CAMBIO CLIMÁTICO: El cambio que nadie quiere
Si bien el calentamiento global tiene, por ahora, consecuencias positivas sobre la agricultura y la ganadería argentinas, el mediano y largo plazo son poco auspiciosos. El agro puede ayudar a evitar las emisiones de gases nocivos y así colaborar con el medio ambiente.
Cambio en el régimen de precipitaciones
El futuro de los cultivos
Algunas de las certezas en que coinciden los estudiosos del cambio climático es que se trata de un fenómeno mundial con efectos ambientales que se transformarán en perjuicios económicos. Y las primeras consecuencias del calentamiento ya pesan sobre la actividad agrícola, ganadera y forestal, y todas aquellas que se valen de la naturaleza. Paradójicamente, estas actividades "de la naturaleza" también son responsables, en parte, del calentamiento global, y deberán hacer su propio esfuerzo por el cuidado del ambiente, sin perder el impulso que les está permitiendo multiplicar la producción de alimentos en un contexto de demanda creciente de estos bienes. La producción de biocombustibles es sólo uno de los aportes -fundamental, por cierto- que el agro puede hacer al compromiso de limitar la emisión de gases efecto invernadero, al que varios países adhirieron con el compromiso de cortar las fuentes de energía fósiles con sus pares ecológicos.
Potencial de pérdida en trigo y maíz
Aumentó un 60% la incidencia de Fusarium en trigo
Los primeros síntomas del cambio son las mayores temperaturas y lluvias en algunas regiones, mientras que en otras, la disminución de precipitaciones amenaza con el tercer efecto, la desertificación, con la pérdida de bosques que son -como dice un cliché, no por eso menos cierto- "pulmones" para el planeta. Según un estudio publicado por la especialista del Instituto de Clima y Suelo del INTA, Graciela Magrin, desde mediados del siglo XIX la temperatura media del planeta se eleva a tasas crecientes, llegando en los últimos 25 años a un promedio de 1,8°C de aumento por siglo. Esto repercute en las precipitaciones, que se intensificaron en el sudeste de América del Sur y, por el contrario, disminuyeron en el centro de Chile, centro-oeste argentino y el sur de Perú.
Adicionalmente, se incrementó la frecuencia de ocurrencias de eventos climáticos extremos, algo que se pudo verificar en la Argentina en los últimos años, cuando se vivieron fuertes granizadas y las heladas más severas en 40 años.
La influencia directa del cambio climático sobre la actividad agropecuaria es evidente. Según Magrin, "los aumentos de temperatura aceleran el desarrollo de los cultivos pero disminuyen su productividad", al tiempo que, por las mayores lluvias, aumenta el riesgo de que se propaguen plagas y enfermedades.
Bien ahora, mal después Por ahora, el cambio climático favoreció a los cultivos argentinos en la mayoría de los casos. Por las mayores precipitaciones, se incrementaron los rendimientos de los cultivos de verano (soja, maíz y girasol), que llegaron a niveles récord en la cosecha pasada y estarán logrando otra buena marca este año. Las lluvias en años pasados también incrementaron la productividad de las pasturas y los rendimientos del trigo del sur y el oeste de la región. Sin embargo, según el informe de Magrin, también hubo perjuicios, con el aumento de la incidencia de algunas enfermedades, como el fusarium en el cultivo de trigo.
En lo que respecta a la campaña 2007/2008, se vivió, sin embargo, una coyuntura complicada. El rendimiento de los cultivos de soja y maíz creció por debajo de lo esperado a causa de la sequía provocada por el efecto llamado "La Niña". En el caso del trigo (y en menor medida el maíz), las heladas jaquearon la producción del centro y sudeste de Buenos Aires, aunque las pérdidas (de alrededor de 2 millones de toneladas de trigo) pudieron ser compensadas por la productividad en regiones menos tradicionales, como el norte de Santa Fe.
En su informe, Magrin explica que si las tendencias climáticas que se ven hoy perduran, en el futuro cercano, y hasta 2020, América del Sur seguirá siendo favorecida. "Los cultivos de verano continuarán aumentando sus rendimientos en el sudoeste de la región", dice. Las perspectivas dan un aumento del rendimiento del maíz de un 14% en Brasil, 37% en Uruguay y 18% en Argentina. La soja aumentará sus rendimientos en un 24% en Brasil, 36% en Uruguay y 26% en Argentina. En cambio, el trigo "permanecerá sin cambios o reducirá su rendimiento levemente en la mayor parte del área, y solo aumentará en la zona semiárida de la región Pampeana argentina", indica.
Pero a largo plazo vendrán los mayores problemas. Se prevé que para el año 2050 cerca del 50% de las zonas áridas y semiáridas de América Latina, como el Chaco, el oeste y noroeste de la Argentina sufran procesos de salinización y desertificación. Este último
proceso provoca pérdidas anuales de entre 4% y 8% del PBI en varios países en desarrollo. Para esta época, bajo el escenario de mayores temperaturas, el análisis de Magrin estima que la productividad de los cereales se vería perjudicada. Y para fines del siglo la temperatura en Sudamérica aumentaría entre 1,8°C y un máximo de 7,5°C, mientras que es probable que las lluvias sigan aumentando en el sudeste de América del Sur, extremando las consecuencias adversas de ambos factores.
