turismo | 3
| Domingo 30 De junio De 2013
Capri, un reducto de élite que se abrió al turismo masivo italia. Musa de aristócratas y artistas, los visitantes llegan por el día para admirar su encanto y la Gruta Azul
Lucila Martí Garro PARA LA NACION
CAPRI.– Blanca y radiante, queda atrás la estela que traza el ferry sobre el mar azul profundo. En proa una isla rocosa salta del agua, y sólo se puede comprender su imponente altura cuando, muy cerca, se distinguen pequeños puntitos con forma de casas. Los pasajeros se codean, señalan y toman fotos. Este escenario natural es el mismo que enamoró al emperador Tiberio hace dos mil años. Sigue hechizando, cautiva. Todos se amontonan para ganar un espacio cerca de la puerta: arribamos a Capri. Los ferries llegan a Marina Grande, el principal puerto de la isla. Con un fondo verde intenso de la exuberante vegetación, contrastan casas de techo plano, alineadas frente al mar repleto de botes, lanchas y barcas. Una hilera de bares y restaurantes al estilo mediterráneo es testigo del andar de pescadores y turistas. Se respira la alegría napolitana, con la frescura del veraneante. Desde Marina Grande sale el funicular que conduce en ascenso al centro de Capri, pero antes vale la pena tomarse las lanchas que parten desde este puerto, rodean la isla y visitan la atracción número uno: la Gruta Azul. Hay varias compañías que hacen este paseo (17 euros), que permite dar una dimensión del tamaño de Capri, admirar sus famosas bellezas naturales y sus casas colgando de acantilados. Nuestra lancha zarpa con 20 pasajeros a bordo y en sólo diez minutos arriba a la primera parada, la Gruta Azul. Un ejército de botes de remo aguarda a los nuevos curiosos. Hay que transbordar a estas pequeñas embarcaciones y pagar 12,50 euros para ingresar a la gruta. Por fuera, apenas un orificio en la roca justo al nivel del mar. Tiene un metro de alto por dos de ancho. “¡Abajo!”, dice el remero en entendible español. Posa los remos sobre el bote y se toma de una cadena para darse un empujón hacia ese hueco pequeño y oscuro. Los cuatro ocupantes nos inclinamos hacia atrás para ingresar a la gruta y no ser decapitados en el intento. De golpe se abre una enorme cúpula oscura bajo la roca que obliga a las pupilas a expandirse sin éxito. No se ve el fin del espacio. Todo es oscuro, pero el agua brilla, turquesa fosforescente, como si el sol viviera debajo. El efecto es natural, causado por una gruta 10 veces mayor a la de la superficie, pero subacuática e invisible, que permite el ingreso de los rayos del sol, que reflejados en el fondo blanco y arenoso crea este fenómeno. “O soooole mío”, canta el remero al estilo Pavarotti para hacer más ameno el paseo. Varios botes recorren la cavidad a la vez y cada uno lleva su propio tenor a bordo. La gruta devuelve sus voces. Somos privilegiados: sólo unos 100 días al año, el mar está calmo y la marea permite su ingreso.
El acantilado asesino Otra vez en la lancha seguimos viendo Capri desde el agua. Punta Carena, localidad balnearia con el segundo faro en tamaño de Italia; la gruta verde, rica en efectos luminosos y cromáticos; el puerto deportivo Marina Piccola; los famosos tres peñones de Faraglioni; el arco natural, parte sobreviviente de una vasta cueva en la montaña; la gruta blanca, con sus formaciones de estalactitas, y Villa Jovis, la histórica residencia de la que Tiberio gobernó el Imperio Romano durante más de diez años. El emperador la eligió para retirarse del mundo y también para retirar a más de uno: aseguran las malas lenguas que el déspota no dudaba en arrojar a algunos desde el tremendo acantilado al que se asoma la villa, hoy en ruinas. De vuelta en Marina Grande se puede subir a pie hasta el centro de Capri o tomar el funicular (1,80 euros) y no agitarse. Para recorrer la isla, no hay como entregarse a las manos expertas de una argentina que vive allá. Subo con una sola indicación: preguntar en la piazzeta por Alejandra Bempo. Descreída, me acerco al quiosco de la plaza principal y le arrojo el nombre a la anciana vendedora. “¿Alessandra, la argentina?”, pregunta en una voz fuerte que derrocha alegría. Me indica dónde encontrarla. No es que Alejandra sea famosa en Capri. Es que aquí todos se conocen. Alejandra llegó hace 16 años y cuenta acerca de las dos Capris: la
ITALIA Nápoles
A Nápoles (40 km)
Capri Anacapri LA NACION
Monte Solare
Mar Tirreno 1 km
◗ Datos útiLes Cómo llegar Desde Roma. Termini a Nápoles en tren de una hora (40 euros), dos horas (22 euros) o dos horas y media (11 euros). Desde Nápoles se puede tomar el ferry hasta Capri (45 minutos, entre 13 y 19 euros ida), o seguir con el tren local circumvesuviano hasta Sorrento, de donde salen ferries (20 minutos, desde 14 euros ida).
