ARCHIVOS DE UNA DÉCADA SINIESTRA El inicio

Sin Fronteras”, el programa de Armando Ribas y Malú Kikuchi al que me incorporé ... “dictador”, los noticieros en televisión abrían con notas sobre perritos ...
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ARCHIVOS DE UNA DÉCADA SINIESTRA El inicio

José Benegas



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INDICE

Introducción ......................................................................................... 13 NO SE ENCONTRÓ NINGÚN ENCABEZADO. ESTA ES UNA TABLA DE CONTENIDOS AUTOMÁTICA. PARA USARLA, APLIQUE LOS ESTILOS DE ENCABEZADO (EN LA FICHA INICIO) AL TEXTO QUE VA EN LA TABLA DE CONTENIDOS Y DESPUÉS ACTUALICE LA TABLA. SI QUIERE ESCRIBIR SUS PROPIAS ENTRADA, USE UNA TABLA DE CONTENIDOS MANUAL (EN EL MISMO MENÚ QUE LA AUTOMÁTICA).

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En honor a la verdad.

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Introducción

Mi primera intención, al empezar a recopilar mis artículos escritos durante la década siniestra de los Kirchner en el poder, era dejar registrado el enorme embuste de que en algún momento hubo una época dorada al inicio del dominio de los bandoleros pingüinos. Otra vez la Argentina auto indulgente camina en ese sentido. La “buena época de Nestor” es aquella en la que se impuso el miedo, la arbitrariedad y la locura. No una locura de inimputables, sino de sádicos. Pensaba incluir el contenido de mi Newsletter El disidente, en el que trabajé desde agosto de 2003 hasta fines del 2005; algunas de mis editoriales en “Sin Fronteras”, el programa de Armando Ribas y Malú Kikuchi al que me incorporé como columnista en el año 2000, y que después co-conduje con Armando, al que en una segunda etapa se sumó Marina Calabró y después María Zaldívar; opiniones vertidas en mi programa también llamado El Disidente (P+E y Metro) y en mis sucesivos programas de radio en FM La Isla y FM Identidad. También mi idea era agregar el contenido de mi blog No me parece (2006 hasta la fecha: www.josebenegas.com), comentarios hechos en otros medios y otro material publicado. No fue posible abarcar todo eso porque nada más con los artículos de mi newsletter sobre los primeros tres años K, llegué a las más de cuatrocientas setenta páginas. Sé lo que ví en esos años y sé lo que comenté, lo que muchas veces grité, porque mi recuerdo más firme e inquietante de aquella época es verme predicar en un desierto en el que todos estaban sometidos, desde las primeras bravuconadas de Nestor Kirchner, de un modo que me resultaba asombroso. Había una gran conspiración del silencio, un periodismo que, con honrosas excepciones como el que se hacía en P+E, hasta que Kirchner logró cerrarlo, era pura propaganda del régimen. Cuando yo ya le llamaba “dictador”, los noticieros en televisión abrían con notas sobre perritos perdidos o peleas de farándula. La información política estaba prácticamente prohibida; y cuando algo se rozaba, se lo hacía con un cuidado digno de un régimen policial. Mi proyecto aquí es dejar testimonio de mi memoria, de la forma en que viví kirchnerismo incial a través de mis opiniones, llenas de una indignación que tendré que pedirle al lector que soporte, para poder transmitirle el mensaje. Sólo incluyo mis propios artículos, agradeciendo a todos aquellos que en esos dos años lo enriquecieron con sus aportes. Un recuerdo especial y agradecimiento le dedico a Klaus Pieslinger, que me impulsó a escribirlo y me ayudó a organizarlo, igual que la página en Internet. El primer artículo de la se llama, precisamente, “Disiento” y la cita elegida para encabezar cada número era de Vaclav Havel, que es la misma que incia en este libro. En ese comienzo se plasma mi rechazo de entonces a la visión común y abrumadora sobre lo que significaba el kirchnerismo, a un mes de inaugurado, cuando su cabecilla ya había desplegado sus intenciones y sus modos; y la determinación de llamarse a silencio me asustaba. En el 5

