Andorra, una meca laboral para argentinos

18 ene. 2014 - ción gastronómica en el ACA de. Buenos Aires, Andorra le parecía .... O como el pistero Gustavo Subi- libia, 50 años, de General Pacheco,.
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SÁBADO

| Sábado 18 de enero de 2014

Giselle Corte despliega la bandera argentina; al lado, instructores oriundos de Bariloche, Villa la Angostura y San Martín de los Andes desayunan con mate antes de arrancar

fotos de m. french y m. de las heras

Estilo de vida

Andorra, una meca laboral para argentinos Cientos de jóvenes invaden sus centros de esquí para hacer todo tipo de trabajos; representan el 25% de los empleados Viene de tapa

Están en las pistas (110 de los 400 instructores de las escuelas de esquí y snowboard son argentinos) y también en los hoteles, restaurantes, cafés, locales de venta de pases y comercios al pie de la montaña atendiendo a clientes ingleses, franceses, españoles y rusos. Los más novatos ganan como mínimo alrededor de 1200 euros al mes, alquilan departamentos por unos 500 euros –que dividen por tres porque se juntan para alquilar–, y se van con algo ahorrado. Los más experimentados ya tienen en general una casa alquilada que los espera, a veces un auto, un salario más importante e incluso una cuenta bancaria que dejan abierta el resto del año. Mientras que a 12.000 kilómetros los argentinos invaden las playas para disfrutar del verano, aquí se instalan en las montañas andorranas para trabajar. “Hay de todo, pero los que trabajan conmigo trabajan bien. Hablan inglés y tienen buena presencia. Nosotros buscamos gente educada para atender a los clientes, y los argentinos tienen habilidad para el servicio”, explica a la nacion Jaime Cerdá Moya, director de la tienda de alquiler de equipos de esquí más grande de Soldeu, Sports Calbó. Cinco de las 30 personas a su cargo son argentinas. Entre ellas, Cristian Ordóñez, de 32 años, que aprovecha su tiempo libre para participar en competencias de snowboard y contactarse con los sponsors. El resto del año es maître en el restaurante del Marbella Club Hotel. “Durante la temporada me encuentro con muchos argentinos. Está bueno porque se extraña. No los veo allá [en la Argentina], pero sí acá. Y lo bueno de venir a trabajar a Andorra es que te ofrece otras cosas, como un centro de alto rendimiento o ir a pasear a la ciudad [Andorra La Vieja]. Me encantan los Alpes, pero a las siete están todos durmiendo”, dice Cristian, que viene desde hace once años. A Nicolás French, de 30 años, sus temporadas en Andorra le pagaron la carrera. “Me venía a mediados de diciembre, me volvía a Buenos Aires con 4000 euros ahorrados y los lle-

vaba directo al OTT College de San Isidro, donde estudié hotelería. El argentino tiene un extra en el trato con el cliente –afirma–. Le charla, le pregunta cómo le fue en su día de esquí.” Nicolás conoció la nieve cuando llegó a Andorra. Hoy trabaja en los locales que dirige Jaime, y trajo a su hermano mellizo y a su hermana. “La situación del país influye en la cantidad de argentinos que vienen. En 2008, cuando parecía que la Argentina iba mejor, vinieron menos, y acá se necesitaban. Este año de nuevo hay más, aunque menos trabajo para ofrecer”, agrega. Cuando los argentinos son contratados, reciben un permiso de trabajo de seis meses emitido por el gobierno de Andorra. Pasado ese tiempo, tienen que irse del país y gozan de

Con impronta cosmopolita ^b^b^ Unos 700 argentinos están instalados en forma permanente en este país, según los datos del Departamento de Estadística andorrano, aunque la cifra superaría fácilmente los 1200 si se tiene en cuenta a aquellos que ingresaron con pasaporte europeo. Situado en los Pirineos, entre España y Francia, Andorra es un coprincipado (tiene como jefes de Estado al obispo de Urgel y al presidente de la República Francesa) con gobierno propio y sin ejército. Forma parte de la zona euro, pero no del espacio de Schengen. De los 75.000 habitantes, menos de la mitad son andorranos. El resto reúne a españoles, portugueses, franceses y británicos. Y dentro de ese grupo, a su vez, los argentinos constituyen la primera comunidad no europea.

