Yo también soy muy cachondo, ¿sabe? El monitor “cachas”, lo mira con cierto desprecio. Ya desde un primer momento parece que desconfía de Pablo y sabe que le va a dar su trabajo enderezar lo que Dios no tuvo a bien. 89

-Pues como usted es tan cachondo, en vez de treinta minutos que sean sesenta. -¡Oiga jefe!, que yo no soy “Indurain”. -Mire, haga usted lo que le salga de los huevos. Yo me voy a tomar unos bífidos activos y unas fibras biodegradables que compensan los triglicéridos. -¡Coño!, no será usted un ciber-entrenador, ¿verdad? El monitor se aleja porque ve que Pablo Gallardo es carne de colesterol. No pasaron más de diez minutos de pedaleo, y Pablo empieza a toser y a expectorar con insistencia. ¡Puto tabaco! Todos se lo quedan mirando. La verdad es que ha quedado bastante mal. En esta sociedad hoy en día, a los fumadores el peso de la ley les puede caer con toda su crudeza, y toser está mal visto. También está mal visto la alopecia, las barrigas prominentes, los bajitos, los miopes, los tartamudos, la ropa de mercadillo, las colonias que no son de marca…, está sociedad se está volviendo demasiado “fashion”. –Mira que ropa llevo, mira que teléfono móvil me acabo de comprar, mira, mira y no dejes de mirar- Nos estamos adentrando en un consumismo compulsivo donde la gente es capaz de endeudarse con eternos créditos con unos intereses propios de la mafia siciliana. La cuestión es estar a la última y mirar lo que hacen los demás; la realidad suele imponerse a la fantasía y la religión no castiga más que al que cree. 90

-“Si necesita dinero sólo con su nómina. Hasta tres mil euros”. ¡Llame ahora!Pablo Gallardo en las duchas vomitando bilis, hecha hasta la primera Papilla; vomita con toda la hermosura y el esplendor que le permite su castigado hígado. Pablo se viste como puede aquejado de terribles agujetas y abandona el gimnasio. Pablo Gallardo andando por la calle más feliz que el “piolín”, ve un letrero en otro local que decía así: “Existe una herramienta para recuperar la harmonía” A Pablo le llama la atención la frase existencial, porque después de su extenuante experiencia en el gimnasio, le han quedado unos pocos de nervios y angustia por dentro. Pablo llama al timbre que tiene forma de símbolo oriental y una chica de unos treinta años, vestida toda de blanco y que parece salida de una secta, le dice: -¡Hola hermano!, deja tus problemas en la entrada. ¿Cómo está tu Karma?

-¿Cómo está quien? –Contesta Pablo Gallardo. -¡Tu energía interior, tu fuerza! -¡Hostia!, como en la guerra de las galaxias. Rollo “Yoda”. -No seas vulgar, hermano. Aquí podrás encontrar el camino que te puede llevar a la relajación, que unida a la concentración, te transportará a la meditación y a la paz infinita; de la misma manera que todos los ríos llevan al mar. 91

-¡Bien, bien!, esto de estar tranquilo. Pero…, esto no creo que sea gratis, ¿verdad? -Cien euros, hermano. -Ya decía yo, tanta paz y tanta concordia. Pablo Gallardo se decide a pagar los cien euros, entra dentro de lo que parece un templo pero montado a lo cutre, parece que todo lo han comprado en el “Ikea” y se lo han montado ellos mismos. -¿Oiga señorita? -Dime hermano. -¿Y también enseñan a manejar espadas láser como los “Caballeros Jedais” esos? -Mira hermano, si tienes problemas psiquiátricos, te devuelvo el dinero y te marchas por dónde has venido. -¡Era broma mujer!, es para romper el hielo. Tampoco es para ponerse así. Pablo ya se sabe que es un cachondo. Le acompañan a una sala donde hay ocho personas más. Se comprende que en principio todos quieren buscar la paz. El sitio huele a incienso y parece muy espiritual y místico. A Pablo le hacen quitar los zapatos porque dicen que es una forma de respeto. A Pablo le huelen los pies de tanto andar todo el día. Y el resto del grupo, más que buscar la paz, parecen querer buscar aire nuevo.