último artículo, en diciembre de 2005, llamado “Kirchner será todo lo dictador que le permitamos ser”, advertía una receptividad muy baja hacia lo que estaba denunciando y la propensión de la sociedad a permitirle lo que sea a un sujeto audaz y sin vergüenza que acusaba a quienes le molestaban de hacer lo uq hacía él, una característica que el kirchnerismo mantiene hasta hoy. Parte de la información suministrada aquí tiene que ver con esas sensaciones mías, discordantes y disconformes con el ambiente general. Me preocupaba la inutilidad de intentar un acercamiento neutro a la información política, porque al orden “moral” en el que el “modus operandi” kirchnerista se apoyaba, se le oponía una vacío de valoración, plenamente funcional a aquellos planes. Mi opinión era, lo ratifico ahora, que lo más urgente era opinar y valorar lo que ocurría. Porque no era sólo que los escándalos no llegaban a los diarios, sino que en una segunda vanguardia del avance kirchnerista estaba la suspensión del juicio de valor por parte de los que habían asumido el papel de informar. Menguelismo en estado puro, “técnica de la información”, en medio de un descalabro político opuesto por completo a la moralina cívica que muchos exhibieron en la década anterior. Esa “neutralidad”, que en los hechos significaba tapar, sigue siendo una vara de aparente profesionalismo mal entendido para no ver nada incómodo. La supuesta seriedad de evitar usar las palabras que corresponden para algo verdaderamente horroroso que vivió la Argentina, sumamente destructivo y que dejará huellas mucho tiempo. Toda manifestación medianamente apasionada, ante hechos indignantes, era tratada de desmedida. Fue muy eficaz el aparato de propaganda oficial en hacer sentir culpables a los que llamaran “ladrones” a los ladrones, “mentirosos” a los mentirosos y “estafadores” a los estafadores. Es decir, al kirchnerismo, pendenciero y amenazante. De modo que, cuando a partir del 2008 se empieza a despertar la crítica, el panorama se dividió fundamentalmente entre los que no hablaban y los que hablaban censurándose a ellos mismos y, para no sentirse que desentonaban, descalificaban a los que eran claros como “antiK”. No tenemos listas de crímenes de antiKs que los iguale, como suponía esa perspectiva, ni de daños que hayan hecho a la sociedad o a personas; sí los tenemos de los K para llenar bibliotecas. Pero esa gente nunca se ocupaba de lo que estaba sucediendo, sino de medir las reacciones de los que sí lo hablaban, a ver si gritaban mucho, buscando un “odio” al cual castigar, convirtiendo su complicidad y tibieza en una virtud perversa. Pero ya me estoy adelantando mucho, porque en este libro como digo, abarco un período en el que “no pasaba nada” y las tapas de los diarios eran de un país de las maravillas. Ahogados como estaban los “argentinos y argentinas” por las deudas que dejó el colapso de 2001, Duhalde sentó las bases de la obediencia indebida y Kirchner convirtió ese ambiente en una gran caja de seguridad moral de su botín inmenso. Muchos de los que habían participado del gobierno de la Alianza y su supuesta adhesión a la "calidad institucional", sea en el periodismo como en la política, de repente estaban a los pies de un caudillo ladrón como pocos, mentiroso hasta el paroxismo, psicópata y desagradable como persona, que se había quedado con las regalías petroleras de su provincia y que se movía con una oligarquía para apoderarse de la economía del país. De la pulcra Alianza al chiquero K sin ningún paso intermedio. Nuna se vió una televisión tan ausente de política como la del gobierno de Néstor Kirchner, mientras Alberto Fernández, autor de la fábula de la época dorada, era Jefe de Gabinete. El único contacto de la televisión con ese presidente era el programa que le hacía de bufón, llamado paradójicamente "Caiga quién caiga", que le festejaba sus comentarios perversos como si fueran chistes. Otros que se comían a los menemistas crudos se convirtieron en cortesanos sin ningún problema. Todo esto ni siquiera se asume todavía, porque está en 6