La responsabilidad del agro El uso de combustiones fósiles para generar energía lidera las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, y junto con los procesos de la actividad industrial, tanto la agricultura y la ganadería como la forestación se encuentran entre las actividades humanas responsables del cambio climático.
Por el cambio de uso del suelo, para el año 2010 América del Sur podría perder 18 millones de hectáreas de bosques que incorporarían al sistema de producción de cultivos anuales y pasturas. Además, la tendencia al monocultivo de soja, está siendo, según Magrin, una amenaza a varios ecosistemas por la desertificación que supone en los casos en los que no se reponen los nutrientes del suelo.Otra fuente de gases efecto invernadero es la ganadería. El ganado vacuno, y en menor medida el búfalo, representan el 80% de las emisiones mundiales de metano que provienen del ganado. También los arrozales, que permanecen mayormente inundados, son una fuente de emisiones de metano. Por último, el óxido nitroso que se desprende de la fertilización también termina perjudicando a la atmósfera.
Algunas recomendaciones para paliar estos efectos son: el uso de suplementos y vitaminas para la alimentación del ganado, que ayuda a aumentar la eficiencia y reducir la emisión de metano por kilo de carne producida. En lo que respecta a los arrozales, experimentos recientes indican que si se drena el campo en momentos determinados se puede reducir la emisión de metano. También se puede reemplazar la fertilización de urea por sulfato de amoníaco como fuente de nitrógeno, con un efecto benéfico para el ambiente. Por último, la siembra directa, ampliamente difundida en la Argentina también ayuda a mantener los niveles de carbono en el suelo. Junto con un mayor uso de cultivos perennes, disminuye el riesgo de la erosión, y esto mejora la calidad de aire y del agua, además de apoyar un mayor rendimiento y la rentabilidad para el productor.
Por otro lado, para reducir la gravedad de los impactos del cambio climático en su negocio, el productor cuenta con herramientas como pronósticos climáticos y sistemas de alerta, contrato de seguros, diversificación de la producción y demás manejos sustentables.
El costo económico Mientras algunos postulan que las inversiones de los Gobiernos no son suficientes para conocer los perjuicios y paliar los efectos del calentamiento global, el mayor costo al día de hoy es la incertidumbre. Así como en el Farenheit 451 de Ray Bradbury el destino de la cultura corría un serio peligro de desaparecer por el efecto del fuego que consumía los libros por acción del poder político, el calentamiento global amenaza con recortar el PBI de las naciones, entre otros factores, por la negligencia de algunos gobiernos, según destacó en un reciente artículo publicado en The Economist, el Premio Nobel de Economía, Thomas C. Schelling. En esa nota hacía notar que algunas de las inversiones en las investigaciones necesarias para evitar y paliar los efectos del cambio climático "estarán más allá del alcance de cualquier interés privado". El desafío de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, que fue postulado en la Convención sobre el Cambio Climático (1990) y ratificado a través del Protocolo de Kyoto (1997), desafía a todos los sectores de la economía, incluyendo a la agricultura y la ganadería, como responsables también del perjuicio a la atmósfera. Esto plantea una dicotomía: mientras que la economía mundial y la actividad agrícola e industrial va a seguir su expansión (más desacopladas que en el pasado de la recesión de los Estados Unidos, como lo han aclarado varios analistas), las emisiones de gases de efecto invernadero deberían expandirse. Pero los Gobiernos pactaron en Kyoto reducir esas emisiones, por lo menos, en un 5% en comparación con los niveles de 1990 a partir de este año y hasta 2012. Sin embargo, el Protocolo no recibió aún el número suficiente de ratificaciones para entrar en vigor. Economía y ambiente están así en una relación en principio conflictiva que deberá equilibrarse para cumplir con las metas. En concordancia con la reducción de emisiones de efecto invernadero, varios países ya expresaron en su legislación la obligatoriedad de disminuir el uso de combustibles fósiles y reemplazarlos por los llamados "verdes".
Los biocombustibles, producto de las actividades de la tierra, se presentan hoy como una alternativa en el camino. Seguir indagando sobre su adaptabilidad y potencial, además de mantener la búsqueda de nuevas fuentes más allá de las alimenticias, es un deber que traerá beneficios ambiéntales y económicos.
Una preocupación de tres décadas • En 1979 la Primera Conferencia Mundial Sobre Cambio Climático lo reconoció como un problema grave. • En 1990 se conoce el primer informe de evaluación ambiental, elaborado por la Asamblea General de las Naciones Unidas. • En 1992 se firmó en Río de Janeiro la primera Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, con la adhesión de 154 Estados. Entró en vigencia en 1994. • En 1995 se conoció en Segundo Informe de Evaluación Ambiental. • En diciembre de 1997 la convención adopta el Protocolo de Kyoto, que fue reglamentado en 2000. • El Protocolo de Kyoto no recibió aún las ratificaciones necesarias para tener un fuerte peso geopolítico. Faltan, entre otras, las adhesiones de Estados Unidos, China e India.
Fuente: Revista Anales de la Sociedad Rural Argentina Año CXLI, Nº 1, Marzo 2008