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-¡Caray hermano!, como te huelen los pies. A Pablo se le suben los colores. -Ya…, esto…, es que llevo casi todo el día andando y… -Bueno, bueno…, como el peregrino que va buscando el camino… para que veas que aquí no rechazamos a nadie, siéntate con los demás y medita. El resto del grupo, que están meditando con aprensión, no ven muy claro esto del olor del “peregrino”. Pero bueno, se ve que en estos sitios por un hermano y cien euros, ¡lo que sea! La chica que lleva una túnica blanca, y que hace a la vez de monitora, toma la palabra: -Como sabéis hermanos…, la mente es misteriosa; la actividad mental trabaja en varios ciclos de ondas…, alfa, beta y theta…

A Pablo Gallardo se le escapa la risa. -¿Algún problema más, hermano Pablo? -¡No, no!, es que yo las únicas ondas que conozco son las de mi radio. -¡Vaya!, parece que el hermano Pablo es un cachondo de mucho cuidado. Pablo Gallardo parece que esté buscando que lo echen a patadas. Menos mal que es una clase de yoga, si fuera una clase de marketing y ventas ya lo habrían hinchado a hostias. Ya se sabe, que los mercaderes y 93

las almas de bronce se suelen tomar estas cosas a mal, y son muy dados a la agresividad y al combate. La sala tiene cierto aire ancestral y espiritual; todo está iluminado con velitas de colores, parece fiesta mayor. La gente quiere encontrar la paz y ser feliz, la gente quiere quitarse pesos de encima; pesos que les agobian y les martirizan, que les pesan como el mármol, que les frena como el ancla que detiene al navío, quitarse las pesadillas y poder dormir sin miedo, intentando borrar la mugre que ensucia su silenciosa desesperación. El grupo empieza a respirar profundamente, haciendo unos ruidos diafragmentales muy extraños. Parece que tengan asma. Pablo Gallardo no sabe muy bien en qué postura ponerse y no para de menearse. -Pero hombre, hermano Pablo, ¡estese usted quieto! La monitora cree que Pablo es un tanto “rústico” en sus estructos mentales, y le cuesta adaptarse y concentrarse. Una música celestial suena de fondo. Pablo consigue coger la postura del “lotto”. Se relaja y nota un bienestar. La verdad es que está un poco cansado de deambular todo el día y, tal posición de relajación extrema, parece que lo hace entrar en un profundo estado de entre sueño y aturdimiento general, como si estuviera en trance. Tanto se relaja que se queda dormido y ronca; ronca como un “Trol”. El resto del grupo, que está haciendo el viaje del 94

“Nirvana”, ni se enteran. La mente de Pablo Gallardo está tan tranquila que ha caído en un profundo sueño. De repente dice la monitora: -¡Despertad, hermanos y hermanas! volvamos a nuestro ser natural. Todos vuelven al mundo de los vivos, menos Pablo, que ronca como un oso y que ha pasado de la posición del “lotto” a la posición fetal del durmiente. El tío está más dormido que un cinéfilo viendo una película ucraniana subtitulada en arameo. El resto del grupo empieza a reírse, pero Pablo como si lloviera. Ni se entera. La monitora decide despertarlo porque piensa que este tipo es capaz de pasar la noche aquí. -¡Eh, jefe!, despierte. Pablo, que cuando duerme suele ser preso de las pesadillas y los malos sueños, se despierta pegando un salto y chillando. A la monitora a poco más y la mata de un susto. -¡Coño!, que susto me ha dado hermano Pablo. Parece que esté poseído por el diablo. ¿Cómo ha ido el “viaje”? -¡Hostia que sueño! Bien…, bien. ¡Un viaje de puta madre! Pablo se incorpora. -¿Oiga? 95