plena construcción un nuevo relato que les queda cómodo a a todos los cómplices: Nestor era otra cosa. Es sorprendente porque parte del relato K era que este matrimonio había traído de nuevo “la política”. Pero lo primero que hicieron fue vaciarla y que los medios de comunicación se parecieran a los de la era militar. No suministraban información alguna del estado y clausuraban directa o indirectamente todo contenido político. En una segunda etapa arriaron a mucha juventud, que usaba el término “política” para describir su adhesión ciega y emocional a un “proyecto” del que sólo participaban en carácter de soldados. Eso no es participar sino ser súbdito de la política. Pero no, Nestor no solo no era otra cosa sino que fue el creador de todo el sistema y mientras extorsionaba en público y aplastaba las instituciones, unos pocos lo señalábamos con todas las letras. No me estoy dando importancia, mi participación en TV y radio era marginal, las empresas no pautaban si la crítica al gobierno era muy abierta (esto no tiene nada de metafórico, eran palabras de los gerentes encargados de prensa), así que todo lo hacía a pulmón, dilapidando ahorros. Aquél P+E era un refugio en el que se hablaba de lo que los medios abiertos escondían y se decían las mismas cosas que ahora dicen muchos sobre la última etapa del "cristinismo" como si hubiera habido un deterioro moral o información nueva y no simplemente una decadencia del absolutismo político, una péridida del control total. El problema es que si todo empezó el 25 de mayo de 2003 como se desprende de este libro, ellos nos tendrían que explicar qué estuvieron haciendo y no quedan bien parados. No me preocupa especialmente que se los condene por eso, pero si que la fábula pudiera prevalecer, porque el que tiene una mentira para esconder habrá de preservarla causando mucho más daño y deshaciéndose de los testigos. Es eso lo que nos pasa con los crímenes terroristas, de tanto glorificarlos como si hubieran sido hippies idealistas, por temor a ser señalados como amigos del genocidio, no paramos de hacer cosas cada vez más horribles como amparar jueces extorsionadores y gobiernos criminales. Repetimos para no recordar. El nacimiento este relato auto indulgente tiene una pata política y otra periodística. La política podría ponerse en cabeza de Alberto Fernández, el Jefe de Gabinete de lo peor del kirchnerismo que fue el inicio, quién al dejar el gobierno y sobre todo después de muerto Kirhcner, inaugura el mantra de "Nestor era otra cosa". La periodística es como una gran coartada puesta en el título de un libro: "Qué les pasó" de Ernesto Tenembaum, cuando su adhesión al "modelo" se le hacía indefendible. Nada les pasó, el asunto es explicar qué le pasó a Tenembaum cuando en los inicios del ataque a la Corte por pare de Kirchner que todos festejaron como el cambio de un tribunal "menemista" por otro "de lujo", entrevistaba a los miembros de una fundación que había cuestionado la candidatura de Zaffaroni, descalificándolos con carpetazos estúpidos sobre su pasado político, en ese típico refrito de antecedentes y fotos de los servicios de inteligencia que practicaba y practica Verbitsky. Así era el ambiente, al que cuestionaba el estado le caía encima y todos estaban de acuerdo abierta o solapadamente. Morales Solá le llamó a todo eso "estilo". Muchas veces se ha dicho que el problema que tenían era que no respetaban al que "pensaba distinto". Esa interpretación es demasiado benevolente, jamás les importó cómo pensaba nadie, eran capaces de tener gente de cualquier pensamiento. Su única preocupación era quiénes se oponían a ellos y los denunciaban. Por eso mi preocupación por la vuelta de un kirhchnerismo bajo el mismo rótulo u otro, no es por sus ideas equivocadas, porque la verdad es que todo el país parece haberse volcado a un estatismo trágico, sino porque no se trató de un gobierno simplemente corrupto, sino de un gobierno criminal. Es decir, un gobierno cuyo principal objetivo era el crimen, ganar 7

