EL LUGAR PERDIDO POR NORMA HUIDOBRO CLARÍN/ALFAGUARA 221 PÁGINAS $ 29
NARRATIVA ARGENTINA
El candor y una siniestra humanidad E
n enero de 1977, Ferroni llega a Villa del Carmen, un pueblo jujeño. Sus superiores lo han enviado para que localice a Matilde Trigo, la novia de José Luis Benetti, un ferroviario catalogado de “subversivo”. La pareja consiguió escapar de su casa en Monte Grande antes de que las fuerzas de la represión los capturaran. En un parador de Villa del Carmen trabaja Marita Valdivieso, amiga de Matilde. Ferroni sabe que Marita tiene en su poder varias cartas que Trigo le ha escrito desde que emigró a Buenos Aires, donde conoció a Benetti, y en ellas puede haber un dato que permita conocer su paradero. Cuando se las pide, la chica desconfía de las intenciones del porteño y se niega a dárselas. Los días pasan y Ferroni se dispone a conseguir las cartas como sea. Este es el planteo básico de El lugar perdido, Premio Clarín de novela 2007. Una vez instalada la sensación de amenaza en las primeras páginas, la autora, Norma Huidobro, detiene el avance de la acción, estanca el conflicto y elige con-
Huidobro EDUARDO GROSSMAN / GZA.CLARÍN
centrarse en los personajes, mientras raciona el suspenso en cuentagotas. La alternada introspección en las psicologías de Marita y Ferroni produce un contraste significativo. La humilde heroína y su antagonista masculino chocan en sus actitudes vitales: Valdivieso permanece fiel a su amiga y el hombre se empeña en llevar a cabo su misión. Así se desarrolla un dra-
ma íntimo que prescinde de las declamaciones sobre corrección política. La personalidad de la muchacha aflora a través de monólogos interiores en los que se dirige a sí misma o a doña Nativita, cocinera de omnipresentes tamales. La agradable recreación del habla jujeña se vierte en una modulación poética cuyo ritmo ha sido tallado con esmero. En ocasiones, esta predilección de lo formal sobre el contenido apela a la repetición de recursos, empalaga por su preciosismo y extiende el texto sin aportar valores narrativos concretos. Marita exuda candor, pero la siniestra humanidad de Ferroni dificulta un acercamiento. Al pulcro torturador no le importa “cumplir órdenes y ser apenas un pequeño engranaje de una máquina poderosa”. Más que por sadismo, obra por deber. Se enorgullece de la eficacia de sus métodos e irónicamente le da asco ver sangre. Huidobro sondea su mente en tercera persona y opta por rescatar al niño que alguna vez fue. Una callecita del pueblo jujeño le trae a Fe-
rroni una imagen olvidada de su infancia. El recuerdo se va ahondando e introduce una subtrama. En la configuración del recuerdo, se filtra cierta morosidad y un moderado fluir de la conciencia. Hay un cuidado casi obsesivo por el detallismo de las percepciones y el desenlace logra fundir con justeza el pasado y el presente de Ferroni, como si cierto hecho traumático de su infancia que su memoria había reprimido hubiese determinado su destino de represor. En una entrevista la autora mencionó como ecos literarios a Juan Rulfo y a Juan José Saer. El estilo del mexicano se nota en la voz de Marita, y el del argentino en las complejas sensaciones de Ferroni. Sus influencias han sido bien asimiladas aunque, a diferencia de sus dos maestros, Huidobro no ofrece una visión pesimista del mundo. Por el contrario, en El lugar perdido el amor, la inocencia y la esperanza triunfan sobre el horror. Felipe Fernández © LA NACION
NARRATIVA ARGENTINA NEÓN
Voluntad de ruptura “¿
Cómo disponer la trama propensa a lo concreto en una superficie sin límite?” Violar los límites del relato, tender una escritura continua que agote las posibilidades; tal parece ser el programa de Neón, último libro de Liliana Heer, que ensaya una lid entre novela y poesía. La trama existe, aunque solo sea para que la violencia del lenguaje poético caiga sobre la ley de los géneros. Neón esboza, en sus núcleos narrativos, una novela de aprendizaje atroz. En una prisión, un triángulo de dominación se establece entre un “colono” indultado, la Celadora y el Alcaide de la prisión, quien la había tomado a su cargo desde que fuera arrancada del vientre de su madre muerta, y a quien la ha sometido a abusos sexuales asumidos con naturalidad. La violación de esa anécdota narrada con frialdad se torna
metáfora mayor de la “vejación” formal del texto, que se vuelve sobre sí y retoma las escenas narrativas “puras” como materia poética, o reflexiona sobre el acto de su escritura: “El ámbito del relato es una membrana bilabiada/ [...] como el iris de un felino o el himen más barroco”. El trabajo del texto hace, de la violación de géneros, equilibrio formal. Si de un lado la acción avanza suturando las escenas para reconstruir el relato como un órgano virgen (“ella/ cose/ el himen/ de la novia/ de los presos”), del otro, la versificación y la estructura rítmica desetabiliza el sentido y opaca la anécdota para “seguir la secuencia, el vibratum de la voz”. Un tercer nivel, la autoreflexión del texto, enseña a leer el juego de estabilidad y derrumbe: “Esa es la clave para entender algo:/ adquirido un montículo
ruedan los soportes arenosos”. El efecto del trabajo verbal sorprende. Por momentos la poesía condensa conceptualmente los hechos (“Vigilancia/ extorsión-punición-purgación/ delito genérico”) o los reduce a la palabra (sorber, tragar, toser); en otros logra una efectividad narrativa notable, como cuando se relata un motín: “Desborde./ [...] Heridas de primer y segundo grado./ Fuego./ En un instante, las mesas, los bancos, las ollas, los cuencos./ Revertido el dominio, la coerción, la fuerza.” Esta literatura hiperconciente arriesga su voluntad de ruptura. Después de las vanguardias, después de Joyce, la “metaliteratura” es ya un género con sus lugares comunes. Pero el texto de Heer no se deja atrapar y sospecha con ironía de su propio Narrador, que asume el regodeo
POR LILIANA HEER PARADISO 104 PÁGINAS $ 28
en la oferta incumplida: “Sin duda el Narrador tiene un alma de Don Juan, le gusta prometer pero ¿hasta cuándo?”. Una operación que conoce su juego: “¿Acaso el Narrador no tiene todos los derechos, es decir, ninguno?” La escritura minuciosa de Heer, con humor exasperante, consigue extender la violencia del experimento y “estar siempre en otro sitio”, con la sospecha de que una literatura exangüe se revitaliza cuando se la violenta con habilidad y perseverancia: “Un agujero por vez/ Siempre hay una página siguiente/ ya habrá tiempo de recomponer/ la última agonía.” Martín Lojo © LA NACION
Sábado 5 de enero de 2008 I adn I 19