-Dime, hermano Pablo… dime –la monitora ya está un poco suspicaz-. -¿Me podría hacer un café? -Esto no es un bar, hermano. Además la cafeína es veneno para la mente. -Bueno, pues me voy. Al bar, quiero decir. -Adiós, hermano Pablo. Y que la fuerza te acompañe. La tarde avanza como un ejército de infantería; rápida y decidida. El viento imperturbable silba enfurecido, los árboles son castigados por ráfagas de viento; un viento que siempre es misterioso y lleno de secretos. La vida está llena de misterios, y de secretos también. Pablo Gallardo, aunque no lo parezca, es hombre equilibrado. Lo que pasa es que quiere apartarse un poco de esta estructura social que lo ha castigado con severidad. Y sabe que los ciudadanos de a pie somos leña que arde en la hoguera de la vida. La lluvia moja casi todas las cosas; la lluvia moja las aceras de la calle, que son como testigos mudos de un bello espectáculo otoñal. La lluvia hace un festín donde la mayoría de comensales se deprimen en esta estación del año, - Esto, según los psicólogos, tiene carácter científico y todo-. Pablo Gallardo sigue con su afán de perseguir la felicidad. Se siente como un ciudadano liberado y desinteresado. El día le está saliendo casi redondo, un poco “kafkiano”, eso sí. Esto de ir por su cuenta es como

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tocar el piano sin saber solfeo; que uno puede ir tocando las teclas que quiera, pero las teclas hay que saber tocarlas siguiendo un orden de armonía. No es lo mismo tocar que aporrear, lo difícil es interpretar la melodía. Pablo se detiene delante de una librería de esas antiguas, de esas que venden libros usados, que la gente suele pasar por delante y que la mayoría no hacen ni caso. Si fuera una tienda de ordenadores o de televisores de plasma la cosa cambiaría. Pablo Gallardo piensa que nunca ha tenido suficiente tiempo para leer tranquilo y sosegado, y cree que se ha de cultivar un poco. Pablo tiene todo el tiempo del mundo, tiene tiempo de mirarse en el espejo de la literatura, y cree que todo cultivo literario tiene cabida en un trozo de tiempo. El tiempo hay que saber distribuirlo con gracia y son raros los especímenes que compran libros usados. A la gente le falta tiempo para todo; el estrés se está apoderando de las almas ansiosas y nerviosas que es ladrón de nuestro tiempo. El ritmo de vida actual deja muy poco margen para la cultura. Pablo Gallardo cree que desde los libros la vida se puede ver de otra manera. Pablo decide entrar en la vieja librería. Unas largas estanterías llenas de libros; de temas de los más variados conviven, entre ellos, soportando el paso del tiempo. El polvo y el rancio 97

olor que desprenden son pruebas manifiestas de que algún día fueron leídos. Hay gente que suele comprar libros usados para reducir sus dolorosos destinos, para intentar salvarlos del infortunio del paso del tiempo, que como una condena, puedan hacerles caer en el olvido. Pablo Gallardo mira y remira los miles de libros que descansan en las viejas estanterías, viejas casi como los propios libros, de maderas nobles que aguardan y soportan el paso del tiempo. Pablo no sabe muy bien lo que busca. La verdad es que hace ya mucho tiempo que no lee un libro. Pero hoy es un día especial. Hoy es un día diferente y quiere aprovecharlo al máximo. Pablo, que sólo había comprado libros en muy contadas ocasiones en el quiosco de al lado de su casa, se dirige al viejo librero y le dice:

-¡Buenos días jefe! -Muy buenos. -Estaría interesado en comprar un libro. -Eso está bien, joven. –Le responde el viejo librero-. -¿Podría usted ayudarme a elegir algo interesante? -Veré de complacerle! ¿Qué género es el preferido del caballero? Pablo se queda en silencio y no sabe que contestar. Tampoco querría parecer un inculto. A veces, la prudencia nos hace quedar mejor. 98

-No sé… ¿tiene algo de narrativa? -Sí señor, unas cuatro mil novelas. Si el caballero fuera más explícito. -Claro, claro… El viejo librero tiene una mirada tierna, una mirada comprensiva. Es de esos hombres que intuyes que te puedes fiar. Sabe que su librería no es frecuentada como una gran superficie. A veces, el viejo librero suele pasar sus horas en silencio, porque son pocas las almas que entran en su negocio, y él se pierde entre sus libros; los acaricia, les saca el polvo…, el viejo librero tampoco hace nada en especial para atraer a la gente. A él lo que le gusta es que la gente entre por su propia voluntad y pregunte, que pregunten y que busquen entre los cientos de libros, de temas de lo más variado y divertido. ¡Ay pero la tecnología! La tecnología un día apuñaló al libro por la espalda, y este, todavía está herido.