cómplices y someter con los métodos de la mafia. Me alarma como casi nadie quiere decirlo así, como es. Ser parte como socio o ser extorsionado y perseguido eran las alternativas. Plata o plomo, diría Escobar Gaviria, a quién en parte Kirchner emuló. Una población temerosa que prefería estar al calor de la complicidad que en el páramo de la disidencia, que nos colocaba a muchos de nosotros frente a una indiferencia pasmosa. Incluso respecto de personas políticamente “cercanas”. No voy a hacer el inútil raconto de la gente agachó la cabeza cuando la Revista XXIII, donde estaba el sorprendido Tenembaum, me apuntó los cañones por informar la plata que se gastaban en los “artistas populares” adictos. El kirchnerismo no decayó moralmente, siempre fue igual, aunque no lo quisieran ver cuando la plata alcanzaba para todo. La mejor forma en que puedo contribuir a que no nos sigamos mintiendo es ser testigo. Ir hacia atrás pero no para contar lo que ahora veo sobre aquellos años, sino lo que veía entonces, del modo en que lo veía entonces, porque eso sirve para disipar la fantasía de la época dorada. Creo que en la lectura quedará claro que Néstor Kirchner construyó su cueva de Alí Babá con sus cuarenta ladrones adquiriendo la franquicia de la impunidad de la izquierda violenta, reciclada como luchadora por los derechos humanos. Ese sector tenía suficientes redes de protección para hacer de su plan de enriquecimiento una causa vengativa, que toda la corrección política tuviera que aceptar. Esa corrección política ya estaba repitiendo el relato montonero sobre el pasado. Por eso al asalto a la Corte que hasta entonces ratificaba una y otra vez los criterios normales del derecho para no permitir el uso político de las causas de derechos humanos, era un objetivo central. Esa izquierda tenía capacidad para crear demonios y ángeles e imponerlos. Ellos podían asociar a cualquier persona con un genocidio y transformarla en civilmente muerta y, a su vez, proteger al peor criminal si era amigo y asegurarle impunidad, justo lo que Kirchner quería que hicieran con él. Además eran un grupo acostumbrado a usar esa historia para beneficio personal, sea político o económico, así que no le harían asco la propuesta. Durante los primeros años fue tan exitosa esa asociación, sumada al trauma dejado por la crisis del 2001 y la inercia de la explicación según la cual la década del noventa había sido lo peor que le había pasado a la Argentina, que Néstor Kirchner construyó su banda y de apoderó del estado como un coto de caza a la vista de todos y, sin embargo, no había casi críticas ni cuestionamientos de todo el país bienpensante. Las tapas de los diarios eran dignas del 1984 de Orwell, aludiendo a un mundo feliz. Kirchner extorsionaba a empresarios de servicios privatizados para que le traspasaran a sus amigos sus tenencias accionarias. Lo que le pasaba era que tenía que "construir poder" decían. No existía "678", no apareció hasta que la gran alianza del silencio se rompió después del 2008. No es casual que el acceso al material de archivo de los diarios por Internet sea cada vez más difícil. Muchos de los enlaces a artículos de la época tuvieron que ser recompuestos y algunos de ellos fueron imposibles de encontrar. Gustavo Beliz, apodado "zapatitos blancos" por Jorge Asís por su pasado de cruzado por la limpieza, terminó haciendo el trabajo sucio de voltear a la Corte por unos motivos y con unos métodos que serán comentados a lo largo del libro. Marta Oyhanarte, símbolo de las ONGs que reclamaban transparencia y "calidad institucional", estuvo varios años en una dependencia que tenía como título ese propósito vacío, mientras, por ejemplo, Kirchner inauguraba su modus operandi poniendo a la mujer de su ministro del área de obras públicas a cargo de la SIGEN. El pingüino se rió de todos, los compró a todos y los usó a todos. Propagó el estatismo para robar e hizo que lo legitimaran hacinándose creyentes fanáticos del aparato público y de la 8

patraña de la heroicidad montonera, con que cubría sus actos frente a un país al que trataba como idiota y que nunca lo desmintió. El único que sabía que el estatismo tiene como única utilidad asegurarle un botín fácil a los estatistas era él. Kirchner tuvo que gritar muy poco para que se le sometieran y eso es lo más lamentable. El kirchnerismo nunca tapó sus crímenes. Se apoderó de la metodología totalitaria de la imposición de una realidad paralela y del cambio de nombre a las cosas para invertir sus valores. Le llamaban “argentinización" (y los diarios La Nación y Clarín lo seguían) a extorsionar a empresas extranjeras para que le cedieran participaciones accionarias a sus amigos. Usaban la expresión "reacomodamiento de precios” para la reaparición de la inflación. Eso era lo que le interesaba a Kirchner del método descripto por Orwell de resignificación de la realidad, al servicio del éxtasis que sentía por las cajas de seguridad. Algo que siempre me encargo de aclarar y no lo voy a omitir ahora, es que ni siquiera considero que lo peor de Kirchner fuera su ambición, ni siquiera el robo de recursos públicos, sino sus métodos de pandilla callejera, su violencia psicológica, la extorsión y el autoritarismo que puso para seguir sus fines, la degradación moral de las personas, el asesinato a su dignidad. Un mal ladrón, uno malvado y perverso, parecido a esos asaltantes drogados que no pueden parar de gritar y amenazar a sus víctimas. Desgraciadamente Jorge Lanata que al final del kirchnerismo hizo mucho para ponerle fin, inventó el falso dilema moral de la existencia de una grieta, que fue muy útil al relato y a sus operadores para establecer una equivalencia moral entre un estado fascista y sus objetores. Estos sin ninguna responsabilidad y con mayor disposición a resistir que la oposición formal y el periodismo cortesano todavía ahora son tratados como trastornados. Según esta versión de la cuestión, el problema era “la mala relación” que teníamos con los K y no el comportamiento de ellos, que no cambia. Toda manifestación medianamente apasionada, ante hechos indignantes, todavía es tratada de desmedida. Bajo un mensaje pacifista de “unión” con ellos se esconde una patraña para justificarse. Lo grave en realidad es la unión que todavía sienten los que se ponen en ese rol de predicadores y pretenden igualar a los bandidos con quienes los padecieron. Para finalizar esta introducción quiero agradecer especialmente a Carlos Larrosa por haberme ayudado en la tediosa tarea de corrección y de reparación de las referencias a enlaces externos. Su trabajo ha sido inmenso e indispensable.

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