tres meses de libre circulación en Europa, como cualquier turista. Varios cuentan que “se tiran un lance” y viajan a Andorra sin tener todavía una confirmación de empleo. El mate, infaltable Victoria Tur, de 23 años, cordobesa de Río Ceballos, llegó por primera vez a este país hace un mes. “Me traje mi yerba por las dudas. No vivo sin mi mate. Aunque descubrí que se consigue en el supermercado –dice–. Aunque haga frío, está bueno.” Victoria tuvo suerte y hoy trabaja en el bar del lujoso Sport Village Hotel, de cuatro estrellas, a metros del Sport Hotel Hermitage & Spa, de cinco estrellas y de los mismos dueños (una familia andorrana). Pero cuenta que el edificio donde se instaló está lleno de argentinos que no consiguieron empleo y que deberán volverse, después de haber pagado 12.000 pesos el pasaje, más los gastos de alquiler. Los argentinos que trabajan aquí se dividen en diferentes grupos. Están quienes hacen doble temporada en centros de esquí, como los instructores, pisteros y aquellos que trabajan en medios de elevación, y que van y vienen entre Andorra y los centros de esquí argentinos, o intercalando con algún lugar de playa en España. En general, tienen más de 30 años, varios de experiencia y, cuando empiezan a formar familia, se ven obligados a elegir un continente. Como Pecu, un instructor que después de años de hacer doble temporada entre Andorra y el Centro Andino Bariloche, decidió instalarse en la Costa Brava. Toma mate para extrañar menos a la Argentina, tiene dos hijos y en verano se ocupa del centro de buceo que fundó con su mujer. O como el pistero Gustavo Subilibia, 50 años, de General Pacheco, que empezó haciendo doble temporada en 1991 y que desde hace ocho años está instalado en Andorra. “La Argentina está muy presente. Nos juntamos a comer asado, y cada nueva temporada los que vienen de allá nos cuentan todo. La Argentina siempre se extraña, pero no volveré mientras tenga vida laboral

acá. Aun con Europa complicada, los que estamos afincados estamos mejor que allá. Ni hablar de la seguridad”, confiesa. También están los más jóvenes, de veinte y tantos años, que vienen para vivir una experiencia, descubrir, ganar algo de dinero y volver a la Argentina. En general, consiguen trabajo como recepcionistas o mozos en los hoteles, o como empleados en comercios. Sofía Pérez es de Azul, estudió administración agropecuaria en Tandil y trabaja en un negocio de alquiler de esquíes durante el día y en el hotel Piolets por la noche. “Vivís de diez, pero es la no realidad. Todo es por un tiempo. Lo que sí hay es calidad de vida: caminás a las 4 de la mañana por la calle y no te pasa nada”, cuenta. Claro que no todo es perfecto. Los argentinos coinciden aquí en que la crisis española y la aparición de desempleo en Andorra (menos del 3%) motivaron al gobierno andorrano a reducir los permisos de trabajo temporario destinados a los extracomunitarios y dar así prioridad a españoles y locales. Los entrevistados también explican que hoy es menos rentable hacer una temporada aquí porque cuando vuelven a la Argentina todo está muy caro. Martín Becerra, de 34 años, de Santa Rosa, La Pampa, se reparte desde hace seis años entre Bariloche y su trabajo como recepcionista en un hotel de Soldeu. Vive con su novia y un amigo, disfruta de la nieve y de la montaña y, pasados los seis meses, puede conocer Bangkok por 450 euros desde España, en vez de pagar los 1200 que le sale ir a la Argentina. “Ahorrás unos mangos, pero hace seis años la diferencia era más grande. Andorra no tiene inflación, pero los precios van subiendo, los sueldos no, y no tenés antigüedad. Cada uno negocia sus propias condiciones laborales.” “Pipi” Pérez no planea por el momento dejar esta vida: los seis meses de trabajo le permiten viajar por el mundo y volver cada año a Merlo a visitar a sus amigas de la infancia. Y cuando está en Andorra y extraña, siempre están las fiestas argentinas en las que todos se juntan, como una gran familia.ß

Ignacio Massa. “En la Argentina era imposible poder ahorrar” SOLDEU, Andorra.– A 12.000 kilómetros de la Argentina, el acento cordobés es miel para los oídos. Ignacio Massa nació en Río Cuarto hace 26 años, se recibió de abogado en la Universidad Nacional de Córdoba, trabajó en un estudio durante cinco años y renunció para venir a trabajar seis meses a Andorra con su novia, Julieta Mariano, una ingeniera química de 24 años. Planean ahorrar 3000 euros para seguir viajando y volver a Córdoba recién en agosto, donde los espera un casamiento en el que Julieta es testigo. “Queríamos viajar y, con el euro a 13 pesos, en la Argentina era imposible ahorrar. Lo reteníamos en la cabeza y lo hicimos para no dejar nada en el tintero”, explica Ignacio. Hace dos años que están de novios y es la primera experiencia en un centro de esquí. Llegaron a Andorra La Vieja en noviembre