-No sé, jefe, -dice Pablo- ¿tiene algo de Groucho Marx? -Sí señor. Usted se refiere a ese que decía: “A un hombre no le importa pagar cuatro o cinco dólares por unos pantalones, pero lo pensará mucho antes de emplear la misma suma de dinero en un libro”. -Sí…, me parece que sí…, no estoy seguro, pero me parece que sí. La duda en literatura no es signo de buena salud. La literatura está un poco enferma y se está muriendo poco a poco de nostalgia y pesadumbre. 99

Su salvación, -que está en saber hallarla-, está en el lector, que es juez y verdugo de tan considerable responsabilidad, para que la cultura no acabe quebrando hay que implicarse y comprometerse. -Y también, ¿no era ese que decía que cada hombre lleva un libro en su interior? -Sí señor, elocuente frase, muy…romántica, culturalmente hablando. Me complace asesorarle. Veo que tiene usted una ligera idea. El viejo librero se siente halagado con el cumplido literario de Pablo Gallardo. Los viejos libreros se sienten bien cuando la gente confía en ellos porque, la mayoría, le suelen pedir fascículos de colecciones inacabadas, manuales para hacer dinero rápido, libros de relajación, esoterismo y del “más allá”, la gente está obsesionada con el más allá; las cosas misteriosas y los enigmas varios que igual ni existen. A veces el viejo librero se ofende y todo, se cabrea y echa al cliente a la calle. Los viejos libreros son la última línea de resistencia para salvar a la literatura de una muerte lenta y agonizante. Pablo Gallardo, que ve como la tarde avanza y que está a punto de oscurecer, observa como un hombre de unos sesenta años y muy nervioso

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miraba hacia el cielo y que parecía que los ojos se le iban a salir de sus orbitas. Éste, se acerca a Pablo y le dice: -¡Eh! Caballero. Ve lo que yo veo. -¿Y que ve usted? -¡No joda, hombre! ¿No ve aquel cacharro con destellos de colores en el cielo y que da vueltas concéntricas sobre sí mismo? El hombre era observador de fenómenos extraños y no parecía en principio un peligro en potencia. Eso sí, con un sospechoso aliento oliendo a morapio, y con unos planteamientos muy poco científicos, le dice a Pablo Gallardo: -¡Coño!, ¡mire, mire…, que luces más potentes! -Hombre, debe ser un avión o el helicóptero de la policía haciendo la “ronda”. -¡Que caray!, eso es un OVNI de esos de los cojones. Nos van a invadir y nos van a comer a todos. Pablo Gallardo, que sólo ve en el cielo el reflejo de un globo luminoso anunciador, piensa qué cuando la mente está turbia y borrosa por el alcohol la vista es un poco traidora; se pueden ver OVNIS, pececitos de colores o lo que haga falta.

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-Jefe, a mi me parece que… -¡Cago en todo!, ¡si me hubiera traído la escopeta! -Hombre…, a esa distancia. -Sepa usted que en la “mili” le pegué un tiro a un jabalí rabioso a más de cien metros, pero resulta que al final era el perro del coronel. -A sí, ¿y qué paso luego? -Pues…, que me arrestaron y acabé delante de un tribunal militar y, luego en un sanatorio. ¡Mira, mire…! parece que se mueve. ¡Estos cabrones vienen a por nosotros! A Pablo Gallardo la situación no le está haciendo mucha gracia, no sea que al “salvador de almas” se le ocurra poner en efecto su pensamiento. El Zéppelin, que anunciaba una marca de fotos, se pierde entre las nubes sin pensar por un momento que un “iluminado” quería abatirlo a tiros. -¿Ve?, ahora ha desaparecido. Seguro que se han sentido descubiertos y se han camuflado con rayos protónicos interestelares esos de los cojones. Pablo intenta desembarazarse de tan sentido de justicia paranoica galáctica. -Bueno jefe, sabrá usted discúlpame. Pero es que yo he de efectuar unas gestiones.