Dónde alojarse Grand Hotel Quisisana, cinco estrellas, Vía Caramelle, 2. Habitación doble desde unos 300 euros. Hotel La Certosella, tres estrellas, Vía Tragara, 130. Céntrico y con muy buenas panorámicas, la doble desde 100 euros. También pueden alquilarse habitaciones particulares, desde unos 40 euros con desayuno.
Qué más visitar Villa Jubis. La residencia de Tiberio, entre el 27 y el 37 d.C. La proyectó como palacio, fortaleza y pretorio en la cumbre de un escollo de 334 m sobre el mar. Su arquitectura acentúa la espectacular escenografía natural subiendo de desnivel con escalinatas hasta el alojamiento privado del emperador. Monte Solaro. El punto más alto de la isla regala desde la cumbre (589 m) una vista espectacular, sobre los golfos de Nápoles y Salerno, y hacia Ischia. La cima se alcanza en telesilla desde la plaza Vittori o caminando desde Vía Capodimonte-Vía Monte Solaro y sucesivo sendero. Tragara. Este camino, sugestivo y panorámico, lleva al homónimo mirador y a los Faraglioni que están debajo.
del verano, turística y superpoblada, y la del invierno, habitada por 15.000 personas divididas en los dos municipios de Capri y Anacapri, con su gente trabajadora, noble y solitaria. No hay robos ni grandes sobresaltos cotidianos. El punto neurálgico es la Piazza Umberto I, conocida como piazzeta, que invita a contemplar desde esta terraza en altura, el puerto y el mar. Los barcos parecen de juguete y sus estelas de espuma blanca van formando imaginarias formas en el agua. Entre esencias marinas, de limoneros, cafés y restaurantes, la plaza es el latir de la ciudad.
Postales de El Cartero Por la calle Vittorio Emanuel se obtiene la primera imagen de aquella Capri para ricos, con callejuelas de locales de estilo mediterráneo y las boutiques de lujo que se agolpan en la Vía Camerelle. El centro es peatonal con verdes intensos de vegetación, calles angostas y curvas que siguen el capricho de la montaña. Alejandra muestra el hotel Quisisana (aquí se sana), antiguo hospital que es hoy el hotel más emblemático de Capri. De camino a los jardines de Augusto por la Vía Federico Serena se ve la Certosa de San Giácomo, un monasterio creado entre 1363 y 1374. Tomamos Vía Mateotti para hacer escala en Carthusia, famosa fábrica artesanal de perfumes que enfrasca las esencias botánicas de la isla. Desde la imponente terraza en los jardines de Augusto (un euro la entrada) se ven los Faraglioni y Marina Pícola. De ahora en más, siguiendo por el camino de la Vía Krupp, cada paso es una postal. El industrial alemán Friedrich Alfred Krupp ordenó la construcción de la homónima vía en 1902. El caminito, que con sus característicos zigzag
Atardecer en las villas con reminiscencias griegas. Foto corbis lleva a Marina Piccola, demuestra que un camino también puede ser una obra de arte. Abajo está el océano con sus infinitas tonalidades, tan claro que a tremenda altura igual desnuda su fondo. Invaden la mente acordes e imágenes de El Cartero, y Mario Ruoppolo pedaleando en callecitas como éstas, angostas y en subida, hacia alguna villa perdida entre la vegetación y la roca. Por aquí también pasó Pablo Neruda. Marina Piccola está justo del otro lado de la isla de Marina Grande. Como su nombre lo indica tiene un puerto pequeño, balnearios (público y privado) y un aire más exclusivo. Desde aquí se puede subir nuevamente a Capri o Anacapri en colectivo. Todo va bien mientras circulamos hacia arriba, hasta que aparece otro micro naranja y entonces los pasajeros se preguntan cuál de los dos caerá por el acantilado. La calle es muy angosta. “No pasa”, nos inquietamos, pero ellos se cruzan al milímetro sin preocupaciones y siguen su marcha. A medida que entra la tarde, Capri se va despoblando. Le pregunto a Alejandra si al caprense le molesta tanto turismo. “Sabemos que vivimos del turismo, pero a veces inquieta que ya no viene sólo el de élite, que es el que más consume, sino mucha gente que desembarca por el día y se va al caer la tarde. Capri ya no es sólo para ricos y famosos”, cuenta. En apenas 6 km de largo y entre 1,2 y 2,8 de ancho, la ciudad recibe desde hace dos siglos aristócratas, intelectuales, poetas y artistas en busca de inspiración y de sol. Desde Mendelssohn hasta Sartre o Graham Greene. Sin embargo, sobre todo a partir de 1950, el cine lo convirtió en su escaparate. Pasaron Audrey Hepburn, Liz Taylor o Grace Kelly, mientras los paparazzi esperaban fuera del Quisisana. Hoy, el turismo masivo no quiere perderse esta joya. Llega por el día, recorre y se vuelve en el ferry de la tarde, cuando el sol empieza a teñir de naranja las villas con reminiscencias griegas, y empieza a escucharse el murmullo del mar. Se van justo en el mejor momento.ß