bajo la modalidad de couchsurfing. Dejaron currículums por todos lados durante una semana. Vinieron preparados, con los certificados de antecedentes penales y de experiencia de al menos dos años bajo el brazo, documentos que pide el gobierno andorrano para expedir los permisos temporales de trabajo. Julieta consiguió empleo enseguida como cajera en un local de alquiler de esquíes. Para las mujeres es más fácil, coincide la pareja. Ignacio tardó un poco más, pero hoy trabaja en el mismo local. Todavía no saben dónde irán, pero ya estuvieron mirando y les tienta Europa del Este o Asia, con pasajes por 600 euros. Dicen que Soldeu es tan chiquito que cuando bajan hasta Andorra La Vieja, llena de negocios y de gente consumiendo por su condición de paraíso fiscal, se sienten en Disney o en Nueva York.ß

Francisco Germano. “Acá la seguridad es envidiable” SOLDEU, Andorra.– A los directores de recursos humanos les gustó cómo Francisco Germano los atendía en el hotel Piscis de Las Leñas y le propusieron que viniera a trabajar a las montañas andorranas. Era 2007, cuando las empresas de Grandvalira todavía viajaban a hacer la selección de personal a los centros de esquí de la Argentina y de Chile, una práctica abandonada los últimos dos años por la crisis económica. Sorprendido, su primera reacción fue decir no. A este joven de Luján, que había estudiado administración gastronómica en el ACA de Buenos Aires, Andorra le parecía lejano y desconocido. Ante la insistencia, mandó su currículum. Durante cuatro años hizo doble temporada, y desde hace un año se instaló en Encamp porque la

empresa lo ascendió a director del restaurante Gall de Bosc, ubicado sobre las pistas de Soldeu, y le propuso formar parte de la plantilla permanente. “Me encanta vivir acá, la seguridad es envidiable y el estilo de vida es muy cómodo”. Francisco tiene 30 años y 40 personas a cargo, de las cuales 18 son argentinas. “Los argentinos estamos más acostumbrados a trabajar bajo presión y somos simpáticos, algo que les encanta a los clientes españoles”, asegura. Dice que las condiciones laborales son mejores: la empresa da uniformes, ayuda a encontrar un piso para alquilar, provee cobertura médica y respeta el máximo de 40 horas de trabajo semanales, aunque él conserva la costumbre de darse una vuelta incluso en sus días de franco.ß

Entre el esquí, el snowboard y los asados De los 400 instructores que hay en la escuela, 110 son de nuestro país SOLDEU, Andorra.– Para festejar el final de cada temporada de esquí, los instructores y todos los empleados de la escuela de esquí y snowboard de Grandvalira organizan un gran asado argentino. Asadores, por supuesto, no faltan: de los 400 instructores, 110 son argentinos. El director de la escuela, Miguel Casal, explica que se adaptan muy bien. “Siempre hubo argentinos, pero el intercambio masivo comenzó en los últimos 20 años”, dice. “Se dan principalmente dos factores: por un lado, tienen una formación excelente, porque la Asociación Argentina (Aadides) es muy buena, y por el otro, Andorra carece de instructores, a diferencia de países muy grandes y con muchos centros de esquí como Francia”, agrega el responsable comercial y de marketing de la escuela, Javier Falcón Venutti.

Javier es oriundo de Bariloche. A los 18 años jamás hubiera pensado que viviría en Andorra. Pero hoy, a los 34, habla catalán a la perfección y está totalmente integrado. Entre los instructores, por otra parte, está Marcela De Las Heras. Cuenta que en 2001 vivía en Belgrano y que perdió su trabajo en una agencia de publicidad. Se fue a trabajar a una talabartería de su familia en el Sur y fue allí que empezó a escuchar sobre Andorra. Durante tres años trabajó como secretaria de la escuela hasta que se dio cuenta de que dar clases sería mucho más rentable. Hizo el curso de snowboard en San Martín de los Andes, obtuvo el diploma de instructora y su gran amigo e instructor Carlos Guarnera, que la ayudaba con las prácticas, se convirtió en su marido. Hoy, Marcela y Carli trabajan la mitad del año en Soldeu y el resto en Ibiza. Dicen que aman la Argentina, pero que no volverían. ¿Razones? Se niegan a acostumbrarse a los quioscos enrejados, las alarmas y el mirar para todos lados. Sobre todo, dicen, desde que tienen un hijo.ß