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-¡Efectúe, efectúe!, que yo ya me quedo por aquí por si vuelven a aparecer estos demonios. Pablo se aleja de la zona no sea que la cosa acabe en desgracia y tenga que intervenir la Guardia Civil. Pablo Gallardo piensa que, quizás lo que le falte para redondear este feliz día sea conocer a una mujer, para empezar de nuevo. Una mujer que le entienda, que le ame y que le quiera; porque el amor se empieza con el amor, y como todas las cosas hermosas de la vida no puede tocarse. Pablo tiene un corazón cálido y receptivo aunque ahora se siente sólo. Pablo se siente sólo, más solo que nunca. No siempre es bueno que el ser humano esté excesivamente sólo; la soledad no deseada puede llegar a destruir a cualquiera. Pablo piensa que todavía le queda mucha vida por amar, aunque el amor no debe de ser una obligación sino una elección. Pablo decide ir a una agencia matrimonial, porque esto del “chatear” no lo lleva muy bien. La verdad es que nunca ha creído en la tecnología en esto de encontrar pareja y, para él, el amor y el cariño no son una operación mercantilista on-line. Pero bueno, la sociedad actual es lo que tiene, que casi todo está sistematizado y computeralizado, y arreglar sus carencias como mejor puede.

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cada cual intenta

La lluvia cae galantemente y obsequiosa sin que nadie pueda detenerla, mojando todo lo que está a su alcance y se hace notar. La tarde se mueve y avanza con ganas, encuadrándose y alineándose para dar paso a la oscura noche. Las luces de la ciudad empiezan a alumbrar. En otoño, ya se sabe, que el sol se esconde antes, vergonzoso y tímido. Pablo se dirige a la agencia matrimonial y llama al timbre. Le abre la puerta una chica que lleva puesta una minifalda, muy atractiva, de unos veinte pocos de años. ¡Coño, que buena está! Si lo llego a saber vengo antes. –Piensa Pablo Gallardo-. Pablo se presenta: -¡Buenos días! -Buenos días, caballero. -Verá, yo venía por lo del matrimonio.

La chica le sonríe y le dice: -Bueno, bueno. Esto es rápido pero no tanto. Supongo que antes querrá conocer a su futura esposa. -¡Claro, claro! La invito a cenar esta noche señorita. -No, no se confunda caballero. Yo soy la secretaria, la psicóloga es la que lleva las presentaciones y las citas. -¿Psicóloga? ¡Oiga señorita!, que yo estoy bien mentalmente, ¿eh? 104

-¡No hombre no! Lo que pasa es que aquí somos muy profesionales y es fundamental conocer la reciprocidad de ambos conjugues para ver si son compatibles el uno con el otro. Pablo Gallardo piensa que esto está también sistematizado y demasiado organizado. Aquí, en esta sociedad, parece que todo está estudiado al milímetro y que hay un método científico hasta para ir a mear. Pablo todavía recuerda que para conocer a una mujer se tomaba tres cubatas con los “colegas” y esperaban a la hora de las “lentas” para atacar a la “presa”. Le están quitando la esencia a todo, le están quitando la magia a la vida. -¿Será el caballero tan amable de esperar aquí? Enseguida le recibe. -¿Quién?, ¿la psicóloga? -Bueno, mejor digamos la coordinadora.

-Ya, pero es una coordinadora psicóloga. - ¡Uf!, es usted un hombre complicado, ¿eh? A Pablo Gallardo le hacen pasar a un despacho. -Acompáñeme, -le dice la secretaria que está como un “tren”-. Pablo entra en un despacho, que más qué de casamentera parece el de un prestigioso despacho de abogados; muebles de diseño, lámparas de bronce, marquesinas de mármol… Pablo piensa que esto de ser intermediario del amor puede llegar a dar más beneficio que el petróleo. 105

Sentada detrás de una mesa de maderas nobles una señora muy elegante; de unos cincuenta años y que se ve que tiene clase, con muchos anillos que adornan sus dedos, le dice a Pablo Gallardo: -Siéntese, siéntese. Pablo se sienta en un comodísimo sillón. -Vamos a ver don Pablo… ¿qué le ha empujado a venir a verme? -Verá…, es que…, me encuentro un poco solo. -Ya, eso es normal. -¿Cómo que es normal? -Quiero decir…, que hoy en día, la sociedad tiende a cerrarse a las relaciones interpersonales, y el individuo a aislarse. -¡Coño!, que mal pinta la cosa, ¿no? -Bueno, bueno…, no seamos tremendistas. ¿Qué tipo de mujer sería de su agrado? -Esto…, bueno; que sea guapa, que tenga casa propia, que tenga coche, que me sea fiel, que me quiera, que me dé hijos… -Pare, pare…, que esto no es Lourdes. -Mujer, por pedir.

-Sí claro, corto no ha hecho. Bueno, yo le informo. Usted aquí podrá encontrar mujeres con la que compartir gustos afines; citarse y conocerse mejor. Nuestra tarifa es de…

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-¡Ya me lo pensaba yo! -¿Cómo dice? -¡Que cobran para todo!, hasta para encontrar el amor. -No hombre no. Esto es para el papeleo y cubrir gastos de protocolo. -Ya. ¿Y de cuanto estamos hablando? -Bueno…, para empezar, con unos dos mil euros… podríamos a empezar a mover cosas. -¡Hostia! Y tanto que podríamos mover cosas, ¡más que moverlas, nos las podríamos quedar y todo! -Es usted un poco irónico, ¿verdad? -No, soy muy sincero. No me interesa, gracias. La “casamentera” psicóloga, se le queda mirando fijamente, con una mirada impasible, y casi de desprecio. Porque sabe que tipos como Pablo abundan como conejos. -¡Usted mismo!, que tenga suerte en la vida. Pablo Gallardo abandona la agencia matrimonial porque sabe que enesta vida hay que pagar para casi todo. Todo tiene su tributo y derrama, hasta la busca del amor puede ser algo remunerado. Triste, pero es así. Pablo empieza a creer que su día de suerte, su día tan feliz, se le está estropeando. Él lo ha intentado, pero no hay manera. Casi nadie puede luchar contra marea, aunque se pongan todas las ganas y fuerzas del

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mundo; uno no puede luchar contra esta sociedad materialista y consumista que navega por aguas donde el puerto le queda demasiado alejado. Los trovadores, los poetas sensibles del alma y otras especies…., no están bien vistos en el siglo XXI sino tienen suculentos euros en el banco. El dinero es la base primordial para ser aceptado en este consorcio que le llaman también sociedad. Los dramaturgos que buscan razones para ponerle un punto humano a esta vida se les suele mojar la pólvora antes de efectuar el disparo. La estructura social se mueve y avanza deprisa. La prisa ha pasado de ser un defecto para convertirse en una virtud; los que se toman las cosas con calma son señalados con el dedo subjetivo, que los juzga y los tacha de vagos y perezosos sin prueba ninguna y con total indiferencia. La vivienda está muy cara, la comida está muy cara y las nóminas agonizan reducidas a una existencia laboral para consuelo de especuladores varios…; para que hayan esclavos deben de haber amos. Pablo Gallardo, desempleado comprometido, ha intentado navegar en aguas de poco calado y ha encallado sus naves. Pablo Gallardo, desempleado y, que dicen que ya es un tanto mayor para encontrar trabajo, piensa que equivocarse también tiene su mérito; se siente vulnerable, se encuentra sólo, sólo como el ermitaño en su ermita. Y hoy, que ha querido expresarse con la verdad por delante, ha sentido el dolor

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impropio del ciudadano de a pie. Él ha querido ser ciudadano por un día, jugar con las cartas boca arriba, siempre sincero, y el sistema le ha fallado. Pablo Gallardo lo ha intentado pero hay demasiada levadura para tan pequeño pastel que es la vida. Luchar contra el resto del mundo no suele ser una buena idea, porque exige un sacrificio que no siempre compensa. El veneno de la ambición y la codicia no son nada caritativos; el exceso de poseer bienes de consumo, puede anular el factor humano y llevarnos a una infinita catástrofe. Pablo Gallardo decide irse a su casa; entra en el metro, ya de retirada, y se encuentra el mismo artificio de la escena que había por la mañana a primera hora. En el vagón las gentes siguen con sus rostros agotados y fatigados, como por la mañana pero más abatidos vuelven de sus trabajos, probablemente estresados y pensando si les renovarán el contrato. Sobrevivir en esta sociedad que anda con muletas se ha convertido en una costumbre asumida. Pablo sabe que, probablemente, nunca saldrá de pobre y, que si tiene suerte y encuentra trabajo, tendrá que levantarse a las seis de la mañana, coger el metro o el autobús con cara de resignación, y pensando que cada día es igual al anterior, y todavía tendrá que dar las gracias al sistema. Los trabajadores viajan en transporte público y parecen pecadores sin comulgar. Esto es como un lazo corredizo que cada día nos 109

aprieta un poco más. La gente grita lo más alto que puede pero casi nadie les escucha. Es un sonido mudo, un sonido silencioso y entristecido. La gente viaja en el convoy del metro y parece que estén atadas con grilletes que no se ven, sujetos por cadenas, algunos pensando que vivir demasiado tiempo no es ninguna ganga. Pablo Gallardo se baja en su parada, cerca de donde él vive. Sabe que en su casa no le espera nadie, porque su mujer, -ya se sabe-, se fue con un vendedor guaperas de coches usados y que gana muchos euros. A Pablo le espera una vida solitaria; esa soledad no deseada que no es igual que la soledad buscada para reflexiones y cavilaciones varias. Esto es muy importante de darse cuenta; solo solemos ser sinceros cuando estamos a solas. El día se va apagando y en la televisión sólo dan tonterías y películas repetidas. Los noticiarios anuncian guerras que no acaban nunca; malos augurios para la economía que está agonizando y padeciendo, terremotos en la India, palestinos e Israelitas liándose a hostias como cada día. Los noticiarios parecen calcados de un día para otro. Hoy, para colmo, anuncian que seguirá lloviendo. La lluvia son lágrimas que caen del cielo y que acompañan al que del llanto hace su licencio. Pablo se mete en la cama cansado y extenuado y piensa que hoy se ha sentido engañado por la estructura social. Pablo se queda dormido, mañana será otro día. 110

El despertador suena a las seis de la mañana. El despertador suena insistentemente, como una maquiavélica máquina infernal. El inconsciente de Pablo Gallardo, que estaba en la fase profunda del sueño, abre los ojos y da un bote en la cama que casi asusta. Lo primero que hace es ver a su mujer a su lado durmiendo y le parece tan hermosa como una princesa encantada. ¡Uf!, todo ha sido una villana pesadilla, cosas de la mente, que suele ser traicionera cuando no estamos conscientes. Pablo se dirige a la habitación de su hija Irene que estudia tercero de derecho y la chica duerme dulcemente, como una inocente “lolita”. Pablo Gallardo sonríe y se mete en la ducha; el agua caliente se mezcla con la fría sin ningún tipo de problema, en una simbiosis placentera y de inocente vicio. Pablo se viste con traje y corbata, se toma un café en la cocina de su casa, una cocina que parece de esas de película americana. Se monta en su lujoso audi y se dirige a su trabajo. El día es soleado, maravillosamente soleado, parece un otoño con pinceladas de verano. Pablo, con su flamante vehículo, circula por las calles de Barcelona con distinción, parece un senador. En la cola del autobús mucha gente esperando; gente con cara de fastidio, porque esto de trabajar por un mísero sueldo agota el alma y reseca la esperanza. Pablo recuerda su sueño y siente un escalofrío que le recorre todo su cuerpo. Pablo se va acercando al gran edificio donde trabaja; una multinacional muy solvente. Él es ingeniero de producción y se gana muy bien la vida. A medida que se va acercando observa un corro de gente alborotada, murmullos y caras de preocupación. ¿Y si ha habido un accidente? Pablo

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Gallardo detiene su flamante vehículo, se baja de él, y se dirige a un compañero suyo que también estaba por la zona y le pregunta: -¡Buenos días, Germán!, ¿Qué es este corro de gente a estas horas? -¡Hombre Pablo!, menos mal que has llegado. ¿No te has enterado? -¿De qué? -¡De que nuestra empresa ha quebrado! El director general ha desaparecido con el capital. Ya ves, ya nos vemos en el paro. A Pablo Gallardo se le queda la cara en blanco, con una expresión fantasmagórica que asusta, y le vienen a la cabeza toda clase de “porqués”. La vida no es muy de fiar y, a veces, puede parecerse a un sueño que se puede hacer maldita realidad. La vida camina como el viento, un camino que sólo el destino sabe y que a nadie cuenta. ¿Cómo explicará Pablo Gallardo a su mujer y a su hija tal situación? Como decía Calderón de la Barca; “Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es un sueño, y los sueños…, sueños son”. De repente empieza a llover.

FIN

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